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La última invitación para vencer - Rumbo al hogar

“Y oí otra voz del cielo, que decía: ‘¡Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados ni recibáis parte de sus plagas!’” (Apocalipsis 18:4).

INTRODUCCIÓN

La oración de Jesús, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34), no fue dirigida únicamente en favor de los que lo condenaron y crucificaron. El impacto del sacrificio de Jesús, revelado en esta súplica, nos abarca a todos hoy, incluyendo a aquellos que son parte de Babilonia. Antes del regreso de Jesús, el pueblo remanente tiene la tarea de advertir a los habitantes de Babilonia que deben abandonarla para no ser cómplices de sus pecados y evitar sufrir las consecuencias de las plagas que le llegarán (Apocalipsis 18:4).

Lo anterior es una evidencia palpable del amor de Dios; ya que, como dicen las Escrituras, no es que el señor se esté tardando en cumplir lo que prometió, “sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Hoy estudiaremos el capítulo 18 del Apocalipsis, enfocándonos en la misión del remanente, así como también hablaremos de la caída y condenación de Babilonia (Apocalipsis 18:1-24).

LA CAÍDA DE BABILONIA (Apocalipsis 18:1-3)

En Apocalipsis 18, Juan continúa describiendo el juicio y destrucción de la gran Babilonia iniciado en el capítulo previo. Si bien en ambos capítulos Juan se refiere a la misma entidad, en uno y otro Babilonia es descrita a través de lentes distintos. Mientras que en Apocalipsis 17 Juan emplea la imagen de una prostituta para referirse a Babilonia (Apocalipsis 17:1-6, 18), en Apocalipsis 18 Juan la describe como una urbe económicamente poderosa (Apocalipsis 18:9-19). Pese a estas diferencias, el ente descrito es uno y el mismo: “Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra” (Apocalipsis 17:5).

Al comenzar el capítulo, Juan ve a otro ángel descender del cielo con gran poder (Apocalipsis 18:1). La identificación de este ángel con el adjetivo “otro”, indica que el ser mencionado en Apocalipsis 18 no es el mismo ángel que ha servido de guía e interprete en la sección previa (Apocalipsis 17:1, 7). La tarea de este “otro” ángel consiste en continuar y reforzar la misión iniciada por los tres ángeles de Apocalipsis 14 (Apocalipsis 14:6-11) y, en particular, explicar en profundidad el contenido del segundo mensaje (Apocalipsis 14:8). Esto es, describir la caída de Babilonia (Apocalipsis 14:8; 18:2).

El segundo mensaje angélico declara que Babilonia ha caído y la acusa de haber dado a “beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación” (Apocalipsis 14:8). El presagio trae a la memoria las palabras del profeta Jeremías, quien denuncia que el vino de Babilonia embriagó a los pueblos de la tierra, aturdiéndolos (Jeremías 51:7). El acto de beber, y el enfoque dado en actos sexuales ilícitos, destaca las enseñanzas espurias de Babilonia, retratándola como una enemiga de la verdad (Apocalipsis 17:1-2). Esto significa que la imagen de Babilonia en el Apocalipsis representa la religión falsa y apóstata organizada; elementos que Juan desarrollará en Apocalipsis 18.

El cuarto ángel que desciende del cielo lo hace con gran poder, al punto de alumbrar la tierra con su resplandor (Apocalipsis 18:1). Las circunstancias sombrías en las que se encontrarán los habitantes de la tierra en el tiempo postrero, y que son descritas por Juan en capítulos pasados (Apocalipsis 13:11-18), permiten entender que la función de este “otro” ángel consiste en proclamar el mensaje final de Dios a la humanidad. En tanto que el enemigo mantiene al mundo en la más sombría oscuridad doctrinal, el mensaje de este cuarto ángel vendrá para iluminarlos y librarlos de las mentiras y engaños de Babilonia.

El responsable de dar esta advertencia final recaerá en el remanente, quien, en medio de experiencias angustiosas, tendrá la difícil tarea de abrir los ojos cegados de un mundo confundido por las enseñanzas de Babilonia. Juan acentúa la importancia del cuarto mensaje al señalar que el ser angélico “clamó con voz potente” (Apocalipsis 18:2). Es decir, el ángel gritará tan fuerte, que nadie podrá afirmar no haberlo escuchado. Esto significa que, en el fin del tiempo, todos, sin excepción, oirán y estudiarán la verdad bíblica. En consecuencia, cuando llegue el momento del juicio, nadie podrá excusarse diciendo que no estaba al tanto de lo que la Biblia enseña.

La proclamación dada por el cuarto ángel declara que Babilonia ha caído, sumándose, como ya fue mencionado, a lo dicho por el segundo ángel (Apocalipsis 14:8). La imagen de la caída de Babilonia, así como otras metáforas elaboradas en Apocalipsis 18, evocan oráculos del Antiguo Testamento, y la destrucción de Babilonia es uno de ellos (Isaías 21:9; Jeremías 51:8). Esta es una caída espiritual, y también política. El elemento religioso (Apocalipsis 18:2) y mundano (Apocalipsis 18:3) está presenten en la descripción hecha por el ángel, lo cual nos da una vislumbre de la razón por la cual Babilonia caerá y será juzgada.

