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Los valores culturales contrarios - El Reino de Dios está cerca

El reino de Dios es importante

El reino de los Cielos era –y sigue siendo- un tema muy importante para Jesús.
De hecho, algunos aseguran que mientras Él estuvo en la tierra, habló más acerca del reino del Cielo que de ningún otro tema. 
Aparentemente el reino era la realidad más importante. Jesús contó muchas parábolas acerca del reino (Mateo 13). 
Él contrastó el reino del Cielo (el reino de su Padre) con reinos inferiores en esta tierra (Mateo 4:8-10). 
Él aún describió su misión como trayendo el reino del Cielo a la misma tierra (Mateo 4:17). 
La oración de Jesús, “Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad, en la tierra como en el Cielo (Mateo 6:10) nos muestra que Dios desea que los modos y maneras de su Reino conquisten las maneras y los modos de los reinos de este mundo.
El reino de los Cielos era –y sigue siendo- un tema muy importante para Jesús.
Un reino, por supuesto, tiene un rey. Dios es el Rey de su reino. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están en el trono. Ellos están en control. Ellos hacen las leyes. 
La vida de Jesús describe de qué se trata el reino. En su vida encontramos compasión, santidad, propósito, verdad y amor. En sus interacciones con la gente vemos cómo debe vivir la gente de su reino. Desde los milagros de sanidad hasta sus enseñanzas prácticas sobre el dinero hasta su muerte sacrificial sobre la cruz podemos entender los valores de su reino. 
Jesús vino a revelar a Dios, para mostrarnos cómo Dios quiere que el mundo trabaje. Cristo nos trae “la ley de la tierra”, que por supuesto, está construida sobre la ley de amor (Mateo 22:37).
Nuestro propósito aquí, sin embargo, no es identificar al Rey, ni las leyes ni las reglas del reino. En vez de eso, exploraremos la ciudadanía del reino. ¿Quién llega a formar parte del reino? 
En nuestro intento de responder a esta pregunta, exploraremos Mateo 5:1-14, que es el comienzo del famoso “Sermón del Monte” de Jesús. 
Posiblemente ustedes sepan que esta enseñanza es el gran discurso sobre la vida ética según lo ve Jesús – la vida que se vive en armonía con el reino de Dios. Pero en estos primeros versos, Jesús desea primero explorar la pregunta sobre ‘quién’ realmente cualifica para tener su membresía en el reino. 

