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Los dos testigos

“ ‘La hierba se seca, la flor se cae; pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre’ ” (Isaías 40:8).

A lo largo de los siglos, la Palabra de Dios también ha sido despedaza, cuestionada, descartada, encadenada en monasterios y quemada en plazas públicas. A pesar de todo, la Escritura ha prevalecido.

La iglesia medieval persiguió a los cristianos fieles que creían en la Biblia. No obstante, la Palabra de Dios echó luz sobre la oscuridad. La opresión y la persecución no detuvieron la proclamación de la verdad. Cuando el traductor de la Biblia inglesa William Tyndale fue juzgado por su fe, le preguntaron quién lo había ayudado más a difundir la Palabra de Dios. Reflexionó sobre la pregunta y respondió: “el obispo de Durham”. Los magistrados se quedaron consternados. Tyndale explicó que, en una ocasión, el obispo compró una provisión de sus Biblias y las quemó públicamente. Lo que el obispo no sabía era que había comprado las Biblias a un precio mucho más alto de lo habitual. Con el dinero obtenido, Tyndale pudo imprimir muchas más Biblias de las que se quemaron. La verdad aplastada en el polvo se ha levantado una y otra vez para brillar en todo su esplendor.

Esta semana, exploramos uno de los ataques más despiadados contra las Escrituras y la fe cristiana. Durante la Revolución Francesa, la sangre corrió por las calles de Francia. La guillotina se instaló en la plaza pública de París, y miles fueron masacrados. El ateísmo se convirtió en la religión del Estado. Sin embargo, el testimonio de la Palabra de Dios no pudo ser silenciado.

La lección de esta semana se basa en El conflicto de los siglos, capítulos 12 al 17.

I. DOS TESTIGOS

Lee Apocalipsis 11:3 al 6. Enumera cinco rasgos identificadores de los dos testigos que encuentres en este pasaje.

En Zacarías 4, el profeta vio dos olivos a ambos lados de un candelabro de oro, la misma imagen que encontramos aquí, en Apocalipsis 11. Se le dice a Zacarías que esto representa a “los dos ungidos que están ante el Señor de toda la tierra” (Zac. 4:14). Los olivos alimentan de aceite el candelabro para que siga alumbrando. Nos recuerda lo que escribió el salmista: “Lámpara es para mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” (Sal 119:105). El aceite representa al Espíritu Santo (Zac. 4:2, 6). La visión de Juan en Apocalipsis 11 describe la proclamación de la Palabra de Dios con el poder del Espíritu Santo para iluminar el mundo.

Estos dos testigos pueden profetizar e impedir que caiga lluvia durante el tiempo que ellos predigan. Pueden convertir el agua en sangre y azotar la Tierra con plagas. Por la palabra de Dios, Elías dijo que no caería lluvia sobre Israel, y en respuesta a su oración no hubo lluvia durante tres años y medio (ver Sant. 5:17). Entonces oró a Dios, y volvió a llover después de que los falsos profetas de Baal no lograran acabar con la sequía (1 Rey. 17; 18). Moisés, por medio de la Palabra de Dios, hizo caer plagas de todo tipo sobre los egipcios, incluyendo la de convertir el agua en sangre, porque el faraón se negó a dejar libre al pueblo de Dios (Éxo. 7).

Los que intenten dañar las Escrituras serán consumidos por el fuego que sale de su boca. Dios dice: “Porque hablaron esa palabra, yo pongo en tu boca mis palabras por fuego, y a este pueblo por leña, y los consumirá” (Jer. 5:14). La Palabra de Dios pronuncia juicio sobre todos los que la rechazan. Su palabra es como fuego en la boca.

En Juan 5:39, Jesús declara que las Escrituras del Antiguo Testamento testifican (dan testimonio) de él. También dice que el evangelio se proclamará “por testimonio” a todo el mundo (Mat. 24:14); y el Nuevo Testamento, junto con el Antiguo Testamento, será la base de ese testimonio. Una palabra de la misma raíz (martys) que las palabras para testigo utilizadas en estos dos versículos aparece en Apocalipsis 11:3.

¿Quiénes son esos dos testigos? En vista de estos aspectos bíblicos y de las características dadas en Apocalipsis 11, podemos concluir (aunque no dogmáticamente) que los dos testigos son las Escrituras del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, que comunican la luz y la verdad de Dios al mundo.

Muchos cristianos de hoy tienden a restar importancia al Antiguo Testamento, a tacharlo de irrelevante e innecesario porque tenemos el Nuevo Testamento. ¿Qué tiene de malo esa actitud?

