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La Vida en el nuevo pacto - El Pacto Eterno

 “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

El deseo de Dios de salvar a la humanidad, se encuentra en su pacto eterno. La frase "Pacto eterno" aparece solo una vez en el Nuevo Testamento, en Hebreos 13:20. EL teólogo adventista Peter van Bemmelen señala: "Sin embargo, es evidente que el pacto eterno que Dios estableció con Abraham y su simiente, con el pueblo de Israel y con el rey David, encuentra su cumplimiento en la persona de Jesús de Nazaret. 

"El Pacto de Misericordia fue establecido antes de la fundación del mundo. Ha existido desde toda la eternidad y se llama pacto eterno. Tan ciertamente como que nunca hubo un momento en el que Dios no existiera, nunca hubo un momento en el que no fuera el deleite de la mente eterna manifestar su gracia a la humanidad" ST, 12/06/1901.

"La intención de Dios era que los pactos entre él y la humanidad reflejaran el amor recíproco dentro del ser trinitario de Dios. Por parte de Dios, el amor por los seres humanos nunca ha cambiado, pero los seres humanos en su mayor parte no han respondido a este amor. Es solo dentro del contexto del amor eterno de Dios manifestado en su pacto eterno que podemos comprender mejor el antiguo y el nuevo...Por motivos lingüísticos y teológicos, los pactos posteriores son una renovación del pacto original de Dios con los seres humanos. El nuevo pacto es una renovación del pacto con Abraham, y todos los pactos son una renovación del pacto original de la creación." Norman Gulley, Perspective Digest 19. 1/01/2014.

La realidad del pueblo de Dios, como ya se señaló anteriormente, estaba muy alejada del ideal de Dios. La disfunción reinaba suprema, tanto en el pueblo del pacto del Antiguo Testamento como en la iglesia cristiana primitiva posterior. Sin embargo, a pesar de esas disfunciones y desafíos, el compromiso de Dios de salvar a la humanidad caída ha sido inquebrantable. El amor y la gracia de Dios se encuentran en el corazón de su pacto fiel, eterno e inmutable, que nos ofrece un camino de regreso a casa.

Este tiempo en nuestro estudio acerca del Pacto, que (para reducirlo a su forma más simple y pura) es, básicamente, Dios que te dice: Así es como te salvaré del pecado, punto.

Aunque el resultado, la gran final de la promesa del Pacto, es, por supuesto, la vida eterna en un mundo renovado, no tenemos que esperar hasta recibirla para disfrutar hoy de las bendiciones del Pacto. El Señor se preocupa por nuestra vida ahora. Quiere lo mejor para nosotros ahora.

El Pacto no es un trato en el que haces esto, eso y aquello, y luego, a largo plazo, obtendrás tu recompensa. Las recompensas, los dones: estas son bendiciones que quienes por fe entablan la relación de pacto pueden disfrutar aquí y ahora.

La lección de esta semana analiza algunas de estas bendiciones inmediatas, algunas de las promesas que provienen de la gracia de Dios, derramada en nuestro corazón porque, cuando oímos que llamaba, le abrimos la puerta.

¿Por qué deberíamos sentir gozo? 
¿Sobre qué base podemos reclamar esa promesa? 
¿Qué tiene el Pacto que debería librarnos del peso de la culpa? 
¿Qué significa tener un corazón nuevo?

1. GOZO

“Escribimos estas cosas para que ustedes puedan participar plenamente de nuestra alegría” (1 Juan 1:4, NTV).

Observa lo que escribió Juan aquí. En pocas palabras, él expresa lo que debería ser una de las grandes ventajas que tenemos, como pueblo del Pacto: la promesa del gozo.

Como cristianos, a menudo se nos dice que no nos dejemos llevar por los sentimientos, que la fe no es un sentimiento y que tenemos que ir más allá de nuestros sentimientos. Todo esto es cierto, pero, al mismo tiempo, no seríamos seres humanos si no fuéramos criaturas con sentimientos, emociones y estados de ánimo. No podemos negar nuestros sentimientos; lo que tenemos que hacer es entenderlos, darles el papel que les corresponde y, en la medida de lo posible, mantenerlos bajo sano control. Pero negarlos es negar lo que significa ser humano (es como si a un círculo le dijésemos que no sea redondo). De hecho, como dice este versículo, no solo debemos tener sentimientos (en este caso, gozo), sino además deberíamos tener pleno gozo. No parece que tuviésemos que negar nuestros sentimientos, ¿verdad?

