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Sentimiento de Culpa - El Poder de la Esperanza

Es un placer estar aquí para iniciar una semana especial. Los mensajes fueron preparados pensando en usted y creo que estos temas cambiarán su vida para mejor. Estoy seguro de que el tema de hoy será una bendición para usted, para mí y para nuestra familia. Quiero que usted me escuche, no solo con sus oídos, sino también, y principalmente, con su corazón. 

LECTURA BÍBLICA: 2 Samuel 11:2-15

Si hubo un personaje que tocó fondo en el pecado, pagó un precio terrible por eso, pero fue misericordiosamente rescatado por Dios, ese fue el rey David. 

En un momento de ociosidad, David se dejó llevar por la codicia, cometió adulterio y planeó la muerte de un hombre inocente. Antes de ser confrontado por el profeta Natán y recibir el perdón divino, David sufrió un largo año de depresión y angustia. El sentimiento de culpa por el pecado y por su crimen casi lo destruyó.

SENTIMIENTO DE CULPA

Diferentemente de David, muchas personas viven con un sentimiento de culpa infundado; culpa falsa o dudosa. 

Eso les acarrea conflictos y las siguientes tendencias: complejo de inferioridad, perfeccionismo, autoacusación constante, miedo al fracaso (con el consecuente estado de vigilancia permanente) y demasiada exigencia al relacionarse. Por otro lado, el sentimiento de culpa es un recurso útil que estimula la conducta correcta y respetuosa, favoreciendo la buena convivencia. El sentimiento de culpa real es síntoma de una conciencia alerta, que sirve de autocensura y previene los delitos y la falta de moral.

Si la culpa es comprobada, la solución está en buscar la reparación, siempre que sea posible, y pedir perdón a Dios y a las personas ofendidas. Sepa que Dios está dispuesto a perdonar hasta las mayores faltas, incluso aquellas que no son perdonadas al nivel humano: “si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isa. 1:18). 

Para recibir el perdón y la reconciliación de Dios, también es necesario perdonar a otros. Eso ayuda en el proceso de perdonarse a sí mismo, que está en el centro del sentimiento de culpa. 

La conciencia no siempre constituye una norma de conducta sabia. Por lo tanto, es necesario contar con normas externas y trascendentes, principios éticos de valor universal. No es en vano que el apóstol Pablo advirtió a su discípulo Timoteo al respecto de algunos que, teniendo la conciencia insensible, mandarían a los creyentes a hacer cosas absurdas (1 Tim. 4:2,3). 

Tal conciencia es incapaz de servir como una guía de conducta confiable.

EL PERDÓN DEL PADRE

Una de las más bellas y conocidas parábolas contada por Jesús es la del hijo pródigo, registrada en Lucas 15:11-32. Se trata de la historia de un padre y dos hijos, uno de los cuales, cansado de la vida tranquila de la casa, decidió abandonar todo y buscar libertad en el mundo exterior. Como si no bastase dañar al padre con su actitud rebelde e ingrata, le pidió su parte de la herencia familiar, algo que lo hijos solo reciben cuando los padres mueren. El padre, respetando la libertad de elección del hijo, le dio el dinero.

El muchacho salió de la casa, “se dio la cabeza contra la pared” y, después de mucho sufrir, decidió volver. 

Con la cabeza baja, las ropas harapientas y una tonelada de culpa sobre sí, se aproximó a la casa, pero no sorprendió a su padre, que lo vio a la distancia y corrió en su dirección, dándole un abrazo apretado, cubriendo su miseria con la capa propia. El padre siempre estuvo esperando. Nunca había dejado de amarlo. Por eso, recibió al harapiento arrepentido de su hijo, sin echarle en cara los pecados. 

El pasado estaba olvidado; los pecados, perdonados; nadie podía decir lo contrario.

El enemigo de Dios vive contando la mentira de que el Señor no puede aceptar pecadores de nuevo, a menos que sean lo bastante buenos para poder volver. Si uno espera que eso ocurra, el pecador nunca irá a Dios.

El mensaje central de la parábola es el amor del padre, que claramente representa a Dios. Él nos acepta, perdona y ama. Siempre. Ese conocimiento haría una gran diferencia en la vida de todo pecador que vive bajo una pesada nube del sentimiento de culpa.

¿Ya tomó la decisión de volver al Padre?

UN MONSTRUO DENTRO DE NOSOTROS

Además del sentimiento de culpa, otro problema común de los seres humanos es el odio. La ira y el odio pueden manifestarse ocasionalmente y, como sentimientos humanos, pueden ser inevitables. Sin embargo, cuando pasan el nivel esporádico, son reacciones que causan devastación en las relaciones familiares, sociales y de trabajo. La agresividad física es inaceptable en cualquier grupo humano y debe ser prevenida. Observándose a sí mismo y adoptando hábitos de calma y tranquilidad, cada uno puede, con la ayuda divina, dominar los impulsos de ira y agresividad. 