II. PERÍODOS PROFÉTICOS

Compara Apocalipsis 11:3 con 12:5, 6, 14 y 15; y Daniel 7:25. ¿Qué similitudes ves en estos períodos proféticos?

Los dos testigos “profetizarán vestidos de saco durante mil doscientos sesenta días” (Apoc. 11:3). Este es el mismo período que los 42 meses durante los cuales los “gentiles” (los que se oponen a la verdad de Dios) pisotearán la ciudad santa (Apoc. 11:2). Los enemigos de Dios pisotean la verdad de Dios durante 1.260 días (42 x 30 = 1.260; cada día simboliza un año en la profecía apocalíptica); y los dos testigos de Dios, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, profetizan contra ellos durante este mismo tiempo.

Como ya hemos visto (ver lección 4), Daniel 7:25 dice que el poder del cuerno pequeño, que surgiría de la desintegración del Imperio Romano, perseguiría al pueblo de Dios “por un tiempo, dos tiempos y medio tiempo”. Un “tiempo” es un año (360 días). Por lo tanto, tres veces y media equivalen a 1.260 días.

Apocalipsis 12:6 y 13 habla de 1.260 días de persecución para el pueblo de Dios. Apocalipsis 12:14 habla de un tiempo, dos tiempos y medio tiempo. Apocalipsis 13:5 habla de 42 meses. En Apocalipsis 11:2 y 3, encontramos que se mencionan tanto los 42 meses como los 1.260 días. Todas estas profecías describen diferentes aspectos del mismo período histórico.

Cuando se descuida la autoridad de las Escrituras, emergen otras autoridades (humanas) en su lugar. Esto a menudo conduce a la persecución de quienes defienden la Palabra de Dios, lo que sucedió durante el tiempo de la dominación papal, desde 538 d.C. hasta 1798 d.C., cuando la iglesia medieval descendió a una profunda oscuridad espiritual. Los decretos de los hombres sustituyeron a los mandamientos de Dios. Las tradiciones humanas eclipsaron la sencillez del evangelio. La Iglesia Romana se unió al poder secular para extender su autoridad sobre toda Europa.

Durante estos 1.260 años, la Palabra de Dios (sus dos testigos) se vistió de cilicio. Sus verdades quedaron ocultas bajo un vasto cúmulo de tradiciones y rituales. Estos dos testigos seguían profetizando; la Biblia seguía hablando. Aun en medio de esta oscuridad espiritual, la Palabra de Dios se conservó. Había quienes la apreciaban y vivían según sus preceptos. Pero, en comparación con las masas de Europa, eran pocos. Los valdenses, Juan Hus, Jerónimo, Martín Lutero, Ulrico Zwinglio, Juan Calvino, Juan y Carlos Wesley, y una multitud de otros reformadores, fueron fieles a la Palabra de Dios tal como ellos la entendían.

¿Cuáles son algunas de las enseñanzas actuales, que muchos cristianos defienden, que se basan en la tradición y no en la Palabra de Dios?

III. LOS DOS TESTIGOS ASESINADOS

Lee Apocalipsis 11:7 al 9. Teniendo en cuenta que el lenguaje es simbólico, ¿qué predicen estos versículos que les sucedería a los dos testigos de Dios, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento?

En 538 d.C., con el Imperio Romano pagano ya derrumbado, Justiniano, el emperador romano, entregó la autoridad civil, política y religiosa al papa Vigilio. Comenzaba el largo período de dominación de la iglesia medieval, que continuó hasta 1798 d.C. El general francés Berthier, siguiendo órdenes de Napoleón, marchó sin oposición hacia Roma el 10 de febrero de 1798. El papa Pío VI fue tomado cautivo y llevado a Francia, donde murió. Esta fecha marca el fin proféticamente predicho de la autoridad secular de la Iglesia Romana, los 1.260 días, o años, como se describe en Daniel y Apocalipsis (ver el estudio de ayer).

¡Qué poderosa manifestación de la verdad de la profecía bíblica! Daniel predijo con exactitud acontecimientos que ocurrieron 2.300 años después. Efectivamente, podemos confiar en las profecías dadas en la Biblia.

Mientras tanto, durante todo este tiempo, la verdad del evangelio se mantuvo viva gracias al testimonio de la Palabra. Pero había desafíos aún mayores que amenazaban la verdad bíblica. La bestia que ascendió del abismo (Satanás) hizo guerra contra las Escrituras. Inició nuevos asaltos a la autoridad de la Biblia mediante la Revolución Francesa, que comenzó en 1789.

