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Somos la luz del mundo

Introducción
"Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de una caja, sino sobre el candelero, y así alumbra a todos los que están en casa” Mateo 5:14-15.
Estas palabras de Jesús nos hacen levantar la cabeza, al darnos cuenta cuán glorioso es ser cristiano. “En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Andad como hijos de luz” Efesios 5:8. 
No solamente hemos recibido luz, hemos sido hechos luz; nos hemos convertido en transmisores de luz.
I. Efectos de la luz en nosotros

La mayoría de nosotros no tenemos idea de lo que significa una completa oscuridad porque siempre tenemos luces que podemos encender. Quienes viven en la ciudad cuentan con alumbrado público en las calles. En casa tenemos luz eléctrica. Al caminar de noche tenemos lámparas de mano. Nuestros vehículos tienen luces que alumbran la carretera. Y con frecuencia gozamos de la hermosa luna llena. Pero es muy difícil funcionar sin luz.
Necesitamos luz para encontrar el camino en medio de la oscuridad y evitar el peligro. ¿Cómo podríamos encontrar el camino a casa en completa oscuridad? Ni siquiera podemos encontrar el orificio para introducir la llave para abrir la puerta.
La oscuridad es también símbolo de pecado. Con frecuencia ocurren cosas malas en la oscuridad. La Biblia dice en Efesios 5:11-12: “No participéis de las obras infructuosas de las tinieblas, antes denunciadlas. Porque es vergonzoso hablar siquiera de lo que ellos hacen en oculto”.
Se nos llama a salir de la oscuridad y mirar hacia las cosas buenas y positivas. Leemos en Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en eso pensad”. 
Debemos salir de la oscuridad y volvernos a lo opuesto, a la luz.

Veamos algunos elementos opuestos:
Bueno y malo
Sol y sombra
Luz y oscuridad.
Necesitamos que la luz disperse las tinieblas y nos ayude a ver los peligros ocultos, tanto físicos como espirituales. 

Veamos otro par de elementos opuestos: tierra y mar. Son elementos opuestos, pero están muy ligados. Allí donde termina la tierra, comienza el mar. 
Ya sea que se llamen Cabo Fisterra, Cabo de Buena Esperanza o Cabo de Hornos, estas tormentosas costas son un gran peligro para los navegantes. Muchas embarcaciones se han hundido en medio de las tormentas en esas zonas y muchos han perdido la vida. Esa es la razón por la que se han construido faros en las zonas costeras más peligrosas, a fin de advertir sobre los peligros que acechan.
No sabemos mucho acerca del origen de los primeros faros. Pero ya unos cuantos siglos antes de Cristo, el Mediterráneo oriental bullía en actividades comerciales marítimas y probablemente usaban luces para ayudar a las embarcaciones a encontrar su camino al puerto. Los primeros intentos para señalar el camino eran muy sencillos, con el uso de antorchas o pequeñas fogatas que mostraran a los marineros el camino en medio de la noche. 
Actualmente, hay todavía muchos faros. Se construyeron para importantes líneas de transporte marítimo o en costas peligrosas. Su luz ayudó a las embarcaciones a evitar peligrosos escollos, rocas y bancos de arena.
Piensa en los navegantes del pasado que vieron un faro en medio de la tormenta y fueron guiados a la seguridad del puerto. Cuán felices los hicieron sentir los rayos luminosos del faro.
Hay un canto popular acerca de un viejo faro, que traducido literalmente diría:
“Hay un faro en la colina que está frente al mar. 
Cuando la tormenta me sacude, veo su luz brillar.

Y esa luz en la oscuridad, nos guía a puerto seguro.
Si no fuera por el faro, no tendría ya embarcación.
La gente de estos lares dice: Derriben ese faro.
Para qué conservarlo, si los grandes barcos no pasan por aquí.
Y recuerdo entonces aquella noche tormentosa cuando vi esa luz.
Sí, la luz del viejo faro de sobre la colina.

Y a Dios doy gracias por el faro. Mi vida debo a él.
Pues Jesús es el faro y desde las rocas del pecado
Me envía su luz con la que puedo ver.
Si no fuera por el faro, ¿dónde estaría hoy mi embarcación?

(Texto y música por Ronald A. Hinson).

