“Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: 'Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás'” (Mateo 4:10).
INTRODUCCIÓN
Es necesario reconocer que el tiempo es un lujo para una persona ocupada. Hay personas que duermen poco y trabajan más de lo permitido por las leyes civiles. No obstante, este problema parece afectar no solo a aquellos con una vida ajetreada, sino también a la población en general. El gran reclamo de muchas personas hoy es que no tienen el tiempo suficiente para hacer lo que les gusta. Esto significa no poder disfrutar con la familia o hacer alguna actividad que les permita descansar de las tareas que usualmente realizan.
El cristiano no está libre de esta amenaza. Sea usted ama de casa, un obrero de la construcción o un estudiante universitario, todos estamos sufriendo el mismo problema: no tenemos tiempo. Es posible que la mayor tentación que los cristianos enfrentemos sea la de priorizar otras tareas, y dejar de lado la lectura y el estudio de la Biblia. Es posible incluso que como creyentes comprometidos estemos tan atareados con las labores de la iglesia que, irónicamente, no tengamos tiempo de conversar y escuchar la voz de Dios. En el día hoy exploraremos la importancia del estudio de la Biblia, estudiando cómo Jesús venció la tentación citando las Escrituras. Haremos esto siguiendo principalmente el relato registrado por Mateo (Mateo 4:1-11).
NO SÓLO DE PAN VIVIRÁ EL HOMBRE (Mateo 4:1-4)
Luego de haber sido bautizado por Juan en el Jordán (Mateo 3:13-17), “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto” (Mateo 4:1). La presencia del Espíritu en el ministerio de Jesús comenzó de manera plena en ocasión de su bautismo, quien descendió sobre él como paloma (Mateo 3:16). Esta plenitud es acentuada de manera intencionada por Lucas, quien afirma que “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto” (Lucas 4:1). Es por medio del Espíritu, por cierto, que Jesús echa fuera los demonios (Mateo 12:28), y, como expresamente señala Marcos, quien “lo impulsó al desierto” (Marcos 1:12).
Lo anterior no implica que, antes que fuera bautizado por Juan, Jesús actuaba de manera independientemente y no era guiado por el Espíritu. No está de más recordar que Jesús fue concebido por el Espíritu Santo (Mateo 1:18, 20; Lucas 1:35), y que, según Lucas, Jesús crecía en sabiduría y estatura, y gozaba del favor y aceptación de Dios desde la infancia (Lucas 2:52). La gracia o favor divino, presente en la vida de Jesús desde siempre, expresa claramente la dependencia incesante entre él y el Espíritu Santo.
Existe un detalle interesante en el relato y que es necesario destacar. Jesús no es llevado o impulsado al desierto por una fuerza impersonal. Mateo describe al Espíritu Santo como una persona, quien es capaz de conseguir que una mujer quede embarazada (Mateo 1:18, 20), descender del cielo sobre Jesús (Mateo 3:16), de hablar en lugar de otros (Mateo 10:20), y ser blasfemado (Mateo 12:31-32). Esto, no cabe duda, es significativo para nosotros, pues nos invita a reconocer lo esencial que es en la vida del creyente la presencia y conducción de la persona del Espíritu.
Mateo nos informa que Jesús es llevado al desierto para ser tentado por el diablo. En el contexto bíblico, el término tentar puede traducirse también como probar. Dependiendo del contexto, el vocablo probar podría ser entendido de una manera negativa o positiva. Mientras que Dios probó a Abraham, ordenándole que sacrificase a su hijo Isaac (Génesis 22:1-2), el diablo tienta a los miembros de iglesia a caer en apostasía (1 Tesalonicenses 3:5). En el primer ejemplo, la petición tenía la intención de probar, preparar y desarrollar el carácter (ver Juan 6:6). En el segundo, no obstante, el objetivo es evidentemente destructivo (1 Corintios 7:5).
A la vista de lo antes dicho, el Espíritu no impulsó a Jesús al desierto para destruirlo. Para Mateo, ni Dios ni el Espíritu son los agentes de la tentación. Dios, como afirma Santiago, no tienta a nadie para hacer el mal (Santiago 1:13-14). En otras palabras, Jesús fue al desierto para prepararse para la misión encomendada por Dios, y el diablo encontró ahí el momento propicio para llevar a cabo sus maquinaciones. El diablo intentó primero destruir a Jesús, sin lograrlo, cuando él aún era un infante (Mateo 2:13-23). En esta escena, Satanás busca hacer lo mismo, aunque ahora la estrategia que trae tiene la intención de que Jesús falle en llevar a cabo el sacrificio mesiánico que vino a cumplir.