En la Revolución Francesa, el Gobierno estableció oficialmente el Culto de la Razón como una religión atea patrocinada por el Estado, con la intención de reemplazar al cristianismo. El 10 de noviembre de 1793 se celebró en todo el país el “festival de la razón”. Las iglesias de toda Francia se convirtieron en templos de la razón, y una mujer fue entronizada como diosa de la razón. Se quemaron Biblias en las calles y se declaró que Dios no existía. Satanás obró mediante hombres impíos para matar a los dos testigos de Dios. Sus cadáveres quedaron “en la plaza de la gran ciudad, que simbólicamente se llama Sodoma y Egipto, donde también su Señor fue crucificado” (Apoc. 11:8).

Egipto tenía una cultura politeísta y negaba al Dios verdadero (ver Éxo. 5:2). Sodoma representa la inmoralidad flagrante. En la Revolución Francesa, los dos testigos de Dios, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, murieron debido al ateísmo y la inmoralidad que corrían desenfrenados a medida que las restricciones morales se desataban en la revolución y el derramamiento de sangre.

Apocalipsis 11:9 dice que el cuerpo de los dos testigos permanecería sin sepultura durante “tres días y medio”; es decir, “días” proféticos que representan tres años y medio literales. El ateísmo de la Revolución Francesa tuvo su apogeo durante unos tres años y medio. Este período se extendió desde el 26 de noviembre de 1793, cuando un decreto emitido en París abolió la religión, hasta el 17 de junio de 1797, cuando el Gobierno francés eliminó sus leyes religiosas restrictivas.

IV. LOS DOS TESTIGOS RESUCITAN

Lee Apocalipsis 11:11. ¿Qué predice este texto sobre la Palabra de Dios?

Al final de la Revolución Francesa, la Palabra de Dios, en sentido figurado, resucitaría. Habría un poderoso reavivamiento. Gran temor les sobrevendría a quienes vieran que la Palabra de Dios una vez más se convertiría en el poder vivo de Dios para salvación. A fines del siglo XVIII, Dios suscitó a hombres y mujeres que se comprometieron a llevar el evangelio hasta los confines de la Tierra. Hubo gente que difundió rápidamente el mensaje de la Biblia, como William Carey, que viajó a la India y tradujo la Biblia a docenas de dialectos indios. Se enviaron misioneros por todo el mundo, impulsados por el poder de la Biblia.

No es casualidad que estos esfuerzos misioneros mundiales surgieran después de la Revolución Francesa. La Palabra de Dios es una Palabra viva y, aunque para muchos parecía “muerta”, seguía viva en el corazón de los creyentes y resucitaría plenamente, como predecían las profecías del Apocalipsis. “El incrédulo Voltaire dijo con arrogancia en cierta ocasión: ‘Estoy cansado de oír de continuo que doce hombres establecieron la religión cristiana. Yo he de probar que un solo hombre basta para destruirla’. Han transcurrido varias generaciones desde que Voltaire murió y millones de hombres han secundado su obra de propaganda contra la Biblia. Pero lejos de agotarse la circulación del precioso libro, allí donde había cien ejemplares en tiempo de Voltaire hay diez mil hoy en día, por no decir cien mil. Como dijo un antiguo reformador sobre la iglesia cristiana: ‘La Biblia es un yunque sobre el cual se han gastado muchos martillos’” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 289).

Lee Salmos 119:89; y 111:7 y 8. ¿Qué nos dicen estos pasajes acerca de la Biblia, y por qué podemos confiar en ella?

La Palabra de Dios puede ser atacada o suprimida, pero nunca será erradicada. Incluso muchos que profesan ser cristianos socavan su autoridad de diversas maneras, cuestionando partes de la Biblia o haciendo tanto hincapié en los elementos humanos que casi pierde su sello divino, y la verdad de Dios se ve socavada.

En ningún caso debemos dejarnos seducir por estos ataques a la Palabra de Dios. Hoy sigue viva, habla al corazón humano, e insufla nueva vida a quienes están dispuestos a escuchar la Palabra y seguir sus enseñanzas.

¿Qué profecías en particular te hablan a ti, personalmente, y por qué?

V. LA VERDAD TRIUNFANTE

A pesar de los ataques del enemigo, la obra de Dios en la Tierra llegará a un clímax glorioso. El evangelio se predicará a “toda nación y tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6). El gran conflicto entre Cristo y Satanás terminará cuando Cristo derrote completamente a los poderes del infierno. El Reino de Dios triunfará sobre el mal, y el pecado será erradicado para siempre del universo. Apocalipsis 11comienza con el intento de Satanás, mediante la Revolución Francesa, de destruir la fe cristiana y erradicar la creencia en Dios, pero el capítulo termina con el triunfo del Reino de Dios sobre los principados y las potestades del mal. Es un estímulo para todos los que sobrellevan duras pruebas por la causa de Cristo y su verdad.

