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Guárdense de toda avaricia - Hasta que él venga

“Y les dijo: ‘¡Cuidado! Guárdense de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee’ ” (Lucas 12:15).

La codicia se define como un deseo desmesurado de riquezas o posesiones que en realidad no nos pertenecen. La codicia es un gran problema, tanto que, por cierto, está al mismo nivel que no mentir, no robar, no asesinar; es tan dañina que Dios decidió advertir sobre ella en su gran Ley Moral. “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la esposa de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20:17).

"La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás se haya reñido. El rendirse a sí mismo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha; mas para que el alma sea renovada en santidad, debe someterse antes a Dios… [Dios] nos presenta la gloriosa altura a la cual quiere elevarnos mediante su gracia. Nos invita a entregarnos a él para que pueda cumplir su voluntad en nosotros. A nosotros nos toca decidir si queremos ser libres de la esclavitud del pecado para compartir la libertad gloriosa de los hijos de Dios (CC, 43, 44).

La codicia, o avaricia, a menudo figura junto a los pecados atroces que nos impedirán la entrada al Reino de Dios. “¿No saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No yerren, que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6:9, 10).

¿La codicia, a la altura de la extorsión, la idolatría, la fornicación y el adulterio? Eso es lo que dicen los versículos, y esta semana veremos ejemplos de su pecaminosidad y lo que podemos hacer para superarla.

“Sin embargo, grande ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y nada podremos llevar. Así, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos. Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y perniciosas, las cuales hunden a los hombres en ruina y perdición. El amor al dinero es la raíz de todos los males; y algunos, por esa codicia, se desviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores” 1 Timoteo 6:6-10

¿Quiénes “fueron traspasados [ellos mismos y otros] de muchos dolores”? Hay muchos ejemplos, ¿verdad? ¿Cómo podemos encontrar el equilibrio correcto, sabiendo que necesitamos dinero para vivir pero sin caer en la trampa de la que Pablo advierte aquí?

¿Qué otras cosas, además del dinero, podemos codiciar?

¿Cuál es la diferencia entre un deseo legítimo de algo y la codicia? ¿Cuándo podría un legítimo deseo de algo convertirse en codicia?

I. EL PECADO ORIGINAL DEFINITIVO

A menudo se plantea la cuestión, y es comprensible, acerca de cómo surgió el pecado en el Universo de Dios. Entendemos cómo, por lo menos en parte. Y en esencia, fue por codicia. Por ende, quizá la codicia sea el pecado original definitivo.

"¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. 13 Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; 14 sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo."  Isaías 14:12-14.

¿Qué papel crucial jugó la codicia en la caída de Lucifer?

“Descontento con su posición, y a pesar de ser el ángel que recibía más honores entre las huestes celestiales, se aventuró a codiciar el homenaje que solo debe darse al Creador. En vez de procurar el ensalzamiento de Dios como supremo en el afecto y la lealtad de todos los seres creados, trató de obtener para sí mismo el servicio y la lealtad de ellos. Y, codiciando la gloria con que el Padre infinito había investido a su Hijo, este príncipe de los ángeles aspiraba al poder que solo era un privilegio de Cristo” (PP,  13, 14).

"Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios". Efesios 5:5

"Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría". Colosenses 3:5. 

¿Con qué equipara Pablo la codicia, y por qué?

Es fascinante notar que dos veces Pablo compara la codicia con la idolatría. La gente practica la idolatría cuando adora, es decir, dedica su vida a algo que no es Dios, algo creado en vez de al Creador (Romanos 1:25). Codiciar, entonces, ¿podría ser desear algo que no deberíamos tener, y desearlo tanto que nuestro deseo por ello (antes que por el Señor) se convierta en el centro de nuestro corazón?

Indudablemente, al principio Lucifer no sabía a dónde lo llevarían sus deseos equivocados. Lo mismo puede ocurrir con nosotros. El mandamiento contra la codicia, el único Mandamiento que se ocupa únicamente de los pensamientos, puede evitar que realicemos actos que también lleven a la violación de otros Mandamientos. (Ver, por ejemplo, 2 Samuel 11)

"Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar". 1 Timoteo 6:6 y 7.

Centrarnos en lo que Pablo escribe aquí, ¿cómo puede ayudarnos a protegernos de la codicia?

