Leer Isaías 60:1-2
Hay días simplemente raros en los que todo pareciera resultar al revés de cómo se planificó. Esperábamos victorias, y al final del día solo ha habido derrotas, esperábamos hacer el negocio de la vida, pero solo hubo bancarrota; esperábamos que la persona entendiera, aceptara y perdonara, pero simplemente hubo malos entendidos y complicaciones. ¿Por qué? ¡Porque hay días así!
I. TIEMPOS DIFÍCILES EN EL PUEBLO DE DIOS.
La historia que queremos considerar hoy es acerca de un día en que todo sale al revés. En este caso, en la historia del pueblo de Israel.
El relato se registra en 1 Samuel, capítulo 4. Los primeros versículos nos cuentan que por el tiempo en que Samuel ministraba a todo Israel, el pueblo de Dios salió en batalla contra los filisteos.
1. Una batalla sin Dios.
Por supuesto, nadie sale a pelear contra otro a menos que esté pensando que va a ganar.
Así que aquel día, Israel se levantó creyendo que la victoria era de ellos, que al final del día celebrarían y habría gozo.
El versículo 2 dice que los filisteos presentaron la batalla contra Israel, y éste es el informe que tenemos:
“Y trabándose el combate, Israel fue vencido por los filisteos, que hirieron como a cuatro mil hombres” (1 Samuel 4:2).
¡Fue sorpresivo, fue negativo, fue humillante e increíble!
Imagine el cuadro: el ejército derrotado, el pueblo humillado, por lo menos 4,000 familias enlutadas y un gran desconcierto.
2. Restructuración de la batalla.
Al parecer, uno de los ancianos propuso que, para cambiar el cuadro de derrota y humillación, pusieran en marcha un plan para recuperar la confianza de los soldados.
La idea era ir, donde se encontraba el santuario, y conseguir el permiso del sumo sacerdote Elí para traer al campamento israelí el arca del pacto. Este mueble era el más sagrado en todo el santuario y en todo Israel. Estaba prohibido que persona alguna lo mirase, incluyendo a los propio sacerdotes que ministraban en el santuario.
Si alguien desobedecía, moría en el acto. De hecho, el sumo sacerdote, podía ver el mueble una vez al año en ocasión de la celebración del gran día de la expiación (Levítico 16).
3. Forzar a Dios ir a la batalla.
El arca del pacto era símbolo de la presencia de Jehová en medio de su pueblo. La idea era que donde estaba el arca, estaba Jehová, y por lo tanto la victoria estaba asegurada.
Así que, reunidos los ancianos, tomaron el siguiente acuerdo: “Traigamos de Silo el arca del pacto del Señor, para que cuando esté entre nosotros, nos salve de nuestros enemigos” (1 Samuel 4:3).
Fueron a Silo y trajeron el arca. Incluso los dos hijos del sumo sacerdote Elí, que se llamaban Ofni y Fines, estaban allí con el arca, y cuando el mueble sagrado llegó al campamento israelí, los hombres comenzaron a gritar con tan grande júbilo que hacía temblar la tierra (versículo 5).
4. Enemigos atemorizados.
Los filisteos, allá en su campamento, escuchaban los gritos y la algarabía y se preguntaban asustados qué estaba pasando. Hacía muy poco que ellos habían propinado una derrota a Israel y ahora el pueblo de Dios gritaba como si tuviese algo qué celebrar.
Enviaron espías para enterarse de la situación y supieron que habían traído el arca del Señor.
La primera reacción de los filisteos fue salir huyendo y abandonar la batalla, porque decían:
“Dios ha venido al campamento”. Y agregaron “¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de estos dioses fuertes?” (1 Samuel 4:6-8).
Pero los capitanes filisteos reprimieron el miedo y animaron a sus tropas a luchar.
II. DERROTAS SOBRE DERROTAS.
El informe de la segunda batalla es éste:
"Pelearon pues los filisteos, e Israel fue vencido, y huyeron cada cual a su tienda. Y fue hecha gran mortandad, pues cayeron treinta mil hombres de Israel” (versículo 10).
