Lectura Bíblica:
“Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a
quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando
estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra
habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15).
La conquista de Canaán ha terminado. Las tierras han sido repartidas a
cada tribu. El tiempo del anciano Josué para entrar en la próxima “tierra
prometida” ha llegado.
La satisfacción de haber cumplido con la tarea
debería ser parte de las emociones del líder que condujo a Israel a la tierra
que “fluye leche y miel”.
Siquem fue el sitio de la gran asamblea. En aquel lugar Josué pronunció
algo así como su “proclama final”. Él, quien había hecho de la lectura de la
ley su meditación y guía, también conocía muy bien su historia. En
presencia de los ancianos, príncipes, jueces y oficiales, les recordó cómo
comenzó todo y de dónde había venido Israel, siempre sostenido por las
promesas de Dios.
En el gran repaso de la historia hizo mención a los patriarcas escogidos
por Dios para hacer esto posible.
Josué les recuerda que hasta ese
momento, la gracia de Dios ha sido real en toda esta larga travesía.
Es
notable, los verbos que él usa para describir la actuación de Dios: Yo te
tomé, traje, di, envié, destruí, saqué, introduje y libré.
Y después que ha
finalizado este largo recordatorio, les increpa a definirse sobre el Dios a
quien deben adorar y seguir.
La tendencia de Israel no había cambiado mucho. Con frecuencia eran
dados a seguir otros dioses. El versículo 14, que precede al gran texto
donde Josué habla de su más grande decisión, es el corazón de todo su
discurso. Se puede notar tres grandes imperativos que ponen al pueblo a
definirse sobre su fidelidad: temed, servidle y quitad.
Este último tuvo que
ser muy enfático. Es interesante cómo el pueblo se compromete frente a
este discurso, una y otra vez, a seguir a Dios y su pacto, sabiendo que muy
pronto estarían quebrantando lo prometido. Y en medio de este discurso de
despedida Josué pone en sus corazones el legado más grande que ellos
deberían recordar.
Fue como si al final dijera, ‘bueno, yo no sé si ustedes cumplirán con la
promesa de seguir a Dios; pero yo, junto con mi familia, ya hemos resuelto
que sólo a él seguiremos’.
Y es así como deben venir las resoluciones en la
vida de un creyente. Frente a un mundo que cada día escoge sus propios
dioses para servirle, hemos de tomar la decisión de Josué 24:15.
¿Qué
encontramos en esta decisión?
¿Por qué esta decisión es tan importante
para la familia y la iglesia?
1. Tenemos la opción de escoger servir a Dios:
“Escogeos hoy…”.
Se ha dicho que una de los asuntos de más riesgo que puso Dios en
nosotros fue el “libre albedrío”; eso es, la capacidad de elegir entre lo que
me conviene o lo que me afecta.
El propósito de haber sido creados de esta
manera era para que el seguir a Dios no estuviera determinado por la orden
de Dios sino por la elección nuestra. Esto nos hace pensar que somos el
producto de una decisión.
Uno de los principios que más han defendido los adventistas a través de
la historia ha sido la libertad de culto, y con ella, la libertad de conciencia.
A
nadie puede imponérsele una creencia que no sea la que el individuo mismo
escoja, de una manera libre y soberana. Esta fue lo que Josué hizo con
Israel. Les confrontó a escoger a quien iban a servir.
Pareciera paradójico
que después de tanto tiempo, y de tantas demostraciones de quién era
Jehová Dios, él les estuviera llevándole a que definieran su fidelidad en la
adoración.
Josué conocía muy bien a ese pueblo.
Él sabía que así como Raquel
usurpó los dioses domésticos a su padre Labán, para adorarlos,
probablemente esta práctica se perpetuó de una manera clandestina entre
ellos. Josué sabía que ese pueblo imperaba el germen de la maldad y que
solo espera que las condiciones se dieran para manifestarse.
El temor de
Josué aquí es natural, considerando que en el futuro la corrupción de su
corazón se pudiera hacer manifiesta, como finalmente sucedió.
Josué, pues, conociendo esa tendencia innata del corazón de Israel de
seguir a otros dioses, les conmina a que declaren, de una manera solemne y
pública, si serán fiel al Dios que hasta ese momento se le ha manifestado de
tantas maneras o seguirán a otros dioses.
Una paráfrasis de este texto
pudiera decir, algo así como: “Si no están de acuerdo, o si no les parece
bien, que deben decidirse por este Dios que se les ha mostrado hasta el día
de hoy; entonces elijan. Tienen dos opciones: los dioses a los que sirvieron
sus antepasados del otro lado del río, o los nuevos dioses que han
encontrado en esta tierra; decídanse cuál de los dos será mejor para
adorar”.
Aquí hay algo muy interesante para destacar. Yo puedo elegir si quiero
adorar a Dios o prefiero adorar otros dioses. Que aún, viendo lo que Dios
hace en mi vida, todavía tengo la opción de no seguirle ni adorarle.
Pero es
claro que lo que no dice esta apelación es que podemos escoger servir a
Dios y también servir a otros dioses. Esa opción nunca la encontramos en la
palabra.
Los hombres han inventado a sus propios dioses, para satisfacer sus
propios deseos, mientras pretenden seguir adorando al Señor, Dios
todopoderoso. Lo cierto es que el mundo vive bajo esta alternativa. La
humanidad ve en el “Dios de Israel” muchas exigencias, por eso prefiere
seguir los dioses a quien ellos pueden controlar y quienes aprueban todo lo
que hacen.