Después de ayunar durante cuarenta días y cuarenta noches, Jesús sintió hambre (Mateo 4:2). En ese preciso instante, el diablo, referido por Mateo como el tentador, se acercó a Jesús, marcando su primer encuentro. Es importante destacar que el enemigo atacó a Jesús en el momento de mayor debilidad. La necesidad inmediata de Jesús tenía que ver con el alimento, y la estrategia satánica procuraba encontrar una brecha mínima para entrar en la mente de Jesús. El diablo emplea una táctica similar al atacarnos, y es importante tener en consideración en esto, en particular cuando nos encontramos vulnerables.
“Si eres Hijo de Dios”, dijo el tentador, “di que estas piedras se conviertan en pan” (Mateo 4:3). En griego, la configuración gramatical de la frase “si eres” no necesariamente tiene una connotación de duda, como si el diablo estuviese diciendo que él no lo creía, y debido a eso, le pedía una señal. Una posible traducción sería: “Considerando que eres Hijo de Dios, tienes el poder para hacer un milagro y saciar tu hambre”. De esta manera, la declaración del diablo tiene el objetivo de que Jesús realice una señal para beneficio propio, apartándose así de la voluntad del Padre.
La respuesta de Jesús excluye discutir directamente con el diablo. Jesús no entró en un debate filosófico o teológico con el enemigo. Jesús, en cambio, cita las Escrituras. La base, y el motor de la argumentación de Jesús, se basó en un pasaje del libro de Deuteronomio (Deuteronomio 8:3). Este versículo es parte de un discurso mayor, en el cual Moisés le recuerda a Israel que Dios lo ha cuidado y guiado por un período de cuarenta años (Deuteronomio 8:2-10). Dios permitió que pasaran hambre, para luego alimentarlos con maná, y así enseñarles que el ser humano no solo vivirá de pan, “sino de todo lo que sale de la boca de Jehová” (Deuteronomio 8:3; Mateo 4:4).
En términos históricos, Israel falló, pues murmuraron contra Moisés y Aarón, añorando el tiempo cuando se sentaban delante de las ollas de carne, y comían pan hasta saciarse (Éxodo 16:2-3). De este modo, si bien Jesús fue tentado en los mismos términos que Israel, Jesús venció la tentación citando la Palabra de Dios. Una actitud semejante debe ser parte de nuestra rutina diaria.
NO TENTARÁS AL SEÑOR TU DIOS (Mateo 4:5-7)
La segunda tentación tiene un enfoque similar al anterior. El diablo lleva a Jesús a Jerusalén, y lo pone sobre la parte más alta del templo (Mateo 4:5). El accionar del enemigo, quien habla (Mateo 4:3, 6, 9) y tiene la habilidad de transportar a Jesús a otro lugar (Mateo 4:5, 8), nos habla de un personaje, y no de una fuerza. En la actualidad, existen personas que se refieren al diablo como si este fuera una entidad mitológica, la cual representa lo peor del ser humano. No obstante, la escena que estamos estudiando nos dice otra cosa. El diablo, también conocido como Satanás, es descrito por Mateo como una entidad angelical que promueve el mal (Mateo 13:39), actúa como tentador (Mateo 16:23) y está destinado a ser destruido (Mateo 25:41).
“Si eres Hijo de Dios,” le dice Satanás a Jesús, “tírate abajo, pues escrito está: ‘A sus ángeles mandará acerca de ti’, y ‘en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra’” (Mateo 4:6). Notando que Jesús había citado la Escritura, y le había vencido, el diablo cambia de táctica, y hace uso de algunos versos del Salmo 91 para tentarlo (Salmos 91:11-12).
No obstante, el diablo cita incorrectamente el Salmo 91, omitiendo su contexto global. Aunque es cierto que en el Salmo 91 Dios asegura proteger a sus hijos, al leerlo por completo aprendemos que Dios cuida de aquel que ha puesto su confianza, o amor, en él (Salmos 91:14-16). De ninguna manera el Salmo es una invitación para que el creyente busque la adversidad. Y, en el caso que Dios permita que el cristiano sufra algún tipo de infortunio, la promesa es que Dios lo socorrerá (Salmos 91:1-16). Luego, el diablo nuevamente tienta a Jesús para que actúe de manera independiente, violando la voluntad del Padre. El diablo no está cuestionando la identidad de Jesús como Hijo de Dios, sino que su tentación radica en incitarlo a utilizar su poder y autoridad, intentando así persuadir a Dios para que haga algo que no está destinado a hacer.
Jesús responde nuevamente usando las Escrituras (Mateo 4:7). Y otra vez alude al libro de Deuteronomio (Deuteronomio 6:16). En el versículo citado, Moisés amonesta a Israel a no tentar a Dios como lo hicieron en Masah (Deuteronomio 6:16). A pesar de los portentos que Dios realizó en presencia de los hijos de Israel, ellos cuestionaron si Dios estaba realmente con ellos, diciendo: “¿Está, pues, Jehová entre nosotros o no?” (Éxodo 17:7). Para Jesús, la tentación del diablo consiste en inducirlo a actuar de manera egoísta, tratando de obligar a Dios a ajustarse a sus propios deseos. Por consiguiente, aunque Jesús fue tentado de una forma semejante a como Israel lo fue, Jesús venció la tentación citan- do las Escrituras. Pero a diferencia del diablo, quien torció el significado del Salmo 91, Jesús emplea la Palabra de Dios correctamente.