Pero eso no fue todo, la Biblia dice que también el arca del pacto fue tomada por los filisteos y al parecer, en el intento de defenderla, murieron en ese mismo día Ofni y Fines. ¡Un día terrible!
Aún más, cuando la noticia llegó a Silo en boca de un soldado que logró escapar de la batalla, Elí, el sumo sacerdote, estaba sentado en una silla vigilando junto al camino, porque su corazón estaba temblando por el arca de Dios.
1. Devastación y muerte.
Elí ya tenía 98 años, estaba totalmente ciego y tenía sobrepeso. Sentado en su silla, preguntó qué pasaba cuando escuchó los gritos del pueblo. El soldado rápidamente le informa: “Nos han derrotado, miles han muerto de los nuestros, tus dos hijos también murieron y el arca de Dios fue tomada por los enemigos”.
A este punto de su informe, el corazón del anciano no soportó y cayendo hacia atrás, al lado de la puerta, se quebró la cerviz y murió en el acto. ¡Un día muy malo!
2. Destrucción que alcanza a la familia.
Para terminar con un día como ese, la esposa de Fines, hijo de Elí, que estaba esperando un hijo, cuando se enteró de que su esposo, su cuñado y su suegro habían muerto ese mismo día, y que el arca de Dios había sido tomada, sufrió un adelanto de su labor de parto y en el proceso de dar a luz a su hijo, murió también. Pero antes de morir, alcanzó a ponerle nombre a su hijo recién nacido.
La Biblia dice que lo llamó Icabod, cuyo significado es “sin gloria”, porque ella decía: “Se ha ido la gloria de Israel”, porque el arca de Dios había sido tomada y habían muerto su esposo y su suegro. ¡Icabod! ¡Qué día!
3. ¿Qué falló?
Naturalmente que un acontecimiento como este levanta muchas preguntas: ¿Qué fue lo que pasó para que el pueblo de Dios sufriera una derrota tan grande? ¿Por qué aunque el arca del pacto estaba ahí, Israel fue vencido?
¿Dónde estaba el Dios poderoso en batalla?
Para contestar las preguntas que suscita el capítulo 4, es necesario que entendamos algunas cosas que dice el capítulo 3.
III. ESCASEABA LA PALABRA DE DIOS.
El joven Samuel ministraba al Señor ante Elí. En aquellos días, la palabra del Señor era rara, no había visión frecuente. Un día, cuando los ojos de Elí empezaron a oscurecerse y no podía ver, estaba él acostado en su aposento, y Samuel se hallaba durmiendo en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios. Antes que la lámpara de Dios fuera apagada, el Señor llamó a Samuel, y él respondió: “Aquí estoy, Señor” (1 Samuel 1:4).
1. La luz permanente de las lámparas del candelabro era símbolo de que Dios iluminaba y guiaba el camino de su pueblo.
El candelabro procuraba recordar constantemente a los israelitas la importancia de mantenerse bajo la dirección y la luz dada por Dios, pero el que escribe el relato dice que cuando Samuel fue llamado para ser profeta, la lámpara de Dios se estaba apagando, y con esto simplemente quería darnos una idea de cómo estaba la condición espiritual del pueblo.
Cuando Samuel fue llamado, todo era completo descuido y pura formalidad, una crisis total. Hasta estaban dejando apagar la lámpara de Dios en el santuario.
2. Generaciones sin educación espiritual.
Esta expresión nos habla de un tiempo en que las familias se criaban sin la Palabra de Dios como fundamento. ¿Puede usted imaginarse los resultados de educar generaciones completas con escasa orientación de la Palabra de Dios.
En este punto, una pregunta martilla en mi mente: ¿Podría decirse de estos días que también escasea la Palabra de Dios?