"Muchos que pretenden creer en Dios lo niegan con sus obras. Su adoración del dinero, las casas y los terrenos los señalan como idólatras y apóstatas. Todo egoísmo es codicia, y por lo tanto es idolatría. Muchos que han hecho inscribir sus nombres en los libros de la iglesia como creyentes en Dios y en la Biblia, están adorando los bienes que el Señor les ha confiado para que ellos fuesen sus administradores. No se inclinan literalmente ante su riqueza terrenal, pero esta de todos modos es su dios. Son adoradores de Mamón. Honran las cosas de este mundo con un homenaje que pertenece al Creador. El que ve y conoce todas las cosas registra la falsedad de su profesión de piedad. Dios queda excluido del templo del alma de un cristiano mundano, a fin de que la política mundanal tenga abundante lugar. El dinero es su dios. Pertenece a Jehová, pero aquel a quien ha sido confiado rehúsa dejarlo fluir en términos de obras de benevolencia. Si lo hubiese utilizado de acuerdo con el propósito de Dios, el incienso de sus buenas obras habría ascendido al cielo, y de miles de almas convertidas se habrían oído los himnos de alabanza y agradecimiento (CSMC, 235).

"La religión pura proporciona paz, felicidad, contento; la piedad es provechosa para esta vida y la vida venidera. Esa inquietud y descontento que termina en enojo y queja es pecaminosa; pero el descontento con uno mismo que induce a un esfuerzo más ferviente para lograr un aprovechamiento de la mente, para alcanzar un campo más amplio de utilidad es digno de alabanza. Este descontento no termina en disgusto, sino en la reunión de fuerza para alcanzar un campo más extenso y elevado de utilidad. Estad siempre equilibrados únicamente por un principio religioso firme y una conciencia sensible, teniendo siempre el temor de Dios ante vosotros, y ciertamente prosperaréis en vuestra preparación para una vida de utilidad (NEV, 244).

II. UN ANATEMA EN EL CAMPAMENTO

Podría decirse que fue uno de los momentos más grandiosos en la historia de Israel. Después de cuarenta años de vagar por el desierto, finalmente estaban entrando en la Tierra Prometida. Mediante un milagro impresionante, los hijos de Israel cruzaron el río Jordán por tierra firme en la época en que este se inundaba. Esta travesía por tierra firme fue tan impresionante que el corazón de los reyes paganos de Canaán se derritió y no tuvieron ánimo para pelear (Josué 5:1).

El primer desafío real en la conquista de Canaán fue la ciudad amurallada y fortificada de Jericó. Nadie sabía qué hacer para derrotar a los habitantes de Jericó, ni siquiera Josué. En respuesta a la oración de Josué, Dios le reveló el plan para la destrucción de la ciudad, el cual siguieron. Pero luego de esa victoria las cosas tomaron un giro decididamente malo.

¿Qué sucedió en Josué 7, después de la poderosa victoria en Jericó, y qué mensaje debemos extraer de esta historia para nosotros?

Una vez confrontado, Acán admitió lo que hizo, diciendo que había “codiciado” esos bienes. La palabra hebrea traducida allí como “codicié”, chmd, se utiliza en algunos lugares de la Biblia en un sentido muy positivo. La misma raíz aparece en Daniel 9:23, por ejemplo, cuando Gabriel le dijo a Daniel que era un hombre “muy amado”.

Sin embargo, en este caso, este chmd era una mala noticia. A pesar de la clara orden de no saquear para sí de las ciudades capturadas (Josué 6:18, 19), Acán hizo exactamente eso, y desprestigió a toda la nación. De hecho, después de la derrota de Hai, Josué temía que “los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?” (Josué 7:9). En otras palabras, el Señor quería utilizar estas grandes victorias como una manera de hacer saber a las naciones vecinas de su poder y su obra entre su propio pueblo. Sus conquistas iban a ser (de una manera diferente) un testimonio para las naciones del poder de Jehová. Por supuesto, después del fiasco de Hai, además de las pérdidas humanas, ese testimonio se había visto comprometido.

Piensa en la facilidad con la que Acán podría haber justificado sus acciones: “Bueno, es una cantidad tan pequeña en comparación con todo el resto del botín. Nadie lo sabrá, y ¿qué mal puede causar? Además, mi familia necesita el dinero”. ¿Cómo podemos protegernos de este tipo de racionalización peligrosa?

"El que considera las cosas terrenales como el mayor bien, el que dedica su vida al esfuerzo de obtener riquezas mundanales, ciertamente está haciendo una pobre inversión. Cuando sea demasiado tarde verá que aquello en que confía se desmorona en el polvo. Solo mediante la abnegación, mediante el sacrificio de las riquezas terrenales, se pueden obtener las riquezas eternas. El cristiano entra en el reino de los cielos por medio de mucha tribulación. Constantemente debe librar la buena batalla, y no deponer sus armas hasta que Cristo le dé reposo. Solo al dar a Jesús todo lo que tiene puede asegurarse la herencia que durará por toda la eternidad". (CDCD, 150).

