La MANSEDUMBRE y la familia
En un seminario sobre el fruto del Espíritu, el predicador preguntó a los presentes: «¿Es necesario que todos cultivemos la mansedumbre?». Las respuestas fueron muy variadas y algo confusas. El auditorio no se ponía de acuerdo sobre cuál era la respuesta acertada, debido a que la mayoría de los allí presentes tenían la percepción de que la mansedumbre no debe ser parte de todos, sino que es una virtud manifestada solo en algunas personas. Al escuchar las respuestas, el predicador preguntó: «¿Cuáles son algunos sinónimos de mansedumbre?» Las respuestas más destacadas fueron humildad, sumisión y cobardía.
En el intento de definir a un tipo de persona o un temperamento, existe una inclinación errónea a asociar la mansedumbre con la falta de carácter y motivación, así como con la cobardía. El Diccionario Merriam-Webster define a la persona «mansa» como «deficiente en espíritu y valentía».1
¿Qué es la mansedumbre?
Es la apacibilidad de carácter exenta de altivez o vanidad, que ayuda a las personas a sobrellevar el sufrimiento, a tener paciencia ante las ofensas y a controlar la irritación. Es una de las nueve bienaventuranzas que Jesús incluyó en el Sermón del monte: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mateo 5: 5). La mansedumbre se manifiesta como suavidad y benignidad en la condición o en el trato y está libre de arrogancia o presunción. Los mansos están abiertos al aprendizaje y dispuestos a aceptar la disciplina de la mano de Dios.
En las relaciones humanas, la mansedumbre nos conduce a valorar a las personas sin distinción y a rehusar considerarnos superiores a los demás, lo cual involucra una actitud de rechazo a la desvalorización personal. Es un reconocimiento al valor incalculable que Dios otorga a la humanidad. Sin embargo, la mansedumbre no es una virtud que se manifiesta solo en la relación con nuestros semejantes. En nuestra relación con Dios nos lleva a reconocer que él es la fuente de esa gracia. La Biblia la describe como una actitud mental que se tiene para con Dios y hacia el prójimo. La persona mansa reconoce su necesidad y dependencia, confía en Dios y permite que él lo guíe de acuerdo a su voluntad.
Prautes es el término griego traducido como ‘mansedumbre’, aparece catorce veces en el Nuevo Testamento y hace referencia a la sumisión ante Dios. El término también se usaba para hacer referencia a un animal salvaje que tenía que ser domesticado. El caballo que anteriormente era salvaje pero que ha llegado a ser obediente mediante la brida y el freno llega a ser manso (praus).2 El control ejercido sobre un animal salvaje tiene como resultado su domesticación; el animal no llega a perder su fuerza, pero ha aprendido a controlarla de una manera útil.
Elena White afirma: «El más precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre. Cuando esta gracia preside en el alma, la disposición es modelada por su influencia. Hay un constante esperar en Dios, y una sumisión a la voluntad divina. La comprensión capta toda verdad divina, y la voluntad se inclina ante todo precepto de Dios, sin dudar ni murmurar. La verdadera mansedumbre suaviza y subyuga el corazón, y adecua la mente a la palabra implantada. Coloca los pensamientos en obediencia a Jesucristo. Abre el corazón a la Palabra de Dios […]».3 Los sabios griegos entendían esta palabra como «la capacidad para soportar reproches, no hacer venganzas, soportar la provocación y desarrollar tranquilidad y estabilidad en el espíritu».4 Quien poseía esta cualidad era considerado una persona sabia y fuerte.
La mansedumbre es uno de los beneficios espirituales del fruto del Espíritu (Gálatas 5: 22). Es el resultado de una vida conectada a Cristo, el beneficio espiritual que obtiene quien camina con el Señor. Aporta moderación al enojo, para evitar que llegue a convertirse en ira y que se sufran sus efectos incontrolados. En Efesios 4: 26, Pablo nos exhorta: «Si os enojáis, no pequéis» (CST). El enojo y la indignación son parte de nuestra identidad y habrá situaciones que los provoquen, pero no por eso pecamos, sino por la ira que manifestamos ante la pérdida de control de los nervios en una situación determinada. Cuando la expresión del enojo está mal canalizada, lleva a una conducta desordenada; por eso la Biblia la considera pecado. En nuestras relaciones personales y familiares la mansedumbre juega un papel fundamental como elemento de moderación y sosiego.
