Uno de los componentes del fruto del Espíritu es el agente vinculante de todas las demás virtudes que se mencionan en Gálatas 5: 22, 23. Puesto que la carrera de la fe es un proceso que se extiende a lo largo de toda la vida, el dominio propio es imprescindible para no perder de vista los hitos del plan de Dios. Es un importante ingrediente de la fe, sin el cual perderíamos el norte con facilidad. Poseerlo brinda equilibrio a nuestras vidas.
En nuestro propósito de alcanzar la salvación personal y la de nuestras familias, no hemos de quedarnos solamente en el deseo, pues «muchos se perderán esperando y deseando ser cristianos. No llegan al punto de entregar su voluntad a Dios. No deciden ser cristianos ahora».1 Es únicamente por medio del ejercicio de la voluntad como puede obrarse un cambio completo en la vida. Y ese ejercicio debe hacerse en cada momento, con cada decisión. Si no hay dominio propio, no hay constancia, porque podemos vencer hoy, pero fracasar mañana.
Para alcanzar el propósito final de bendecir a todas las familias de la tierra y hacer de Abraham una nación grande, Dios le ofreció su protección: «No temas, Abram, yo soy tu escudo, y tu recompensa será muy grande» (Génesis 15: 1). Asimismo, le encomendó una responsabilidad que requería de dominio propio y constancia: «Anda delante de mí y sé perfecto» (Génesis 17: 1); «pues yo sé que mandará a sus hijos, y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él» (Génesis 18: 19). En otras palabras, le dijo: «Ocúpate de andar siempre en mi presencia. Asegúrate de mirarme y seguirme; pide a tu familia que te siga. Así podré cumplir mi propósito en vosotros».
Mantener la mirada puesta en Dios, seguirle y pedir a los suyos que hicieran lo mismo no debió ser fácil. Lot marchó en otra dirección. Sara tomó algunas decisiones que complicaron la vida a la familia. ¡Abraham mismo descendió a Egipto cuando no debía! ¡Qué difícil! Sin un plan definido, emprendieron el viaje sin tener ni idea de a dónde iban. Solo conocían los pasos a seguir en la medida en que Dios se los iba revelando. Dar explicaciones por cada decisión tomada debió ser complicado. Imaginemos el diálogo con su familia cuando Dios lo llama:
— ¿A dónde iremos?
— ¡No lo sé!
— ¿Cuánto tiempo tardaremos?
— ¡No lo sé!
— ¿Cuánta provisión será suficiente?
— ¡No lo sé!
Imagina que cada respuesta de Abraham fue un «¡No lo sé!». ¿Quién saldría de casa sin un rumbo determinado? En tales condiciones, una vez emprendido el viaje, la idea de abandonar resulta muy tentadora. Es fácil dudar del llamamiento, más aún cuando el ambiente está plagado de quejas, ansiedad, estrés, desacuerdos y disputas. En esas circunstancias, para Abraham no debe haber resultado fácil andar delante de Dios y liderar a los suyos, aunque su carácter, su forma de gobierno, su administración y su relación con Dios ofrecieron a la familia tal seguridad que los que quisieron le siguieron a pesar de viajar «sin saber a dónde iba» (Hebreos 11: 8). En su decisión hubo firmeza y constancia, dos ingredientes de la fe que siempre van juntos para alcanzar las promesas de Dios, que les ayudaron a mantenerse en el camino, durante el tiempo suficiente para llegar a destino. La Biblia relata momentos de duda, desaliento y equivocaciones en el camino, pero Dios había confiado en él y eso alimentaría la confianza del patriarca: «Creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia» (Romanos 4: 3).
Al igual que Abraham, tú y yo recibimos hoy el mismo llamamiento y disfrutamos de la misma promesa. Dios mantiene su invitación y la garantía de triunfo. Asimismo, la seguridad de su presencia con los que aceptan su invitación tiene la misma fuerza que entonces. El Señor deposita la misma confianza en nosotros; podemos apropiarnos de las promesas al recorrer el camino de nuestra vida, ya que nos garantiza su compañía en todo momento.
«Anda delante de mí» y manda a tu familia después de ti
Es el llamamiento para un recorrido de larga duración. Necesitamos ejercitar el control para no desviarnos y la constancia para llegar al final del camino. Siempre habrá motivos para abandonar, pero Dios ha creído y ha confiado en nosotros. Andar delante de Dios es una decisión diaria, implica poner los ojos en Jesús y hacer su voluntad hasta en las cosas más insignificantes: «A menos que dominemos nuestras palabras y genio, somos esclavos de Satanás, y estamos sujetos a él como cautivos suyos. Cada palabra discordante, desagradable, impaciente o malhumorada, es una ofrenda presentada a su majestad satánica».2 Para llegar a esto se requiere de abnegación y sacrificio, de control y gobierno de las pasiones: «Si alguno no ofende de palabra, es una persona perfecta, capaz también de refrenar todo el cuerpo» (Santiago 3: 2). La disciplina es fundamental en el gobierno de uno mismo: «Sino que golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Corintios 9: 27). De nada sirve conocer la voluntad de Dios si no es aplicada a cada paso del camino: «La resistencia es éxito. […] debe ser firme y constante. Perdemos todo lo que ganamos si resistimos hoy para ceder mañana».3
Andar delante de Dios con disciplina es la única forma de hacer camino de salvación para nosotros y nuestras familias. Pablo enseña: «Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrara en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna» (1 Timoteo 1: 16). Aquí el orden es importante: el trabajo se ha de llevar a cabo primero en mí para que pueda surtir efecto en los demás después. Dios exhortó a Abraham que anduviera delante de él y fuera perfecto antes de mandar a su casa que le siguiera.