¿Qué les estaba escribiendo Juan 1 a los primeros cristianos por lo que esperaba que se llenaran de gozo? Y ¿por qué debería darles alegría?

Juan fue uno de los doce apóstoles originales. Él estuvo allí casi desde el comienzo del ministerio de tres años y medio de Cristo; fue testigo de algunas de las cosas más asombrosas de Jesús (estuvo en la Cruz, en el Getsemaní y también en la Transfiguración). Por lo tanto, como testigo ocular, sin duda estaba sumamente capacitado para hablar sobre este tema.

Sin embargo, observa también que el énfasis no está en sí mismo, sino en lo que Jesús había hecho por los discípulos a fin de que ahora pudieran tener comunión no solo entre ellos, sino también con Dios mismo. Jesús nos ha abierto el camino para entablar esta relación cercana con el Señor; y un resultado de esta comunión, de esta relación, es el gozo. Juan quiere que sepan que lo que han oído acerca de Jesús es la verdad (él lo vio, lo tocó, lo sintió y lo escuchó), y por ende, ellos también pueden entablar una relación gozosa con su Padre celestial, quien los ama y se entregó a sí mismo, a través de su Hijo, por ellos.

En cierto sentido, Juan está dando su testimonio personal. ¿Cuál es tu testimonio acerca de tu relación con Jesús? ¿Qué podrías decir para ayudar a aumentar el gozo de alguien en el Señor, como Juan trató de hacerlo aquí?

Dios nos promete gozo como creyentes en Jesús. El gozo ¿es lo mismo que la felicidad? ¿Deberíamos estar siempre felices? Si no es así, ¿acaso tendrá algo de malo nuestra experiencia cristiana?
¿Qué puede revelar la vida de Jesús que nos ayude a entender las respuestas a estas preguntas?

2. LIBRE DE CULPA

“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1).

Una joven había sido brutalmente asesinada, y no se sabía quién era el asesino. La policía, para tenderle una trampa, colocó un micrófono oculto en la tumba. Una noche, muchos meses después de su muerte, un joven se acercó a la tumba y, arrodillado y llorando, le pidió perdón a la mujer. La policía, por supuesto, al monitorear sus palabras, lo detuvo por el crimen.

¿Qué llevó a ese hombre a la tumba? Fue la culpa, ¿qué otra cosa?

Por supuesto, aunque ninguno de nosotros nunca haya hecho algo tan malo como ese joven, todos somos culpables, todos hemos hecho cosas de las que nos avergonzamos; cosas que desearíamos poder deshacer, pero que no podemos.

Gracias a Jesús y la sangre del Nuevo Pacto, ninguno de nosotros tiene que vivir bajo el estigma de la culpa. Según el texto de hoy, no hay ninguna condena en contra de nosotros. El Juez Supremo nos considera libres de culpa; nos cuenta como si no hubiéramos hecho las cosas por las que nos sentimos culpables.

¿Cómo nos ayudan estos versículos a entender Romanos 8:1? 

"De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida". Juan 5:24.

"Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados." Romanos 3:24, 25.

"Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él." 2 Corintios 5:21.

Una de las grandes promesas de vivir en una relación de pacto con el Señor es que ya no tenemos que vivir bajo el peso de la culpa. Gracias a la sangre del Pacto, nosotros, que elegimos entablar esa relación de pacto con Dios, que elegimos cumplir con las condiciones de la fe, el arrepentimiento y la obediencia, podemos ver que se nos quita la carga de la culpabilidad. 
Cuando Satanás busca susurrar en nuestros oídos que somos impíos, que somos malos, que somos demasiado pecadores como para que Dios nos acepte, podemos hacer lo que hizo Jesús cuando Satanás lo tentó en el desierto: podemos citar las Escrituras, y uno de los mejores versículos para citar en estas ocasiones es Romanos 8:1. 
Esto no significa negar la realidad del pecado en nuestra vida; significa que gracias a la relación de pacto que tenemos con el Señor ya no vivimos bajo la condenación de ese pecado. Jesús pagó el castigo por nosotros, y ahora está en la presencia del Padre invocando su propia sangre por nosotros, presentando su justicia en lugar de nuestros pecados.

¿Qué importancia tiene en tu vida el hecho de que el Señor te haya perdonado, sean cuales fueren los pecados que cometiste? Esa realidad, ¿cómo te ayuda a tratar con quienes han pecado contra ti?