"El hombre debe despojarse de sí mismo antes que pueda ser, en el sentido más pleno, creyente en Jesús. Entonces el Señor puede hacer del hombre una nueva criatura. Los nuevos odres pueden contener el nuevo vino. El amor de Cristo animará al creyente con nueva vida. En aquel que mira al Autor y Consumador de nuestra fe, se manifestará el carácter de Cristo". (DTG, 246).

III. EL CORAZÓN DE JUDAS

Una de las historias más trágicas de la Biblia es la de Judas Iscariote. Este hombre tuvo un privilegio que solo han tenido otras once personas en toda la historia del mundo: haber estado con Jesús en persona todo ese tiempo y haber aprendido las verdades eternas directamente del Maestro. Qué triste es que muchos que nunca tuvieron nada ni remotamente parecido a las oportunidades que tuvo Judas se salvarán, mientras que ahora sabemos de Judas que está destinado a la destrucción eterna.

¿Qué sucedió? La respuesta la hallamos en una palabra: codicia, los deseos de su corazón.

En el episodio de Juan 12:1-8. ¿Qué hizo María que llamó tanto la atención durante la fiesta? ¿Cómo reaccionó Judas? ¿Por qué? ¿Cuál fue la respuesta de Jesús?

La amable reprensión del Salvador al comentario codicioso de Judas lo llevó a abandonar la fiesta e ir directamente al palacio del sumo sacerdote, donde estaban reunidos los enemigos de Jesús. Ofreció entregar a Jesús en sus manos por una suma mucho menor que el regalo de María. (Ver Mateo 26:14–16.)

¿Qué le pasó a Judas? Después de tener tantas oportunidades maravillosas, tantos privilegios excepcionales, ¿por qué haría algo tan malo? Según Elena de White, Judas “amó al gran Maestro y deseó estar con él. Sintió un deseo de ser transformado en su carácter y su vida, y quiso experimentarlo relacionándose con Jesús. El Salvador no rechazó a Judas. Le dio un lugar entre los Doce. Le confió realizar la obra de un evangelista. Lo dotó de poder para sanar a los enfermos y expulsar a los demonios. Pero Judas no llegó al punto de entregarse por entero a Cristo” (DTG, 664).

"El dinero constituía una tentación continua para Judas, y de tiempo en tiempo, cuando hacía un pequeño servicio para Cristo o dedicaba un poco de tiempo a propósitos religiosos, se pagaba a sí mismo de los exiguos fondos recogidos para hacer avanzar la luz del evangelio. Finalmente se volvió tan avaro, que se quejó amargamente porque el ungüento derramado sobre la cabeza de Jesús era muy caro. Le dio vueltas al asunto una y otra vez, y calculó el dinero que podría haber sido colocado en sus manos para gastar, si ese ungüento hubiera sido vendido. Su egoísmo se fortaleció hasta que sintió que la tesorería había verdaderamente sufrido una gran pérdida al no recibir el valor del ungüento en dinero. Finalmente se quejó abiertamente de la extravagancia que significaba esta valiosa ofrenda para Cristo. Nuestro Salvador lo reprendió por su codicia. La reprensión irritó el corazón de Judas, hasta que, por una pequeña suma de dinero, consintió en traicionar a su Señor. Entre los guardadores del sábado habrá quienes en su corazón no son más fieles de lo que era Judas (4TI, 45, 46).

Al fin y al cabo, todos tenemos defectos de carácter que, si nos rendimos, podremos superar mediante el poder de Dios que obra en nosotros. Pero Judas no se entregó completamente a Cristo, y el pecado de la avaricia, que podría haber vencido con el poder de Cristo, lo venció a él, con resultados trágicos.

"Judas poseía cualidades valiosas, pero en su carácter había algunos rasgos que debían ser extirpados antes que él pudiera salvarse. Debía nacer de nuevo, no de una semilla corruptible sino de una incorruptible. Su gran tendencia heredada y cultivada hacia el mal era la codicia. Y esta, mediante la práctica, se convirtió en un hábito que él hizo intervenir en todas sus transacciones… Tuvo toda oportunidad posible de recibir a Cristo como su Salvador personal, pero rehusó este don. No quiso someter a Cristo sus métodos y su voluntad. No practicó lo que contrariaba sus inclinaciones personales, y por lo tanto su espíritu muy avariento no fue corregido. Mientras continuó siendo un discípulo exteriormente, y hasta en la presencia misma de Cristo, se apoderaba de los recursos que pertenecían a la tesorería del Señor… Judas pudo haber recibido el beneficio de estas lecciones, si hubiera poseído el deseo de tener un corazón recto; pero su tendencia a adquirir lo venció, y el amor al dinero se convirtió en una fuerza predominante. Mediante la indulgencia permitió que este rasgo creciera en su carácter y arraigara profundamente, a tal punto que desplazó la buena semilla de la verdad sembrada en su corazón (CSMC, 231, 232).

