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El gran día - El poder de la Esperanza

Gocémonos, alegrémonos y démosle gloria; porque ha llegado la boda del Cordero, y su novia se ha preparado!” (Apocalipsis 19:7).

INTRODUCCIÓN

Finalmente llegó el gran día. Después de estar tanto tiempo distanciados, de tantos intentos del rival de apartar a la novia del Novio, llega el momento tan esperado. En las bodas siempre todos esperan para ver el momento en que las miradas de los novios se encuentran. Pero los novios son los que están más ansiosos esperando el momento de mirar a los ojos de quien será suyo/a para siempre.

La iglesia/novia fiel también espera el momento de ver el rostro del Novio. 

Ese momento representa el inicio de un nuevo tiempo de felicidad eterna. Ese momento es tan esperado que la novia no lo cambiaría por nada, por nada en el mundo. 

El teólogo Agustín imaginó a Jesús haciendo una propuesta. Imagina que él te dice: “Si aceptas, voy a hacer un trato contigo. Te daré lo que me pidas: placeres, poder, honra, fortuna, libertad, y hasta paz de espíritu o una buena conciencia. Nada será pecado, nada estará prohibido, nada será imposible para ti. Nunca estarás aburrido y nunca morirás. Solo que nunca jamás verás mi rostro”1.

Por más tentadora que pueda parecer esa propuesta, la novia fiel no cambia el encuentro con el Novio por nada de esta tierra, ni siquiera una eternidad de lujos y placeres egocéntricos. 

Ver su rostro significa conocer quien realmente es, y vivir en intimidad con él. Encontrarse con el Novio es el sueño más anhelado. Todas las pruebas no son nada en comparación con la alegría que la espera.

Suena la música y la puerta se abre. ¡Llegó la hora!

DESARROLLO

Nos gustan las nubes. Desde niños nos gusta dibujarlas. Nuestros padres jugaban con mirarlas y hacernos imaginar animalitos u objetos. Nos gusta viajar en avión y mirarlas bien de cerca, o simplemente sentarnos en la orilla de la playa con alguien que amamos y mirarlas allá en lo alto.

Pero puedes tener la seguridad de que los discípulos de Jesús fueron los seres humanos a quienes más les gustaban las nubes. No solo por su belleza o por los formatos más inusitados, sino porque los ángeles les habían hecho una promesa. 

Leamos el texto de Hechos 1:9 al 11 “Después de decir esto, Jesús fue elevado a la vista de ellos, y una nube lo ocultó de sus ojos. Mientras miraban fijamente cómo se iba al cielo, se pusieron junto a ellos dos varones vestidos de blanco, y les dijeron: ‘Galileos, ¿por qué quedáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido llevado de vosotros al cielo, volverá del mismo modo en que lo habéis visto ir al cielo”.

Me imagino que ellos vivían mirando hacia las nubes. Miraban porque sabían que así como una nube cubrió a Jesús mientras él subía, otra nube lo envolvería cuando descendiera para buscarlos. Para ellos, las nubes eran un símbolo de encuentro con Cristo. 

Para la novia también hay una razón por la cual mirar al cielo: “Mirad que viene con las nubes: y todo ojo lo verá” (Apocalipsis 1:7). 

“Y entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre que viene sobre las nubes del cielo, con gran poder y grande majestad” (Mateo 24:30).

El libro Eventos de los últimos días narra con belleza la escena. En medio de la persecución final de la iglesia, los desastres naturales que destruyen las ciudades y causan terror por todos lados, aparece la nube. ¿Cómo diferenciar esa nube de todas las demás? Simplemente lo sabremos. Vean el texto: 

“Pronto aparece en el este una pequeña nube negra, de un tamaño como la mitad de la palma de la mano. Es la nube que envuelve al Salvador y que a la distancia parece rodeada de oscuridad. El pueblo de Dios sabe que es la señal del Hijo del hombre. En silencio solemne la contemplan mientras va acercándose a la tierra, volviéndose más luminosa y más gloriosa hasta convertirse en una gran nube blanca, cuya base es como fuego consumidor, y sobre ella el arco iris del pacto. Jesús marcha al frente como un gran conquistador” (p. 278).

Llegó el momento tan esperado. Como en los más lindos casamientos, tenemos la música más bella, los testigos y finalmente el gran encuentro.

Música: 

“Con cantos celestiales los santos ángeles, en inmensa e innumerable muchedumbre, le acompañan en el descenso. El firmamento parece lleno de formas radiantes—‘millones de millones, y millares de millares’. Ninguna pluma humana puede describir la escena, ni mente mortal alguna es capaz de concebir su esplendor” (p. 278). 

Imaginen la música que compuso el mismo Creador de la música para ese encuentro.

Testigos: 

Al sonido de la música, se produce una gran resurrección en masa. Resucitan los que murieron fieles; pero resucita también un grupo de perdidos muertos que, como parte del castigo, verá el regreso de Cristo: 

“Los sepulcros se abren, y ‘muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua’” (Daniel 12:2). 

