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Alejandro Bullón
INTRODUCCIÓN
Cuando viajaba, la Madre Teresa de Calcuta siempre guardaba los alimentos que le servían en el avión, y también les pedía a los comisarios de abordo que los entregaran después a las personas pobres. No era raro, además, que las personas le ofrecieran dinero para sus obras mientras se encontraba en los aviones.
En una ocasión, el copiloto del avión avisó que la Madre Teresa estaba a bordo y pasó con su gorro para recolectar donaciones. Ella tenía credibilidad porque su vida fue una prueba de amor a los pobres.
I - LA PRUEBA DE QUIÉN ES DIOS
1. El acto de la creación es una prueba de la propiedad de Dios. Él creó el Universo por medio de su Palabra. Él es, por lo tanto, el dueño del cielo y la Tierra. “He aquí, de Jehová tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella” (Deuteronomio 10:14).
Todo lo que existe en el Universo es de Dios. Nosotros, nuestro tiempo, nuestros
talentos y las cosas que poseemos. “Él nos da sus beneficios en gran cantidad. Estamos en deuda con él por el alimento que comemos, el agua que bebemos, la ropa con la que nos vestimos y el aire que respiramos. Sin su providencia especial, el aire estaría lleno de pestilencia y veneno. Él es un generoso benefactor y preservador” (CMC, 19).
El problema es que los seres humanos nos olvidamos con facilidad de que todo lo que existe le pertenece a Dios. Nos olvidamos de quién es Dios.
2. Dios desea que el ser humano se vuelva a él. Lejos de Dios no somos felices ni estamos completos. Pero el hecho de volver a Dios no es algo romántico con palabras bonitas, sino una experiencia práctica.
3. Dios no necesita nuestros recursos. Él no está interesado en nuestro dinero, y sí está interesado en nuestro corazón. Él espera que le devolvamos el diezmo, porque es una ley de vida que “ donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21). “Dame, hijo mío, tu corazón, Y miren tus ojos por mis caminos” (Proverbios 23:26). El Señor desea tu corazón.
Todo lo demás será una consecuencia. “Debemos dar a Dios todo el corazón, o no se realizará el cambio que se ha de efectuar en nosotros, por el cual hemos de ser transformados conforme a la semejanza divina. Por naturaleza estamos enemistados con Dios” (CC, 43).
II - LA PRUEBA DE QUIÉN ES EL SER HUMANO.
1. La observancia del sábado prueba que el ser humano depende de Dios. Fue establecido para que recordáramos que él es el dueño de nuestro tiempo.
“Acuérdate del día de reposo para santificarlo […]Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo[c] y lo santificó” (Éxodo 20:8 y 11).
El mandamiento del sábado comienza diciendo “Acuérdate”, justamente porque el ser humano tiende a olvidar las cosas con facilidad. Al devolver el sábado al Señor y guardarlo como un día santo estamos reconociendo que él es el dueño absoluto de nuestro tiempo y que nos prestó este tiempo para que pudiéramos vivir.
2. El manual de salud en la Biblia prueba que el ser humano tiene un dueño.
“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2: 16-17);
“…Y todos comieron el mismo alimento espiritual” (1 Corintios 10:3). En el Jardín del Edén, Dios le dio todo al ser humano para comer, pero separó para él árbol de la ciencia del bien y del mal. Si el hombre hubiera respetado la orden divina, habría aceptado que Dios era el dueño de su cuerpo.
Hoy ya no hay árbol, pero tenemos las recomendaciones de cómo debemos alimentar a nuestro cuerpo. Pero, como el hombre se olvida fácilmente, Pablo comienza preguntando: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19).
3. Dios es el autor de los talentos y usarlos para el reino es una prueba de eso. Dios es el dueño de nuestras facultades y talentos. “Nuestra vida no nos pertenece; es de Cristo. Todo es de él y debemos utilizar nuestras facultades realizando la voluntad de Dios. Vigilad y orad. Sed incansables al cumplir su voluntad de corazón. Usad toda la capacidad que les ha sido confiada como un tesoro sagrado, para usar y compartir con otros el conocimiento y la gracia recibidos. De esta forma se corresponde al propósito por el cual Dios se lo concedió a vosotros” (OA, 229).
