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Señor yo voy - Sáname

"Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. 41 Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. 42 Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquel, y quedó limpio." Marcos 1:40-42

Si haces un recorrido por la historia, notarás que el mundo ha sido afectado por grandes epidemias. Entre las más conocidas se encuentra la viruela, la cual, en un período de cien años, llevó al sepulcro a más de 26 millones de personas. Al hablar de epidemias, no podemos dejar de mencionar la peste bubónica, también conocida como la peste negra, la cual llevó a la muerte a unos 27 millones de seres humanos. Sin remontarnos a tiempos tan lejanos, solo en el año 1918 surge en un campamento de soldados ingleses la mortal epidemia de gripe española, la cual en solo ocho meses le quitó la vida a más de 25 millones de personas.

Puede que estas epidemias, debido al paso del tiempo, ya no sean conocidas por las personas en la actualidad.

Sin embargo, a finales de 2019 escuchamos el brote de un nuevo tipo de gripe, que habría surgido en la ciudad china de Wuhan, y en pocas semanas, toda la ciudad estaba en cuarentena. A medida que los días y las semanas iban transcurriendo, el temido virus fue avanzando: China, Corea, Japón, Italia, España... En fin, todo el mundo.

Dicha epidemia se denominó COVID-19. De acuerdo con los reportes, más de 84 millones de personas han sido infectadas y más de 1.8 millones de personas han muerto alrededor del mundo.

Aunque todas estas epidemias han causado sus estragos, existe una epidemia más mortal que la viruela, que la peste negra, e incluso que la COVID-19. En nuestro mensaje de hoy hablaremos de dicha enfermedad.

DESARROLLO

Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas nos cuentan la historia de cierto hombre leproso que se acercó a Jesús en busca de sanidad. El evangelista Marcos relata la historia de la siguiente manera:

Vino a él [a Jesús] un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: “Si quieres, puedes limpiarme”. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: “Quiero, sé limpio”. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquel, y quedó limpio. (Marcos 1:40-42)

La lepra –tal como dicen los estudiosos bíblicos– era una enfermedad dolorosa, repugnante, que volvía impuro al que la contrajera y para la que no se conocía cura.
En el tiempo de Jesús, la lepra era la enfermedad más terrible (se la conocía como el “azote” o el “dedo de Dios”) y era gravemente temida; no solo por el hecho de que era incurable, sino también por las marcas que dejaba en las personas que la padecían.

La persona leprosa era considerada totalmente inválida; física y espiritualmente. No debía acercarse a más de seis pasos de cualquier persona, incluyendo los miembros de su familia.

Los leprosos eran como muertos vivientes. Tenían que usar un manto negro para ser reconocidos como alguien entre los muertos.

Eran expulsados de la sociedad. No podían vivir dentro de los muros de ninguna ciudad; su morada debía estar fuera de estas. Se les consideraba excluidos del favor divino.

La lepra era considerada como el castigo que Dios enviaba a ciertas personas debido a sus pecados. Como en el caso de María (Números 12) ni su posición destacada, ni su relación personal con Moisés la protegieron del azote.

Querido amigo, ¿se puede usted imaginar la angustia y el dolor del leproso? Ser apartado totalmente de la familia, los amigos y la sociedad. Imagínese el dolor emocional y mental que debía arrastrar aquel que era infectado por la lepra. Tener que vivir con una enfermedad que se suponía ser el castigo de Dios, enviado a los peores pecadores.

Pero permítanme puntualizar lo siguiente: aunque la lepra era una terrible enfermedad, esta no es la peor de las enfermedades. Existe un mal mucho más peligroso, del cual la lepra tan solo es un símbolo. La escritora cristiana Elena de White, en su libro El Deseado de todas las gentes, página 231, nos habla del pecado como el más mortal de todos los males:

“La obra de Cristo al purificar al leproso de su terrible enfermedad es una ilustración de su obra de limpiar el alma de pecado. El mortífero veneno impregnaba todo su cuerpo. Los discípulos trataron de impedir que su maestro le tocase; porque el que tocaba un leproso se volvía inmundo. Pero al poner sus manos sobre el leproso, Jesús no recibió ninguna contaminación. Su toque impartía un poder vivificante. La lepra fue quitada. Así sucede con la lepra del pecado, que es arraigada, mortífera e imposible de ser eliminada por el poder humano.”

"La lepra es símbolo del pecado. El leproso espiritual, cuya misma alma está enferma, no puede encontrar cura para su enfermedad sino en Jesucristo." 1CBA, 1051.
La lepra es un símbolo perfecto del pecado, que es el más mortal y destructivo de todos los males. El predicador Greg Laurie hacía una magnífica comparación entre la lepra y el pecado. Según este predicador:

La lepra inicia de manera imperceptible. El pecado también comienza de la misma manera. Eva nunca se imaginó que una simple conversación con la serpiente abriría las puertas de la maldición para este planeta. David no pensó que una mirada a la mujer de uno de sus soldados traería como resultado tantos sinsabores familiares.

La lepra se hereda. Puede ser un mal trasmitido de generación en generación. Como seres humanos, todos nacemos pecadores. Heredamos el pecado de nuestros primeros padres. Por consiguiente, no somos pecadores porque pecamos, sino que pecamos porque somos pecadores.

La lepra se expande de manera rápida. De igual manera, el pecado crece y se expande de manera rápida en todo el ser.

