By Edgar Horna Un hombre de origen chino, que se había convertido al cristianismo, contó cómo fue su conversión. Un día caí en un profundo pozo. Cuando ya casi me estaba ahogando con el barro, clamé para que alguien me ayudara. De pronto, apareció un anciano de aspecto venerable que me miró desde arriba y me dijo: –Hijo, este es un lugar muy desagradable. –Sí que lo es. ¿No puede usted ayudarme a salir? –Hijo mío, me llamo Confucio. Si hubieses leído mis obras y seguido lo que ellas enseñan, nunca hubieras caído en el pozo–. Y con eso se fue. Pronto vi que llegaba otro personaje, esta vez un hombre que se cruzaba de brazos y cerraba los ojos. Parecía estar lejos, muy lejos. Era Buda y me dijo: –Hijo mío, cierra tus ojos y olvídate de ti mismo. Ponte en estado de reposo. No pienses en nada desagradable. Así podrás descansar como descanso yo–. –Sí padre, lo haré cuando salga del pozo. Mientras tanto, ¿podría...? Pero Buda se había ido. Yo ya estaba desesperado
Un espacio con sermones que procuran fortalecer la fe y la esperanza en Jesús.