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El temeroso Josafat - Fe y Acción

“Josafat tuvo miedo y humilló su rostro para consultar a Jehová, e hizo pregonar ayuno a todo Judá” (2 Crónicas 20:3). 

Hay numerosos clamores alrededor del mundo. 
Uno de los mayores clamores es por liderazgo experimentado. Para los cristianos que creen en la Biblia, mucho puede extraerse de las experiencias de individuos que fueron llamados para liderar en los dominios cívico y espiritual. 

El liderazgo cívico era solo para los reyes, y el liderazgo espiritual era para los sacerdotes y profetas. Josafat fue un rey de Judá. En la cultura hebrea, ponerle nombre a un niño era una responsabilidad muy especial. Los padres ponían el nombre a sus hijos con la esperanza que ellos personificaran el significado de su nombre. Josafat es la combinación de dos palabras hebreas: Jeo (abreviatura de Jehová) y shaphat (él gobierna). 
Por lo tanto, el significado del nombre es “Jehová gobierna”. Se esperaba que el niño permitiese que Dios reinara en su vida. De la historia que se encuentra en 2 Crónicas 20:1-30, aprendemos cómo los líderes deben lidiar con el miedo: buscando al Señor. 

UN LÍDER QUE TEME A DIOS 
Nos encontramos con Josafat cuando él ya es rey; un líder cívico que tiene inclinaciones naturales para el liderazgo espiritual. En el 2 Crónicas 17, descubrimos que Josafat, después de asumir su posición como rey, envió líderes elegidos y levitas para enseñar la ley de Dios. Como resultado, el temor del Señor recayó sobre los reinos alrededor de Judá de tal manera que ellos no fueron a pelear contra Josafat. Varios reinos fueron a dar tributo a Josafat, regalándole plata y animales domésticos. Entonces, Josafat se volvió cada vez más poderoso, y su influencia se sintió en toda la tierra. 
Los dividendos del temor a Dios son naturales. Josafat no pidió ni exigió respeto y poder. Ocurrió porque otras naciones estaban observando la calidad de su reino. Estaba lleno de la orientación y el dominio de Dios. 
El rey observó que, aunque el administraba el comercio y la ciudadanía de su pueblo, había un reino y un poder mayor sobre su trono. Por encima de las responsabilidades cívicas y reales, había un reino sobre el suyo, el reino de Dios al cual todos los reyes y señores deben someterse. La habilidad de liderar un reino y todavía tener un claro entendimiento de Dios como rey es verdadera sabiduría. Josafat poseía un poder de fe y santidad que no se corrompía, un poder que no es egoísta. 

El rey era el tipo de hombre que permitía que Dios dirigiera su vida. A su vez, él compartió ese estilo de vida con sus subordinados. Por esa razón, cuando Acab suplicó a Josafat para que se aliara con él para pelear contra Ramot de Galaad, la respuesta de él fue: 
“Yo te ruego que consultes hoy la palabra de Jehová” (1 Rey. 22:5). 

Josafat sabía que su éxito dependía del Señor. Lo primero que hizo en medio de la crisis fue buscar al Señor.
Por desgracia, Josafat y su cómplice desobedecieron. Él sabía cual era la voluntad de Dios, pero era muy orgulloso para retirar con humildad la ayuda prometida. 

Aquí hay lecciones importantes que deben ser resaltadas, siendo la más prominente, que la obediencia a la Palabra de Dios debe ser mantenida sagradamente, aun con gran costo para nosotros de forma personal. 

Los líderes deben estar dispuestos a rendir su orgullo y sus opiniones a la sabiduría divina. 
No debemos dejar que las expectativas de los otros (incluso cuando las hayamos animado) nos lleven a hacer elecciones que van en contra de la Palabra de Dios. Fue la cultura de Josafat permitir que Dios gobernase incluso en el proceso de tomar decisiones. 
“Josafat debió gran parte de su prosperidad como gobernante a estas sabias medidas tomadas para suplir las necesidades espirituales de sus súbditos. Hay mucho beneficio en la obediencia a la ley de Dios. En la conformidad con los requerimientos divinos hay un poder transformador que imparte paz y buena voluntad entre los hombres. Si las enseñanzas de la palabra de Dios ejercieran una influencia dominadora en la vida de cada hombre y mujer, y los corazones y las mentes fuesen sometidos a su poder refrenador, los males que ahora existen en la vida nacional y social no hallarían cabida. De todo hogar emanaría una influencia que haría a los hombres y mujeres fuertes en percepción espiritual y en poder moral, y así naciones e individuos serían colocados en un terreno ventajoso” (PP, 143). 

UN LÍDER QUE ORA 
Algún tiempo después, los moabitas y los amonitas, acompañados por otros amonitas unieron fuerzas para hacer guerra contra Josafat. El rey recibió el siguiente informe de inteligencia: 
“Contra ti viene una gran multitud del otro lado del mar y de Siria; ya están en Hazezon-tamar, que es En-gadi” (2 Crónicas 20:2). 

