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Game of trones - Esencia Joven

Existen varias series y películas que hablan sobre luchas entre reinos. Muestran las disputas entre personas por poder y territorio. Un reino se define como un país, un estado o territorio gobernado por un rey o reina.

La Biblia habla bastante sobre reinos, en especial sobre un reino que es el mayor de todos, el reino de Dios. ¿Qué reino es ese?
“Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10).

¿Se dieron cuenta que en la oración del Padre Nuestro pedimos que ese reino venga? ¿Pero será que realmente sabemos lo que significa?

Hoy entenderemos mejor qué reino es y conoceremos que existe un “Game of Thrones” [Juego de tronos] real que está sucediendo ahora, en el mundo y en nuestra vida.

I. UN REINO PRESENTE

La duda más común en relación al reino de Dios es sobre si ese reino vendrá en el futuro o si ya está en el presente. Los religiosos del tiempo de Jesús tenían esa duda también, a ellos Jesús les respondió:
“El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:20, 21).

Jesús dijo que su reino no viene con advertencia. Su reino no tiene logo, marca, canto lema o grito de guerra, es un reino más interior que exterior. Jesús dijo que ese reino no se limita a un lugar, no está en un país o en una ciudad. Es algo interno y al mismo tiempo mundial. 
Y al final da la respuesta, Jesús completa diciendo que su reino ya está entre nosotros. Sí, su reino ya está aquí.

La Biblia afirma que el reino de Dios será establecido definitivamente cuando vayamos al cielo, pero deja claro que ya comienza hoy, aquí en la tierra, a través de los embajadores de ese reino, ¡que somos nosotros! Ese es un reino que vendrá, pero que al mismo tiempo ya está aquí.

Yo sé que ustedes pueden preguntar: ¿Cómo es eso que el reino ya está entre nosotros? 

Miren cuanta desgracia existe en el mundo, cuanto sufrimiento. ¿Será que el reino ya se está levantando? Lucas 13:18-19 responde: 
“Y dijo: ¿A qué es semejante el reino de Dios, y con qué lo compararé? Es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su huerto; y creció, y se hizo árbol grande, y las aves del cielo anidaron en sus ramas” (Lucas 13:18-19).

El reino de Dios es como una semilla de mostaza: aparentemente pequeño, pero que crece y beneficia a muchas personas. Yo no sé si el número de los que hacen lo malo es aparentemente mayor que los que hacen el bien. Hasta a veces nos preguntamos si el bien realmente existe, ¡parece que solo los malos vencen! ¡Solo el mal prospera! ¿Dónde está Dios? ¿Dónde está el reino de Dios?

Está entre nosotros, y aunque parezca pequeño, aunque parezca invisible, está creciendo y llegará a ser un árbol grande y frondoso.

Si yo vivo la perspectiva del reino en mi vida, ese reino ya llegó para mí. El cielo ya comienza a ser aquí cuando vivo con los valores del cielo y no con los de la tierra.

El reino de Dios existe en un sentido futuro, pero también presente.
Mateo 12:28 refuerza esa idea cuando dice: “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mateo 12:28).
Cuando el Espíritu de Dios se manifiesta, su reino comienza a manifestarse también.

II. UN REINO DE GRACIA

Una segunda característica del reino de Dios se refiere a lo que tenemos que hacer para participar de ese reino. ¿Será que tenemos que comprar un título, o adquirir una ciudadanía? ¿Solo los que ya nacieron en ese reino formarán parte de él? ¿Es necesario merecerlo? 
Mateo 20:1-16 expresa ese concepto cuando dice:
“Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña”.

El texto continúa diciendo que él ya dispuso con los trabajadores cuál sería el pago por el trabajo del día, y los mandó a su viña.
El versículo 3 dice que cerca de las nueve de la mañana vio a otros que estaban en la plaza desocupados, y los llamó a trabajar en su viña. Cerca del medio día salió otra vez y a las tres de la tarde y a las cinco hizo lo mismo.

Cuando terminó el día, les fue a pagar el salario comenzando con los últimos con-tratados y terminando con los primeros. Los contratados a las cinco recibieron un denario, que es la recompensa por todo un día de trabajo, y se sintieron felices con la bondad del jefe. 
Solo que los que trabajaron todo el día recibieron el valor combinado anteriormente, pero que era el mismo que para los que trabajaron solo después de las cinco de la tarde. Ah, ¡ellos se sintieron indignados!

Mateo 20:13-16 completa: “El, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno? Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros”.
Esa historia que Jesús contó muestra que el reino de Dios no se basa en los méritos. 
No es necesario merecer para participar, solo se necesita aceptar. Todos somos rebeldes ante Dios, y solo por la gracia de Jesús, de la que hablamos el primer día de esta semana, podemos participar de ese reino. 

Yo sé que es difícil entender esto, yo no consideraría justo que los trabajadores que sudaron todo el día reciban lo mismo que los que trabajaron una hora. Pero mirando bien vemos que los que trabajaron todo el día recibieron su justa recompensa. 
El patrón les dio lo que había prometido.
En verdad ellos no están insatisfechos por el salario que recibieron, pero no les gustó que los que trabajaron una hora recibieran lo mismo que los que trabajaron el día entero. Ellos no querían recibir más, querían que los otros recibieran menos.