3. NUEVO PACTO Y NUEVO CORAZÓN

“Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:17-19).

Como muestran las lecciones anteriores de este trimestre, mediante el Nuevo Pacto el Señor instala la Ley en nuestro corazón (Jeremías 31:31-33). No solo la Ley está allí; según los textos de hoy, Cristo también está. Esto, por supuesto, tiene sentido, porque Cristo y su Ley están estrechamente relacionados. Por lo tanto, al tener la Ley de Cristo en nuestro corazón, y a Cristo morando allí también (la palabra griega traducida en el texto anterior como habitar también significa “establecerse”, lo que da la idea de permanencia), llegamos a otro de los grandes beneficios del Pacto: un corazón nuevo.

¿Por qué necesitamos un corazón nuevo? ¿Qué cambios se manifestarán en aquellos que tienen un corazón nuevo?

Vuelve a leer el pasaje de hoy. Fíjate que Pablo enfatiza el elemento del amor al decir que debemos estar “arraigados y cimentados” en él. Estas palabras implican estabilidad, firmeza y permanencia en el fundamento del amor. Nuestra fe no significa nada si no está arraigada en el amor por Dios y el amor por los demás (Mateo 22:37-39; 1 Corintios 13). Este amor no se da en el vacío; al contrario, se da porque vislumbramos el amor de Dios por nosotros –un amor que “sobrepasa todo entendimiento”– manifestado a través de Jesús. Como resultado, nuestra vida cambia, el corazón cambia y nos convertimos en personas nuevas, con pensamientos nuevos, deseos nuevos y metas nuevas. La reacción al amor de Dios por nosotros es lo que cambia nuestro corazón y nos infunde amor por los demás. Quizás esto sea lo que Pablo quiere decir, al menos parcialmente, cuando habla de que estamos llenos de “toda la plenitud de Dios”.

Francisco José Moreno escribió: “Nos vemos en relación con el cosmos, y somos conscientes de nuestra ignorancia e impotencia final; de allí nuestra inseguridad. Como resultado, sentimos temor” (Between Faith and Reason: Basic Fear and the Human Condition, p. 7)..

¿Qué puedes hacer para permitir que se cumplan en ti las promesas de la Escritura? ¿Hay cosas que necesitas cambiar, cosas que quizá te impidan experimentar "toda la plenitud de Dios"?

"Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él." 1 Juan 4:16. 

"Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios." Efesios 3:17-19.

Analiza más a fondo esta idea de estar llenos de “toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:19). ¿Qué significa eso? ¿Cómo podemos experimentar esto en nuestra vida?

Haz una lista de los cambios que necesitas hacer en tu vida. 

"Los hijos de Israel estaban tomando para sí una solemne y pesada responsabilidad. La comunión con Dios siempre implica pesadas obligaciones. Lo mismo ocurre con el "llamamiento santo" del cristiano (1 Pedro 2:1-9)

¿Cómo pueden ayudarse mutuamente para realizar los cambios necesarios?

4. EL NUEVO PACTO Y LA VIDA ETERNA

“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11:25, 26).

Hay dos dimensiones en la vida eterna. La dimensión presente otorga al creyente la experiencia de la vida abundante ahora (Juan 10:10), que incluye las muchas promesas que se nos han dado para nuestra vida ahora.

La dimensión futura es, por supuesto, la vida eterna: la promesa de la resurrección (Juan 5:28, 29; 6:39). Aunque todavía está en el futuro, ese es el único suceso que hace que todo lo demás valga la pena, el único acontecimiento que corona todas nuestras esperanzas como cristianos.

Estudia el versículo de hoy. ¿Qué está queriendo decir Jesús aquí? ¿Dónde se encuentra la vida eterna? ¿Cómo entendemos sus palabras de que quienes viven y creen en él, incluso si mueren, nunca morirán? (Ver Apocalipsis 2:11; 20:6, 14; 21:8.)

Por supuesto, todos morimos; pero, según Jesús, esta muerte es solo un sueño, una pausa temporal, que para quienes creen en él culminará en la resurrección de vida eterna. Cuando Cristo regrese, los muertos en Cristo resucitarán inmortales, y los seguidores vivos de Cristo serán transformados en un abrir y cerrar de ojos a la inmortalidad. Tanto los muertos como los vivos en Cristo poseerán el mismo tipo de cuerpo resucitado. La inmortalidad comienza en ese momento para el pueblo de Dios.