Requisitos para ser miembro del reino

Leamos Mateo 5:1-2
“Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles.” 
Una lectura rápida y casual de estos versículos podría dejarnos pensando que no tienen mucho sobre lo que reflexionar, aparte de algunos hechos básicos de poco interés. ‘Jesús estaba enseñando a la gente en la ladera de un monte.” 
Pero hay mucho más que esto. 
Sí, Jesús estaba enseñando. Él era un rabino, un maestro. 
Y sí, el hecho de que Él se sentó es la posición común de enseñanza de los rabinos. 
Y sí, la palabra ‘discípulo’ significa “uno que está aprendiendo de un rabino,” y el campo abierto era un lugar común para enseñar, y una inclinación natural del terreno haría muy bien como ambiente para un aula de clases. Todo esto tiene sentido. Lo que no tiene sentido es que Jesús estaba enseñando a las ‘multitudes’.
He aquí el problema: Tradicionalmente los rabinos eran muy selectivos con relación a sus discípulos. 
Solamente los mejores de los más inteligentes entraban en sus aulas. 
Solamente los que estaban bien conectados políticamente hallaban un asiento en sus anfiteatros. 
Solamente los que eran santos, justos, de las líneas de sangre correctas, solo los judíos y solo a los varones se les permitía matricularse en las escuelas. 
Si usted era mujer, los rabinos no le enseñaban. Si era el hijo de un hombre pobre, los rabinos no le enseñaban. Si usted no cumplía con unos estándares de elegibilidad muy selectivos, simplemente no tendría la suerte de ser enseñado.
Pero Jesús les está enseñando a las masas. Jesús les está enseñando a las multitudes como a los que eran dignos de ser enseñados. 
Aquí no hay un detector del valor intrínseco, ni un probador de la valía espiritual de aquellos que escuchaban. 
La multitud es diversa: ricos, pobres varones, mujeres, jóvenes, viejos, de un alto Coeficiente Intelectual, y de un bajo Coeficiente Intelectual, los que sabían la doctrina, y los que no sabían nada de la doctrina. 
La decisión de Jesús de enseñar a la multitud –vengan todos los que quieran- presenta una nueva visión de la membresía en el reino, que es asombrosa. 
Los muros que protegen la comunidad amurallada están siendo derribados. La idea de que solo unos pocos son los escogidos de Dios – sus seleccionados especiales – está siendo destruida. Esta idea está siendo retada por Jesús.
Así ¿Qué clase de personas ve Jesús en aquella ladera?
Versículo 3: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.”
¿Han sido ustedes alguna vez “pobres en espíritu”? 
¿Han estado ustedes alguna vez con su ánimo por el suelo? 
¿Se han sentido alguna vez desanimados y deprimidos? 
¿Los han cercado alguna vez las tinieblas, haciéndoles sentir completamente desesperanzados? 
¿Han dudado alguna vez de que la vida es buena? 
¿Han pensado alguna vez: Dios, existes tú? 
¿Se han sentido alguna vez vacíos, empobrecidos en su espíritu y en sus almas?
Jesús dice: “Ustedes son bienaventurados.” 
¿Qué quiere decir Él con esto? 
Que han sido escogidos por Dios. Que Dios les sonríe. Que Dios les ama. Anímense. Pueden tener una especie de gozo aún en medio de un gran sufrimiento. 
Simplemente porque están desanimados no significa que han sido separados de alguna manera de Dios.
Vivimos en un mundo donde algunas veces las enfermedades mentales se ven con cierta sospecha. Aun hoy tenemos en menos a aquellos que necesitan consejería, a aquellos que necesitan hablar con algún profesional de salud mental. Algunas veces asumimos que la depresión significa que “tal persona no está bien con Dios ni con la vida.” 
Al pensar en las personas que desconfían de su habilidad de creer en Dios decimos que “son agnósticos, ateos, incrédulos... están en verdaderos problemas con Dios.” 
Algunas veces asociamos el mal humor y la oscuridad mental con inadecuación para el reino de Dios. Pero nos olvidamos hasta de las palabras de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46) 
Aún Jesús, que vivió sin pecado, sintió que lo rodeaban las tinieblas. Aún Jesús se preguntaba si Dios lo había abandonado. 
Una experiencia tan extrema como la de Jesús, hubiera inducido a cualquiera de nosotros a dudar, y aún a rechazar la realidad de Dios. Sin embargo, la experiencia de Jesús nos muestra que las experiencias extremas humanas no evidencian la ausencia de Dios. 
Es posible que seamos pobres en espíritu; puede ser que algunas veces tengamos que vivir con nuestras almas agobiadas por los problemas.
¡Pero esto no nos deja maldecidos! Al contrario, somos bendecidos. 
Somos amados. Somos invitados a participar del reino de los cielos, del reino de Jesús. Si usted se siente hoy agobiado, recuerde que es bendecido, que es amado.
Jesús vuelve una vez más a mirar a la multitud que lo escucha, y les dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.” (Mateo 5:4)
El sufrimiento no es pecado. Aún Jesús “lloró” con la familia de Lázaro (Juan 11:35).
“No era sólo por su simpatía humana hacia María y Marta por lo que Jesús lloró. En sus lágrimas había un pesar que superaba tanto el pesar humano como los cielos superan a la tierra. Cristo no lloraba por Lázaro, pues iba a sacarlo de la tumba. Lloró porque muchos de los que estaban ahora llorando por Lázaro maquinarían pronto la muerte del que era la resurrección y la vida. ¡Pero cuán incapaces eran los judíos de interpretar debidamente sus lágrimas! 
Algunos que no podían ver como causa de su pesar sino las circunstancias de la escena que estaba delante de Él, dijeron suavemente: “Mirad cómo le amaba.” Otros, tratando de sembrar incredulidad en el corazón de los presentes, decían con irritación: “¿No podía éste que abrió los ojos al ciego, hacer que éste ni muriera?” Si Jesús de salvar a Lázaro, ¿por qué lo dejó morir?” DTG, 490.
La membresía en el reino no requiere felicidad perpetua. 
Podemos estar tristes y aún así estar en sintonía con el Salvador. 
Podemos lamentar –y aún con tintes de enojo. El sufrimiento incluye el enojo—enojo con nosotros mismos, con las circunstancias, con otros seres humanos, [o aún con Dios]. 
Las emociones fuertes en conexión con el chasco y con la pérdida no son necesariamente contrarias al seguimiento de Jesús. La fidelidad a Dios no significa la eliminación de los sentimientos humanos. ¿Está usted sufriendo? Usted NO esta maldecido. Crea que usted es bendecido, que es amado por Dios.
Jesús continúa, en el versículo 5: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.”
En nuestro mundo no se admira al humilde. La debilidad se percibe como un falta. Admiramos a aquellos que son financieramente fuertes, atléticamente fuertes, fuertes en términos de las pobres definiciones que hacen los medios de la belleza. Nos gustan las personas que son emprendedoras. Nos gustan las personas tienen una alta autoestima y confían en sí mismos. Nos gustan aquellas personas que tienen un ingenio rápido y chispeante. Pero no somos grandes fanáticos de las personas que son lentas, feas, pobres u opacas.
Y por supuesto, estos valores distorsionados se encuentran también dentro de la iglesia. Nos encantan los predicadores fuertes, los líderes fuertes, los hombres y las mujeres cristianos ‘que se las saben todas’. ¿Pero los humildes? ¿Los débiles? ¿Los mansos? ¿¡Los que con frecuencia viven en los resquicios y en los recovecos, en las rendijas y en los agujeros de la vida!? 
¡Pero aquí viene Jesús! Él nos dice que el reino de los cielos no es solamente para los evangelistas destacados y exitosos y los donantes ricos y los solistas de timbre y oído perfectos. Él nos dice: “Bienaventurados los mansos.”
Y Jesús nuevamente esparce su mirada sobre la multitud, y nos dice: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.” (Mateo 5:6)
¡Increíble! ¡Qué contraste! 
En la comunidad cristiana celebramos a los que están bien alimentados en justicia. Amamos a los hombres santos y a las mujeres virtuosas y rectas. Amamos a los guerreros-de-la-oración y a los campeones en dar estudios bíblicos. Amamos a los que diezman hasta el último centavo y no comen queso. ¡Los que están bien nutridos –el remanente del remanente del remanente—éstos son los verdaderos hijos de Dios! 
Pero en este texto Jesús proclama una bendición, una palabra acerca del favor de Dios, a aquellos que estos y sedientos. Jesús está señalando a aquellos que no se han tomados sus vitaminas de santificación, a los que no están consumiendo sus tres comidas  bien balanceadas de santidad cada día. Jesús dice: “Bienvenidos al reino aquellos de ustedes que están espiritualmente desnutridos y desfalleciendo. Hay suficiente espacio para aquellos que no son súper-santos.”
Y Jesús continúa: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados ‘hijos de Dios.” (Mateo 5:7-9)
Misericordia implica no exigir que se haga justicia cuando se merece que se haga justicia. 
Es la gracia. La pureza de corazón no implica la perfección, pero sí una confesión honesta y la transparencia. Una persona de corazón puro reconoce, admite sus faltas y errores, reclama el don de la gracia de Dios y ansía ser como Jesús. 
Y ¿qué de los pacificadores? 
A los que procuran la paz les interesa menos la obtención para sí de lo que es justo, y están más interesados en trabajar por el bien común. Forman una comunidad de la gracia. 