Por un lado habría que decir que vivimos en el tiempo cuando más Biblias se producen y cuando más versiones de ella tenemos disponibles. Sin embargo, tendríamos que agregar que también vivimos en el tiempo en que más miembros de iglesia carecen de una experiencia vital con la Palabra de Dios. La falta de conocimiento del mensaje de la Biblia, la ausencia de tiempo devocional en la experiencia de muchos miembros y la cantidad de personas que son engañados por eventuales grupos que intentan reformar la iglesia, mientras tuercen el mensaje de la Biblia, indican que muchos dentro de la iglesia no saben en qué han creído.
Incluso encuestas que se han hecho para medir la cantidad de tiempo que los miembros de las diferentes Iglesias dedican a la lectura de la Biblia, no ubican a los Adventistas del Séptimo Día entre los primeros lugares.
3. ¿Se apagará la lámpara otra vez?
El problema con esto es que aparentemente usted sigue viviendo, asiste a la iglesia y hasta puede ser un dirigente de ella. Nadie lo sabe, no le pasa nada y nos acostumbramos a vivir así. Pero la triste realidad es que una persona en cuya vida escasea la Palabra de Dios, verá apagarse la lámpara de Dios en su vida, todo es cuestión de tiempo.
Eventualmente no estará en capacidad de enfrentar las pruebas que aguardan a los hijos de Dios y al fin resultará un buen candidato para abandonar la fe.
Si la Palabra de Dios escasea en nuestra vida, eso significa también que moriremos espiritualmente.
Se nos ha dicho que el hombre vivirá de: “Toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4).
4. Advertencia divina.
Reconociendo esta realidad, la sierva del Señor escribió:
“En la Palabra de Dios está la energía creadora que llamó a los mundos a la existencia. Esta Palabra imparte poder, engendra vida. Cada orden es una promesa; aceptada por la voluntad, recibida en el alma, trae consigo la vida del Ser Infinito. Transforma la naturaleza y vuelve a crear el alma a la imagen de Dios” (La Educación, pág. 126).
El mensaje de 1Samuel 3 está ahí para que no olvidemos que donde quiera que escasea la Palabra de Dios, habrá derrota y muerte espiritual
IV. VISIONES DEL CIELO NO FRECUENTES
El texto también dice que en los días de Elí las visiones no eran frecuentes.
Esta declaración deja claro que en esos días Dios no aparecía en visión tan frecuentemente como en los otros tiempos.
Evidentemente, el autor está aludiendo aquí a un problema de frecuencia en las visiones y esto no implica que el Señor no estuviera dispuesto a guiar a su pueblo. Sin embargo, es evidente que ya para entonces la vida espiritual de Israel había decaído mucho.
1. Poca oración, poca visión.
Lógicamente, podríamos decir que esta situación era también un resultado de la escasez de la Palabra, pero también implica que en aquellos días no era frecuente tampoco una experiencia de oración.
No se puede tener visión de Dios sin la experiencia de la oración, y la lámpara a punto de apagarse era el símbolo de una nación que vivía sin oración y sin la Palabra de Dios.
2. Sin oración no hay dirección.
En ausencia de esas visiones de Dios, el pueblo terminó dependiendo de su propia sabiduría y abandonando al Señor, aun cuando retenía la forma de su religión.
Una vez más surge la pregunta: ¿Podría decirse también de esta generación que nos falta la experiencia de la oración para tener una adecuada visión de Dios?
No se puede negar que la oración no es precisamente un asunto que despierte la pasión de muchos. De hecho, en más de un lugar la oración ha llegado a ser un “evento especial”.
Hoy día se celebra el hecho de que una iglesia o grupo de personas pueda pasar 15 o 40 días orando alternadamente.
En realidad todo esto no es más que la prueba de que oramos poco y, siendo que la oración es el aliento del alma; es decir, como la respiración de la vida espiritual, entonces el plan de Dios no es que la oración sea un evento aislado, sino un estilo de vida.
3. “Mucha oración, mucho poder, poca oración, poco poder, ninguna oración, ningún poder”.