Lee Apocalipsis 11:15 al 18. Según estos versículos, ¿qué acontecimientos tendrán lugar en el tiempo del fin cuando suene la séptima trompeta?

Los reinos de este mundo llegarán a ser los reinos de nuestro Señor. Cristo es victorioso. El mal es derrotado. Jesús gana y Satanás pierde. La justicia triunfa. Reina la verdad. Haríamos bien en prestar atención a la siguiente instrucción: “Lo que se edifique sobre la autoridad de los hombres será derribado; pero lo que se cimente sobre la roca de la inalterable Palabra de Dios permanecerá para siempre” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 289).

Lee Apocalipsis 11:19. ¿Qué vio Juan abierto en el Cielo? Y ¿qué vio cuando miró el Cielo por dentro?

El Templo de Dios en el Cielo se abrió a la vista de Juan. Al contemplar el Lugar Santísimo, vio el Arca del Pacto. En el Santuario del Antiguo Testamento, que era un tipo inspirado en el modelo del gran original en el Cielo, la gloriosa presencia de Dios se revelaba entre las dos figuras angélicas formadas en la cubierta del Arca del Pacto. Dentro del Arca estaba la Ley de Dios. Aunque somos salvos solo por la gracia mediante la fe, la obediencia a la Ley de Dios revela si nuestra fe es auténtica. La Ley de Dios es la base, o norma, del Juicio (Sant. 2:12). Este hecho adquiere especial importancia y relevancia en el tiempo del fin (ver Apoc. 12:17; 14:12).

¿De qué manera nos habla hoy el sorprendente contraste entre la impiedad de la Revolución Francesa y el glorioso clímax que se describe en Apocalipsis 11?

CONCLUSIÓN

“Cuando la Biblia fue prohibida por las autoridades civiles y religiosas; cuando su testimonio fue pervertido y se hizo cuanto pudieron inventar los hombres y los demonios para desviar de ella la mente de la gente; cuando los que osaban proclamar sus verdades sagradas fueron perseguidos, traicionados, torturados, confinados en mazmorras, martirizados por su fe u obligados a refugiarse en las fortalezas de las montañas y en las cavernas y las cuevas de la Tierra, entonces los fieles testigos profetizaron vestidos de sacos. Sin embargo, siguieron dando su testimonio durante todo el período de 1.260 años. Aun en los tiempos más sombríos hubo hombres fieles que amaron la Palabra de Dios y fueron celosos de su honor. A esos fieles siervos de Dios les fueron dados sabiduría, poder y autoridad para divulgar su verdad durante todo ese tiempo” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 271).

“Cuando Francia rechazó a Dios y descartó la Biblia públicamente, hubo impíos y espíritus de las tinieblas que se llenaron de júbilo por haber logrado el objetivo tanto tiempo deseado: un reino libre de las restricciones de la Ley de Dios. [...] Fue retirado en gran medida el poder restrictivo del Espíritu de Dios, el que impone un freno al poder cruel de Satanás, y se le permitió al que solo se deleita en los sufrimientos de la humanidad que hiciese su voluntad. Los que habían preferido servir a la rebelión cosecharon sus frutos hasta que la Tierra se llenó de crímenes tan horrendos que la pluma se resiste a describirlos. De las provincias devastadas y las ciudades arruinadas se oía un clamor terrible; un clamor de angustia amarguísimo. Francia se estremecía como sacudida por un terremoto. La religión, la ley, el orden social, la familia, el Estado y la Iglesia; todo lo abatía la mano impía que se levantara contra la Ley de Dios” (ibíd., p. 287).

“A menos que la iglesia siga el sendero que le abre la Providencia y, al aceptar cada rayo de luz, cumpla todo deber que le sea revelado, la religión degenerará inevitablemente en la mera observancia de las formas y el espíritu de piedad vital desaparecerá” (ibíd., p. 316).

Preguntas para dialogar:

¿Cómo se revelan en la Revolución Francesa los principios del Gran Conflicto?

Al argumentar que Dios no existe, alguien escribió que “somos libres de establecer nuestras propias metas y de aventurarnos a cruzar cualquier frontera intelectual sin buscar señales de prohibido el paso”. ¿Por qué la frase “sin buscar señales de prohibido el paso” es tan instructiva acerca de los motivos que muchos esgrimen para rechazar a Dios? ¿Cómo podrían estas ideas ayudar a explicar parte de lo que ocurrió en la Revolución Francesa?

¿Qué importancia tiene la visión de Juan sobre el Santuario en relación con los acontecimientos finales?

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