2. Debemos escoger servir a Dios, con toda la familia:
“Yo y mi
casa…”.
Cuando Israel fue confrontado sobre la necesidad de servir a Dios,
excluyendo a otros dioses, no pensó mucho para decir “nunca tal acontezca,
que dejemos a Jehová para servir a otros dioses” (Josué 24:16).
Por su
parte Josué había tomado su propia decisión respecto a quien escoger. La
de él fue una decisión basada en el conocimiento que tenía de su Dios y su
resolución de permanecer fiel a la misma, junto con toda su familia. Pero
como Josué conocía la vulnerabilidad de su gente, les confronta en este
pasaje, como en ningún otro, a que piensen bien lo que están diciendo y
prometiendo.
Llama la atención el diálogo que va desde las varias peticiones de Josué
hasta las tres respuestas que el pueblo da. Es como el padre que tiene a un
hijo desobediente y sabe que frente a la promesa que se va a portar bien, el
padre insiste varias veces para que considere si será cierto que va cumplir
con su palabra.
Note que Josué no queda convencido con la apresurada
respuesta de Israel. Él detectó que había ciertos indicios de falta de lealtad
en sus votos.
Es probable que Josué se percatara que había irregularidad en su
confesión por cuanto ellos mantenían todavía sus dioses. Fue por eso que
Josué les dijo: “No podréis servid a Jehová porque él es Dios santo, y Dios
celoso…” (Josué 24:19).
Lo que siguió después fue aparente determinación
del pueblo y un Josué que más que desanimarles por las respuestas
apresuradas que estaban dando, se propone sacarles una confesión real
sobre su deseo de servir al Dios vivo y verdadero: “
No, sino que a Jehová
serviremos… A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos”
(Josué 24:21, 24).
Así, pues, en medio de sus pronunciamientos de
fidelidad, Josué les dice, bueno: “Vosotros sois testigos contra vosotros
mismos, de que habéis elegido a Jehová para servirle”. En mi caso particular
—diría Josué—, esa decisión la he tomando junto con toda mi familia. Josué
les amonesta acerca de la prioridad de su decisión. Veamos ese desafío.
3. Tomar la decisión de servir a Jehová, es inclusiva.
Comienza
con uno mismo, y esto se muestra cuando Josué, usa el pronombre personal
“Yo”. Aquí tenemos la firme decisión de un líder y padre responsable. Es
muy fácil pedir que la gente haga las cosas sin que necesariamente yo esté
involucrado en ello.
Vivimos en una sociedad donde los padres transfieren la
conducción de su familia a terceras personas.
Un padre comprometido, que
piensa en el ejemplo que debería dar a sus hijos, es el primero que se
coloca en la brecha cuando Dios busca un hombre para que le sirva.
Después, involucra a “mi casa”. Es interesante notar que Josué decidió
por su familia en aquella ocasión. Esto revela que él conocía muy bien a su
esposa y a sus hijos. No tenemos que indagar mucho para saber que Josué
tenía una familia que lo respaldaba en todo. Él pudo decir eso porque
conocía la fidelidad de su amada esposa y la obediencia que habían
mostrado sus hijos hacia él y hacia Dios. De modo que sus palabras no revelan una posición “machista”, que dice que en “mi casa se hace lo que
diga yo”. Más bien es el fruto del consenso y lo que se vive a diario.
Un
padre que es capaz de decir “yo y mi casa”, cuando se refiere a los valores
espirituales, está seguro de los principios que ha sembrado.
Luego, habla del objeto de su decisión: “serviremos a Jehová”. Esta
decisión revela la importancia de tener una familia cristiana. De tener un
hogar donde todos estén envueltos en el servicio al Señor. Josué reconocía
que no era suficiente que él permaneciera fiel a su Dios. Él sabía que su
familia podía caer en las mismas redes de la idolatría a la que Israel era
propenso. La descomposición de la familia, —hablamos de la familia
cristiana— sigue siendo una realidad de que nos duele en gran manera.
La
falta de unidad entre los padres hace que los hijos sirvan a otros “dioses”.
Conclusión:
El libro de Josué no podía concluir mejor. Comenzó con Dios animando
al líder a “esforzarse y ser valiente”, y luego darle la seguridad de la
promesa a través del “Príncipe del ejército de Jehová”, quien le acompañó
hasta este momento. Ahora es él quien asume la responsabilidad de las
instrucciones finales para su pueblo. En una osada arenga, anima al pueblo
de Israel a definirse. Les da la opción de escoger entre cualquiera de los
dioses con los que estaban familiarizados y con los que se familiarizarían en
la tierra donde ahora están viviendo.
Sin embargo, él junto con su familia,
ya habían tomado la decisión.
Josué no tuvo un problema de elección porque desde que salió de Egipto
bajo la dirección de Moisés, él sabía quién era su Dios. De modo que no
tuvo reparos en decir “yo y mi casa serviremos a Jehová”.
Esta es la más
grande decisión que debiéramos tener los hombres de este tiempo. El
mundo sería mejor si en cada familia existieran hombres con resoluciones al
estilo Josué.
Pero, para que esto ocurra, se requiere de una formación
previa.
Josué dijo esto porque contaba con una familia que le seguía. No se nos
dice mucho de su esposa e hijos, pero sabemos que todos servían al Señor
considerando su resolución.
¿Qué diremos nosotros hoy día frente a una
decisión que tiene esta prioridad?
¿Tendremos la autoridad de decir yo y mi
casa serviremos al Señor?
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