El elemento religioso de Babilonia se observa al notar que ella se ha convertido en una morada de demonios, así como también una habitación y albergue de espíritus inmundos y aves impuras (Apocalipsis 18:2). Las metáforas expresadas en la acusación, y que han sido tomadas en particular del profeta Isaías (Isaías 13:11-22; 14:23), resaltan el contenido falso y destructivo que Babilonia proclama. Las enseñanzas de los demonios comprenden todo aquello que la Biblia prohíbe, teniendo como único propósito oponerse a lo que Dios establece en su Palabra. A modo de ejemplo, las doctrinas que promueven la inmortalidad de alma o que buscan anular el sacerdocio de Jesús en el santuario celestial, reemplazándolo por la misa o el confesionario, no son bíblicas, sino que han sido construidas en los hornos de Babilonia.

Asimismo, el componente político y mundano de Babilonia surge al reparar la alianza que ella ha mantenido con los reyes y mercaderes de la tierra (Apocalipsis 18:3). Los reyes, por un lado, han fornicado con ella, destacando una unión entre la religión y el estado. Los mercaderes, por su parte, se hicieron ricos a costa de sus lujos sensuales (Apocalipsis 18:3), lo cual subraya el carácter secular de Babilonia. En ambos casos, Babilonia deja translucir la esencia de lo que ella realmente es: una organización falsa y apóstata.

LA INVITACIÓN A SALIR DE BABILONIA (Apocalipsis 18:4-8)

En medio de las pruebas y angustias que sobrevendrán (Apocalipsis 13:11- 18), el pueblo de Dios será llamado a revelar públicamente el verdadero carácter de Babilonia (Apocalipsis 17:1-6; 18:1-3). Juntamente con esto, el pueblo remanente tiene la misión de invitar a los moradores metafóricos de Babilonia a salir de ella (Apocalipsis 18:4). Lo sorprendente es que la voz que proclama esta exhortación llama a los habitantes de Babilonia de “pueblo mío” (Apocalipsis 18:4). De la misma forma que en el Antiguo Testamento Dios amonestó a los hijos de Israel a salir de Babilonia y volver a Jerusalén (Isaías 48:20; Jeremías 50:8), el Señor hace lo mismo con aquellos hombres y mujeres honestos y fieles que están y son parte de la ciudad apóstata.

Es debido a esto que el Señor los llama de “pueblo mío”, pues el Señor conoce el corazón, y vida, de aquellos que aún no deciden salir de Babilonia. Nosotros desconocemos las intenciones del cora- zón humano y no podemos juzgar lo que ocurre en las mentes de las personas. El libro de Proverbios ilustra perfectamente esto, al decir: “Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión, pero Jehová es quien pesa los espíritus” (Proverbios 16:2). El acto de “pesar los espíritus” revela que el Señor es el único que juzga los corazones de los seres humanos (Proverbios 21:2); y, por lo tanto, él tiene el poder de determinar la sinceridad y honestidad de los que moran, quizás por ignorancia, dentro de las murallas de Babilonia.

El llamado que Dios realiza a los que aún están en Babilonia tiene el objetivo de eximirlos de los pecados por los cuales esta urbe será juzgada (Apocalipsis 18:4). Los pecados de Babilonia han llegado hasta el cielo, y la paciencia del Señor está por llegar a su fin (Apocalipsis 18:5). El primer intento de independencia divina que los seres humanos realizaron después del diluvio fue construir una ciudad y una torre cuya cúspide llegara hasta el cielo (Génesis 11:1-4). Esta torre, llamada Babel (Génesis 11:9), constituye un ejemplo claro de lo que significa contradecir el mandato divino (Génesis 8:16-17), estableciendo pretensiones y objetivos centrados en el yo. Este es, por cierto, uno de los tantos crímenes de Babilonia, quien exclama de manera arrogante: “Yo estoy sentada como una reina, no soy viuda y no veré llanto” (Apocalipsis 18:7).

El hecho de los que los pecados de Babilonia “se han amontonado hasta el cielo” (Apocalipsis 18:5, Nueva Versión Internacional), nos indica que la paciencia de Dios tiene un límite. Si bien es verdad que “la paciencia de nuestro Señor es para salvación” (2 Pedro 3:15), no es menos cierto que un día Jesús vendrá, y “los cielos pasarán con gran estruendo, los elementos ardiendo serán deshechos y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10). En aquel día, el Señor dará “retribución a los que no conocieron a Dios ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”, sufriendo “pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1:8-9).

