INTRODUCCIÓN
En la escuela de la vida aprendemos que la vida es un terreno de aprendizaje; y cuando dejamos de aprender, paramos de crecer. Y si paramos de crecer, paramos de vivir. Bienvenido a la escuela de la vida. Viene repleta de alegrías, pero también de pruebas y tentaciones. Las “tentaciones” vienen del deseo que hay dentro de cada uno de nosotros, mientras que las “pruebas” vienen del Señor, con el propósito de la educación de sus hijos. Podemos también decir que las “tentaciones” pueden ser usadas por el enemigo de Dios para despertar lo peor que hay en nosotros, mientras que las pruebas son usadas por el Espíritu Santo para sacar lo mejor de nosotros.
1. EN LA ESCUELA DE LA VIDA LAS PRUEBAS SON REALES
Abraham se inscribió en la “escuela de la fe” a los 75 años de edad, pero cuando tenía más de cien años, todavía pasaba por pruebas duras y fuertes. No podemos negar que entre muchas otras pruebas enfrentadas a lo largo de su trayectoria, fue difícil el momento en el que el mismo Señor, en una visión nocturna dada en Beerseba, le pidió a Abraham que sacrificara a Isaac, el hijo de la promesa. No sé cuántos años de trayectoria de vida tiene usted, pero de seguro ya ha enfrentado algunas pruebas que probablemente no fueron fáciles de superar. Pienso que algunas de ellas habrán sido casi imposibles de soportar.
Yo no sé lo que usted le respondió a Dios en la hora de dolor, sufrimiento y angustia, pero sí sé que Abraham, el padre de la fe, respondió: “Dios proveerá”. Él estaba convencido de que pasara lo que pasara, Dios estaría con él. Se centraba en su presencia y su esperanza era que lo mejor estaba por venir. ¿Será que usted y yo tenemos esa misma esperanza cuando sufrimos los golpes de la vida?
“Este acto de fe de Abrahán ha sido registrado para nuestro beneficio. Nos enseña la gran lección de confiar en los requerimientos de Dios, por severos y crueles que parezcan; y enseña a los hijos a someterse enteramente a sus padres y a Dios. Por la obediencia de Abrahán se nos enseña que nada es demasiado precioso para darlo a Dios” (CI, 335).
2. LAS GRANDES PRUEBAS EN LOS DÍAS ACTUALES
Muchos son los relatos de personas que enfrentaron duras pruebas y que en la escuela de la vida aprendieron la gran lección de confiar en Dios, depositando en él toda su esperanza, al punto de entregarse a él completamente sin reservas. Por esto, las historias de fe no son solo cosa del pasado. Y probablemente, usted está recordando ahora alguna historia de fe que haya marcado su vida espiritual. La historia de Pedro Humberto, contada por el pastor Alejandro Bullón es realmente fascinante:
Pedro Humberto, volvió a la tierra donde había sido criado, después de abandonarla en busca de nuevos horizontes en la gran ciudad. Pero volvió con las heridas de una vida de pecado, enfermo, tosiendo con sangre. Los vecinos al ver aquella escena, pensaban que no les quedaba más que sepultarlo junto a sus padres cuando muriera. Él volvía a una tierra que parecía maldita. Hacía casi tres años que no llovía en el lugar. Era una tierra que no producía nada ya, y todo lo que crecía moría de hambre y sed. Pedro Humberto resistía más de lo que se esperaba. Cada sábado salía arrastrando el cuerpo enfermo por una calle de tierra, por 12 km, hasta la ciudad más cercana. ¿Qué iba a hacer allí? Eso era lo que se preguntaban los vecinos. Parecía que iba a un lugar milagroso, ya que en repetidas ocasiones veían la escena de su regreso, después de que el sol se ponía, con menos tos. Un grupo de muchachos del vecindario hasta lo encontraron un sábado, cuando el sol se ponía, hablando alto, cantando y saltando, pero no entendían nada.
3. UN RELATO EMOCIONANTE
El misterio se terminó el día en el que Pedro Humberto visitó a una familia vecina y les habló del amor de Jesús. El resultado fue que aquella familia se emocionó hasta las lágrimas al escuchar su historia. Él había nacido en un hogar humilde y había crecido contemplando las bellezas naturales de una vida campestre. Al irse a la ciudad grande, se relacionó con los placeres del mundo, al punto de perder su propia salud, pero al encontrarse con Cristo, su esperanza se restauró. Cuando vivía en la ciudad grande, descubrió que quien no tiene dinero, vale poco, y que ganarlo honestamente sería muy difícil. Fue allí cuando decidió aceptar propuestas indecentes, y llegó a involucrarse en el mundo del narcotráfico. Un día lo atraparon en el aeropuerto de la capital de su país cuando intentaba embarcar a Miami con 5 kilos de cocaína. Una vez preso, tuvo una sensación terrible; pensaba que iba a morir, ya que entre los internos se esparció una epidemia de tuberculosis. Fue en esas circunstancias cuando Pedro se encontró con el Señor Jesús. Al comienzo, él decía: “Yo no quería saber nada con respecto a Jesús, pero a medida que mi salud empeoraba, se me ocurrió que tal vez Dios podría hacer algo por mí. Fue en ese momento en el que le entregué mi vida a Jesús y me bauticé en la cárcel”.
