By Jeconias Neto
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mat. 25:35-40).
Te invito a hacer un viaje muy intrigante por las páginas de la Biblia. Pero, para eso, necesito que levantes la mano cuando proponga ver nuestra vida en tres situaciones desafiantes.
Alguna vez, ¿imaginaste estar preso? O ¿estar enfermo desahuciado en una cama del hospital? ¿Huérfano y solo en un orfanato? Entonces detengámonos para imaginarlo.
Imagina que eres huérfano y estás en un orfanato a la espera de ser adoptado.
Imagina que pasa el tiempo, vas creciendo y cada vez tienes menos posibilidades de que alguien te reciba en su hogar y te ame. Piensa en tus compañeros de cuarto en el
orfanato, van siendo adoptados y recibidos en una familia; todos menos tú. ¿Cómo te sentirías al ver que nadie está dispuesto a extenderte la mano?
En otra situación, imagina haber sido criado en la periferia de tu ciudad, en los barrios menos favorecidos, conviviendo en los conventillos y callejones; en una familia divorciada, en la que el padre ya no está, y la madre, aunque es cristiana y trata de hacer lo mejor, no logra competir sola con el mundo de los crímenes, y ahora tú eres un criminal más, que ahora integra el penal de tu ciudad. Imagina estar preso en una celda de 3x4 m, junto con otras 32 personas con una historia parecida a la tuya o quizás peor.
Ahora imagínate allí, sin esperanza de salir en libertad. ¿Cómo te sentirías sin tener a alguien dispuesto a extenderte la mano?
Todavía en ese viaje por los corredores del pensamiento, imagínate en una cama de un hospital, ya desahuciado por los médicos, con una enfermedad contagiosa o terminal. A tu alrededor, no hay nadie que crea en un milagro de cura o que, por lo menos, te visite para hacerte sonreír y aliviar tu sufrimiento. ¿Cómo te sentirías sin nadie dispuesto a extenderte la mano?
Extender la mano al pobre y oprimido, al preso y al enfermo, al huérfano y a la viuda es el acto de amor más puro y de misericordia de alguien a quien un día Jesús encontró. Porque si una persona tiene un encuentro con Jesús y es transformada por él, entonces debe vivir la religión que él vivió, así como lo relata Santiago 1:27:
"La religión pura y sin mácula delante de Dios Padre es esta: visitar a los huérfanos y viudas en sus tribulaciones y guardarse a sí mismo sin mancha delante del mundo."
La Biblia cita al huérfano y a la viuda como la clase de personas vulnerables en esa época. Pero, en nuestros días tenemos muchas clases sociales que están siendo oprimidas por el dolor y el sufrimiento. Sin embargo, es interesante observar que, si vivimos la verdadera religión, también debemos guardarnos de la contaminación de este mundo. Eso puede significar no vivir promoviendo los estigmas y prejuicios que el mundo tiene acerca de las personas que viven en una de las tres situaciones que citamos antes. El cristianismo y los prejuicios no combinan.
Extender la mano, en realidad, es adoptar a personas y traerlas a nuestra vida. El que adopta lo hace porque un día fue adoptado por Jesús (Efesios 1:5). El que adopta lo hace porque ama, y cuando el corazón ama, las manos sirven.
Este Día Mundial del Joven Adventista, no será solo un día de acción solidaria, sino que comenzaremos hoy una corriente de servicio para extenderles la mano a los necesitados para que, durante todo el 2019, podamos seguir amando y cuidando de los que para el mundo son invisibles, pero que están a la vista de Dios.
En la Palabra de Dios encontramos un llamado a llevar esperanza a los encarcelados. Hebreos 13:3 dice: “Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos; y de los maltratados, como que también vosotros mismos estáis en el cuerpo”.
Dios nos invita a ponernos en el lugar del otro y a intentar sentir sus dolores y frustraciones. Un preso que cometió muchos errores en su vida debe pagar. Pero, la gracia de Dios está disponible también para él. La cárcel deja marcas para toda la vida, no solo en los internos sino también en sus familias, y las mayores no son sus tatuajes o su manera de vestir y hablar, son las marcas del alma. Cristo nos recuerda e invita a visitar a los presos en las cárceles. Si lo hacemos, estaremos visitando a nuestro Señor Jesús (Ver Mateo 25:40).
Sin embargo, todavía hay algo que como iglesia nos impide vivir la verdadera religión: el prejuicio.
Más allá de las cadenas y las esposas, existe una prisión llamada pecado… Y este se muestra en el prejuicio y la opresión disimulados que en los estereotipos de alguien que alguna vez usó esposas.
Debemos extender la mano al Jesús encarcelado, no mirando a la persona como es, sino cómo puede llegar a ser. Al final Cristo dirá: “Estuve preso y viniste a verme”.
Hay muchos que sufren con dolores y enfermedades. Las camas de los hospitales y clínicas están llenos de personas sin esperanza. Cuando Jesús envió a sus discípulos les compartió el poder del amor al servicio con autoridad: “Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia” (Mateo 10:1).
Las dos mayores enfermedades que afectan al mundo hoy son la soledad y la falta de fe. Cuando visitamos a alguna persona enferma, es probable que no se sane de inmediato. Pero yo te pregunto: ¿Te caíste alguna vez y te lastimaste la rodilla o el codo? ¡Cómo arde!