Puede ser que estas tres cualidades nos resulten atractivas, pero con mayor frecuencia admiramos lo contrario en la religión: 
- Nos gustan los que disciplinan a los caídos; nos gustan los que mantienen una fachada de santidad; nos gustan los que conquistan. Muchas veces se dejan afuera, afrontando el frío y la desidia, a la misericordia, la pureza de corazón y la búsqueda de la paz. Pero Jesús le dice a la multitud de discípulos: “Háganlos pasar adentro, al calor y a la comodidad de la sala [de estar] de la vida de ustedes.
Luego Jesús dice lo siguiente: “Bienaventurados los que padecen persecución, por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando os insulten y os persigan, y digan de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en el cielo, que así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” (Mateo 5:10-12)
Jesús les dice a los hombres y a las mujeres que están sentados en la ladera del monte que tengan mucha cautela y cuidado. 
El unirse al reino no va a ser fácil. Van a ser perseguidos. Van a ser escarnecidos. Van a ser torturados. Puede que hasta sean matados. El vivir en el reino no es disfrutar de la vida protegidos por gruesas paredes insalvables. Hay un costo intrínseco al hacerse ciudadanos del reino de Cristo.
Seremos perseguidos como lo fueron los profetas de antaño. ¿Y quién los estaba persiguiendo? 
Sí, es cierto que en algunas ocasiones los persiguieron fuerzas seculares, profanas y malignas –como Faraón, Acab, y Nabucodonosor. Pero los profetas también fueron perseguidos por los que profesaban estar haciendo el trabajo de Dios. 
En Mateo 21:33-46 Jesús nos relata una parábola ilustrativo de la larga historia de persecución – esta vez de manos de los dirigentes religiosos. 
Al concluir la parábola, los principales sacerdotes y los fariseos pudieron colegir que Jesús estaba “hablando de ellos.” 
¡Qué ironía! 
Las personas que reclamaban una posición de privilegio en el reino de Dios eran los mismos que estaban guerreando contra este mismo reino. 
Es un pensamiento sumamente profundo y sobrecogedor el saber que aquellos que se presentaban a sí mismos como los más santos, los mas justos, los más religiosos, los más serios en cuando a la limpieza de las sinagogas, y a la purificación de ella –fueran ellos mismos los líderes religiosos que estuvieran haciéndole más daño a la religión de ellos mismos, a la iglesia. Sus corazones no eran puros. Ellos ataban cargas pesadas sobre otros, pero no ponían ni un dedo para ayudar a llevar aquellas cargas (Mateo 23:4). 
Y así las cosas, Jesús les dice a los que estaban entre la multitud que ya estaban sintiendo el estigma de la persecución: “No piensen que porque los dirigentes religiosos los están persiguiendo, ustedes están necesariamente equivocados. De hecho, son estos mismos hombres, estos mismos dirigentes religiosos los que se oponen a mí y a mi trabajo.” ¡Cuán asertivo es Jesús al procurar enderezar el pensamiento de sus verdaderos seguidores, de los verdaderos miembros del reino!