Ejemplos bíblicos
Moisés. En Números 12: 3, la Biblia afirma: «Moisés era un hombre muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra». Sin embargo, en uno de los relatos sobre su vida en Egipto podemos apreciar evidencias de una persona que, tratando de imponer su punto de vista, pierde el control de la situación y acaba cometiendo un acto contrario a la Ley de Dios. La vida de Moisés es un ejemplo de la transformación que el Señor puede obrar en el ser humano, cuando se deja guiar por él. El proceso le aportó a Moisés dones que le permitieron gestionar su vida, avanzar y no dejar lugar a la repetición de los errores.
Pedro. Sin lugar a dudas fue uno de apóstoles más destacados. Al inicio de su relación con Jesús era audaz e impulsivo, listo para hablar y actuar bajo el impulso del momento, expresaba sus ideas y corregía a los demás antes de tener una comprensión clara de sí mismo o de lo que tenía que decir. En Marcos 14: 29 prometió no abandonar nunca a Jesús y esa misma noche le negó varias veces. Ante el apresamiento de Jesús reaccionó con violencia (Juan 18: 10), pero la transformación que el Espíritu hizo en su vida nos muestra una versión de Pedro que nada tiene que ver con la anterior: aquí se destaca por aquellas cosas de las que antes carecía.
Jesús. Es el ejemplo supremo de mansedumbre y se caracterizó a sí mismo como tal en Mateo 11: 29: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas». Sometió toda su voluntad al Padre, en su ministerio mostró poder sobre la enfermedad, la naturaleza, los demonios y la muerte. Sus obras fueron un reflejo del poder de Dios, sin cobardía ni orgullo, pero con auténtica mansedumbre. Jesús demostró la mayor virtud de los mansos, valentía sin temeridad, fortaleza sin violencia y victoria sin arrogancia.
La mansedumbre no consiste en ceder continuamente a otros nuestros derechos. No es el camino para desarrollar un carácter débil, sino uno fuerte. Sin embargo, la fortaleza desde el punto de vista bíblico difiere de lo que la sociedad actual suele entender como tal. En 2 Timoteo 2: 25 se aconseja al siervo de Dios a «corregir con mansedumbre a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad». Corregir a otros es una labor que implica valentía, aunque es muy difícil de realizar si la cobardía embarga nuestro corazón. No obstante, con un espíritu manso mostramos la fortaleza adecuada y la flexibilidad necesaria. La mansedumbre bíblica no es una virtud generalizada con la que nacemos, sino un don que, independientemente de cómo seamos, podemos adquirir con la ayuda de Dios. Colosenses 3: 12 nos invita: «Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia». La mansedumbre puede ser parte de nuestro carácter si la pedimos cada día en nuestra comunión con Jesús.
La mansedumbre en la familia
Dentro del marco familiar será muy deseable que sus miembros desarrollen este valor, pues ello llevará a la armonía y ayudará en la toma de decisiones:
1. «Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo» (Filipenses 2: 3). El esposo, la esposa y los hijos mansos comprenden su pequeñez delante de Dios y, al relacionarse entre sí, los estimarán como superiores a sí mismos, buscando el bien de los demás.
2. «Los ojos altivos, el corazón orgulloso y el pensamiento de los malvados, todo es pecado» (Proverbios 21: 4). El orgullo y la superioridad desnaturalizan al ser humano, merman las amistades, rompen las parejas y dividen las familias. Para evitarlas, es clave cultivar la mansedumbre.
3. «Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas» (Santiago 1: 21). Aceptar la voluntad de Dios, a través de su Palabra, trae innumerables beneficios a nuestra vida.
4. «Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado» (Gálatas 6: 1). Al corregir un error y tratar con aquellos que están en oposición debemos hacerlo con un espíritu manso: «Porque el siervo del Señor no debe ser amigo de contiendas, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe corregir con mansedumbre a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad» (2 Timoteo 2: 24, 25).
5. «Yo, pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados: con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor» (Efesios 4: 1, 2). Cuando en la familia se ejercita la mansedumbre en las situaciones cotidianas, ello dará como resultado una relación armoniosa y paciente.
1 Merriam-Webster Dictionary, consultado: 25 de noviembre de 2016.
2 W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Anti- guo y del Nuevo Testamento exhaustivo de Vine, Nash- ville, TN: Grupo Nelson, 2007, pág. 530.
3 Elena White, La edificación del carácter, pág. 13.
4 William Barclay, New Testament Words, Louisville, KY, Westminster: John Knox Press, 1974, pág. 241.
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¿Te consideras una persona mansa? ¿Te identificas con algún rasgo de la persona cuya actitud se caracteriza por la mansedumbre?
¿Cómo puedes mostrar este fruto del Espíritu a los demás?
¿Qué efectos crees que ocasionará una actitud mansa por tu parte en tu familia?
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