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Morir como una semilla - En el Crisol con Cristo

“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24). 

La ilustración de Jesús de un grano de trigo que muere es una analogía fascinante de nuestra sumisión a la voluntad de Dios. 
1. Cae. El grano que cae de la espiga no tiene ningún control sobre dónde o cómo caerá al suelo. No tiene control sobre el suelo que lo rodea y que luego lo cubrirá. 
2. Espera. Mientras el grano permanece en la tierra, no sabe qué le deparará el futuro. No puede “imaginarse” cómo será la vida en el futuro, porque es solo un grano de trigo. 
3. Muere. El grano, probablemente, no podrá convertirse en espiga a menos que abandone su situación cómoda y segura como grano. Debe “morir”; es decir, debe renunciar a lo que siempre ha sido antes, una semilla, para poder transformarse en una planta que produzca frutos. 

Si sabemos que la voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, ¿por qué nos cuesta tanto aceptarla? ¿Qué ejemplo de sumisión nos ha dejado Cristo? ¿De qué manera comprendes que se aplica a tu vida la analogía del grano de trigo?

I. SUMISIÓN PARA EL SERVICIO

"Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre" Filipenses 2:5 al 9. 
¿Qué mensaje importante hay para nosotros en estos versículos? 

La cultura contemporánea nos incita a todos a exigir y hacer valer nuestros derechos. Y todo esto es bueno y, muchas veces, debería ser así. Pero, como ocurrió con Jesús, la voluntad de Dios quizá requiera que renunciemos a nuestros derechos libremente para servir al Padre de modo que esto tenga un impacto eterno en el Reino de Dios. Ese proceso de renunciar a estos derechos puede ser difícil e incómodo, ya que crea las condiciones de un crisol. 

Fíjate cómo actuó Jesús (Filipenses 2:5-8). 
Estos versículos describen tres pasos que Jesús dio para someterse a la voluntad del Padre. Y, al principio, Pablo nos aconseja encarecidamente: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Para estar en condiciones de salvarnos: 
1. Jesús renunció a su igualdad con el Padre y se trasladó a la Tierra en la condición de un ser humano y sus limitaciones (Filipenses 2:6, 7). 
2. Jesús no vino como un ser humano extraordinario y glorioso, sino como siervo de otros seres humanos (Filipenses 2:7). 
3. Como siervo humano, Jesús no tuvo una vida larga y tranquila, sino que se hizo “obediente hasta la muerte”. Pero, ni siquiera murió de una manera noble y gloriosa. No, él fue “obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz” (Filipenses 2:8; énfasis de edición). 
¿En qué esferas de la vida este ejemplo de Jesús es un modelo para nosotros? Si los derechos y la igualdad son buenos y deberíamos protegerlos, ¿cómo explicarías la lógica de tener que renunciar a ellos en ocasiones? 

Ahora leamos Filipenses 2:9. ¿En qué sentido este versículo nos ayuda a comprender la lógica de la sumisión a la voluntad del Padre? Ora para que el Espíritu Santo te dé sabiduría: “¿A qué derechos me aferro en este mismo momento que en realidad podrían ser una barrera para someterme a la voluntad de Jesús y servir a mi familia, mi iglesia y los que me rodean? ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a soportar la incomodidad para servir a los demás en forma más eficiente?”

A veces es necesario perder para ganar.

"La razón por la cual muchos en este siglo no realizan mayores progresos en la vida espiritual, es porque interpretan que la voluntad de Dios es precisamente lo que ellos desean hacer. Mientras siguen sus propios deseos se hacen la ilusión de que están conformándose a la voluntad de Dios. Los tales no tienen conflictos consigo mismos. Hay otros que por un tiempo tienen éxito en su lucha contra sus propios deseos de placeres y comodidad. Son sinceros y fervorosos, pero se cansan por el prolongado esfuerzo, la muerte diaria y la incesante inquietud. La indolencia parece invitarlos, la muerte al yo es desagradable; finalmente cierran sus soñolientos ojos y caen bajo el poder de la tentación en vez de resistirla. Las instrucciones formuladas en la Palabra de Dios no dan lugar para transigir con el mal. El Hijo de Dios se manifestó para atraer a todos los hombres a sí mismo. No vino para adormecer al mundo arrullándolo, sino para señalarle el camino angosto por el cual todos deben andar si quieren alcanzar finalmente las puertas de la ciudad de Dios. Sus hijos deben seguir por donde él señaló la senda; sea cual fuere el sacrificio de las comodidades o de las satisfacciones egoístas que se les exija; sea cual fuere el costo en labor o sufrimiento, deben sostener una constante batalla consigo mismos (HAp, 451, 452).

