La paciencia ha sido uno de los principales ingredientes en los éxitos de grandes inventores e investigadores. Les ha permitido triunfar a base de repetir los ensayos, corrigiendo y volviendo a empezar tantas veces como sea necesario hasta con- seguir los objetivos. En ocasiones, es un factor más importante que el talento.
¿Qué es la paciencia?
El término griego que Pablo emplea para referirse a la paciencia como fruto del Espíritu es makrothumia. Se traduce como ‘paciencia’, ‘longanimidad’, ‘perseverancia’, ‘tolerancia’, ‘clemencia’. Es una palabra compuesta por makros, ‘largo o grande’ y thumia, ‘temperamento’. Aunque en el griego no bíblico expresa la idea de pasividad o resignación delante de dificultades o problemas abrumadores que no pueden ser cambiados, el concepto bíblico tiene un matiz diferente. No es solo un asunto de apretar los dientes y soportar estoicamente algún dolor. Barclay afirma que la paciencia es la gracia de una persona que puede vengarse de un mal, pero no lo hace.1 Es la perseverancia del que soporta las heridas y las malas obras sin ser provocado, enojarse o vengarse. Es sinónimo de firmeza del alma, capacidad de soportar sin quejas. En ocasiones, es la práctica del silencio que calla por amor.
Sin embargo, no es lo mismo conocer el significado del término que ejercitarlo; tener paciencia no resulta sencillo en una sociedad acelerada por definición, donde todo se espera en el momento. Más bien implica no pagar con la misma moneda, aunque esto va más allá de lo que es naturalmente humano. Es saber esperar hasta que se cumpla el plan de Dios en nuestra vida. Es la tenacidad con la cual la fe del cristiano se adhiere a las promesas de Dios, da equilibrio y vigor a la personalidad y nos hace más compresivos y fuertes para soportar los contratiempos, especialmente aquellos que no dependen estrictamente de nosotros. Es un rasgo propio de una personalidad madura.
La Biblia, un manual de paciencia
La paciencia es un buen atributo para describir el carácter de Dios. Éxodo 34: 6 afirma que Dios es «tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad». Lejos de ser pasivo, Dios ofrece una oportunidad para que todos procedamos al arrepentimiento (2 Pedro 3: 9).
La Palabra está llena de vidas moldeadas por la mano de Dios, en las que la paciencia ha jugado un papel fundamental en el marco de las familias:
• José venció la hostilidad y la desesperación porque dependió con paciencia de Dios, a pesar del adverso cuadro familiar. El resultado fue el cambio para bien de todas las circunstancias. A través de las pruebas, Dios lo preparó para el verdadero liderazgo.
• Job es el paradigma del que resiste con paciencia y confianza el tiempo de la prueba, ante el agobio de una esposa agotada emocionalmente. Job era un hombre generoso que se preocupaba por los que no tenían nada.
• Jesús, como modelo de plenitud del Espíritu Santo, es el ejemplo supremo. «Se necesita mucha paciencia y espiritualidad para introducir la religión de la Biblia en la vida familiar y en el taller; para soportar la tensión de los negocios mundanales, y, sin embargo, continuar deseando sinceramente la gloria de Dios. En esto Cristo fue un ayudador. Nunca estuvo tan embargado por los cuidados de este mundo que no tuviese tiempo o pensamientos para las cosas celestiales. A menudo expresaba su alegría cantando salmos e himnos celestiales».2 Su sacrificio en la cruz es el símbolo supremo de la medida de su paciencia.
