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El sacerdocio de todos los fieles - Yo creo/La Reforma que cambió al mundo


TODOS ESTAMOS UNIDOS EN UNO, Y TODOS SOMOS AMADOS POR DIOS

¿Quién soy yo? 

Mi nombre y el número de mi identificación están en mi pasaporte. Y claro, el pasaporte también contiene una foto mía. El nombre me lo pusieron mis padres, el número de identificación lo determinaron las autoridades. En las compras en línea o en las redes sociales puedo decidir mi nombre de usuario. Puedo elegir libremente y también ingresar a la cuenta con una seña de mi elección. Entonces, soy quien deseo ser; exitoso y fuerte, inteligente e invencible, atractivo e interesante. Pero, en realidad, ¿quién soy yo? 

¿Soy quien me gustaría ser, ese con quien sueño ser, mientras suspiro observando a otros que parecen tener todo lo que yo sueño tener? 

¿O soy la persona de la cual siempre estoy huyendo, aquella que me hace quedar exacerbado, porque súbitamente no puedo reconocerme en todo lo que pienso o hago? 

Hagamos lo que hagamos, estas preguntas nos acompañan por toda la vida.

CONTEXTO HISTÓRICO E INTERPRETACIÓN DE LA PINTURA

Con frecuencia Lutero se hacía estas preguntas: ¿Será que soy solo un monje insignificante, de la Alemania ignorante, como los papas en Roma dicen que soy? 

¿Soy el líder de bandos de campesinos que depositaron todas sus esperanzas en mí, en su rebelión contra las normas de la servidumbre opresiva? 

¿Soy un héroe popular que las masas reciben con gran entusiasmo porque exigí que la Iglesia Católica Romana realizara las reformas que también pidieron la mayoría de los príncipes alemanes?

En aquella época, la sociedad era estrictamente segregada en tres clases sociales que se distinguían con facilidad en todas partes en la vida pública. 

Había los que tenían poco o nada, normalmente los agricultores, campesinos y artesanos. 

Por encima de ellos estaba el clero y los dirigentes religiosos.

Y finalmente, la nobleza, como líderes seculares. 

Esas diferencias eran todavía más visibles en cada iglesia: la nobleza tenía su asiento especial en los compartimentos reales, llamados schwalbennester [nidos de golondrina]. 

El clero tenía su lugar en la parte del frente de la iglesia, llamada coro, con asientos re nadamente elaborados, denominados como sillas de cuero. Todos los demás permanecían en pie, en la nave o en el hall principal. Era una sociedad estrictamente segregada. 

Por eso, en muy raras ocasiones Lutero tenía permiso para visitar a su protector, el Príncipe Federico, el Sabio, aunque vivían solo a un kilómetro de distancia uno del otro. Toda la sociedad, como también la iglesia, sufría bajo esa segregación. 

La distinción de clases también determinaba lo que la persona tenía permiso de usar, como también lo que podía comer. Todo formaba el concepto que muchas personas de la época tenían de Dios, porque la iglesia y el clero proclamaban que esa era una orden dada por Dios y que nadie tenía el derecho de cambiar, ¡ese era su destino!

En 1520, Lutero publicó su famoso tratado titulado La libertad del cristiano. Presentó un nuevo orden y modelo cristiano de la sociedad. Lutero declaró: “El cristiano es un señor sobre todo libre, y no está sujeto a nadie. El cristiano es un siervo solícito de todo, sujeto a todos”.

A primera vista, esa declaración parece contradictoria y confusa. Pero con el conocimiento de aquel entonces esa declaración dialéctica fue una invitación al diálogo; destinada a provocar la discusión pública. 

Entonces, podemos comprender mejor por qué Lutero eligió ese tipo de declaración para introducir una de sus declaraciones centrales de la Reforma a un amplio ciclo de personas cultas. 

La primera declaración se refiere a la vida del cristiano que fue liberado por Dios para vivir una vida nueva.

La segunda, se refiere a su vida en relación a sus semejantes. 

El cristiano que fue aceptado por Dios, y por lo tanto liberado, que ya no se encuentra más en una lucha desesperada, y al final casi siempre infructuosa, para definirse y afirmarse, finalmente, puede ver y comprender las preocupaciones y necesidades de los demás. Ya no debe preocuparse más en cuanto al significado y el propósito de su vida. Ese cristiano, entonces, está liberado para servir a sus semejantes con libre creatividad, y puede transmitir el amor que él mismo recibió de Dios. Así es como la iglesia debería ser.