II. Nuestra respuesta ante la luz 

Todos necesitamos “faros” espirituales que nos ayuden a evitar el peligro. Debemos ser capaces de calcular nuestra posición y elegir el curso correcto. En la actualidad, muchas personas consideran la fe en Dios como algo del pasado; algo que la gente moderna no necesita. Dependen de otros sistemas de navegación y orientan su vida con la ayuda de varias otras religiones y filosofías, tales como el humanismo, lo esotérico o el ateísmo.
Sin embargo, los viejos faros todavía están sobre las colinas donde fueron construidos hace siglos, así como la Palabra de Dios permanece como un faro sobre la roca. Dijo Jesús: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras nunca pasarán” (Mateo 24:35) Este faro nos muestra el camino hacia el Padre: “Yo Soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). No podemos estar seguros sin Jesús, nuestro faro. 

“Otra vez Jesús les dijo: "Yo Soy la luz del mundo. El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida". (Juan 8: 12).
Jesús es la luz que nos muestra el camino hacia Dios. Dijo también “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie viene al Padre sino por mí”.
Dice Elena G. White: “Nosotros, los que vivimos en esta era, tenemos mayor luz y privilegios de los que les fueron dados a Abrahán, José, Moisés, Daniel, Esdras, Nehemías y otros dignos personajes de la antigüedad; por lo cual tenemos mayor obligación de hacer brillar nuestra luz en el mundo” (The Southern Watchman 1901).
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No solamente debemos seguir esta luz, sino también mostrarles a otros la forma como pueden encontrar el camino. Esto es lo que dijo Jesús en Mateo 5:13-16: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de una caja, sino sobre el candelero, y así alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo”.

Podemos ser luz para otros, como cantamos en el conocido canto infantil:
“Esta lucecita mía, la dejaré brillar... Brillará, brillará, brillará”.

Tal vez pensamos que no somos grandes luces; pero no necesitamos serlo. Aun cuando nuestra luz sea pequeña, si la dejamos brillar en nuestra vida, estamos cumpliendo la misión que Cristo nos confió. 
¿Somos verdaderamente luces?
 ¿Estamos dejando brillar nuestra luz?
¿O tal vez nuestra presencia apaga las luces de los demás?  
¿De dónde viene nuestra luz?

La luz brilla en la oscuridad. Por ello debemos vivir en la luz y ser luz. Jesús nos dio una misión: debemos dejar brillar nuestra luz. 
¿Vivimos cada día en la luz? 
¿Vivimos tan cerca de nuestro Señor que su luz y su amor brillan a través de nosotros?

Un grupo de turistas estaba visitando una majestuosa y antigua catedral. Contemplaron los hermosos vitrales a través de los cuales penetraba la luz dentro de la oscuridad del edificio. Un niño le preguntó al guía: “¿Quiénes son esas personas en los vitrales? El guía respondió: “Son santos”. 
Esa noche, el Niño le dijo a su mamá: “Ahora sé quiénes son los santos. Los santos son personas que dejan que la luz penetre a través de ellos”. 

Las palabras de este niño son un increíble recordatorio de que todos debemos “dejar que la luz brille a través de nosotros”.

III. Tú eres “La Luz”

Otra ilustración se refiere a la historia de un rey que tenía tres hijos. A fin de encontrar cuál de sus hijos iba a ser su sucesor, les puso una prueba. Les dio a los tres la siguiente tarea: Debían llenar el gran salón del castillo.
El primer hijo actuó diligentemente y acarreó carga tras carga de madera hasta llenar el salón. Fue un trabajo arduo y sudó profusamente. Lleno de orgullo al terminar la tarea, le mostró al padre el salón.

El segundo hijo llenó el salón de paja. La tarea fue fácil y no le llevó mucho tiempo. Usando una horca revolvió la paja para darle más volumen a la carga y pensó: “Esto va a funcionar”. La tarea quedó cumplida y se la mostró a su padre.


El tercer hijo esperó. Tenía tiempo. Asombrados, los hermanos le preguntaban: ¿Por qué no comienzas? El salón debe llenarse”.
Llegó la noche y todo quedó oscuro. Entonces el hijo tomó una vela, la puso en medio del salón y la encendió. ¡El salón estaba lleno de luz! La luz hizo huir las tinieblas. No había nada que añadirle. El padre quedó tan impresionado con su sabiduría, que dijo: “¡Tú heredarás mi reino!”