La paciencia, como fruto del Espíritu, procede de una relación íntima con Dios, que domina cada ámbito de nuestra vida. Nos ayudará a caminar la segunda milla, resistir a los insultos y las burlas, y poner la otra mejilla. En realidad, la paciencia nos salva de nosotros mismos: «Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas» (Lucas 21: 19). Nosotros no desarrollamos la paciencia, sino más bien es Dios quien la hace crecer en el corazón que confía y obedece. Es el fruto del Espíritu obrando dentro de nosotros. Se ubica en la escalera de virtudes propuesta por Pedro (2 Pedro 1: 2-8). Requiere ejercitar las cualidades del buen labrador, esperando el precioso fruto de la tierra, cultivándola día a día para engrandecerla. Como creyentes, estamos llamados a ejercitar la misma paciencia, andado como es digno de la vocación con la que fuimos llamados, y respetándonos unos a otros en amor, con humildad y mansedumbre (Efesios 4: 1, 2).
En casa, tómatelo con calma
¿Te suena familiar la frase «Señor, dame paciencia porque si me das fuerza…»? Aunque se suele usar en tono de broma, no deja de reflejar un impulso que todo ser humano lleva dentro. En la salud, en la prosperidad y en la abundancia las cosas resultan fáciles, pero ¿qué ocurre cuando salen a la luz los defectos, las enfermedades y los aspectos negativos?
En general, suele costar pasar por alto los errores y acciones desconsideradas de nuestros seres queridos, porque nos unen lazos sentimentales. Cuando perdemos la paciencia, perdemos fuerza, dejamos de razonar, solemos hacer daño e impedimos a Dios obrar en plenitud. En la mayoría de los casos, la impaciencia es una falta de caridad hacia el prójimo. Es sinónimo de intransigencia, tensión, enojo y desasosiego. Como consecuencia, nuestra salud física, mental y emocional se verá afectada.
La paciencia es el mejor antídoto contra el mal humor en el hogar. Cuando está bien asentada en el corazón, puede moderar los excesos de tristeza, así como los desordenados arrebatos de cólera. Nos mantiene bajo control, convencidos de que la obediencia a Dios es lo mejor. «Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad» (Mateo 5: 5).
La paciencia empieza en el individuo, se extiende a la familia y termina beneficiando a la sociedad. Practicarla requiere creatividad para que la costumbre se convierta en hábito y, posteriormente, en virtud. Será puesta a prueba, junto a la autodisciplina, a cada momento de nuestra vida.
En el hogar, la paciencia es la clave de las buenas relaciones, el entendimiento, la comunicación y el respeto. Cuando falta, los problemas hacen su aparición, porque a los más fuertes les cuesta entender a los más débiles. Sin embargo, en los valores del reino de Dios, es precisamente en la debilidad donde se perfecciona su poder (2 Corintios 12: 9). En otras palabras, la paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte. Además, la paciencia nos permite ver el otro lado de las situaciones que de otra forma permanecerían ocultas.
Niño, ¡estate quieto!
En general, dentro del marco familiar, las madres siguen siendo modelos de entrega paciente y comprensión en la educación de los hijos. La mayoría suele guardar gratos recuerdos de su madre; todos tenemos mucho que aprender de ellas.
Ante su nueva responsabilidad, asumen con rapidez que los niños:
1. Hacen cosas de niños.
2. Necesitan atención constante.
3. Tienen horarios diferentes a los de los adultos.
4. Merecen respeto.
5. No tienen prisa.
6. No necesitan hacer muchas cosas, a diferencia de los adultos.
7. Solicitan nuestro tiempo.
Elena White aconseja: «Tened paciencia, padres y madres. Con frecuencia, vuestra negligencia pasada dificultará vuestra obra; pero Dios os dará fuerza si queréis confiar en él. Obrad sabia y tiernamente con vuestros hijos».3
¿Qué hago con mi hijo adolescente?
Los adolescentes proporcionan una fuente inagotable de ocasiones para ejercitar la paciencia. Como padres, estamos llamados a no provocar la ira de nuestros hijos, sino a caminar en la senda de la disciplina y amonestación del Señor (Efesios 6: 4). Como dice el refrán, «Más se consigue con miel que con hiel». Los hijos tienen que ver que sus padres son pacientes, que les hablan con bondad, aun cuando les hagan alguna observación. El que no tiene paciencia no puede exigirla de los demás.