Es exactamente esa comprensión del amor de Dios y del concepto de iglesia, de acuerdo con el ideal de Lutero, que Lucas Cranach pintó su famoso Altar de la Reforma. Aquí Cranach pintó una mesa redonda, en contraste con las largas mesas en las cuales se servían las comidas en aquellos días. La persona más importante se sentaba a la cabecera y la menos importante, la más pobre, era relegada al lugar más inferior, al pie de la mesa. 

En la mesa redonda, no hay cabecera ni pie. Todas las posiciones son iguales. Hasta el mismo Judas, quien ya puso un pie fuera, preparándose para dejar la reunión, todavía está sentado cerca de Jesús. Junto a Jesús, del otro lado, vemos al apóstol Juan, a la derecha de la pintura, vemos a Lutero. Ya no está retratado como un monje ni como un profesor universitario, sino como el “Junker Jög” [Caballero Jorge, su seudónimo]. 

Esa era su apariencia mientras vivía bajo ese nombre falso, en el Castillo de Wartburg. Lutero está sentado como un ciudadano común con Jesucristo, a la mesa de la Cena. 

Y Lucas Cranach, el Joven, le está entregando la copa con el vino de la comunión. Cranach está retratado aquí usando la ropa de un noble a fin de demostrar que a los ojos de Dios no hay diferencias en la jerarquía social. En la presencia de Jesús, no existe el primero y el último, aristócratas o ciudadanos comunes, sino simplemente hijos de Dios. 

A propósito, las otras personas a la mesa de la comunión no son solo personajes retratados al acaso, con rostros anónimos. Son ciudadanos bien conocidos de la ciudad. Por ejemplo, entre ellos está el renombrado publicador de libros, Melchior Loter, que imprimió muchos escritos de Lutero. En la presencia de Jesús, la iglesia y la sociedad están unidas. 

CÓMO ENTENDÍA MARTÍN LUTERO EL SACERDOCIO DE TODOS LOS CREYENTES:

Lutero veía a la iglesia como un lugar donde las personas eran amadas y aceptadas por Dios por igual, independientemente de su posición social. No era  necesario que alguien viniera de una familia influyente, ni educada o rica para hacer la diferencia, todo lo que importaba era que simplemente fuera a Jesús. 

El mejor lugar para eso es cuando la iglesia se reúne para el culto, así como los discípulos retratados en la pintura de la Santa Cena, que se reunieron con Jesús. Ese es el fundamento de la iglesia cristiana, en el sentido del centro del poder que nos fortalece y la fuerza motriz que nos mueve como iglesia.

En la dedicación de la iglesia del Castillo, en Torgau, el primer edificio de la nueva iglesia protestante, Martín Lutero caracterizó el “culto” como un momento en el que prestamos nuestro culto a Dios, y éste también presta asistencia a los seres humanos. 

Por ejemplo, en su sermón describió a la iglesia como consagrada a Jesucristo con el único propósito de ser un lugar donde el Señor puede hablar por intermedio del Espíritu Santo a las personas allí reunidas, mientras ellas hablan con él en sus oraciones y cantos de alabanza.

En los cultos de adoración de la iglesia se reúnen diferentes personas, desde las poco instruidas a las que tienen grandes responsabilidades en el trabajo y en la sociedad. Son personas que siempre vivieron allí, como también refugiados de otros países, eso es la iglesia. 

Pero en el culto, Dios no hace diferencia y habla a cada uno de nosotros sin discriminación. Todos podemos comprenderlo; y respondemos juntos, uniendo nuestras voces cuando cantamos y oramos. Es como si el mundo estuviera al revés. 

Pero sea lo que fuera que nos separe: edad, género, nacionalidad, riqueza y posesiones, educación, etc., en la iglesia todos nos unimos como un cuerpo porque Dios nos ama y nos creó a cada uno. Ese es un tipo de libertad totalmente nuevo, el don de la libertad que viene del Evangelio.