La increíble condescendencia del Hijo de Dios al venir a la Tierra como ser humano para morir por nuestros pecados. 
¿Qué nos dice esto a cada uno de nosotros sobre lo que significa el sacrificio y la abnegación por el bien de los demás? Aunque por supuesto no podemos hacer nada que se equipare con lo que hizo Jesús, el principio está allí y siempre deberíamos tenerlo presente. ¿Cómo podemos, en nuestra propia esfera, emular el tipo de sumisión y abnegación que Jesús nos mostró en la Cruz?


II. MORIR ESTÁ ANTES QUE CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS

Muchos cristianos procuran sinceramente conocer la voluntad de Dios para su vida. “Si pudiera conocer la voluntad de Dios para mi vida, sacrificaría todo por él”. Pero, aun después de prometerle esto a Dios, todavía podemos estar confundidos acerca de cuál es su voluntad. La razón de esta confusión la encontramos en Romanos 12:1, 2:
"Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta."

"El cielo nos habrá costado bastante poco, aun cuando lo obtengamos por medio de sufrimiento. Debemos negarnos a nosotros mismos todo el camino, morir diariamente, dejar que solo se vea a Jesús, recordar de continuo su gloria. Vi que los que han aceptado la verdad últimamente tendrían que saber lo que es sufrir por amor de Cristo, que tendrían que soportar pruebas duras y amargas, a fin de ser purificados y preparados mediante el sufrimiento para recibir el sello del Dios vivo… Al ver lo que debemos ser para heredar la gloria, y ver luego cuánto sufrió Jesús para obtener en nuestro favor una heredad tan preciosa, rogué que fuésemos bautizados en los sufrimientos de Cristo, para no atemorizarnos frente a las pruebas, sino soportarlas con paciencia y gozo… Dijo el ángel: “Negaos a vosotros mismos; debéis avanzar con rapidez”. Algunos de nosotros hemos tenido tiempo para llegar a la verdad, para avanzar paso a paso, y cada paso que hemos dado nos ha fortalecido para tomar el siguiente. Pero ahora el tiempo está casi agotado, y lo que hemos tardado años en aprender, ellos tendrán que aprenderlo en pocos meses. Tendrán también que desaprender muchas cosas y volver a aprender otras (PE, 66, 67).

Pablo describe cómo podemos conocer la voluntad de Dios, y presenta un argumento importante: si quieres saber cuál es la voluntad de Dios, ¡primero tienes que sacrificarte! 
Pablo escribe que seremos capaces de “comprobar cuál es la buena voluntad de Dios” (Romanos 12:2) cuando: 
1. Tengamos una verdadera comprensión de las “misericordias de Dios” para nosotros (Romanos 12:1). 
2. Nos ofrezcamos como sacrificio vivo a Dios (Romanos 12:1). 
3. Nuestra mente se renueve (Romanos 12:2). 

Solo la mente verdaderamente renovada puede comprender la voluntad de Dios. Pero esta renovación depende primero de nuestra muerte a nosotros mismos. No fue suficiente que Cristo simplemente sufriera por nosotros, tenía que morir. 

Pide al Espíritu Santo que te muestre en qué aspectos no estás completamente “muerto”. ¿A qué cosas necesitas renunciar a fin de llegar a ser un “sacrificio vivo” para Dios? 

Cuando algunos aspectos de nuestra vida todavía no murieron al yo completamente, Dios permite que los crisoles nos llamen la atención. Sin embargo, el sufrimiento no solo nos ayuda a enfrentar nuestro pecado, sino también nos da una idea de cómo Jesús se entregó a sí mismo por nosotros. 

Elisabeth Elliot escribe: “La entrega de los anhelos más caros a nuestro corazón es quizá lo que más se aproxime al concepto de la cruz. [...] Nuestra propia experiencia de crucifixión, aunque inconmensurablemente menor que la de nuestro Salvador, nos brinda una oportunidad de empezar a conocerlo, al acompañarlo en sus sufrimientos. En todas las formas de nuestro sufrimiento, él nos llama a esa comunión” (Quest for Love, p. 182). 

Leamos Romanos 12:1 y 2 con oración. Piensa en las cosas a las que debes renunciar para convertirte en un sacrificio. 
¿Sacrificarte, cómo te ayuda esto a comprender los sufrimientos que Jesús enfrentó por ti en la Cruz? 
¿Cómo puede este conocimiento ayudarte a tener comunión con Jesús y sus sufrimientos?

