Texto: Juan 14:1-6
Cuando Jesús pronunció las palabras del texto bíblico que leímos, los discípulos estaban afligidos y perplejos. Comenzaron a entender lo que Jesús estaba diciendo hacía tiempo sobre su muerte y sufrimiento. Después de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, Jesús dijo que sería traicionado y negado por uno de los doce. Ellos quedaron consternados, y en sus corazones ese problema era solo una sombra de la oscuridad que pronto vendría.
Conociendo la angustia de ellos, Jesús habló sobre el asunto y sus palabras se mencionan en el comienzo del capítulo 14: “No se turbe vuestro corazón”. En el lenguaje original, esas palabras tienen un sentido de firmeza, determinación y convicción de un orden, aunque a partir del contexto entendemos que esas palabras probablemente fueron dichas con mucha amabilidad. La declaración de nuestro Señor no fue solo para sus discípulos, sino para todos los que lo seguirían. Si se entiende y aplica correctamente, Juan 14:1-6 es un buen remedio para nuestro corazón, pues también vivimos en una época de ansiedad. Un buen título para nuestros tiempos sería “La era cardíaca”. Probablemente muchos de nosotros estamos hoy con el corazón atribulado. Hay un aumento en las tasas de criminalidad, aumento del costo de vida, crisis internacionales, corrupción política, aumento de la violencia, todo eso y mucho más produce una profunda preocupación en nuestros corazones. Y si eso ya no es suficientemente malo, también todos nosotros tenemos la tendencia a tomar problemas prestados, de imaginar que las cosas son peores de lo que son.
Los miedos imaginarios pueden ser mucho peores que la realidad. Ni los cristianos están inmunes a tener corazones atribulados, porque luchamos con una fe imperfecta y tratamos de ayudar a otros a llevar sus cargas.
Los disturbios del corazón son algo muy común. No existe clase social libre de eso. No hay barras, tornillos o trabas que impidan que ocurran. En parte por causas internas, en parte debido a lo que amamos y en parte por lo que tememos, la peregrinación por la vida está llena de preocupaciones. Hasta los mejores cristianos deben vaciarse de muchas copas amargas antes de alcanzar la gloria. Hasta el más sagrado de los santos considerará el mundo un valle de lágrimas
La fe en el Señor Jesús es el único remedio seguro para los corazones afligidos. La receta que nuestro Maestro les ofrece a todos sus discípulos es creer con más intensidad, confiar con más intencionalidad y asirse con más firmeza.
I. No se turbe vuestro corazón, ¡crea!
Cuando Jesús dijo: “No se turbe vuestro corazón”, usó una palabra curiosa. La idea que transmite la palabra en su idioma original es: “No permita que su corazón se estremezca”. Es una palabra fuerte, y él les estaba diciendo eso específicamente a los discípulos (especialmente a la luz de la inminente cruz). “Puede parecer que su mundo se está cayendo, y todo está perdido, y la oscuridad los tragará, pero no permitan que su corazón se turbe”.
Luego les explicó cómo lograrlo: “Creéis en Dios, creed también en mí”. La manera de tener un corazón tranquilo es creer en Dios y creer en Jesús. Eso es todo lo que hay que hacer. Si tuviéramos en mente los atributos de Dios, su soberanía, su omnisciencia, su omnipotencia, nuestro corazón no se turbaría como suele suceder. El Señor sabía que necesitaríamos mucho explicaciones sobre lo que esto involucra, entonces comenzó a instruirlos específicamente sobre la naturaleza de la creencia que libra nuestros corazones atribulados.
Crea que él está preparando un lugar eterno para usted (v. 2).
“En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”.
Una protección eficaz contra el problema del corazón es creer que Jesucristo está preparando un lugar eterno para nosotros. todos deseamos el cielo.
El escritor C. S. Lewis llama a esto “deseo inconsolable”. Él escribió lo siguiente:
“Hay ocasiones en las que pienso que no deseamos el cielo, pero con más frecuencia me pregunto si, en el fondo del corazón, alguna vez deseamos otra cosa... El cielo es la firma secreta de cada alma, el deseo incomunicable e insaciable, lo que deseamos antes de encontrar a nuestra esposa o de hacer nuestros amigos o de elegir nuestro trabajo, y que todavía desearemos en nuestro lecho de muerte cuando la mente no reconozca a nuestra esposa, amigo o trabajo”.
