TEXTO CLAVE
“Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles. Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y oro en gran abundancia, y piedras preciosas; y cuando vino a Salomón, le expuso todo lo que en su corazón tenía” (1 Rey. 10:1, 2).
INTRODUCCIÓN
¿Cuál es el objetivo de conocer a Dios? Conocer la verdad, señalan algunos. Sin embargo, como hemos visto esta semana, cuando nos embarcamos en una relación con Dios, la verdad no solo se conoce… también se vive. En cada experiencia, sea buena o mala, si Dios está allí, la verdad respecto a Él deja de ser una teoría.
Las Escrituras registran la experiencia de un hombre muy sabio. Lo paradójico es que el secreto para su sabiduría radicó en el reconocimiento de su ignorancia y falta de experiencia. Nos referimos a Salomón. “Ahora pues, Jehová Dios mío, tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre; y yo soy joven, y no sé cómo entrar ni salir. Y tu siervo está en medio de tu pueblo al cual tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por su multitud. Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?” (1 Rey. 3:7-9).
Este sencillo reconocimiento (una autoevaluación que no es fácil de realizar) permitió que Dios bendijera a Salomón con gran sabiduría. El pueblo se vio grandemente favorecido y la fama de Salomón se difundió. El propósito de Dios al colocar a su pueblo en un lugar tan privilegiado era justamente que lo representaran dignamente ante las naciones. Salomón fue un excelente exponente de este objetivo. Nadie podía quedar indiferente ante lo que Dios hacía en Israel.
DESARROLLO
La Reina de Sabá: cuando la riqueza no produce paz. “Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles. Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y oro en gran abundancia, y piedras preciosas; y cuando vino a Salomón, le expuso todo lo que en su corazón tenía” (1 Rey. 10:1, 2). Esta reina viajó de muy lejos (posiblemente desde la actual Yemen, Etiopía, o el extremo occidental de Arabia) pues tenía inquietudes que pesaban en su corazón. Nada le faltaba en su palacio; tenía riquezas y sirvientes y, como todo monarca, acceso a la mejor educación de la época. Sin embargo, ella se presenta delante de Salomón con preguntas difíciles que estaban guardadas en su corazón.
Las apariencias son una cosa, pero lo que nadie ve, lo que está en el corazón, es todo un mundo aparte. Si ella lograba aquietar las inquietudes que ardían en su interior, el viaje, la pequeña fortuna con la que había viajado… todo habría valido la pena.
“Y Salomón le contestó todas sus preguntas, y nada hubo que el rey no le contestase” (1 Rey. 10:3). Este versículo es un resumen bastante modesto en comparación a las largas horas que debe haber durado la entrevista de la reina con Salomón. Pareciera que no le hace justicia a la sabiduría con la que se encontró la reina de Sabá. Sin embargo, una cosa está clara: ella escuchó una contestación a cada pregunta. Con todo… pareciera que algo falta en la descripción del versículo tres. ¿Cómo reaccionó la reina? Total silencio. Parece que algo le intrigaba aún.
La paz y sabiduría se refleja en la vida cotidiana. Los versículos que siguen nos esclarecen lo que la reina todavía requería. “Y cuando la reina de Sabá vio toda la sabiduría de Salomón, y la casa que había edificado, asimismo la comida de su mesa, las habitaciones de sus oficiales, el estado y los vestidos de los que le servían, sus maestresalas, y sus holocaustos que ofrecía en la casa de Jehová, se quedó asombrada” (1 Rey. 10:4, 5). Escuchar las respuestas sin lugar a dudas que tuvo su valor. Sin embargo, cuando, luego del diálogo, comienza a ver cómo toda esa sabiduría se veía reflejada en lo cotidiano, en la manera de vivir de todos, desde el rey hasta su siervo… ahora el texto está preparado para señalar: ella quedó asombrada (en el hebreo, literalmente, quedó sin aliento). No solo era teoría: su comida, sus aposentos, sus vestimentas y su culto diario… en todo estaba la huella de la sabiduría divina.
La sabiduría con la que Dios había bendecido a Salomón era verdadera y resistía la prueba de la vida cotidiana. Era una sabiduría útil, práctica y eficaz que no alejaba a quienes la practicaban de su autor: Dios.
Encontrar a Dios es encontrarse con la vida. La reina de Sabá descubrió que Dios no busca salir a nuestro encuentro con meras respuestas técnicas sobre la vida. El mundo ofrece muchas “sabidurías alternativas” que van en esa dirección. Muchos maestros, autores y conferenciantes se levantan para proclamar verdades que suenan bien, pero en la práctica no se pueden vivir ni traen paz duradera. La reina de Sabá vio que el Dios de Salomón tenía lo que ella había necesitado por tanto tiempo. Por fin veía que se podía ser consecuente con las verdades eternas y ser feliz; que se puede ser fiel a Dios y ser objeto de sus bendiciones en el día a día.