Todos los que murieron en la fe del mensaje del tercer ángel, salen glorificados de la tumba, para oír el pacto de paz que Dios hace con los que guardaron su ley. 

“Los que le traspasaron (Apocalipsis 1:7), los que se mofaron y se rieron de la agonía de Cristo y los enemigos más acérrimos de su verdad y de su pueblo, son resucitados para mirarle en su gloria para ver el honor con que serán recompensados los fieles y obedientes” (p. 275).

La novia se levanta: 

Con toda seguridad será emocionante el reencuentro entre los resucitados y los vivos fieles (1 Tesalonicenses 4:16). Imaginen: 

“Me explayo con placer en la resurrección de los justos, quienes saldrán de todas partes de la tierra, de las cavernas rocosas, de los calabozos, de las cuevas de la tierra, de la profundidad de las aguas. Nadie es pasado por alto. Todos oirán su voz. Se levantarán con triunfo y victoria” (p. 282). 

Ellos se levantan de entre los muertos y se unen a los salvos que están vivos. Finalmente la novia está completa, todos los santos están reunidos. 

Pero solo falta un detalle: 1 Corintios 15:52 dice que “en un instante, en un abrir de ojos, a la final trompeta; [...] y nosotros seremos transformados”. La novia está completa. La novia está en pie. Y la novia finalmente está perfecta, lista para el encuentro con el Novio.

El encuentro: 

La nube se acerca, y finalmente podemos ver su rostro. Será un verdadero milagro: todos los salvos, en todas las partes del planeta, podrán verlo al mismo tiempo. Puedo imaginar que cada uno sentirá como si él lo mirara directamente a los ojos. 

Ahora todo tiene sentido. Todo lo que pasó valió la pena. Toda espera no fue nada en relación a la belleza de su rostro. El libro Eventos de los últimos días nos habla a nosotros hoy: 

“¡Oh, cuán glorioso será verle y recibir la bienvenida como sus redimidos! Largo tiempo hemos aguardado; pero nuestra esperanza no debe debilitarse. Si tan sólo podemos ver al Rey en su hermosura, seremos bienaventurados para siempre” (p. 284).

Sí, encontrarse cara a cara será lo mejor de nuestra vida. 

En 2 Tesalonicenses 1:10 leemos que cuando Jesús regrese “será admirado por todos los que creyeron”. 

Tendremos admiración por el Novio. No tendremos admiración por todas las majestuosas manifestaciones del cielo, las fantásticas explosiones de colores y luz. No tendremos admiración por la encantadora melodía que resonará por todo el universo, con millones de instrumentos y voces. No tendremos admiración por la tan esperada resurrección de los justos, por más que hayamos esperado para abrazar a nuestros queridos. No tendremos admiración por los millones de ángeles, por más bellos y relucientes que sean. Todo será perfecto, cargado de emoción, magnífico y deslumbrante. 

Pero, la razón de nuestra admiración, en realidad, será solo una: el Novio. Recordemos la última frase que leímos del libro Eventos de los últimos días: 

“Si tan sólo podemos ver al Rey en su hermosura, seremos bienaventurados para siempre” (p. 284).

Ver su rostro será la razón de nuestra eterna bendición y alegría. Al fijar nuestra vista en él, sentiremos que nuestros pies se van separando del suelo. 

En 1 Tesalonicenses 4:17 dice: “Luego nosotros, los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes, a recibir al Señor en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor”.

CONCLUSIÓN

El cielo será entonces una sucesión de momentos indescriptibles, llenos de emoción. Al llegar a la ciudad que el Novio preparó, sucederá una escena linda. Lea conmigo: 

“Antes de entrar en la ciudad de Dios, el Salvador confiere a sus discípulos los emblemas de la victoria, y los cubre con las insignias de su dignidad real. Las huestes resplandecientes son dispuestas en forma de un cuadrado hueco en derredor de su Rey... Sobre la cabeza de los vencedores, Jesús coloca con su propia diestra la corona de gloria... A todos se les pone en la mano la palma de la victoria y el arpa brillante. Luego que los ángeles que mandan dan la nota, todas las manos tocan con maestría las cuerdas de las arpas, produciendo dulce música en ricos y melodiosos acordes... Delante de la multitud de los redimidos se encuentra la Ciudad Santa. Jesús abre ampliamente las puertas de perla, y entran por ellas las naciones que guardaron la verdad” (p. 286).

LLAMADO

¿Quieres mirar las nubes con la misma ansiedad que los discípulos de Jesús? ¿Quieres soñar más con el gran día del encuentro? Ese será el mejor día de tu vida. 

Pero lo mejor de todo, es que ese día durará para siempre. Para siempre con Jesús, viendo su rostro, sintiendo más que nunca su amor. Pero, ¿será que estamos, aunque sin pensarlo, cambiando la mayor de todas las experiencias de nuestra vida, por cualquier otra cosa de esta Tierra? 

Oremos para pedir un corazón cada vez más apasionado por Cristo. Y pidamos que pronto ya no necesitemos orar con los ojos cerrados, sino que podamos conversar con él con los ojos abiertos, contemplando su rostro. ¡Es todo lo que la novia sueña!

 

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