¿Queremos cada uno de nosotros heredar el reino? ¿De verdad? Entonces resplandezcamos. Podemos ser una luz brillante y cálida en la oscuridad de este mundo. No necesitamos ser grandes, hermosos, elegantes o perfectos. No necesitamos poseer muchos talentos y no necesitamos estudiar teología en un seminario. Es suficiente con ser pequeñas luces, siempre y cuando alumbremos.

Al considerar las palabras de nuestro Señor en cuanto a que debemos ser luces, aprendamos de la luna. La luna no brilla por sí misma. No puede hacerlo, aun cuando lo quisiera. Simplemente refleja la luz del sol. Si la luna quisiera brillar por sí sola, no podría hacerlo. Pero si el sol brilla sobre ella, la luna refleja hermosamente esa luz. 
Lo mismo se aplica a nosotros. Si nosotros tratáramos de brillar y hacer el bien por nosotros mismos, aprendiendo muy bien las 28 doctrinas de nuestra iglesia, sacrificándonos por otros, teniendo un conocimiento perfecto de la Biblia, entonces probablemente nos consumiríamos. Todas estas cosas son buenas y sería maravilloso que las hiciéramos, pero debemos tener en cuenta que no podemos alumbrar todas las habitaciones de la casa al mismo tiempo. La luz de una vela tiene sus limitaciones y nosotros también. Sin embargo, la luz de Dios es ilimitada. Y si vivimos en relación amante con Dios, permitiéndole que nos llene, entonces reflejaremos su luz; brillaremos. Acerquémonos a nuestro Señor y reflejemos su santidad.
Podemos también ser fieles luces al tener compañerismo con otros creyentes. Nos fortalecemos mutuamente al compartir la maravillosa luz del evangelio y animarnos unos a otros.

El apóstol Pablo escribió lo siguiente en Efesios 2:19: “Así, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos con los santos, miembros de la familia de Dios”.
Somos ciudadanos y miembros de la familia de Dios. El apóstol Pedro confirma lo anterior con las palabras siguientes: “Pero vosotros sois linaje elegido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).

Somos llamados a su luz. Somos parte de la nación santa. Así que somos también santos, consagrados a Dios, llamados a su luz. ¡Qué hermosa imagen! Debemos dejar que la luz de Dios brille a través de nosotros como las figuras de los santos en los vitrales de la catedral. No podemos brillar por nosotros mismos. Debemos volvernos a la luz de Dios y dejar que nos llene con su amor; de esa manera podremos brillar.

¿Amas a Jesús? 
¿Vives con Jesús? 
¿Lo has hecho a él el número uno en tu vida?
Si es así; entonces, eres un discípulo de Jesús. 
¿Has aceptado la salvación que te ofrece Jesús?
Entonces eres santo; santo en el sentido de haber sido apartado o consagrado para un propósito especial. Dios te ha elegido para que reflejes su amor; para que brilles.
Los primeros cristianos se llamaron a sí mismos santos, porque eran discípulos de Cristo. Le habían entregado su vida. Permitieron que Dios brillara a través de ellos, a fin de que la luz de Dios hiciera obvio que eran cristianos. 
¿Cómo los veían los demás?
Las personas estaban tan impresionadas con los primeros cristianos, que dijeron: “¡Mirad como se aman unos a otros!” Los seguidores de Cristo eran reconocidos por su amor. El amor de Dios resplandeció a través de ellos como lo hacía a través de las figuras de santos en los hermosos vitrales.

Uno de esos santos es Santa Lucía de Siracusa. Nació alrededor del 283 en Siracusa, Sicilia y se convirtió al cristianismo a temprana edad. Decidió consagrar su vida a Jesús. 

Se nos dice que pasó su vida cuidando de los pobres. Su nombre Lucía significa “la que brilla” o “la que porta luz”, procedente del latín “lux” que significa luz.
En Suecia se conmemora su vida el día de Santa Lucía, el 13 de diciembre, con una ceremonia tradicional. En la oscuridad de la madrugada, una joven representando a Lucía y vistiendo una túnica blanca y una banda roja, con una corona de velas encendidas en su cabeza, pasa a través de las oscuras calles. Va acompañada de otras niñas vestidas también con túnicas blancas y llevando velas encendidas, quienes la siguen y cantan el himno de Santa Lucía.