La invitación del Señor también busca dispensar a los hombres y mujeres sinceros que habitan en Babilonia de los castigos que sufrirá la ciudad (Apocalipsis 18:4). No está lejano el día que la venganza y la retribución del Señor serán manifestadas (Deuteronomio 32:35; Romanos 12:19), y será en ese momento cuando las palabras del ángel se cumplirán contra Babilonia: “Páguenle con la misma moneda; denle el doble de lo que ha cometido, y en la misma copa en que ella preparó bebida mézclenle una doble porción” (Apocalipsis 18:6, Nueva Versión Internacional).

Lo anterior involucra reconocer que Babilonia será castigada en proporción a los crímenes que cometió (Jeremías 50:15, 29). Y esto no será parcial, pues su condena tiene un carácter total, recibiendo en un solo día plagas, muerte, llanto, hambre y fuego (Apocalipsis 18:8, ver también 18:10, 19). Dios no se complace en ejecutar el juicio, ni menos en contemplar la angustia y muerte de los enemigos de Dios. Lejos de desear eso, el Señor quiere que los injustos crean y se arrepientan (2 Pedro 3:9). Este punto es claramente ejemplificado por Ezequiel, quien afirma: “‘Vivo yo’ —declara el Señor DIOS— ‘que no me complazco en la muerte del impío, sino en que el impío se aparte de su camino y viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos. ¿Por qué habéis de morir, oh casa de Israel?’” (Ezequiel 33:11, La Biblia de las Américas).

Debemos dar las gracias a Dios porque él es paciente, y no quiere que nadie perezca (2 Pedro 3:9). Si bien el Señor odia el pecado, él ama al pecador. Es importante no confundirnos al aplicar este refrán en nuestra vida como misioneros de la causa. Al predicar, no olvidemos que Dios ama a los pecadores y desea que salgan de Babilonia.

LA CONDENACIÓN DE BABILONIA (Apocalipsis 18:9-24)

Juan describe la destrucción de Babilonia haciéndonos espectadores del evento. Por un lado, observamos como los reyes de las naciones, y que han sido sus amantes, lloran y lamentan por su destrucción (Apocalipsis 18:9). Es posible, incluso, ver través de los ojos de los reyes de la tierra como Babilonia es quemada, y escuchar el llanto y lamento audible que estos expresan al ver el fin de la gran ciudad (18:9-10).

Lo mismo podemos hacer al participar del dolor que los mercaderes de la Tierra declaran sentir al ver como Babilonia es consumida por el fuego. Los comerciantes lloran, “porque ninguno compra más sus mercaderías” (Apocalipsis 18:11-15). Ellos se beneficiaron económicamente, dando a entender con esto que fueron parte del sistema apóstata, y se aprovecharon vendiendo una religión sin gracia y sin Cristo. Estos, así como los reyes de la Tierra, abiertamente exclaman en claro desconsuelo la destrucción de Babilonia, echándose, en una muestra de aflicción, polvo sobre las cabezas (Apocalipsis 18:16-19).

Es importante recordar que esta descripción metafórica que retrata el fin de Babilonia tiene como propósito crear una reacción de espanto entre aquellos que habitan la ciudad, y que Dios denomina como “pueblo mío” (Apocalipsis 18:4). El ruido y la luz que caracterizan a la falsa ciudad, un día dejará de existir, pues la ciudad “nunca más será hallada” (Apocalipsis 18:21-23). Es decir, la advertencia divina busca que los hijos e hijas de Dios tengan una opinión informada de lo que le acontecerá a la ciudad (Apocalipsis 18:21-24), y, por ende, a los que moran en ella.

Por el contrario, lo que Dios desea es que su pueblo prorrumpa en voces de alegría y vítores de triunfo porque Dios finalmente ha hecho justicia (Apocalipsis 18:20). La invitación es a no ser parte del grupo que se lamenta por la destrucción de Babilonia, sino de aquellos que se gozan al verla desolada (Apocalipsis 18:21-24). Esto, porque Dios tiene preparada una ciudad mejor, la cual, conforme a la promesa, desciende del cielo y de Dios: la nueva Jerusalén (Apocalipsis 21:9-10).

CONCLUSIÓN

Los perdidos aún tienen esperanza. Incluyendo los que habitan metafóricamente en Babilonia. Llegará un día en que todos, sin excepción, escucharán la verdad bíblica, y serán llamados a salir de Babilonia. La respuesta que cada uno dará es personal, y se enmarca en la libertad de decisión que cada ser humano tiene y goza. Nuestro objetivo, como creyentes, es del proclamar. Por lo tanto, el remanente tiene una misión que cumplir, y esta tarea comprende anunciar al mundo los pecados de Babilonia.

INVITACIÓN

Agradezcamos a Dios que nos llamó a ser parte de este pueblo, y nos hizo partícipes de esta verdad maravillosa. Oremos para permanecer fieles, y al mismo tiempo para ser lumbreras en un mundo oscuro. Finalmente oremos, para que, con amor y cariño, llamemos a los que moran en Babilonia a salir de ella.

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