No hay fórmula mágica, lo que hay es ¡Un gran principio!
La vida espiritual no tiene sustancia sin oración. No importa cuánto tiempo tengas en la iglesia o qué hagas en ella, si no tienes una experiencia de oración, tienes solo religión, pero no vida espiritual.
Tienes forma, pero no sustancia. Tienes lámpara, pero a punto de apagarse.
4. No se puede vivir de las glorias pasadas.
En el día malo, a Israel no le sirvió de nada recordar que Dios había librado a sus padres y abuelos, y no nos servirá de nada a nosotros nuestra religión si lo único que podemos hacer es hacer resaltar el símbolo y recordar la historia antigua.
Podríamos gastar mucho tiempo hablando de cómo los hermanos de la iglesia primitiva tuvieron un glorioso Pentecostés, pero eso estuvo bien para ellos, y damos gracias a Dios por su ejemplo, pero ahora necesitamos tener un Pentecostés personal.
Podríamos recordar enfáticamente la fidelidad de Abrahán al devolver los diezmos y entregarlos a Melquisedec.
Podríamos recordar la generosidad de la viuda al dar en ofrendas todo lo que tenía, pero eso ya pasó y felicitamos a Abrahán y a la viuda, pero si queremos que algo pase en nuestra vida, necesitamos exhibir esa fidelidad y esa generosidad en nuestra relación con Dios.
5. Formas y ritos no es gloria.
Es increíble, pero Israel, el pueblo de un Dios real y todopoderoso, cayó en un deterioro tal que terminó teniendo una religión supersticiosa, se confió en saber que era el pueblo de Dios que tenía el arca que representaba su presencia y que los sacerdotes con sus lindos vestidos marchaban con ellos, mientras descuidó su relación vital con ese Dios. No les importa saber lo que Dios decía en su Palabra, ni cultivaron el hábito de hablarle en oración. ¿El resultado?
Derrota, fracaso, humillación.
6. Se acaba la gloria.
El nombre que miles de años atrás le dio la nuera de Elí a su hijo Icabod, describe no solo cómo está el mundo hoy (sin la gloria de Dios), sino que tristemente describe también la experiencia de muchas iglesias y personas que espiritualmente son estériles, no dan frutos y han quedado sin el brillo de la gloria de Dios, o sea Icabod.
V. RECUPEREMOS LA GLORIA.
Al acercarnos al final de esta reflexión, volvamos a la expresión usada en 1Samuel 3:3 y primera parte del 4:
“Antes que la lámpara del Señor fuera apagada, el Señor llamó a Samuel”.
Como ya hemos dicho, en primer lugar, esta declaración nos ayuda a entender la condición espiritual de Israel en este momento de su historia, pero también debe ser vista como un mensaje de amor, de oportunidad, arrepentimiento y seguridad de parte de Dios.
El texto dice que la lámpara estaba apagándose. Pero “antes” que la lámpara se apagase...llamó a Samuel.
!Gloria a Dios por su amor, gloria a Dios por su compromiso de salvarnos!
¡Gloria a Dios porque, aunque seamos infieles, Él es fiel; porque Él no puede dejar de cumplir sus promesas de fidelidad hacia su pueblo!
1. Dios llama a Samuel.
Dios llamó a Samuel antes que la lámpara se apagara.
Evidentemente, el ministerio de Samuel tendría como meta reavivar la llama de esa lámpara; es decir, Dios se proponía llevar a cabo un reavivamiento espiritual en su pueblo que se encontraba distraído y descuidado en su relación con Él.
Uno podría preguntarse: ¿Por qué no se había apagado la lámpara totalmente? Porque por lo menos sabemos que había una persona orando en ese tiempo.
¿Quién? Ana, una sencilla, atribulada y estéril mujer. ¿Por qué oraba Ana?
Estaba pasando por uno de los más terribles traumas que podía sufrir una mujer casada en su tiempo.
Era estéril y su imposibilidad para tener hijos le producía baja estima propia y le ganaba la burla de los demás y la compasión de su esposo.