El enemigo usa diferentes maniobras para tentarnos, y una de estas tácticas comprende emplear textos bíblicos fuera de contexto. La única manera de detectar el error, y saber cuándo un pasaje está siendo mal utilizado, es conocer el contenido de las Escrituras. Vale la pena notar que Jesús no tenía un celular a disposición para confirmar o mencionar el versículo que él diablo citó, y que el luego refutó. La disponibilidad de las Biblias en la antigüedad, a diferencia de hoy, era diferente. El desafío no se limitaba solo al valor y tamaño, sino que las copias se realizaban a mano, lo que resultaba en una producción considerablemente menor en comparación con lo que sucedió después de la invención de la imprenta.
En consecuencia, la memorización de pasajes e historias de la Biblia se convirtió en una parte esencial de la vida de los creyentes. Aunque esta práctica ha disminuido debido al avance de la tecnología, los cristianos tienen el privilegio de vivir en una era en la que el acceso al texto bíblico es incomparable. Vivimos en una era en donde las aplicaciones de celular y las traducciones de la Biblia abundan, pudiendo incluso escucharla de manera gratuita. No hay excusa, por lo tanto, para aquellos que llevan una vida agitada. El problema no radica en el acceso que tenemos a la Biblia. El problema reside en nosotros mismos.
AL SEÑOR TU DIOS ADORARÁS (Mateo 4:8-11)
En la tercera tentación, el diablo lleva a Jesús a una montaña muy alta, desde la cual le muestra el esplendor de todos los reinos del mundo (Mateo 4:8). Satanás promete darle todo lo que ve, pero primero debe arrodillarse y adorarlo (Mateo 4:9). Lo que el diablo promete es simple. Jesús ha venido a rescatar el mundo, y ahora lo puede obtener sin tener que pasar por el sufrimiento de la cruz. Sin embargo, al hacer eso, Jesús se estaría sometiendo al poder del enemigo y estaría reco- nociendo que el diablo, en lugar de él, es el amo y señor de la tierra.
Jesús omite cualquier diálogo o discusión doctrinal. Después de todo, Jesús es el creador del universo y de esta tierra (Juan 1:1-3, 10; Coosensesl 1:16:17). El diablo se convirtió en el príncipe de este mundo al tomar por engaño el dominio que Dios le había encargado a Adán y Eva (Lucas 4:6). Pero Jesús no tiene la intención de debatir; por lo tanto, recurre una vez más al arma más importante de todas: la Biblia.
Jesús responde diciendo: “Vete, Satanás, porque escrito está: ‘Al Se- ñor tu Dios adorarás y solo a él servirás’” (Mateo 4:10). Jesús de nuevo cita el libro de Deuteronomio, específicamente Deuteronomio 6:13. El pasaje es parte de un contexto mayor, en el cual Moisés amonesta a los oyentes a no olvidarse de Dios y a no ir detrás de dioses paganos (Deuteronomio 12-14). Desde esta perspectiva, Jesús desenmascara al enemigo, revelando la autoridad falsa que este ha pretendido asumir.
Jesús, en definitiva, se sometió a la voluntad del Padre y derrotó al enemigo (Mateo 4:11). Jesús, no olvidemos, fue tentado en todo, según nuestra semejanza (Hebreos 4:15). Es verdad que las tentaciones que él sufrió difieren en forma y contenido con las nuestras. No obstante, el diablo, como fue mencionado previamente, adapta estratégicamente sus ataques. La única salvaguardia que tenemos es la Palabra. Podremos no tener tiempo para ver nuestro programa preferido, o hasta dormir un poco menos, pero lo que jamás debe faltar en la vida de un cristiano es el estudio de la Biblia. Sigamos entonces el consejo de Pablo y tomemos como arma de defensa “la espada del Espíritu”, la cual, como él bien lo dice, representa la palabra de Dios (Efesios 6:17).
CONCLUSIÓN
La falta de tiempo nunca debe ser una excusa para no estudiar la Biblia. Jesús empleó las Escrituras para enfrentar el ataque del enemigo, enseñanzas que él memorizó, y almacenó en el corazón. Los engaños del enemigo, como vimos, no pudieron contra los “escrito está”, demostrando lo esencial que debe ser en nuestra vida el estudio y lectura de la Palabra de Dios.
INVITACIÓN
No somos superhéroes, ni tampoco somos invencibles. Por el contrario, somos pecadores, y podemos ser vencidos por la tentación. Oremos a Dios para no perder nunca nuestra conexión con el Dios eterno y decidir cada día estudiar su Palabra. No solo para conocer la verdad, sino también para estar preparados para el día en que el diablo nos tiente.
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