«Los padres y las madres pueden estudiar su propio carácter en sus hijos. A menudo pueden leer lecciones humillantes cuando ven sus propias imperfecciones reproducidas en sus hijos e hijas. Mientras procuran reprimir y corregir en sus hijos las tendencias hereditarias al mal, los padres deben pedir la ayuda de una doble dosis de paciencia, perseverancia y amor».4
No obstante, la paciencia no es sinónimo de esperar indefinidamente, ni de ignorar situaciones insostenibles. Tiene que haber un equilibrio entre tolerancia, justicia y segundas oportunidades. Los límites en cada etapa de la vida, por su parte, garantizan la seguridad y el crecimiento de los integrantes de la familia.
Abuelo, ¿otra vez?
En relación con las personas mayores, que suelen venir aquejados por limitaciones físicas o mentales, el ejercicio de la paciencia es importante, tanto por nuestro propio bien como por el buen trato que merecen. Aprender a valorar su trayectoria de vida y lo que somos gracias a ellos nos ayudará a ser más pacientes. Dios nos ha dejado su promesa al respecto: «Hasta vuestra vejez yo seré el mismo y hasta vuestras canas os sostendré. Yo, el que hice, yo os llevaré, os sostendré y os guardaré» (Isaías 46: 4). Ojalá nunca olvidemos que una vez fuimos niños dependientes y que también seremos mayores.
¿Han tenido paciencia contigo?
La parábola de los dos deudores es paradigmática de la paciencia necesaria en la aplicación de la misericordia a la que estamos llamados (Mateo 18: 23-35). «El hombre puede ser salvo únicamente por medio de la maravillosa paciencia de Dios al perdonarle sus muchos pecados y transgresiones, pero los que son bendecidos por la misericordia de Dios debieran manifestar el mismo espíritu de paciencia y perdón hacia los que constituyen la familia del Señor».5 Piensa en la cantidad de veces que Dios ha tenido paciencia en tu restauración personal. Si recibiste de gracia, no dejes de dar de gracia a tus cercanos (Mateo 10: 8). «Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo» (Lucas 17: 4).
Seamos pacientes con los nuestros, perdonemos de verdad, no solo por obligación. La paz que sigue al perdón no tiene precio. Cuanto mayor sea el cariño en una relación, más paciencia se necesita. Recordemos el amor genuino de 1 Corintios 13 que «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (vers. 7) y hagamos de Cristo el modelo de nuestra vida: «De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros» (Colosenses 3: 13).
Inténtalo de nuevo
Las circunstancias de cada persona pueden ser más complejas de lo que podamos ni siquiera imaginar. Sin embargo, con empatía, siempre tendremos la opción de adoptar una actitud personal positiva y paciente ante los «imposibles»: «Pues os es necesaria la paciencia, para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa» (Hebreos 10: 36).
Recuerda que las carreras de la vida no siempre dependen de la rapidez o de la fuerza, sino de la paciencia y la dependencia de Dios. Es cierto que no siempre resulta práctico ni cómodo esperar, pero con Dios es necesario. Estamos llamados a despojarnos de todo peso y del pecado que nos asedia, y a correr con paciencia (Hebreos 12: 1, 2). Pongamos los ojos en Jesús, pidamos con anhelo la plenitud de su Espíritu Santo para nuestras familias, y vivamos con un corazón tranquilo, armónico, feliz y confiado en el Señor.
1 William Barclay, The Letters to Galatians and Ephesians, Filadelfia: Westminster Press, pág. 50.
2 Elena White, El Deseado de todas las gentes, pág. 54.
3 Elena White, El hogar cristiano, pág. 155.
4 Ibíd, pág. 154.
5 Elena White, Alza tus ojos, pág. 41.
Para compartir
¿Soy lento para la ira, o rápido para condenar? ¿Por qué soy así?
¿Refleja la paciencia que tengo con los demás la misma paciencia que Dios tiene conmigo?
¿Perdono realmente a los demás? ¿O más bien guardo rencores?
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