Experimentamos los beneficios de varias cosas gratis: un periódico por aquí, una bebida por allá y muchas otras cosas que nos llegan sin costo alguno.
Pero la gratuidad no siempre es gratis.
Todo tiene un precio. Incluso si no pagamos el periódico alguien lo tuvo que haber pagado y su producción no es gratis. Alguien más pagó la bebida gratis. Cuando recibimos un producto “gratis”, a menudo se paga con una compra anterior o alguien más lo pagó.
Si lo que decimos que es gratis no es realmente gratis, ¿existe la verdadera gratuidad? ¿Es posible dar sin ningún otro motivo? Por supuesto, cuando le damos un regalo a un ser querido o cuando invertimos tiempo o dinero en alguien, el incentivo es la generosidad. Sin embargo, el reconocimiento recibido y el impulso de la autoimagen recibido no siempre están ausentes de nuestras motivaciones, ya sea consciente o inconscientemente. De hecho, son muy pocos los casos en los que un regalo se da sin esperar absolutamente nada a cambio. Este es especialmente el caso hoy en día, ya que el contexto de la sociedad actual está casi universalmente monetizado. El tiende a relacionar todo con su valor de mercado. Cuando eso sucede, ocurre una pérdida increíble: el regalo solo se mide por su valor monetario sin tomar en cuenta la intensión que expresa. El regalo se convierte en un fin y no en un medio. Por lo tanto, podría ser útil considerar los pormenores de una economía de regalos, para restaurar o perpetuar la alegría de dar y recibir.
Marcel Mauss, quien escribió el tan conocido ensayo de la idea del regalo, resalta el hecho de que hay un patrón recurrente que gobierna todos los intercambios humanos. Ese hecho se puede resumir en tres verbos: dar, recibir y corresponder. Sin negar que un regalo generalmente involucra el libre albedrío, el hecho de “dar” no puede existir sin recibir, en el sentido de aceptación.
El hecho de “recibir” implica de facto, de una forma u otra, algún tipo de reciprocidad. Mientras que Mauss muestra que un regalo, en su esencia, no es exclusivamente altruista, destaca que no podemos reducir el regalo simplemente al interés del donante.
Por lo tanto, la visión de Mauss permite evitar dos peligros relacionados con el concepto de dar. El primero sería considerar el regalo como una ilusión al pensar que hay un interés personal detrás de cada regalo. El segundo peligro sería considerar que el regalo tiene la intención de ser “puro” y por lo tanto es obsequiado de forma imparcial. Entonces, según Mauss, aunque los regalos a menudo parecen ser espontáneos, generalmente representan una respuesta a obligaciones sociales. Por lo tanto, el regalo es una mezcla entre altruismo e interés propio, entre obligación social y libertad. Esta tensión finalmente le da un significado positivo al acto de dar. Si domina el interés propio, no es un regalo sino una compra. Si las intenciones son demasiado altruistas, se convierte en un sacrificio. Si el regalo está motivado únicamente por obligaciones sociales, pierde su significado. Si se puede dar el regalo a cualquiera, sin importar su identidad, entonces no significa nada. Todos los regalos son gratuitos, pero solo en parte.
¿UNA EXPRESIÓN DE GRACIA?
Incluso si la gratuidad en el sentido de comercialización ha invadido nuestro lenguaje y ha opacado su significado más profundo, sí existe, incluso en la etimología del término, una realidad que no debemos ignorar. La palabra gratuidad se deriva del latín, gratia, que también es la raíz de gracia. Gratuidad, en su sentido más noble, se aproxima a gracia. La gracia es un concepto que articula la relación con la bondad y solo puede venir de alguien que es bueno y altruista. Como se puede dar o recibir, obtener o encontrar, otorgar o solicitar, la palabra gracia se puede utilizar para calificar la benevolencia del benefactor o el reconocimiento del beneficiario.
“Dondequiera que se pueda encontrar la gracia, también circula un producto que es gratuito, sin ningún espíritu de intercambio o demanda de compensación, y le da una total libertad al beneficiario de disponer de este regalo y obtener su completo beneficio”.Por lo tanto, no hay gracia sin gratuidad, y no hay gratuidad noble sin gracia.
La mayor gracia, como lo menciona la Biblia, viene de Dios; un Dios que se ofrece a sí mismo en Cristo Jesús. Esto es lo que dice en el versículo tal vez más conocido de la Biblia: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16, RVR60).
Ciertamente, esta gracia que ofrece vida eterna a aquellos que creen en Cristo es gratis, pero no obstante, tiene un precio: costó la vida de Jesús. Es únicamente porque se pagó este precio tan alto que esta gracia tiene un valor increíble, a pesar de su gratuidad para nosotros.
El apóstol Pablo entendió esto y enfatizó el vínculo entre la gratuidad y la gracia cuando escribió que estamos “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24). Solo si analizamos de nuevo e intentamos lo más posible entender la profundidad del don gratuito de Dios podemos colocarnos en la dinámica de una gratuidad que es la verdadera gracia. Jesús ya había encarnado esto cuando le dijo a sus discípulos: “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). Por lo tanto, la gracia es consistente con el patrón evocado por Mauss: dar, recibir y corresponder. Dios dio primero, así que es importante que recibamos, y no solo darle gracias sino también entrando en el proceso de dar “libremente” en el doble sentido de gratuidad y libertad.
UN RESULTADO DE LIBERTAD
Un don gratuito puede ser el resultado de la libertad. Nuestra libertad, por sí sola, puede traerlo a la existencia y permitirnos entrar en la economía de dar. Desde esta perspectiva, en última instancia, no es el regalo en sí lo que es más importante, sino la manifestación de una intención que es alegre y llena de gracia; acompañado de la capacidad de recibir con simplicidad y espontaneidad, esto hace del regalo algo significativo. En general, es una expresión sorprendente pero apropiada cuando hablamos de “la economía de dar”, porque es cuando damos que ahorramos. El don gratuito se convierte en la fuente de enriquecimiento. El filósofo francés Simone Weil destaca esto al escribir lo siguiente: “Solo poseemos aquello a lo que renunciamos; lo que no renunciamos se escapa de nosotros”.
En este sentido, la gratuidad de las cosas difiere de la gratuidad de hacer o de ser porque dar generosamente implica inevitablemente dar de sí mismo, de acuerdo con el ejemplo de Cristo. Esto no quiere decir que deberíamos dejar de dar regalos reales y tangibles, pero tendrán más significado si son una expresión de gracia sincera, haciendo eco de la gracia que hemos podido recibir en lo más profundo de nuestro ser. Khalil Gibran lo dice muy bien: “Das poco cuando das de tus posesiones. Es cuando das de ti mismo que das de verdad...
Hay quienes dan y no sienten dolor al dar, no buscan alegría, ni tampoco dan con interés en la virtud; dan como el arrayán que respira su fragancia hacia el espacio en aquel lejano valle. Dios habla a través de manos como estas y por medio de sus ojos Él le sonríe a la tierra”.
¿Ya pensaste cómo agradecer la gracia que recibiste y compartirla hoy?
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