Esa libertad era algo que Lutero había experimentado. En verdad, su nombre de bautismo fue “Martin Luder”. Pero en alemán, el último nombre no sonaba bien: por el contrario, designaba a alguien de reputación muy cuestionable. Por eso, siguiendo la costumbre de la época, Lutero después pasó a usar otro nombre. 

Por 1512 comenzó a llamarse “Eleutherios”. La palabra proviene del griego, el idioma del Nuevo Testamento, y significa “aquel que es libre”. Con el tiempo, comenzó a usar la forma abreviada, y se llamó “Luther” (Lutero). Ese nuevo nombre era un indicio de su vida nueva con Cristo. Había sido liberado, había experimentado el Evangelio en su vida y buscaba la compañía de otros que pasaron por la misma experiencia. 

CÓMO PODEMOS UNIRNOS TODOS Y SER UNO

¿Alguna vez encontraste a alguien y de inmediato supiste que era cristiano? 

Bien, eso se debe al hecho de que la verdadera unidad cristiana se basa en el principio de la vida nueva en Cristo. Está basada en lo que no se puede ver, en el cuerpo espiritual de Cristo, formado de creyentes, no una denominación, sino todos los creyentes del mundo.

“Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” Juan 3:6,7.

En este texto vemos que Jesús le dice a Nicodemo que debía nacer de nuevo. El Espíritu Santo es el agente de ese nuevo nacimiento. Sin el Espíritu Santo no podemos pertenecer a Cristo (ver Romanos 8:9). Es el llamado de Dios que nos une en un cuerpo a través de su Espíritu.

La iglesia es el lugar donde podemos sentir de manera especial que Jesús está a nuestro lado. Estoy seguro de que tú también te sentiste tocado profundamente por un himno, por un sermón, por una discusión en la Escuela Sabática o simplemente por estar en la compañía de otros miembros de la iglesia. En esos momentos parecía que Jesús estaba allí entre ustedes. Fue exactamente lo que él pretendía cuando fundó la iglesia. Sus discípulos también pasaron por esa experiencia.

Tal vez digas: “ese es mi sueño, pero en la iglesia mi experiencia es muy diferente. Hay disputas y luchas por influencia, poder y cargos oficiales. Siento que las personas no me prestan atención, ni a mis preguntas. Siento el deseo de experimentar la amistad con Jesús, pero encuentro tan poco de ese amor en la iglesia”. 

Desgraciadamente, a veces es verdad. Y entonces es como conducir un automóvil con el freno de mano activado. Si tú todavía no pasaste por eso, puedes intentar y ver como es. Si el freno no se libera será difícil avanzar con el vehículo. Sientes que algo está trabando. En algún momento los neumáticos comienzan a soltar humo y sientes un olor desagradable. ¿Cómo detectas el problema? Las ruedas no giran libremente y el resultado es que el funcionamiento perfecto del auto se resulta nada más que un enorme peso. 

Entonces, ¿Cuál es la solución? 

Es aprender la primera lección que el evangelio nos enseña: todos estamos unidos como uno en el amor de Dios y en la gracia que él da libremente a todos los que creen. La unidad entre los creyentes es una cuestión importante en la Biblia. Era tan importante para Jesús que oró por eso poco antes de morir en la cruz.

“Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. [...] para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” Juan 17:1-3, 21, 22.

Pablo nos recuerda que el Señor prepara nuestro corazón para responder al evangelio con la fe que salva. 

Consideremos dos textos bíblicos:

“Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” 2 Timoteo 1:9.

“Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” Hechos 16:14.

Para enaltecer la unidad de la fe debemos comprender su importancia. Debemos practicar las características que la preservan. Debemos esforzarnos para protegerla y conservarla. Era tan importante para Cristo que murió para que nosotros pudiéramos tenerla. 

Todos los verdaderos creyentes reciben la salvación ofrecida por Cristo como el don gratuito, el don del amor. Si sabes que eres amado, también te amarás y serás libre para crecer y desarrollarte en la persona que realmente eres. Si sabes que eres amado, también tendrás libertad de amar a otros incondicionalmente, así como Dios nos ama incondicionalmente. En nuestra experiencia diaria de fe, crecemos y maduramos como cristianos y en amor unos por otros, y también experimentaremos la unidad de la fe. Pablo la menciona en Efesios 4:13

“Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. 