“Y dijo al rey: Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría; pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu sabiduría y bien, que la fama que yo había oído. Bienaventurados tus hombres, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti, y oyen tu sabiduría” (1 Rey. 10:6-8). Muchos miran la vida cristiana con cierta incredulidad. Sin embargo, al mismo tiempo, anhelan ver y palpar que el cristianismo es más que una teoría. Buscan sentido para sus vidas y no descansarán hasta encontrar concordancia entre la verdad revelada y la vida diaria. Es un desafío para quienes ya son cristianos, pero al mismo tiempo es el secreto para quienes están conociendo, poco a poco, a Dios y su Palabra: lo que ya conoces, ¡practícalo! Lo que Dios ya ha revelado, ¡no lo deseches! Aquello que sabes que Dios requiere de ti, ¡no se lo niegues! Cuando hay concordancia entre la verdad recibida y en cómo ésta se vive, también quedaremos sin aliento ante las maravillas de Dios.
CONCLUSIÓN
Es muy significativo destacar lo que la reina de Sabá finalmente descubrió. Ella fue a entrevistarse con un rey, pero acabó conociendo y dándole gloria a Dios: “Jehová tu Dios sea bendito, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel; porque Jehová ha amado siempre a Israel, te ha puesto por rey, para que hagas derecho y justicia” (1 Rey. 10:9).
En estos días hemos conocido las experiencias de hombres y mujeres como nosotros; pero no es la vida de ellos lo que más nos enriquece. El Dios que ellos sirvieron y amaron es el mismo que desea hacer lo mismo o incluso más en quienes lo buscan hoy. Hemos conocido verdades, pero ahora hay que vivirlas, tal como lo hicieron los amigos de Dios en el pasado.
LLAMADO
¿Quieres ser un amigo de Dios hoy? Nadie que busque a Dios se va con las manos vacías. La reina vino buscando respuestas, pero se fue con una vida transformada. Permite que Dios transforme tu vida hoy mismo. ¿Quieres? Bien puedes. Recibe a Jesucristo como tu Salvador personal, permite que limpie tu pasado y sane las heridas de tu alma. Sella tu amor por Él bautizándote e iniciando una vida nueva –llena de paz y sabiduría– de la mano de Aquel que nunca falla.
“Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles. Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y oro en gran abundancia, y piedras preciosas; y cuando vino a Salomón, le expuso todo lo que en su corazón tenía” (1 Rey. 10:1, 2).
INTRODUCCIÓN
¿Cuál es el objetivo de conocer a Dios? Conocer la verdad, señalan algunos. Sin embargo, como hemos visto esta semana, cuando nos embarcamos en una relación con Dios, la verdad no solo se conoce… también se vive. En cada experiencia, sea buena o mala, si Dios está allí, la verdad respecto a Él deja de ser una teoría.
Las Escrituras registran la experiencia de un hombre muy sabio. Lo paradójico es que el secreto para su sabiduría radicó en el reconocimiento de su ignorancia y falta de experiencia. Nos referimos a Salomón. “Ahora pues, Jehová Dios mío, tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre; y yo soy joven, y no sé cómo entrar ni salir. Y tu siervo está en medio de tu pueblo al cual tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por su multitud. Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?” (1 Rey. 3:7-9).
Este sencillo reconocimiento (una autoevaluación que no es fácil de realizar) permitió que Dios bendijera a Salomón con gran sabiduría. El pueblo se vio grandemente favorecido y la fama de Salomón se difundió. El propósito de Dios al colocar a su pueblo en un lugar tan privilegiado era justamente que lo representaran dignamente ante las naciones. Salomón fue un excelente exponente de este objetivo. Nadie podía quedar indiferente ante lo que Dios hacía en Israel.
DESARROLLO
La Reina de Sabá: cuando la riqueza no produce paz. “Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles. Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y oro en gran abundancia, y piedras preciosas; y cuando vino a Salomón, le expuso todo lo que en su corazón tenía” (1 Rey. 10:1, 2). Esta reina viajó de muy lejos (posiblemente desde la actual Yemen, Etiopía, o el extremo occidental de Arabia) pues tenía inquietudes que pesaban en su corazón. Nada le faltaba en su palacio; tenía riquezas y sirvientes y, como todo monarca, acceso a la mejor educación de la época. Sin embargo, ella se presenta delante de Salomón con preguntas difíciles que estaban guardadas en su corazón.
Las apariencias son una cosa, pero lo que nadie ve, lo que está en el corazón, es todo un mundo aparte. Si ella lograba aquietar las inquietudes que ardían en su interior, el viaje, la pequeña fortuna con la que había viajado… todo habría valido la pena.