Las responsabilidades del reino

Y entonces Jesús redirige su sermón. Durante estos primeros versículos, Él ha abierto las puertas de par en par – a los oprimidos, a los tristes, a los sencillos, a los marginados espiritualmente, a los humildes, a los que son mal vistos por los oficiales de la religión formalista establecida. Y ahora, Él invita a la multitud a que crezca, a que alcancen la grandeza. Veamos Mateo 5:13-16:
“Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee.
Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo.”
 Imagínense cómo tienen que haberles sonado estas palabras a aquellos que creían que no tenían valor alguno. 
Jesús les está diciendo: 
- Ustedes pueden marcar una diferencia.
- Ustedes pueden hacer mi trabajo.
- Ustedes pueden hacer que el mundo sea un mejor lugar en el que vivir.
Ustedes pueden voltear el mundo al revés y volverlo a tornar al derecho.
El mensaje de Jesús no es solamente de aceptación (Ustedes son amados de Dios, y pueden ser parte de su reino), Su mensaje es también de confianza (Ustedes pueden hacer grandes cosas para Dios con sus vidas). 
- “Yo les amo, y espero de ustedes cosas maravillosas.” - les dijo en otra palabras.
Y las multitudes, que no habían sentido ni la ternura de Dios ni Su confianza en ellos, quedaron asombradas.