Se hace más fuerte a medida que crecemos en fe. Esa es la unidad que mantenemos plenamente cuando vemos a Jesús, la esperanza de nuestra salvación.

Por eso que como cristianos cantamos: “¡Una esperanza!” 

Una esperanza arde en nuestro ser, 

la del retorno del Señor.

Esta es la fe que solo Cristo da,

fe en la promesa del Señor.

Muy cercano el tiempo está

cuando la humanidad

jubilosa cantará:

¡Aleluya! ¡Cristo es Rey!

Una esperanza arde en nuestro ser, 

la del retorno del Señor. (HA, 181) 

NUESTRO LEGADO

La iglesia reúne a todos los tipos de personas de varios contextos. 

Cuando los miembros se centran en Jesús, la unidad se siente en la hermandad. Elena de White explica el secreto de la verdadera unidad: 

“El secreto de la verdadera unidad en la iglesia y en la familia no estriba en la diplomacia ni en la administración, ni en un esfuerzo sobrehumano para vencer las dificultades—aunque habrá que hacer mucho de esto—sino en la unión con Cristo. [...] Cuanto más nos acerquemos a Cristo tanto más cerca estaremos uno del otro. Dios queda glorificado cuando su pueblo se une en una acción armónica” (HC, 158). 

En la casa de Dios todos son iguales. Todos somos hijos del mismo Dios. 

Odiar y rechazarnos unos a otros es odiar y rechazar la imagen de Dios en otra persona. 

Por lo tanto, el amor y la paz, la armonía y el decoro, el orden y la estructura son valores altamente estimados para realizar la misión, y nos asegura que seguimos unidos en la comisión que Jesús nos dejó, nuestra actividad principal. 

Apreciar la compañía de los creyentes debe ir más allá de la mera asistencia. La integración total en la vida y en la misión de la iglesia ayudará a unir la iglesia. 

Nuestro legado: 

“La iglesia es la comunidad de creyentes que con esan que Jesucristo es Señor y Salvador. Como continuadores del pueblo de Dios del Antiguo Testamento, se nos invita a salir del mundo; y nos reunimos para adorar, para estar en comunión unos con otros, para recibir instrucción en la Palabra, para la celebración de la Cena del Señor, para servir a toda la humanidad y para proclamar el evangelio en todo el mundo. La iglesia recibe su autoridad de Cristo, que es la Palabra encarnada revelada en las Escrituras. La iglesia es la familia de Dios; adoptados por él como hijos, vivimos sobre la base del Nuevo Pacto. La iglesia es el cuerpo de Cristo, es una comunidad de fe, de la cual Cristo mismo es la cabeza. La iglesia es la esposa por la cual Cristo murió para poder santificarla y purificarla. Cuando regrese en triunfo, él presentará a sí mismo una iglesia gloriosa, los fieles de todas las edades, adquiridos por su sangre, una iglesia sin mancha, ni arruga, sino santa y sin defecto (Gén. 12:1-3; Éxo. 19:3-7; Mat. 16:13-20; 18:18; 28:19, 20; Hech. 2:38-42; 7:38; 1 Cor. 1:2; Efe. 1:22, 23; 2:19-22; 3:8-11; 5:23-27; Col. 1:17, 18; 1 Ped. 2:9)”.3

PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN:

(Líderes: en caso de que las preguntas sean muchas para el tiempo reservado, elijan las que consideren más relevantes para su grupo).

1. ¿Qué significa unidad?

2. ¿Por qué es importante tener unidad en la escuela? ¿En el lugar de trabajo? ¿En la comunidad? ¿En los círculos sociales?

3. Considerando todas nuestras diferencias, ¿cómo podemos permanecer unidos como iglesia? ¿Pueden coexistir la unidad y la doctrina? ¿Cómo aseguramos la sana doctrina y al mismo tiempo que nos unimos a personas de fe diferentes?

PREGUNTAS PARA TI:

1. ¿Cómo puedes promover la unidad en tu hogar, matrimonio, familia, iglesia, comunidad, escuela, etc.?

2. Analízate a ti mismo y pídele a Dios que te revele lo que debes hacer para ayudar a promover la unidad en todas las situaciones.

LA PROMESA DE DIOS PARA TI:

Jesús oró para que tú seas uno con él así como él es uno con el Padre. Lee Juan 17:20-26:

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos ”. 

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