Aunque, en el pasado, se consideraba ventajoso destapar la “olla a presión” cuando se estaba airado, hoy está claro que los riegos superan cualquier pequeña ventaja que se pueda alcanzar con esas actitudes. Comparados con las personas de hábitos pacíficos, los que permanecen airados, en general, enfrentan las siguientes situaciones:

• Son cuatro veces más propensos a las enfermedades coronarias.
• Corren mayor riesgo de morir jóvenes.
• Experimentan sentimientos de culpa después de sus actitudes explosivas.
• Sus familiares y amigos los evitan por causa de su mal genio.
• Mantienen una relación matrimonial más conflictiva.
• Son más propensos al uso de sustancias nocivas (cigarrillo, alcohol, drogas, etc.). 

• Corren mayor riesgo de comer en exceso y sufrir aumento de peso.

PROFETAS IRRITADOS

La Biblia muestra algunos ejemplos interesantes de personas que se dejaron vencer por la ira. 

Por cierto, este es otro detalle especial de las Sagradas Escrituras: sus autores no “Maquillan” ni posan como héroes infalibles. Sus defectos están todos allí registrados. ¿Sabe por qué? 

Siempre hay esperanza para quien se somete a la voluntad y al poder divino. Vamos a hablar de dos profetas: uno, del Antiguo Testamento, y el otro, del Nuevo.

Jonás recibe de Dios una misión tremendamente difícil: predicar a los habitantes de la ciudad de Nínive. Para que usted tenga una idea de lo que eso implicaba, basta saber que, en esa época, esa ciudad con más de cien mil habitantes era la capital del terrible Imperio Asirio. Ese pueblo era tan malo que se contentaba con matar a sus adversarios; los torturaban de forma refinada. Eran enemigos de Israel, y Dios quería que su profe- ta fuese hasta la capital de ellos para llevarles un mensaje. ¡Eso era demasiado! Jonás huyó de la misión. Tomó un barco hacia el lado opuesto. Y el desarrollo de la historia es más conocido que su desenlace. 

Casi todo el mundo sabe que el profeta fue tragado por un gran pez y, después de tres días, fue vomitado en la playa. En el estómago del pez, Jonás oró y se arrepintió. Fue a la ciudad de los asirios, dijo que sería destruida en el caso que sus habitantes no se arrepintieran, dio media vuelta y se sentó para ver qué ocurriría. Pero no ocurrió nada. Mejor dicho, si ocurrió: los ninivitas se arrepintieron y cambiaron de actitud. ¡Toda la ciudad! 

Eso hizo que el profeta se enojara. Al final, ¿no había anunciado la destrucción? Se enojó con la misericordia de Dios y se quejó al Creador. Dios solo preguntó: “¿Haces tú bien en enojarte tanto?” (Jon. 4:4), y quedó en silencio, dejando que su hijo reflexionara. 

Algún tiempo después, Dios volvió a hablar, revelando un poco más de su carácter de amor: “¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?” (Jon. 4:11). Dios es así: compasivo, perdonador, paciente. Ama a todos, ¡incluso a los animales! En el libro de Jonás, vemos al Creador trabajando para la salvación de los ninivitas y de su profeta enojado.

En el Nuevo Testamento, cuando se habla de transformación, una de las personas que llaman la atención es Juan, más conocido como “el hijo del trueno”. ¡Ay de aquel que se cruzara en su camino en un mal día! Cierta vez, hasta pidió permiso a Jesús para hacer descender fuego del cielo contra algunos que se les opusieron. Pero el tiempo de convivencia con el Maestro fue moldeando el carácter del discípulo. En pocos años, él dejó de ser el “hijo del trueno” para ser conocido como “el discípulo del amor”. ¿Cuál fue el secreto? Simple: proximidad con Jesús. Quien vive así, puede decir como Pablo:

LECTURA BÍBLICA: Gálatas 2:20

LLAMADO

¿Desea entregar a Dios su culpa y sus malos sentimientos? ¿Desea tener una vida más liviana, libre de culpa e ira? Dios está más que dispuesto a perdonar y transformar nuestra vida. Entonces, ¿por qué no aceptar ese regalo tan maravilloso?

Permítame decirle: Usted es muy especial para Jesús pues, delante de él, todos somos iguales. Dios tiene un lindo plan para su vida. Mientras yo hablo con usted, Jesús está aquí a nuestro lado, tomando su mano. Él quiere conducir sus pasos a partir de ahora; por eso, no tenga miedo de tomar una decisión, Dios le dará fuerzas. Hoy es el día de comenzar una nueva etapa en la vida; es hora de comenzar a escribir su nueva historia. Ponga a los pies de Jesús todas sus angustias, comience hoy una nueva vida, sepulte todo lo pasado y comience ahora una caminata de victorias. ¿Quiere eso para su vida? ¿Quiere que ore por usted? Entonces escuche esta bella canción y voy a orar por usted.

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