Por último, la lepra es altamente infecciosa. El pecado, al igual que la lepra, infecta todo. Las consecuencias del pecado no solo las sufre quien hace el mal, sino también aquellos que lo rodean.

Pero lo que llama la atención del encuentro entre Jesús y el leproso no es la condición des esperada en la que este hombre se encontraba, ni tampoco los estragos que la enfermedad había hecho en su cuerpo; sino el maravilloso milagro del cual fue objeto. “Y Jesús –declara Marcos–, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquel, y quedó limpio” (Marcos 1:41, 42).

Por su parte, Elena de White dice que: “Inmediatamente se realizó una transformación en el leproso. Su carne se volvió sana, los nervios recuperaron la sensibilidad, los músculos la firmeza. La superficie tosca y escamosa, propia de la lepra, desapareció, y la reemplazó un suave color rosado como el que se nota en la piel de un niño sano”

Jesús devolvió a este hombre su salud física, así como también su salud espiritual.

Permíteme decirte algo que descubrí cuando estudiaba para este sermón. En la curación de otras enfermedades efectuadas por Jesús, los escritores de los evangelios usaron casi siempre el verbo griego iaomai, que significa “sanar”, pero en el milagro de la curación del leproso se usa un verbo griego distinto.

¿Saben cuál es? Es el verbo griego katharizo, que puede ser traducido como “limpiar” o “purificar”. Este verbo es usado en el Nuevo Testamento para referirse no solo a la pureza y limpieza física, sino a la “religiosa y moral, en sentidos tales como puro, libre de mancha o de vergüenza”.

En resumen, cuando Jesús sanó al leproso le dio todos los privilegios de un hombre sano; fue restaurado no solo socialmente, sino también religiosamente.

Jóvenes, si algo queda claro en este milagro es que la Palabra de Dios es el antídoto contra la lepra del pecado. Algunos creen que lo que dio la sanidad al leproso fue el “toque” de Jesús, pero los evangelistas dejan claro que lo que dio la sanidad al leproso fue la palabra de Jesús. A través del toque, Jesús –tal como lo presenta el texto bíblico– expresó la misericordia que sentía hacia el leproso, pero fueron sus palabras las que dieron como resultado el milagro de sanidad.

Oh, mis queridos hermanos, la Palabra de Dios tiene poder para traer sanidad a nuestras vidas. La palabra de Dios: “Genera vida, crea fe, produce cambios, asusta al diablo, realiza milagros, sana heridas, edifica el carácter, transforma las circunstancias, imparte alegría, supera la adversidad, derrota la tentación, infunde esperanza, libera poder, limpia nuestras mentes, hace que las cosas existan y garantiza nuestro futuro”

¿Qué pasó con el leproso después que fue sanado?

¡Comenzó a decir lo que Jesús había hecho en su vida!: “Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes” (Marcos 1:45).

¡Alabado sea el nombre de Dios! El que había sido sanado de la lepra se convirtió en un misionero. Doquiera iba, repetía una y otra vez que Jesús lo había sanado. Su felicidad era tal que no podía permanecer en silencio.

CONCLUSIÓN

1. ¿Cómo era considerada la lepra en el tiempo de Jesús?
2. ¿Qué se debía hacer con aquellos que estaban enfermos de lepra?
3. ¿De qué es símbolo la lepra?
4. ¿Qué harán aquellos que experimenten el poder sanador de la Palabra de Dios?

Cuando experimentemos el poder sanador de Jesús no podremos guardar silencio. El pecado es la epidemia más mortal, pero la palabra de Dios es el antídoto contra el pecado. Cuando alguien es sanado de la lepra espiritual, hará saber a otros las maravillas del Señor.

Pero hay algo más. Tú y yo también somos llamados a mostrar misericordia y amor a aquellos que son espiritualmente leprosos. Hace un tiempo atrás escuché la historia de José Damián, un joven misionero de Bélgica que nació en el año 1840. Un día escuchó que había cientos de leprosos en una bella isla hawaiana. “Todos están hambrientos, visten harapos y se hallan abandonados por la sociedad”, le dijeron los dirigentes de la iglesia. “Debemos enviar a alguien para que les lleve la esperanza de Cristo”.

José Damián se ofreció como voluntario. Cuando llegó a la isla de Molokai, y vio la situación de los leprosos, con los rostros, manos y pies desfigurados, no pudo soportar el espectáculo y se dio vuelta para no ver. Se fue a vivir a una chocita, solo; donde preparaba su propia comida, lavaba la ropa y realizaba por sí mismo los demás quehaceres. Le repugnaba ver esa condición, diríamos monstruosa, de los leprosos y, además, no quería contagiarse. Por eso prohibió a los leprosos que se acercaran a su choza, él iba a la capilla, predicaba y volvía a esta.

Un día José se dio cuenta de que sus palabras no surtían efecto y que no era suficiente predicar. Comprendió que el amor de Cristo debía mostrarse con acciones y no con palabras solamente. Entonces, decidió mezclarse con los leprosos, les ayudó a construir sus propias chozas, a cavar pozos para que tuviesen agua en abundancia; les proveyó ropa y comida y les lavó y les vendó sus heridas. Verdaderamente, José se convirtió en uno de ellos, pero como resultado José Damián murió leproso. Sin embargo, antes de su muerte, tuvo el gozo de ver que toda la gente del lugar había aceptado a Jesús.

Cuando experimentemos el milagro sanador de la Palabra de Dios, también diremos como dijo el ex leproso: “Señor, yo voy”.

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