Un lugar para todos

Y para concluir, voy a contarles una historia.
Hace unos pocos años, mi esposa y yo planificamos una fiestecita para nuestra hija, Audry, que era de edad pre-escolar. Hay que pensarlo muy bien para hacer algo así correctamente. 
Tomamos decisiones en cuanto a la clase de comida que íbamos a ofrecer, en cuanto a las decoraciones, en cuanto a los juegos, en cuanto a manualidades, para que fueran divertidas y no se hiciera demasiado reguero, etc., tomando en cuenta que todo era para niños de alrededor de cinco años.
Llegó la noche de la fiestecita, y todo iba marchando excepcionalmente bien. Los niños estaban gozando en grande, y podíamos darnos cuenta de que los otros padres también estaban satisfechos. 
En un momento determinado, invitamos a los niños y a los padres a nuestro sótano, que tenemos bien arreglado. Tenemos allí un piano, y habíamos planificado jugar a las “sillas musicales.” Formamos un círculo con diez sillas mirando hacia afuera del círculo, una para cada niñito y niñita en la  fiestecita. Mi esposa explicó las reglas del juego, y los niños tomaron sus asientos. 
Yo comencé a tocar, y los niños, siguiendo las reglas del juego, saltaron de sus sillas y comenzaron a correr alrededor del círculo. Mi esposa quitó una de las sillas, y yo toqué por unos segundos más, y entonces, la música se detuvo. Diez niñitos y niñitas corrieron para sentarse en las nueve sillas disponibles. Todos pudieron encontrar asiento, con la excepción de un niñito. 
Inmediatamente, este niñito miró a su Mamá y a su Papá, e irrumpió en llanto. Suspirando, corrió a donde ellos.
Mi esposa y yo nos miramos preguntándonos con la mirada qué había pasado. ¡Eso no quedó como habíamos pensado que iba a quedar! Pero yo comencé a tocar el piano otra vez –y nueve niñitos y niñitas corrían alrededor del círculo. Mi esposa quitó otra silla. Yo toqué unos segundos más, y la música se detuvo. Esta vez, nueve niñitos y niñitas corrieron hacia las ocho sillas en el círculo. Ocho de ellos hallaron espacio, dejando a una niñita sin asiento. Inmediatamente, irrumpió en llanto, miró a su Mamá y Papá, y corrió a sus brazos.
Mi esposa y yo nos miramos nuevamente. ¡Si no hacemos algo de inmediato, esto se va a volver de mal en peor! Como pudimos, animamos a todos los niñitos agitados a que probaran el juego una vez más. Mi esposa volvió a colocar las dos sillas que había sacado del círculo, y todos los niños encontraron su asiento. Volví a tocar el piano... pero esta vez no se sacó ninguna silla del círculo. Toqué por unos segundos más, y la música se detuvo. Diez niñitos y niñitas corrieron a las diez sillas disponibles.
Todos encontraron asiento. Me gritaron de la alegría y de la emoción: “¡Pastor Alex, hágalo de nuevo, de nuevo. Pastor Alex, toque otra vez.” Y jugamos aquel juego hasta que aquellos niñitos (y mis dedos) estuvieron agotados completamente.

El reino de los cielos tiene un asiento para cada uno. Hay suficiente sitio para cada niñito, para cada niñita, para cada hijo de Dios. La música del cielo invita a cada uno a unirse en el juego celestial lleno de gozo y de alegría, y de la oportunidad de atraer otros al juego.

No importa su lugar en la vida. No importan las circunstancias por las que hayan pasado. No importa cómo haya sido su pasado. Dios tiene un lugar para cada uno de nosotros. ¿Se unirán al juego, y tomarán su asiento? 

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