“Josafat tuvo miedo y humilló su rostro para consultar a Jehová, e hizo pregonar ayuno a todo Judá. Se congregaron los de Judá para pedir socorro a Jehová; y también de todas las ciudades de Judá vinieron a pedir ayuda a Jehová” (2 Crónicas 20:1-4). 

Ocurrió un día que los ejércitos de Moab y Amón fueron contra Josafat. Como era su costumbre, él recurrio al Señor. Él sabía de dónde provenía su ayuda. El rey llamó a todos los habitantes de Judá al templo para orar. Se declaró ayuno en todo el país. El pueblo obedeció pues el mismo estilo de vida fue pasado a ellos. Estaban familiarizados con su poder y significado, por eso cooperaban. 
¿Qué tipo de líder era ese? 

En lugar de desarrollar una estrategia diplomática militar, llamó al pueblo a la casa del Señor, para buscar a Dios. Podría haber optado por hacerlo solo, pero eligió declarar ayuno para todos. Probablemente, la primera vez por proclamación real. Ahora la carga era compartida por todos, no solamente por el rey. 
El trabajo en equipo trae buenos resultados. 
El dinamismo de un liderazgo consagrado busca traer alegría para todos y un sentido de realización para todos. 

La ironia de la historia es que cuando los israelitas dejaron Egipto, Dios no permitió que ellos invadieran a los amonitas ni a los moabitas. 
¿Cuán rápido un aliado se transforma en un enemigo repentino? 

Un día soleado se vuelve un medio día nublado. 
Las cosas pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos. 
Los problemas vienen sin haber sido invitados. 

Cuando los problemas llegan, el líder que tiene a Dios siempre en primer lugar en su mente no se afligirá, sino que orará. En medio del pueblo, Josafat concluyó su oración: 

“Ahora ellos nos pagan viniendo a arrojarnos de la heredad que tú nos diste en posesión. ¡Dios nuestro!, ¿no los juzgarás tú? Pues nosotros no tenemos fuerza con que enfrentar a la multitud tan grande que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (2 Crónicas 20:11-12). 

Tenemos un Dios que oye nuestras oraciones. Él nos insta: “Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías 33:3). 
El mismo Dios dice: “Pedid, y se os dará” (Mateo 7:7). Ademas de eso, 
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10). 
“He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír” (Isaías 59:1). 
El líder debe acercarse al trono de Dios con confianza porque “antes que clamen, responderé yo” (Isaías 65:24). 

“Nuestro Padre celestial está esperando para derramar sobre nosotros la plenitud de sus bendiciones. Es privilegio nuestro beber abundantemente en la fuente del amor infinito. ¡Cuán extraño es que oremos tan poco! Dios está pronto y dispuesto a oír la oración de sus hijos, y no obstante hay de nuestra parte mucha vacilación para presentar nuestras necesidades delante de Dios” (CC, 94). 

UN LÍDER QUE CREE 
Dios respondió la oración de Josafat y su pueblo. La Palabra del Señor vino por medio de Jahaziel: “No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios. […] No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros. Oh Judá y Jerusalén, no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, porque Jehová estará con vosotros” (2 Crónicas 20:15, 17).

Josafat se postró y adoró a Dios. Él creyó en las palabras del profeta. Él aceptó la victoria antes de la guerra. La fe es aceptar los resultados futuros en el presente. La sustancia era la victoria, y la evidencia de cosas esperadas era la Palabra del Señor. Era suficiente para Josafat aceptar la Palabra de Dios así como era. 
Los líderes son tentados a racionalizar y usar la lógica, porque los seguidores quieren cosas tangibles. Por otro lado, Dios no espera una fe ciega. La razón y la lógica tienen su lugar, pero nunca deben tener prioridad sobre la Palabra de Dios. 

Los líderes consagrados subordinarán la lógica (la ciencia) a la fe (en la Palabra de Dios), reconociendo que el “camino que parece derecho” puede ser un desastre (Prov. 16:25). 

El orden de guerra en aquellos días estaba estructurado de la siguiente manera: 
1. Infantería: soldados de a pie; 
2. Caballería: soldados montados a caballo; 
3. Oficiales del ejército; 
4. Rey. 

La infantería siempre se encontraba en las líneas del frente. Detrás de ellos estaba la caballería, y después los oficiales del ejército. El rey siempre estaba a lo último, por protección. Josafat creía en la Palabra de Dios con todo su corazón y entendimiento. Eligió cantantes entre el pueblo. No había necesidad de un ejército, pues el Señor había declarado que Judá no necesitaría luchar en esa batalla y que esa batalla le pertenecía al Señor. Entonces, fueron el rey y el coro quienes salieron contra el enemigo. No fue difícil convencer a las personas sobre esta estrategia porque habían oído la Palabra de Dios personalmente y vieron al rey actuando con base en su fe y su confianza. También creían y eso también fue esencial para el éxito. 