Las velas brillan en la oscuridad de la madrugada y todos gozan de un día festivo especial; pero muy pocos piensan en la dimensión espiritual del día de Santa Lucía, aun cuando sepan la historia. De la misma manera, el amor de los cristianos brilla en la oscuridad de este mundo, pero la gente no siempre lo reconoce.
Jesús es la luz del mundo. “En él estaba la vida, y esa vida era la luz de los hombres. La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron” Juan 1:4-5.

Aun ahora, la gente no siempre la entiende.
“Otra vez Jesús les dijo: ‘Yo Soy la luz del mundo. El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida’” Juan 8:12.

Jesús trajo la luz a este mundo y esa luz brilla aun hoy. Él desea que caminemos en su luz y que vengamos a él con nuestras aflicciones y cargas para que podamos vivir en su gloria.

Hoy más que nunca necesitamos el amor de Dios, pero infortunadamente nos distrae la luz del mundo. Hay muchas cosas en nuestra agitada vida que hacen difícil que tengamos una relación real con nuestro Señor y Salvador. Con frecuencia no nos damos tiempo para dejar que su luz brille en nosotros. Como resultado, la luz no puede brillar a través de nosotros.

Jesús hizo ambas declaraciones: “Yo soy la luz del mundo” y “Vosotros sois la luz del mundo”. (Mateo 5:14).
Así que nos dio una tarea. Como Lucía, quien manifestó su amor por Cristo en actos de caridad, también nosotros debemos ser una luz en este mundo. Aun cuando solo seamos pequeñas luces en comparación con la gran luz divina, debemos dejar brillar nuestra pequeña luz en el rincón del mundo donde estemos, a fin de hacer a un lado la oscuridad. 
Jesús no desea que escondamos nuestra luz. Él desea que seamos luces que resplandezcan en todo el mundo. Si cada cristiano deja brillar su luz, el mundo se llenará de luz.
El mundo necesita la luz de los seguidores de Cristo para que todos sean alumbrados. Aun una pequeña luz puede iluminar el camino y evitar que alguien tropiece y caiga.

Cristo espera de los hombres que participen de su naturaleza divina, mientras están en este mundo, de modo que no sólo reflejen su gloria para alabanza de Dios, sino que iluminen las tinieblas del mundo con el resplandor del cielo. Así se cumplirán las palabras de Cristo: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:14).

Luz e sal

"Jesus empleó en el sermón del monte dos figuras caseras: luz y sal. La luz es importante porque ella hace  posible que veamos aquello que ilumina. La sal es importante, por otro lado, no porque la percibimos o reconocemos como sal; sino porque destaca el sabor de aquello que ella sazona. Tanto la luz como la sal pasan desapercibidos cuando cumplen mejor sus funciones. Sin embargo, cuando no están presentes, notamos su ausencia." (Padilla, Rene. O que é missão integral?, 77) Ediciones Kairos, 2009.

IV. Conclusión

Si como cristianos, vivimos con Dios, nuestra luz brillará. Reflejaremos su amor, su gloria, su luz. De la misma manera que la luna refleja la luz del sol, solamente podemos brillar cuando permitimos que la luz de Dios brille en nosotros.
Es agradable disfrutar de la luz y calidez del sol. Y es de la misma manera muy agradable y de beneficio gozar de la presencia de Dios. Nuestro corazón se vuelve cálido y su luz alumbra nuestro pensamiento. Reconocemos que Dios nos está hablando, dándonos ideas y percepciones en cuanto a cómo llevar su amor al mundo. Al pasar tiempo con nuestro Maestro, seremos llenos de su amor y lo compartiremos con todos los que nos rodean.
¿Es solamente en los vitrales de las catedrales que encontramos santos?
Seamos nosotros los santos; las personas santas que permitimos que su luz brille a través de nuestra vida. La gente podrá verlo en nuestro trato, nuestras acciones, nuestro semblante resplandeciente, nuestro gozo. Brillemos diariamente, convirtámonos en santos que en forma grande y pequeña compartamos la luz de Dios en este mundo.
Te invito a orar:
Señor, gracias por mostrarnos el camino al Padre. Ayúdanos a seguir la luz que alumbra nuestro sendero. Gracias por la salvación que nos ofreces. Señor, gracias por habernos dado la luz de la vida. Permite que tu luz resplandezca a través de nosotros para que la gente que nos vea, pueda ver una reflexión de tu amor y sepa que eres la luz del mundo. Amén.


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