Debemos vencer esto, nuestro egoísmo no cabe en el reino de Dios. Él es el dueño del reino, el que decide quién será parte de él. Nosotros solo tenemos que aceptar y recibir bien a los ciudadanos que el rey eligió.
El reino de Dios es un reino de gracia. Un reino donde todos los que son parte de él lo son por los méritos de Cristo, y no por los propios. Y Cristo incluirá a muchos “no merecedores” a ese reino. El problema es que nosotros, que nos creemos merecedores, tenemos que dejar de tener esa envidia infantil por los que teóricamente no lo son. 
La verdad, nadie merece participar de ese reino, pero la gracia de Dios incluye a todos. 
En Lucas 18:17 Jesús dice para quién es el reino: “De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. 

El reino es para los humildes, para los que son como niños, para los que son indefensos, incapaces y necesitados del Padre. El reino de Dios es un reino de gracia.

III. REINO DE JUSTICIA, PAZ Y ALEGRÍA

Romanos 14:17 dice: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”.

El reino de Dios es de justicia. Es un reino que conduce a la justicia. Justicia en la Biblia se refiere a la eliminación de todo lo que es injusto. ¡No es justo que yo duerma en una cama calentita y otra persona duerma en la calle! ¡No es justo que yo tenga una mesa con manjares y la persona que duerme en frente de mi casa no tenga un desayuno! ¡No es justo que conozca y viva la bendición de tener a Jesús en mi vida, y otros no tengan ese privilegio!
Como participantes de ese reino, ¡somos llamados a eliminar la injusticia de nuestro medio! ¡Somos llamados a ser agentes de justicia, agentes de paz, agentes de alegría en el Espíritu Santo!
El reino de Dios, es un reino de alegría, y es un reino de paz.
En Mateo 6:33 Jesús dice: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”.

Muchos entienden mal ese versículo, creyendo que debemos buscar a Dios, pero el versículo dice buscar el reino de Dios. Buscar a Dios no es algo estático, o en oración en una montaña. Es algo dinámico, en las calles, promoviendo el reino de Dios. 
En otras palabras, Jesús pide que cuidemos unos de otros, porque él ya cuida de mí. Ese es el sentido real del texto.

IV. REINO DE PERDÓN

Mateo 18:23-35 dice que el reino de los cielos se puede comparar a un rey que fue a cobrar a los que le debían dinero, y llamó a un hombre que le debía diez mil talentos, una deuda inmensa. Si ese dinero fuera en oro, sería el equivalente a 80 millones de dólares. Ese hombre no tenía como pagar todo eso, y el rey mandó que él, su mujer y sus hijos y todo lo que tenía fuera vendido para pagar la deuda. 
Pero ese siervo imploró misericordia y pidió un plazo mayor para pagar, y el rey se compadeció de él y no solo lo liberó, sino que también perdonó toda su deuda millonaria.
Cuando ese siervo quedó libre de la prisión se encontró con alguien que le debía el equivalente a 700 dólares. La Biblia dice que lo sujetaba ahogándolo y obligándolo a pagar lo que debía, pero el pobre hombre no podía pagar su deuda, entonces, fue puesto en prisión. El rey al saberlo quedó indignado, y dijo en los versículo 32-35 

“Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces, su señor, enojado, lo entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas”.

El reino de Dios es un reino de perdón. Y para vivir el reino de Dios aquí y ahora necesitamos aprender a perdonar, al final, somos perdonados por Dios en todo momento. ¿Será que ustedes perdonan a las personas que les fallan? Si consideramos cuán pecadores somos, cuántas fallas cometemos diariamente, sería más fácil perdonar las pequeñas y grandes fallas de otros, pues todos somos iguales delante de Dios.

CONCLUSIÓN

Hoy quiero invitarlos a ser parte de ese reino. Decidan hoy ser agentes de ese reino. 
Es sin costo, basta aceptar. El reino de Dios vale más que todo. Jesús mismo dijo: 

“Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:44-46).

¡El reino de Dios vale más que todo en esta vida!

Hagamos como el negociante que vendió todo lo que tenía para adquirir la perla, y el hombre que vendió todo para comprar el campo, dejemos a un lado lo que sea necesario, pero no nos quedemos afuera del precioso reino de Dios. Su reino es demasiado valioso para perderlo.
Seamos también representantes de ese reino en la familia, en el colegio, en el trabajo. Vivamos en esta tierra como si ya estuviésemos en el cielo. No necesitamos dar un paso gigante, solo un sí al reino y transformará nuestras vidas. 
Jesús dijo en Lucas 13:20,21: 
“¿A qué compararé el reino de Dios? Es semejante a la levadura, que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo hubo fermentado”.

Una pequeña cantidad del reino de Dios, ¡puede transformar toda la masa! Una pequeña cantidad del reino en la vida va contagiando hasta dominarlo por completo.
Una pizca del reino en su vida puede ser una bendición para el mundo. ¡El reino es así, donde llega “está dominado!”.

Llamado 
¿Abrirán el corazón para que ese reino entre? 
Háganlo hoy, háganlo ahora. Acepten ser parte del reino de Dios y transfórmense hoy, ahora en embajadores de ese reino.

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