4. Devolver el diezmo prueba que reconocemos que Dios es el dueño de nuestras posesiones. “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10). El diezmo es la décima parte de todo lo que tenemos. En realidad, todo lo que tenemos le pertenece a Dios, pero él nos lo presta para que podamos vivir; sin embargo, se reserva la décima parte para él. Si le devolvemos lo que él pide, estamos reconociendo que él es el dueño de todo lo que tenemos.
“Dios tiene derecho sobre nosotros y sobre todo lo que poseemos. Su derecho tiene supremacía sobre todos los demás. Y como reconocimiento de ese derecho, él nos pide que le devolvamos una porción fija de todo lo que nos da. El diezmo es la parte que él espera. Por indicación del Señor le fue consagrado desde los tiempos más antiguos” (CMC, 76).
III - LA PRUEBA DE LA CONFIRMACIÓN
1. Si Adán y Eva hubieran obedecido, habrían dado prueba de su elección.
“Dios creó al hombre para su propia gloria, para que después de la prueba y la aflicción la familia humana pudiera llegar a ser una con la familia celestial. Era el propósito de Dios repoblar el cielo con la familia humana, si se manifestaban obedientes a cada palabra suya. Adán tenía que ser probado, para ver si sería obediente como los ángeles leales, o si sería desobediente” (MGD 344).
2. El uso de las posesiones, son prueba de nuestras prioridades. “Nunca debemos olvidar que se nos ha puesto a prueba en este mundo a fin de determinar nuestra aptitud para la vida futura. No podrá entrar en el cielo ninguna persona cuyo carácter haya sido contaminado por la fea mancha del egoísmo. Por lo tanto, Dios nos prueba aquí entregándonos posesiones temporales a fin de que el uso que hagamos de ellas demuestre si se nos pueden confiar las riquezas eternas” (CMC 24).
CONCLUSIÓN
Dios dijo que todo el tiempo mío, pero que me lo prestaba para que diera prueba de que reconozco que él es el Dueño. “Me devolverás el diezmo, me devolverás tus talentos en el sábado. Tu cuerpo es mío pero yo te lo presto para que puedas vivir, pero también para que des prueba de que reconoces que yo soy el dueño de ese cuerpo. Te alimentarás solamente con las cosas que yo te digo. Y finalmente, todo lo que tienes: casa, automóvil, dinero…Todo es mío, yo te lo presto. Pero para que me des prueba de que reconoces que soy el dueño de todo, me devolverás el diezmo”.
El diezmo no es porque Dios necesita de su dinero, quítate eso de la cabeza. Dios dijo:
“Mío es el oro y mío es el dinero. Si yo tuviera hambre, no te lo diría a ti”. Todo le pertenece a Dios.
2. La mayor prueba es la batalla contra el yo.
“Dios quiere sanarnos y libertarnos.
Pero como esto exige una transformación completa y la renovación de toda nuestra naturaleza, debemos entregarnos a El completamente.
La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás se haya reñido. El rendirse a sí mismo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha; mas para que el alma sea renovada en santidad, debe someterse antes a Dios” (CC 43).
ILUSTRACIÓN
A fines del siglo XVIII, en Inglaterra, un granjero estaba trabajando en su campo cuando vio a un grupo de cazadores, montados a caballo, que se acercaban a su hacienda. Había una de sus plantaciones que no podría de ninguna manera ser pisoteada por los caballos, y él les ordenó a sus empleados: “Cierra la puerta de aquel campo y no la abras bajo ninguna circunstancia”. Enseguida, los jinetes se acercaron y le ordenaron que abrieran el portón. El empleado se resistió. Entonces, uno de los cazadores le dijo: “Yo soy el Duque de Wellington y te ordeno que abras ese portón para que mis amigos y yo pasemos”
(El Duque de Wellington fue el general que venció a Napoleón en la batalla de Waterloo). El muchacho se quitó el gorro en señal de respeto y respondió:
“Debo mantener cerrado este portón por orden de mi patrón”. El Duque se quitó su sombrero y dijo: “Respeto al muchacho u hombre que no se somete a amenazas o sobornos para cometer un error”. El muchacho probó su lealtad.
MI DECISIÓN
Habiendo entendido que en este mundo estoy a prueba para ver si Dios puede confiarme sus riquezas eternas, que nada es mío y que todo lo que tengo es de él, decido rendirme completamente a él y serle fiel en la devolución de lo que le pertenece.
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