"[Dios] quiere obreros fieles y dedicados a la oración, que siembren junto a todas las aguas. Los que trabajen así se sorprenderán al ver cómo las pruebas, resueltamente soportadas en el nombre y con la fuerza de Jesús, darán firmeza a la fe y renovarán el valor. En la senda de la humilde obediencia hay seguridad y poder, consuelo y esperanza; pero los que no hagan nada por Jesús perderán finalmente su recompensa. Sus manos débiles no podrán aferrarse del Poderoso, sus rodillas vacilantes no podrán soportarlos en el día de la adversidad. Los que den estudios bíblicos y trabajen para Cristo recibirán el premio glorioso, y oirán el “bien, buen siervo y fiel; entra en el gozo de tu Señor”. Mateo 25:23 (4TI, 80).

Dedica tiempo a orar por los conocidos que tienen dificultades para someterse a la voluntad de Dios, para que puedan ver que confiar en la voluntad de Dios es el único camino hacia una paz duradera. Al mismo tiempo, ¿qué cosas prácticas pueden hacer por estas personas para ayudarlas a ver que pueden entregarse a Dios y que este es el mejor camino? En otras palabras, ¿cómo puede utilizarlos Dios para ayudar a otros a conocer su amor y su disposición a proveerles lo que necesitan?

III. DISPOSICIÓN A ESCUCHAR

“Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:10). ¿Alguna vez escuchaste esa voz suave y apacible del Espíritu Santo, pero la ignoraste? Por ende, todo salió mal y luego pensaste para tus adentros: Oh no, ¿por qué no escuché? 

El Primer libro de Samuel describe la historia de un anciano y sus dos hijos malvados que no escucharon a Dios, y de un niño que sí oyó. Aunque recibieron fuertes advertencias de parte de Dios, los que debían cambiar de conducta no lo hicieron. Leamos esta historia en 1 Samuel 2:12 a 3:18. ¿Qué contraste se evidencia aquí entre los que escuchan a Dios y los que no? 

Los hijos de Elí tenían otras cosas en mente antes que las cosas de Dios. Y, si bien Elí habló con sus hijos después de escuchar lo que Dios quería, aparte de eso parece que no hizo nada más. Y sus hijos obviamente no estaban preparados para someter los detalles de su vida a la voluntad de Dios. ¡Qué contraste con el joven Samuel!

El predicador Charles Stanley describe cuán esencial es cultivar la disposición a escuchar la voz de Dios en lo que él llama “poner el cambio en punto muerto”. Dice: 
El Espíritu Santo [...] no habla por el simple hecho de transmitir información. Habla para obtener una respuesta. Y sabe cuándo nuestra agenda acapara tanto nuestra atención que es una pérdida de tiempo sugerir algo que la contradiga. En esos casos, a menudo guarda silencio. Él espera hasta que pongamos el cambio en punto muerto para escuchar y finalmente obedecer” (The Wonderful Spirit-Filled Life, pp. 179, 180). 

¿Qué crees que significa  “poner el cambio en punto muerto”? 
Cuando piensas en tu disposición a escuchar a Dios, ¿qué cosas a menudo te impiden poner “el cambio en punto muerto para escuchar y finalmente obedecer”? ¿Qué necesitas hacer en tu vida para cultivar esa disposición a escuchar la voz de Dios y decidir ser obediente a sus indicaciones?
Para muchos, someterse a Dios sin saber qué sucederá luego puede ser algo aterrador. ¿Qué consejo darían a alguien que confía en sí mismo en vez de confiar en Dios? ¿Qué le dirían para ayudarlo a disipar sus miedos por desconocer el futuro o no poder controlarlo?

IV. AUTOSUFICIENCIA

Cuando Eva pecó en el Jardín del Edén, no fue simplemente porque dudó de la palabra de Dios. La raíz del problema era que ella creyó que tenía suficiente sabiduría para decidir por sí misma lo que era bueno. Confió en su propio juicio. Cuando dependemos de nuestro propio juicio en lugar de confiar en la palabra de Dios, nos exponemos a todo tipo de problemas

La historia de Saúl describe los pasos hacia la autosuficiencia, y la tragedia que llega tan rápidamente. 
Samuel ungió a Saúl como rey de Dios (1 Samuel 10:1). 
Luego dio instrucciones específicas a Saúl (1 Samuel 10:8), pero Saúl desobedeció. 
Leamos la siguiente parte de la historia en 1 Samuel 13:1 al 14. 
¿Qué hizo Saúl que lo llevó a su propia ruina? 