Qué gran alegría es saber ahora que nuestro fin no está en la tumba, sino que no hay fin, que tendremos una nueva vida que durará para siempre.

“Cristo se hizo una carne con nosotros, para que pudiésemos ser un espíritu con él. En virtud de esta unión hemos de salir de la tumba; no meramente como una manifestación del poder de Cristo, sino porque, a través de la fe, su vida ha llegado a ser nuestra. Los que ven a Cristo en su verdadero carácter y lo reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por medio del Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna” (DTG, 352).

¿De qué manera podemos disfrutar ahora de los beneficios de la vida eterna?

En otras palabras, esta promesa ¿qué hace en favor de nosotros en este momento? Escribe algunos de los beneficios que esta promesa de vida eterna te brinda personalmente en tu vida diaria. ¿Cómo podrías adueñarte de esta esperanza y promesa y compartirla con alguien que tal vez está luchando con el dolor por la muerte de un ser querido?

5. NUEVO PACTO Y MISIÓN

“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19, 20).

En todo el mundo, la gente a menudo lucha con lo que el escritor sudafricano Laurens Van Der Post llamó “la carga del sinsentido”. La gente se encuentra con el don de la vida, pero no sabe qué hacer con él; no sabe cuál es el propósito de este don y no sabe cómo usarlo. Es como dar a alguien una biblioteca llena de libros raros, solo para que la persona, en vez de leer los libros, los use para hacer fogatas. ¡Qué terrible desperdicio de algo tan precioso!

No obstante, el cristiano del Nuevo Pacto no tiene que bregar con ese problema. Al contrario, quienes conocen (y han experimentado personalmente) la maravillosa noticia de un Salvador crucificado y resucitado, que murió por los pecados de cada ser humano en todas partes con la intención de que todos pudieran tener vida eterna, conocen el gozo. Al considerar el inequívoco llamado de Mateo 28:19 y 20, el creyente indudablemente tiene una misión y un propósito en la vida, y es difundir al mundo la maravillosa verdad que ha experimentado personalmente en Cristo Jesús. ¡Qué privilegio! Casi todo lo que hacemos en este mundo se acabará cuando este mundo termine. Pero difundir el evangelio a otros es una obra que dejará una huella en la Eternidad. ¡A propósito de sentido de misión...!

Analiza los versículos de hoy en sus diversos elementos. ¿Cuáles son las cosas específicas que Jesús nos dice que hagamos y qué implica cada una? ¿Qué promesa tenemos que nos dé la fe y el valor para hacer lo que Cristo manda?

Como cristianos del Nuevo Pacto, el Señor mismo nos ha dado un mandato claro. Más allá de quiénes somos, de nuestra posición en la vida, de nuestros límites, todos podemos desempeñar un papel. ¿Has estado haciendo algo?

¿Puedes hacer más? ¿Qué pueden hacer juntos, como clase, para tener un papel más importante en esta obra?

CONCLUSIÓN

“El santo Hijo de Dios no tenía pecados ni pesares propios que cargar: cargaba con las aflicciones de los demás; porque sobre él recayó la iniquidad de todos nosotros. Mediante la simpatía divina él se conecta con el hombre y, como Representante de la raza, se somete a que lo traten como transgresor.

Él contempla el abismo de aflicción que nuestros pecados abrieron para nosotros y propone tender un puente a través de la separación del hombre con Dios” (E. G. de White, Bible Echo and Signs of the Times, 1o de agosto de 1892).

“Hermano mío, venga tal como es, lleno de mancha y pecado. Ponga su carga de culpabilidad sobre Jesús y por fe reclame sus méritos. Acérquese ahora, mientras dura la gracia; venga confesando, venga con alma contrita, y Dios será amplio en perdonar. No se atreva a desperdiciar otra oportunidad. Escuche la voz misericordiosa que en estos momentos le ruega levantarse de los muertos para que Cristo le brinde luz. Parece ser que ahora cada instante se vincula directamente con los destinos del mundo invisible. Entonces, no permita que su orgullo e incredulidad lo hagan rechazar aún más la misericordia ofrecida. Si lo hace, lo lamentará al final diciendo: ‘Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos’ (Jeremías 8:20)” (5TI, 332).

El Pacto no es solo un concepto teológico profundo. Este define los parámetros de nuestra relación salvífica con Cristo, una relación que nos reporta maravillosos beneficios ahora y en su Venida.

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