¿Quién de nosotros no lucha contra la codicia por una cosa u otra? En este caso, lo que codiciaba era el dinero, y esa avaricia, un problema del corazón, lo llevó a robar (Juan 12:6), y finalmente lo llevó a traicionar a Jesús.

Qué terrible lección para todos nosotros sobre el peligro que puede ocasionar la codicia. Lo que parece una cosa pequeña, un simple deseo del corazón, puede llevar a la calamidad y a la pérdida eterna.

IV. ANANÍAS Y SAFIRA

Era una época emocionante para ser miembro de la iglesia. Después del gran derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, los apóstoles predicaban el evangelio con poder y miles se unían a la iglesia.

“Después de haber orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con valentía la palabra de Dios. La multitud de los que habían creído era de un corazón y un pensamiento. Y ninguno decía ser suyo nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hechos 4:31, 32).

Qué privilegio tuvieron Ananías y Safira de formar parte de la iglesia primitiva, verla crecer y ver la manifestación del Espíritu Santo de una manera tan marcada. “Ningún necesitado había entre ellos, porque todos los que poseían heredades, o casas, las vendían y traían el precio de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y era repartido a cada uno según su necesidad” (Hechos 4:34, 35).

En este escenario, Ananías y Safira, obviamente impresionados por lo que estaba sucediendo, quisieron ser parte de ello y decidieron vender una propiedad y contribuir con las ganancias a la iglesia. Hasta aquí, todo bien...

En el episodio en Hechos 5:1 al 11. ¿Qué crees que fue peor, retener parte del dinero o mentir al respecto? ¿Por qué un castigo tan duro?

Al principio, parecían sinceros en su deseo de dar para la obra. Sin embargo, “más tarde, Ananías y Safira agraviaron al Espíritu Santo cediendo a sentimientos de codicia. Empezaron a lamentar su promesa, y pronto perdieron la dulce influencia de la bendición que había encendido sus corazones con el deseo de hacer grandes cosas en favor de la causa de Cristo” (HAp, 60). En otras palabras, aunque habían comenzado con la mejor de las motivaciones, su codicia finalmente hizo que mostraran una fachada y pretendieran ser lo que en realidad no eran.

“Y vino un gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas” (Hechos 5:11). Después de este incidente, la gente seguramente tuvo más cuidado al devolver su diezmo. Pero este triste relato no se incluyó en la Biblia como una advertencia sobre la fidelidad en el diezmo. ¿Qué nos enseña? ¿A dónde puede conducirnos la codicia?

V. CÓMO VENCER LA CODICIA

La codicia es un problema del corazón, y al igual que el orgullo y el egoísmo, a menudo pasa desapercibida; por eso puede ser tan mortal y engañosa. Ya es bastante difícil vencer los pecados que son obvios: la mentira, el adulterio, el robo, la idolatría, la transgresión del sábado. Pero estos son actos externos, cosas en las que tenemos que pensar antes de hacerlas. Pero, ¿cómo hacer para superar los pensamientos equivocados? Eso se pone difícil.

"La codicia es un mal que se desarrolla gradualmente. Acán albergó avaricia en su corazón hasta que ella se hizo hábito en él y le ató con cadenas casi imposibles de romper. Aunque fomentaba este mal, le habría horrorizado el pensamiento de que pudiera acarrear un desastre para Israel; pero el pecado embotó su percepción, y cuando le sobrevino la tentación cayó fácilmente.
¿No se cometen aun hoy pecados semejantes a ése, y frente a advertencias tan solemnes y explícitas como las dirigidas a los israelitas? Se nos prohíbe tan expresamente albergar la codicia como se le prohibió a Acán que tomara despojos en Jericó. Dios declara que la codicia o avaricia es idolatría. Se nos amonesta:… “Mirad, y guardaos de toda avaricia”. Lucas 12:15… Tenemos ante nosotros la terrible suerte que corrieron Acán, Judas, Ananías y Safira. Y aun antes de estos casos tenemos el de Lucifer, aquel “hijo de la mañana” que, codiciando una posición más elevada, perdió para siempre el resplandor y la felicidad del cielo. Y no obstante, a pesar de todas estas advertencias, la codicia reina por todas partes (PP, 530).

"No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar". 1 Corintios 10:13.