Imagina si alguien se acerca para ayudarte y con cuidado te sopla la herida. Eso ayuda a aliviar el dolor, ¿no es cierto? Visitar a alguien en su lecho de dolor puede no proporcionarle la curación física que desea, pero seguramente aliviará su dolor y renovará las esperanzas de días mejores.
Es un aire de alivio para quien sufre. Si lo hacemos, nos estaremos encontrando con Jesús mismo, porque él dirá: “Estuve enfermo y fuiste a visitarme”.
“Si os mantenéis cerca de Cristo y lleváis su yugo, aprenderéis diariamente de él a comunicar mensajes de paz y consuelo a los entristecidos y desilusionados, a los de corazón triste y quebrantado. Podréis conducir a los desalentados a la Palabra de Dios, y llevar a los enfermos al Señor en oración. Mientras oráis, hablad a Cristo como hablaríais a un amigo de confianza y muy amado. Mantened una dulce, libre y agradable dignidad, como hijos de Dios. Esto será reconocido” (2JT, 542).
Los huérfanos ya sufren solo por existir. ¿Adoptarías a un niño? ¿Te has detenido a pensar lo que eso significa y qué complicaciones pueden presentarse? “La adopción es la decisión de amar a alguien que usted no conoce. Y no solo amar por un día, sino por toda la vida”, relata la Dra. Lilian Moura de Andrade. Adopción, en realidad, es traer a alguien a nuestra vida.
Hoy en día, cuando las personas van a los orfanatos para adoptar a alguien, algunas terminan escogiendo de acuerdo con el biotipo de la familia. Eligen el color de la piel y el tipo de cabellos similares a los de la familia para tratar de disimular las diferencias y evitar el prejuicio
También hay otras barreras para la adopción. Las personas preguntan cuál era la familia anterior, si tenía problemas con drogas, alcoholismo o enfermedades hereditarias, lo que dificulta la decisión de la adopción. Adoptar es correr riesgos, pero todo es por amor. Tú ¿traerías a alguien a tu vida con todas esas posibilidades de herencia genética?
Querido amigo, en Deuteronomio 10:17, 18 dice: “Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho; que hace justicia al huérfano y a la viuda; que ama también al extranjero dándole pan y vestido”.
Dios adopta a todos como son, incluso a ti y a mí.
Antes de enviarnos a la misión para extender la mano a las clases más vulnerables de este mundo, Jesús nos deja claro que nosotros fuimos adoptados primero. Siendo aún pecadores, él nos adoptó y no hizo acepción de raza, color, etnia o nivel social. Nos adoptó, nos extendió la mano, estando todavía enfermos de egoísmo, presos en el pecado y huérfanos de un Salvador. Así, Efesios 1:5 dice: “en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad”. El Señor cuida de sus hijos. Es defensor de los necesitados y libertador de los cautivos.
En Salmos 68:5, 6, leemos: “Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa morada. Dios hace habitar en familia a los desamparados; saca a los cautivos a prosperidad; mas los rebeldes habitan en tierra seca”.
Siempre debemos recordar las palabras de Jesús:
“Fui forastero, y me recogisteis”.
“Hasta que la muerte sea sorbida con victoria habrá huérfanos que cuidar, que sufrirán de muchas maneras, si no se ejerce en su beneficio la tierna compasión y bondadoso amor de nuestros miembros de iglesia.
El Señor te pide que “a los pobres errantes metas en casa”. Los cristianos deben proporcionar padres y madres para estos desheredados. La compasión por la viuda y el huérfano manifestada en oraciones y obras llegará en memoria delante de Dios, para ser recompensada pronto. (MB, 230)
Conclusión
Hoy, en el Día Mundial del Joven Adventista, en primer lugar debemos tomar la decisión de “adoptar” a personas, sin tener en cuenta cómo son o están, sino cómo pueden llegar a ser algún día. Debemos entender que en este día comenzaremos un nuevo estilo de vida, una misión en favor de los más desfavorecidos y excluidos de nuestra comunidad, por todo el año 2019, y no solo en este día de celebración.
Jesús se compara y se coloca en el lugar de los que sufren: de los pobres, adictos, presos, de las personas en situación de calle, de los huérfanos, las viudas y los oprimidos. Desde hoy en adelante podemos “adoptar a personas por medio de los proyectos de ADRA y ASA de nuestra iglesia local.
También trataremos de llevar esperanza a orfanatos, asilos, cárceles y calles de nuestra ciudad. Podemos comprometernos a ser constantes dadores de sangre en el proyecto Vida por Vidas y muchos otros movimientos sociales y espirituales, llevando la Palabra de Dios como única fuente de Salvación.
Hoy vimos que la “adopción” en Cristo no es solo ofrecer momentos de ayuda social, sino también socio-espiritual. “Adoptar” es traer a personas a nuestra vida, cuidar de sus necesidades básicas y presentarles las manos ayudadoras que por amor, un día fueron clavadas en la cruz. Ese amor se puede demostrar a través de nuestras manos, pues “El Señor designó a los jóvenes para ser su mano ayudadora” (SC, 39)
Llamado
¿Estarías dispuesto a pedirle a Dios la fuerza para colocarte en el lugar de tus hermanos, así como Cristo lo hizo contigo y conmigo?
¿Quién está dispuesto a “adoptar” a alguien durante el año 2019?
¿Quién está dispuesto a ser la mano ayudadora del Señor en su generación?
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