“Y Salomón le contestó todas sus preguntas, y nada hubo que el rey no le contestase” (1 Rey. 10:3). Este versículo es un resumen bastante modesto en comparación a las largas horas que debe haber durado la entrevista de la reina con Salomón. Pareciera que no le hace justicia a la sabiduría con la que se encontró la reina de Sabá. Sin embargo, una cosa está clara: ella escuchó una contestación a cada pregunta. Con todo… pareciera que algo falta en la descripción del versículo tres. ¿Cómo reaccionó la reina? Total silencio. Parece que algo le intrigaba aún.
La paz y sabiduría se refleja en la vida cotidiana. Los versículos que siguen nos esclarecen lo que la reina todavía requería. “Y cuando la reina de Sabá vio toda la sabiduría de Salomón, y la casa que había edificado, asimismo la comida de su mesa, las habitaciones de sus oficiales, el estado y los vestidos de los que le servían, sus maestresalas, y sus holocaustos que ofrecía en la casa de Jehová, se quedó asombrada” (1 Rey. 10:4, 5). Escuchar las respuestas sin lugar a dudas que tuvo su valor. Sin embargo, cuando, luego del diálogo, comienza a ver cómo toda esa sabiduría se veía reflejada en lo cotidiano, en la manera de vivir de todos, desde el rey hasta su siervo… ahora el texto está preparado para señalar: ella quedó asombrada (en el hebreo, literalmente, quedó sin aliento). No solo era teoría: su comida, sus aposentos, sus vestimentas y su culto diario… en todo estaba la huella de la sabiduría divina.
La sabiduría con la que Dios había bendecido a Salomón era verdadera y resistía la prueba de la vida cotidiana. Era una sabiduría útil, práctica y eficaz que no alejaba a quienes la practicaban de su autor: Dios.
Encontrar a Dios es encontrarse con la vida. La reina de Sabá descubrió que Dios no busca salir a nuestro encuentro con meras respuestas técnicas sobre la vida. El mundo ofrece muchas “sabidurías alternativas” que van en esa dirección. Muchos maestros, autores y conferenciantes se levantan para proclamar verdades que suenan bien, pero en la práctica no se pueden vivir ni traen paz duradera. La reina de Sabá vio que el Dios de Salomón tenía lo que ella había necesitado por tanto tiempo. Por fin veía que se podía ser consecuente con las verdades eternas y ser feliz; que se puede ser fiel a Dios y ser objeto de sus bendiciones en el día a día.
“Y dijo al rey: Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría; pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu sabiduría y bien, que la fama que yo había oído. Bienaventurados tus hombres, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti, y oyen tu sabiduría” (1 Rey. 10:6-8). Muchos miran la vida cristiana con cierta incredulidad. Sin embargo, al mismo tiempo, anhelan ver y palpar que el cristianismo es más que una teoría. Buscan sentido para sus vidas y no descansarán hasta encontrar concordancia entre la verdad revelada y la vida diaria. Es un desafío para quienes ya son cristianos, pero al mismo tiempo es el secreto para quienes están conociendo, poco a poco, a Dios y su Palabra: lo que ya conoces, ¡practícalo! Lo que Dios ya ha revelado, ¡no lo deseches! Aquello que sabes que Dios requiere de ti, ¡no se lo niegues! Cuando hay concordancia entre la verdad recibida y en cómo ésta se vive, también quedaremos sin aliento ante las maravillas de Dios.
CONCLUSIÓN
Es muy significativo destacar lo que la reina de Sabá finalmente descubrió. Ella fue a entrevistarse con un rey, pero acabó conociendo y dándole gloria a Dios: “Jehová tu Dios sea bendito, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel; porque Jehová ha amado siempre a Israel, te ha puesto por rey, para que hagas derecho y justicia” (1 Rey. 10:9).
En estos días hemos conocido las experiencias de hombres y mujeres como nosotros; pero no es la vida de ellos lo que más nos enriquece. El Dios que ellos sirvieron y amaron es el mismo que desea hacer lo mismo o incluso más en quienes lo buscan hoy. Hemos conocido verdades, pero ahora hay que vivirlas, tal como lo hicieron los amigos de Dios en el pasado.
LLAMADO
¿Quieres ser un amigo de Dios hoy? Nadie que busque a Dios se va con las manos vacías. La reina vino buscando respuestas, pero se fue con una vida transformada. Permite que Dios transforme tu vida hoy mismo. ¿Quieres? Bien puedes. Recibe a Jesucristo como tu Salvador personal, permite que limpie tu pasado y sane las heridas de tu alma. Sella tu amor por Él bautizándote e iniciando una vida nueva –llena de paz y sabiduría– de la mano de Aquel que nunca falla.
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