Las personas que escuchaban ese testimonio, parecían endurecidas; estaban en silencio total. Entonces, alguien preguntó: “¿Pero Jesús no lo curó?”. Su respuesta fue: “No me curó los pulmones, pero me curó el alma. Le dio paz a mi corazón, y por primera vez pude dormir con la seguridad de que era salvo. Como resultado, se me terminaron los miedos y las inseguridades de la vida”.
4. EL REGRESO
Dos años después de su conversión, Pedro cumplió su pena y salió de la cárcel. Es verdad que continuaba enfermo, pero ya no tenía miedo a nada, ni a la muerte, porque ahora cree que la muerte es solo un sueño y que todos los que descansen en el Señor resucitarán cuando Jesús regrese. ¡Qué bendita esperanza! Volvió al lugar donde se había criado porque entendió que no podía morir sin ver nuevamente el verde de los campos y los pájaros que cantan y vuelan. Lo que sucedió fue que al volver se encontró con un pueblito sufrido por la sequía, que ya no producía nada, y en el que los animales que había morían de hambre y sed. Pedro, en su caminata cristiana aprendió algunas verdades importantes para su vida: la importancia del estudio de la Biblia y la oración, y también el testimonio del amor de Jesús. Por esta razón, se acerca a sus vecinos, para compartir el evangelio que conoció.
5. UNA PRUEBA DE FE
El tiempo seguía su curso, y Pedro se dio cuenta de que su capacidad pulmonar iba aumentando lentamente. Comenzó entonces a cultivar la vieja tierra dejada por los padres. La sequía era grande; las personas buscaban agua a distancias grandes para las necesidades básicas de la casa y nadie plantaba nada por esa sequía. A mitad de una madrugada fría, se arrodilló y clamó al Señor: “Señor, necesito que esta tierra produzca para poder sobrevivir. Tú eres el dueño de todas las fuentes de las aguas. Humanamente, no hay razón para arar la tierra, pero en tu nombre araré el camino de la fe y te entregaré, además del diezmo, la mitad de todo lo que me des”.
Al día siguiente, los vecinos vieron a Pedro Humberto arando la tierra, se molestaron un poco, y una señora hasta se le acercó y le preguntó por qué razón estaba arando la tierra. Él le respondió: “para sembrar, señora”. Pero, ¿para sembrar qué si la sequía no dejaba que nada creciera? En ese momento él le dijo que había hecho un pacto con Dios. La señora le preguntó qué era un pacto, y él le explicó que era un acuerdo con Dios que es el Dueño de todo y que todo lo puede.
6. SUCEDIÓ EL MILAGRO
Bueno, en realidad, la actitud de Pedro confundió a las personas. Algunos creían en su fe, tanto que también comenzaron a arar la tierra; mientras que otros se burlaban y decían que estaba loco. Una noche cuando la mayoría dormía, Pedro estaba en oración y el cielo estaba azul, pero repentinamente el cielo se fue oscureciendo, y comenzaron los estruendos de truenos y relámpagos que rasgaban el cielo. Las miradas asustadas se asomaban a las ventanas y, al mismo tiempo, rostros repletos de alegría presenciaban las primeras gotas de la lluvia que regaba la tierra, lo que proporcionó una gran cosecha aquel año.
Para Pedro Humberto, la mayor alegría no venía de la cosecha, sino de la fe que se había despertado en ese pueblito. Ya no necesitaba caminar los 12 km para ir a la iglesia, pues en su comunidad nació una nueva iglesia. Pedro continuó sirviendo a aquella comunidad, unió a los productores y comenzaron a vender sus mercancías a las grandes ciudades y así, tanto él como los demás productores pudieron aumentar sus entradas. Pero nunca descuidó el diezmo ni el pacto del 50% de sus ganancias que había hecho con Dios.
El pacto de fe que este hombre hizo con Dios fue el resultado de una experiencia diaria con Jesús. ¿Será que usted y yo estamos acercándonos diariamente a nuestro Maestro, Creador y Sustentador?
¿O será que estamos siendo negligentes por las exigencias de esta vida?
7. EL RECONOCIMIENTO DE LA SOBERANÍA DE DIOS
Lo único que hizo Pedro fue reconocer la soberanía de Dios. Quien conoció a Pedro unos años atrás, sucio, desilusionado y preso en una celda, no podría haber imaginado cómo la “soberanía de Dios” sería capaz de revelarse por medio de una vida tan impactada por el pecado; sin embargo, la gracia y la misericordia de la sangre del Cordero no solo lo tocó, sino que lo transformó en una nueva criatura, gracias al sacrificio vivo de Jesucristo. Y usted ¿acepta a Jesús como su Salvador personal hoy?
Nadie es capaz de ser fiel a Dios ni de hacer un pacto con él si no fuera como resultado de un encuentro con el Señor que nos brinda la verdadera transformación que solo Jesucristo puede dar.
CONCLUSIÓN
En Ezequiel 36:24 al 30, el Señor tiene una promesa para sus hijos:
“Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios. Y os guardaré de todas vuestras inmundicias; y llamaré al trigo, y lo multiplicaré, y no os daré hambre. Multiplicaré asimismo el fruto de los árboles, y el fruto de los campos, para que nunca más recibáis oprobio de hambre entre las naciones”.
En la escuela de la vida, necesitamos aprender a confiar más en Dios y menos en nosotros mismos. Y todas las veces que confiamos en él sin reservas conoceremos al Dios de las segundas y nuevas oportunidades. Solo debe confiar, pues él todo lo puede
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