Ellos no tenían espada ni lanza sino que cantaban alabanzas al Señor. Cantaban: “Alabad a Dios porque su misericordia es para siempre”, “porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4). 

Dios confirmó su Pacto con cuatro respuestas:
1. Dando su Presencia (1 Crónicas 17:4, 5)
2. Dando su confirmación (1 Crónicas 17:5-9)
3. Dando su Defensa (1 Crónicas 17:10)
4. Dando el engrandecimiento (1 Crónicas 17:11-13)

Entonces, Judá alabó al aproximarse al enemigo. Este quedó tan confundido que ellos se mataron unos a otros. Sí, el Señor apareció y permaneció fiel a su palabra: “No habrá para qué peleéis vosotros en este caso” (2 Crónicas 20:17). 

Hay batallas que los líderes luchan usando su propio poder e intelecto, y, aún así, nada resulta de esa batalla. El líder debe permitir que Dios haga las cosas a su manera aunque estas puedan ser poco comunes, diferentes e impopulares. ¿Quién va a la batalla sin lanza o espada? ¿Quién va a la batalla alabando y adorando? ¿Quién hace eso? Solo un líder que se mueve en el Espíritu de Dios. 

Mayor responsabilidad recae sobre el líder, pero los seguidores también tienen su papel. El trabajo de un líder es más sencillo cuando los seguidores cooperan con el Espíritu de Dios. 

“Muchas veces la vida cristiana está rodeada de peligros, y el deber parece difícil de cumplir. La imaginación cree ver la ruina inminente si se avanza, y la servidumbre y la muerte si se vuelve atrás. Sin embargo, la voz de Dios dice claramente: Id adelante. Obedezcamos la orden, aun cuando nuestra vista no pueda penetrar las tinieblas. Los obstáculos que impiden nuestro progreso no desaparecerán nunca ante un espíritu vacilante y dudoso. Aquellos que difieren la obediencia hasta que toda incertidumbre desaparezca, y no queden riesgos de fracaso ni derrota, no obedecerán nunca. La fe mira más allá de las dificultades, y echa mano de lo invisible, aun de la Omnipotencia, y por lo tanto, no puede resultar frustrada. La fe es como asir la mano de Cristo en toda emergencia” (OE, 276). 

UN LÍDER QUE ALABA 
Josafat y su pueblo ganaron la batalla. Los despojos que reunieron fueron tantos que demoraron tres días enteros para recolectarlos, y aun así no lograron recolectar todo (ver 2 Crónicas 20:25, 26). En el valle de Beraca (que significa ‘bendición’), 

Josafat lideró a Judá en otra sesión de adoración. En el “valle de las bendiciones”, ellos bendijeron el nombre del Señor. Exaltaron su santo nombre. ¡Eso es! Los enemigos (Moab y Amón) pueden intentar apropiarse de la bendición, pero ella será dada por Dios a sus hijos para siempre, mientras permanezcan fieles. Aquellos que están llenos de fe serán fieles. No debemos ser negligentes con las bendiciones. En lugar de eso, debemos ser mayordomos de las bendiciones. Cuanto más creemos en el Señor y lo alabamos por lo que hará, menor se vuelve nuestra importancia y mayor, la importancia de Dios. Es importante para los líderes dar a Dios la alabanza de nuestras victorias y éxitos. Tal disciplina mantendrá al líder humilde y el mismo espíritu será incentivado en la vida de los seguidores. El desfile de egos y el poder real entre los líderes incentiva un espíritu de discordia y conflicto, pero cuando el Señor es la persona que recibe toda la gloria, todas las personas pueden identificarse, facilitando la confianza de todas las personas. 

CONCLUSIÓN 
“Dios fué la fortaleza de Judá en esta crisis, y es hoy la fortaleza de su pueblo. No hemos de confiar en príncipes, ni poner a los hombres en lugar de Dios. Debemos recordar que los seres humanos son sujetos a errar, y que Aquel que tiene todo el poder es nuestra fuerte torre de defensa. En toda emergencia, debemos reconocer que la batalla es suya. Sus recursos son ilimitados, y las imposibilidades aparentes harán tanto mayor la victoria” (PR, 150). 

• Un líder debe temer a Dios – ¡Hazlo! 
• Un líder debe orar – ¡Ámalo! 
• Un líder debe creer – ¡Demuéstralo! 
• Un líder debe alabar a Dios – ¡Exprésalo! 

Dios te invita en este día a ser ese líder que a pesar de sus temores y debilidades quiere comprometerse a vivir para su gloria y para su honra. Quieres ser ese liíder?

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