¿Qué promesa encontramos aquí, y por qué es tan importante entender esto en el contexto de la codicia?

"Dios proveyó para que no seamos tentados más allá de lo que podemos soportar, y que para toda tentación preparará una salida. Si vivimos totalmente para Dios, no permitiremos que nuestra mente se entregue a imaginaciones egoístas.
Si de alguna manera Satanás puede obtener acceso a la mente, sembrará su cizaña y la hará crecer al punto de producir una cosecha abundante. En ningún caso puede Satanás dominar los pensamientos, palabras y actos, a menos que voluntariamente le abramos la puerta y le invitemos a pasar. Entrará entonces y, arrebatando la buena semilla del corazón, anulará el efecto de la verdad.
Todos los que llevan el nombre de Cristo necesitan velar, orar y guardar las avenidas del alma; porque Satanás está obrando para corromper y destruir, si se le concede la menor ventaja (HC, 365).

Entonces, ¿cómo, con el poder de Dios, podemos estar protegidos contra este pecado peligrosamente engañoso?

1. Tomar la decisión de servir a Dios y depender de él, y de ser parte de su familia. “Elijan hoy a quién servir [...]; que yo y mi casa serviremos al Señor” (Josué 24:15).

2. Orar diariamente e incluir Mateo 6:13: “No nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos los siglos”. Cuando sientas codicia por algo que sabes que no deberías tener, ora por ello, reclamando las promesas de la Biblia para obtener la victoria, como 1 Corintios 10:13.

"Estas palabras se dan para las personas que aún están relacionadas con el mundo, sujetas a tentaciones e influencias que son engañosas y alucinantes. Mientras mantengan fija su atención en Aquel que es su sol y su escudo, las tinieblas y la oscuridad que las rodean no dejarán una mancha ni una mácula en sus vestiduras. Caminarán con Cristo; orarán, creerán y trabajarán para salvar a las almas que están a punto de perecer. Están tratando de romper las ataduras con que Satanás las ha ligado, y no serán avergonzadas si por fe hacen de Cristo su compañero. El gran engañador presentará constantemente tentaciones y engaños para echar a perder la obra de los seres humanos; pero si confían en Dios, si son mansos, humildes y dóciles de corazón, si perseveran en el camino del Señor, el cielo se regocijará porque ganarán la victoria. Dios dice: “Andará conmigo de blanco, con vestiduras inmaculadas, porque es digno” (El Cristo triunfante, 49).

3. Estudiar la Biblia en forma regular. “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmos 119:11).

Jesús abordó el problema de la humanidad con el pecado. Él fue tentado en todo, así como nosotros. Y, para poder resistir, pasó noches enteras en comunión de oración con su Padre. Y Jesús no dejó esta Tierra hasta que abrió camino con el ejemplo, y luego prometió poder para que cada persona tenga una vida de fe y obediencia, y desarrolle un carácter como el de Cristo.

“Busquen al Señor mientras puede ser hallado, llámenlo en tanto que está cerca. Deje el impío su camino, y el hombre malo sus pensamientos; y vuélvase al Señor, quien tendrá de él misericordia, y a nuestro Dios, que es amplio en perdonar” (Isaías 55:6, 7).

¿Qué consecuencias provocó la codicia en tu vida? ¿Qué lecciones aprendiste? ¿Qué podrías necesitar aprender de ellas?

CONCLUSIÓN

"En la conquista de Jericó, Acán no fue el único que llevó plata y oro al campamento de Israel. Josué les había dicho que llevaran la plata y el oro y los utensilios de bronce y hierro al tesoro de la casa de Dios (Josué 6:19, 24). Todo lo demás debía quemarse. Sin embargo, Acán fue el único que se quedó con algo. “Entre los millones de Israel, solo hubo un hombre que, en aquella hora solemne de triunfo y castigo, osó violar el mandamiento de Dios. La vista de aquel costoso manto babilónico despertó la codicia de Acán; y aun cuando esa prenda lo había puesto cara a cara con la muerte, lo llamó ‘un manto babilónico muy bueno’. Un pecado lo había llevado a cometer otro, y se adueñó del oro y la plata dedicados al tesoro del Señor; le robó a Dios parte de las primicias de la tierra de Canaán” (PP, 529, 530).

En la lista paulina de las señales del fin, los primeros dos elementos involucran nuestra actitud hacia el dinero y las posesiones. “En los últimos días, habrá tiempos muy difíciles. Pues la gente solo tendrá amor por sí misma y por su dinero [codicia]” (2 Timoteo 3:1, 2, NTV). El egoísmo y el amor al dinero son descripciones significativas de la humanidad en los últimos días, nuestros días.

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