La palabra «educar» proviene del latín educāre, que significa ‘criar, nutrir y alimentar’, y ducere, ‘guiar o conducir’. Resulta curioso que el primero requiera una acción desde el exterior hacia el interior, mientras que el segundo implique la transmisión de dentro hacia fuera. Sin embargo, aunque parezcan conceptos opuestos, son complementarios. Una persona se educa en el momento en que recibe del exterior la información adecuada, la interioriza, convirtiéndola en conocimientos y la asimila para usarla en las circunstancias oportunas en su vida. Sin la integración del conocimiento en la mente será difícil su explicación y la utilización en situaciones prácticas. Hablamos de educación como un proceso que se extiende a lo largo de toda nuestra vida. Tanto de manera consciente y voluntaria como de manera espontánea e involuntaria, el ser humano transmite y recibe información del exterior, tanto en el colegio, en la universidad, en el trabajo o en la iglesia como a través de amigos, con
Un espacio con sermones que procuran fortalecer la fe y la esperanza en Jesús.