Tenemos un anhelo por el Cielo, ya sea que lo reconozcamos o no. Tenemos el deseo de vivir con Cristo. Jesús nos dice cómo se satisfará ese deseo insatisfecho: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay”. La idea es que él está preparando moradas permanentes para nosotros. Cuando la vida se desmorona, cuando los problemas nos asaltan, podemos encontrar consuelo y descanso para nuestros corazones atribulados en el hecho de que hay un hogar eterno preparado para nosotros.
El médico cristiano Paul Tournier dijo cierta vez:“Si cuando era niño usted no conoció un hogar seguro, es muy probable que, a medida que pasa por la vida, independientemente de su residencia o de dónde quiera que esté, no se sentirá en casa. Pero, por otro lado, si cuando era niño estaba seguro y en casa, donde quiera que vaya, estará en casa”.
Tener una comprensión profunda y firme de que existe una morada eterna dará descanso a nuestras almas en medio de este mundo perturbado. Eso es lo que creo, y es lo que hizo del apóstol Pablo una fuerza tan poderosa, aunque su mundo continuara cayendo. No creo que alguien haya pasado por más pruebas y tribulaciones que Pablo, y tal vez nadie haya experimentado más del poder sustentador de Dios. Pero él tenía la siguiente ventaja sobre nosotros: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12:2-4).
Pablo mismo no sabía si era una visión o una experiencia física literal, pero de alguna forma fue llevado al Paraíso, y allá vio las realidades celestiales. El mismo apóstol Pablo quien tuvo esa visión del cielo sabía que había un lugar real para él, pasó victoriosamente por una lista increíble de dificultades (vea 2 Corintios 11). Fue esa realidad la que hizo de Pablo un guerrero.
II. En la casa de mi Padre
Juan 14:2 nos dice que Jesús fue a “preparar un lugar” para nosotros. Ese es un elemento clave de nuestro consuelo. A muchos de nosotros nos gusta recibir huéspedes en casa y nos prepararnos con amor para recibirlos. Ponemos flores y libros que creemos que les van a gustar, y con amor les preparamos un cuarto. Jesús está preparando un lugar especial para cada uno de nosotros.
Cuándo planeamos vacaciones en familia simplemente ¿partimos sin preparación previa? ¡De ninguna manera! Conversamos con nuestros amigos sobre el lugar que elegimos para las vacaciones, examinamos mapas y hacemos las valijas. Cuánto más debemos prepararnos para la eternidad, pues nuestro hogar celestial será más maravilloso de lo que podemos describir con las palabras.
En nuestro mundo caído, podemos obtener alivio para nuestros corazones atribulados por el hecho de que Jesús nos llevará a estar personalmente con él. No solo el lugar será nuestro sino que también la persona, Jesús, será nuestra. Él nos garantiza: “Vendré otra vez”. En el Nuevo Testamento existen 318 alusiones o referencias directas al hecho de que el Señor volverá para llevarnos a estar con él personal- mente. Lo veremos cara a cara. En 1 Juan 3:2 dice: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.
Eso debe ser un gran aliento para nuestras almas. Aunque vivamos en un mundo de angustia y tribulación, aguardamos “la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”(Tito 2:13). Qué consuelo, Jesús nos llevará para estar con él.
El cielo es la “casa de mi Padre”: la casa del Dios de quien Jesús dice: “subo a mi Padre y vuestro Padre”. Simplificando, es una casa, la casa de Cristo y de los cristianos.
Esta es una expresión conmovedora. Todos sabemos que el hogar es el lugar don- de, por regla general, somos amados tal como somos, y no por nuestros dones o posesiones; el lugar donde somos amados hasta el fin, donde nunca se nos olvida y siempre somos bien recibidos. Esa es una idea acerca del Cielo. Para los creyentes, esta vida es un país extranjero, una escuela; en la vida futura estarán en casa.