2. Ana oraba por gloria.
Ana era una mujer estéril, sin frutos, sin gloria; en palabras de la nuera de Elí, Ana era una mujer Icabod.
Por eso, de alguna manera, Ana era un símbolo en miniatura de Israel. Ana era estéril, Israel también, Ana era Icabod, Israel también.
La diferencia entre Ana e Israel es que cuando Ana se vio Icabod (sin gloria), se refugió en el Señor, corrió al templo y en oración y ayuno hizo pacto con Dios.
Pero cuando Israel se vio derrotado, Icabod, sin gloria, en lugar de buscar al Señor, confió en un mueble de madera y prefirió la superstición.
3. Dios buscaba la gloria para su pueblo.
Lo que no sabía Ana era que, mientras ella quería un hijo, Dios quería un profeta fiel.
Ella no sabía que Dios llevaría a cabo un reavivamiento espiritual en su pueblo, que Dios no dejaría apagar la lámpara y que necesitaba un sacerdote fiel porque Elí y sus hijos no lo eran.
De esta manera, al conceder la petición de Ana, Dios también cumplía su plan, porque años después, cuando él necesitó un profeta fiel, encontró a Samuel, el hijo de Ana, la mujer que oraba en el templo. ¿Puede usted creerlo?
La oración de una sola mujer, su fidelidad, su búsqueda apasionada de Dios, fue el medio que el Señor usó para traer reavivamiento a todo su pueblo.
VI. MI DECISIÓN.
Quiero afirmar en este momento algo que creo con todo mi corazón:
Dios va a producir hoy también un reavivamiento en su pueblo, Dios lo va a hacer, porque Él tiene un plan para su iglesia y nada ni nadie lo podrá impedir.
Eso no significa que todos los que están en la iglesia lo van a experimentar, pero sí creo que Dios va a producir reavivamiento en la vida de todos los que así se lo permitan.
Hay otros que estando dentro de la iglesia no se reavivarán, porque según ellos, en la iglesia nadie quiere orar, nadie lee la Biblia, los pastores y los dirigentes no son espirituales y una lista interminable de razones para no hacer lo que hizo Ana: Consagrar su vida a Dios, buscarlo en oración, depender de Él y hacer pacto con Él.
Si bien es cierto que la más grande y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento espiritual, también es cierto que lo único que Dios necesita para llevar a cabo ese reavivamiento es una persona, un hombre, una mujer, un joven, un adulto, un niño, alguien que esté dispuesto como Ana a buscar la gloria de Dios. La pregunta es: ¿Nos conformaremos con saber que somos la iglesia de Dios, o procuraremos tener la gloria de Dios? ¿Seguiremos sin Gloria? O le diremos al Señor: ¡Danos tu gloria!
El mensaje del profeta es:
“¡Levántate, resplandece, que ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti! Porque tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones. Pero sobre ti nacerá el Señor, y sobre ti será vista su gloria” (Isaías 60:1, 2).
Es la gloria de Dios lo que necesitamos para resplandecer como pueblo en medio de las tinieblas espirituales de este mundo. Es la gloria de Dios, no otra cosa, lo que el mundo verá sobre nosotros.
Invitación.
¿Quieres esa gloria?
Tal vez, hoy, reconoces que la lámpara de Dios se está apagando en tu vida: la lámpara del estudio, de la oración, del culto familiar, del ayuno, de la testificación, de la fidelidad o cualquier otra; pero, ¡ánimo! Dios ha venido a reavivarte.
¿Estás dispuesto?
¿Quieres que Él te incluya en el reavivamiento que con seguridad Él va a hacer?
¿Estás dispuesto a pagar el precio y comenzar a hacer lo que no estás haciendo o dejaste de hacer un tiempo?
¿Estás dispuesto a comenzar hoy?
Entonces, entreguemos nuestra vida y comprometámonos de corazón con el Señor. Oremos esta maãna: ¡Señor, danos Tu gloria!
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