Cristo es nuestro ejemplo y nosotros lo somos para otros con el fin de conducirles a él. Dios nos ha llamado a ser camino para los que vienen detrás, siendo nosotros aún imperfectos. ¿Cómo ser un ejemplo que aporte salvación? ¡Qué responsabilidad! ¡Y qué confianza por parte de Dios! A pesar de sus errores, Abraham debía ser ejemplo. Tendría que enfrentar sus caídas y superarlas. Es cierto, aun para reponerse de los errores se requiere de dominio propio; de lo contrario, nos hundimos en la sensación de fracaso o culpabilidad. El dominio propio supone también levantarse y continuar. Se requiere templanza para mantener los ojos en Jesús a pesar de nuestros fallos y, aunque no resulta fácil, Abraham y su familia son un gran modelo y la demostración de que es posible. Por lo tanto, un buen ejemplo también es aquel que, aun habiendo caído y errado, ha sabido levantarse, sacudirse el polvo y continuar el camino. Así se llega a la madurez espiritual en la que, al igual que en el caso de Abraham, la confianza en Dios se perfecciona y nuestro carácter es restaurado a imagen y semejanza de Cristo, reduciendo cada vez más el margen de error hasta llegar a ser la voluntad de Dios encarnada.
La verdadera fuerza de voluntad
La fuerza de voluntad que nos lleva de triunfo en triunfo es la que se fusiona con la voluntad del Padre, es decir, la que se une con el Espíritu Santo. La palabra usada en el Nuevo Testamento es enkráteia y se traduce como ‘fortaleza’, ‘dominio propio’, con el sentido de estar al control. Por lo tanto, implica una actitud vigilante para saber sobre qué debo ejercer el control. Sin embargo, si solo se tratara de autocontrol, podríamos asumir que es posible ser salvos por dominio propio, pero sería un engaño. La realidad es que, aparte del autocontrol, es necesaria la intervención del Espíritu Santo. La palabra «templanza» aparece en Gálatas 5: 23 como parte del fruto del Espíritu y se opone a todo lo que es de la carne. Por lo tanto, no se trata solo de nuestro dominio propio, sino de un carácter controlado por el Espíritu.
En Hechos 24: 24, 25, al hablar sobre la fe en Jesús, el apóstol Pablo presenta el dominio propio como un componente y no como un accesorio de la fe. Es decir, no como algo opcional, sino como algo imprescindible para el cumplimiento de la promesa de Dios en nosotros. Estamos en la obligación de someter el yo y facilitar el gobierno del Espíritu en nuestra vida. El prefijo «en» de enkráteia significa ‘dentro’, ‘en el interior’ y el término también se podría traducir por ‘en gobierno’ ¿Quién gobierna nuestra voluntad, nuestra conciencia, nuestros apetitos? ¿Nos gobernamos a nosotros mismos? ¿Es verdad que sabemos muy bien lo que hacemos? ¿Tenemos el control de nuestra vida?
Ser gobernado por el Espíritu es comprender su orden inmediata y obedecerla, es decir, echar a andar, aunque todavía no sepamos a dónde vamos. Porque, aunque al principio desconozcamos el destino, es importante ponerse en movimiento mientras nos dejamos guiar por él. Es clave poner las decisiones, la metodología educativa, la relación con la pareja, el trabajo y cualquier otra actividad en manos de Dios.
Mientras hayamos vivido en tinieblas respecto a Dios, el mal ha reinado en nuestros cuerpos y mentes: «Cuando erais esclavos del pecado, erais libres con respecto a la justicia» (Romanos 6: 20). Pero al conocer a Jesús, tenemos la posibilidad de escoger qué espíritu nos gobernará: «¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte o sea de la obediencia para justicia?» (Romanos 6: 16); «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus apetitos» (Romanos 6: 12). Por lo tanto, en el contexto de Gálatas 5: 23, enkráteia se refiere a ser gobernados por el Espíritu Santo. Si él gobierna, Dios preside nuestra conciencia: «Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su voluntad, la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan a él; vivimos su vida».4 Es, pues, nuestro dominio propio fusionado con el dominio del Espíritu Santo el que nos da la victoria. El que hace que podamos permanecer en su presencia, andar delante de él y ser un perfecto ejemplo digno de seguir por los que vienen detrás.
Nuestro ejemplo ha de ser como el de Abraham, de tal manera que nuestros pensamientos, palabras y acciones, subyugados por el poder del Espíritu, en momentos de acierto y de error, sigan el derrotero marcado por Dios para ejemplo de aquellos que viajan con nosotros y de los que se nos han de unir por el camino. Que el gobierno del Espíritu en nosotros sea nuestra fuerza de voluntad y nuestro dominio propio, y el resumen de nuestra historia familiar sea igual que el de Abraham: «Salieron para ir a tierra de Canaán. Llegaron a Canaán» (Génesis 12: 5). Para alcanzarlo, Dios nos promete a todos: «No temas […] yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande» (Génesis 15: 1)
1 Elena White, El camino a Cristo, pág. 39.
2 Elena White, Testimonios para la iglesia, tomo 1, pág. 278.
3 Elena White, Mente, carácter y personalidad, tomo 1, pág. 24.
4 Elena White, Palabras de vida del Gran Maestro, pág. 253.
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¿Cómo podrías desarrollar la templanza a diario en tu vida?
¿Por qué crees que es importante que cada miembro de la familia la desarrolle?
¿Qué beneficios prácticos esperas al aplicarla en tu vida?
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