El Cielo es un lugar de “moradas”: moradas permanentes y eternas. Aquí en el cuerpo nos encontramos en tiendas y tabernáculos y estamos sujetos a muchos cambios. En el Cielo nos estableceremos definitivamente y no cambiaremos. “Porque no tenemos aquí ciudad permanente” (Hebreos 13:14). “Tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5:1).
III. Ponga su fue totalmente en él
El Cielo es un lugar de “muchas moradas”. Habrá lugar para todos los creyentes y para todos los tipos de creyentes, de los pequeños santos a los grandes, del creyente más débil al más fuerte. Aun el hijo de Dios más débil no debe temer por la falta de un lugar en el Cielo. El Cielo es un lugar donde Cristo estará presente. Él no se contentará con vivir sin su pueblo: “Para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. No debemos pensar que estaremos solos e indefensos. Nuestro Señor, nuestro hermano mayor, nuestro Redentor, que nos amó y se entregó por nosotros, estará con nosotros para siempre.
Nuestro Señor Jesús concluye su declaración diciendo: “Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (v. 4). Tomás no entendió y en el versículo 5 preguntó (probablemente hablando por todos los discípulos): “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” Jesús respondió con una de sus declaraciones más citadas: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (v. 6). El corazón turbado necesita recordar que Jesucristo es todo. Él es “el camino, la verdad y la vida”. Las palabras de incentivo de Jesús vinieron antes de la cruz, y allá encontramos más ánimo, no solo en su poder salvador, sino en su demostración de amor divino. Y el amor de Cristo nos ve a través de este mundo perturbado.
En esta vida, todos tenemos experiencias dolorosas y sufrimiento. Job dijo: “Pero como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción” (Job 5:7). Las pruebas son parte de la vida en la Tierra. Pero Cristo siempre nos dice en la oscuridad: “No se turbe vuestro corazón”. ¿Cómo? “Crean en Dios; crean también en mí”. Este es un mandamiento para creer en la garantía del versículo 6: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida”. Nos invita a que recordemos que pronto vendrá para llevarnos a vivir con él y eso será un remedio que curará nuestros corazones atribulados.
El Dr. James M. Gray expresó esto de manera bella en una canción que compuso años atrás: “¿A quién le importa la travesía cuando el camino lleva a casa?” La seguridad de un hogar celestial al final del camino de la vida nos permite soportar con alegría los obstáculos y las batallas a lo largo del camino. Esa seguridad animó hasta a nuestro Señor, “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz” (Hebreos 12:2). Pablo tenía esa verdad en mente cuando escribió: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).
Conclusión
Un vehículo de emergencia llega al lugar de un accidente automovilístico. Los paramédicos extraen un cuerpo del conjunto de acero retorcido y vidrio destrozado. La familia recibirá la información de que perdió a un precioso joven.
Todos los días esas tragedias ocurren por miles en todo el mundo. Las familias en llanto reciben entrevistas con preguntas realmente importantes. ¿Solo eso es lo que existe para vivir? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué tenemos que pasar por experiencias tan terribles si Dios realmente existe? ¿Será siempre así?
Personas de todos los lugares luchan con esas preguntas, pero el hecho inevitable es que todos mueren. Y ¿qué hay más allá de la muerte? Algunos niegan el hecho de la muerte y solo la llaman un cambio de una forma a otra. En la visión de esos, todos tienen una esencia de vida eterna que se recicla, entonces la muerte no existe. Pero tales explicaciones ofrecen poco ánimo.
Necesitamos algo mejor que un pensamiento positivo, algo sólido en qué confiar. Necesitamos a Jesucristo. Él elimina las conjeturas, nos deja con una comprensión clara y generadora de fe sobre los fundamentos de la vida y de la muerte. El Jesús que vemos en las Escrituras es la respuesta a nuestros problemas. A él le importamos, él nos salva, y pronto regresará para llevarnos a su casa.
Llamado
Hoy es el último día de nuestra semana de decisión, hoy es el día de tomar la decisión más importante de la vida que es prepararnos para el pronto regreso de Jesús a esta Tierra. Me gustaría invitar a quienes quieren tomar esa decisión y quieren que sea pública a través del bautismo. El bautismo es la declaración pública de que estamos decididos a vivir una vida de comunión y preparación cada día para el pronto regreso de Jesús. ¿Cuántos quieren tomar esa decisión hoy?
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