Hay tres pasos que llevaron a Saúl por el camino descendente de la autosuficiencia poco después de ser ungido rey. El problema era que ninguno de estos pasos era malo en sí. Sin embargo, contenían las semillas de la tragedia porque avanzó independientemente de Dios. Fíjate el orden en que ocurrió la caída de Saúl. 
1. Saúl dijo: “Vi”: la dispersión de sus tropas y la ausencia de Samuel (1 Samuel 13:11). Saúl estaba bajo presión y evaluó con sus propios ojos lo que estaba sucediendo. 
2. Saúl pasó de “vi” a “me dije”: que los filisteos los conquistarían (1 Samuel 13:12). Lo que vio con sus propios ojos dio forma a lo que dijo, o supuso, sobre la situación. 
3. Saúl pasó de “me dije” a “me esforcé”, y ofreció sacrificio (1 Samuel 13:12). Lo que Saúl pensó dio forma a sus sentimientos. Todos hemos hecho esto: Confiamos en la vista humana, lo que nos lleva a confiar en el pensamiento humano, lo que nos lleva a confiar en los sentimientos humanos. Y luego actuamos sobre la base de estos sentimientos. 

¿Por qué crees que fue tan fácil para Saúl seguir su propio juicio, a pesar de que las claras instrucciones de Dios todavía resonaban en sus oídos? 
Si sabemos que somos tan frágiles y tenemos un conocimiento tan imperfecto, ¿por qué seguimos tratando de confiar en nosotros mismos? 
¿Qué podemos hacer para aprender a confiar en los mandatos de Dios más que en nosotros mismos?

V. SUSTITUTOS

Como vimos ayer, la sumisión a la voluntad de Dios puede verse socavada cuando dependemos de nuestra propia fuerza. También es posible confiar en otros sustitutos de Dios. 

Cuando algunos se sienten deprimidos, salen a comprar algo que los haga felices. 
Cuando algunos se sienten incompetentes, persiguen la fama. 
Cuando otros tienen dificultades con su cónyuge, buscan a otra persona que les dé intimidad y excitación. 

Muchas de las cosas que usamos pueden aliviar la presión, pero no necesariamente resuelven el problema ni nos enseñan a manejar mejor la situación la próxima vez. Solo la ayuda sobrenatural de Dios puede hacer eso. El problema es que muchas veces dependemos de sustitutos de Dios en lugar de depender de Dios mismo. 
Es probable que usemos estos tres sustitutos en lugar de Dios: 
1. Utilizar la lógica humana o la experiencia pasada, cuando lo que necesitamos es una nueva revelación divina. 
2. Bloquear los problemas de nuestra mente cuando lo que necesitamos son soluciones divinas. 
3. Escapar de la realidad y esquivar a Dios cuando lo que necesitamos es tener comunión con Dios para recibir poder divino. 

Zacarías nos ayuda a concentrarnos en lo que realmente importa cuando nos vemos tentados a utilizar sustitutos. Después de muchos años a la distancia, los exiliados finalmente regresaron de Babilonia e inmediatamente comenzaron a reconstruir el Templo. Pero hay una increíble cantidad de resistencia a esto (algo de contexto se puede encontrar en Esdras 4–6). Por eso Zacarías se acercó con este mensaje de ánimo a Zorobabel, quien estaba dirigiendo la obra. 

Leamos este mensaje en Zacarías 4. 
¿Qué quiere decir Dios en Zacarías 4:6? 
¿Cómo podría el Espíritu Santo afectar la finalización de un proyecto de construcción? 
¿Qué nos enseña esto sobre la relación entre el Espíritu Santo y las cosas prácticas que hacemos? 

Dios no impidió que hubiese oposición al Templo ni salvó a Zorobabel del estrés de hacerle frente. Y Dios no siempre nos protegerá de los adversarios. Pero, cuando llegue la adversidad, Dios puede usarla como un crisol para enseñarnos a depender de él. 
Cuando estás estresado, ¿cuál es tu primera reacción? ¿Comer? ¿Mirar televisión? ¿Orar? ¿Entregarte a Dios? Tu respuesta ¿qué te dice sobre ti mismo y las cosas que necesitas aprender o cambiar?

CONCLUSIÓN

La sumisión a la voluntad de Dios se da cuando morimos a nuestros deseos y ambiciones. Esto abre el camino para un verdadero servicio a los demás. No podemos vivir para Dios sin transformarnos en un sacrificio vivo y vivir constantemente dispuestos a escuchar la voz de Dios. Para que verdaderamente podamos someter nuestra voluntad a la voluntad de nuestro Padre, debemos reconocer los peligros de confiar en nosotros mismos y en los sustitutos de la palabra y el poder de Dios. Como la sumisión a la voluntad de Dios es la base de una vida semejante a la de Cristo, Dios puede permitir que los crisoles nos enseñen a depender de él. 

“La negligencia de Elí se presenta claramente delante de cada padre y madre de la Tierra. Como resultado de su afecto no santificado o de su falta de disposición para realizar un deber desagradable, recogió una cosecha de iniquidad en sus hijos perversos. Tanto el padre que permitió la impiedad como los hijos que la practicaron fueron culpables delante de Dios, y el Altísimo no aceptaba ni sacrificios ni ofrendas por sus transgresiones” (CN, 259).

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