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El Servicio a los demás - ICOR

El propósito de la existencia de nuestra iglesia parece claro: «Ha sido organizada para servir» (Ed, 242). 
En la cultura del bienestar de la sociedad actual el altruismo no es uno de los valores que se promueva. Incluso se podría decir que practicarlo es ir a contracorriente. Resulta evidente que es más cómodo ser servido que servir a los demás. Sin embargo, Jesús tiene una propuesta para aquellos que desean ocupar lugares relevantes. La encontramos en Marcos 10: 42- 44: «Entonces Jesús los reunió y les dijo: Como muy bien sabéis, los que se tienen por gobernantes de las naciones las someten a su dominio, y los que ejercen poder sobre ellas las rigen despticamente. Pero entre vosotros no debe ser así. Antes bien, si alguno quiere ser grande, que se ponga al servicio de los demás; y si alguno quiere ser principal, que se haga servidor de todos» (Versión: La Palabra)

Jesús nos invita a salir de nuestra zona de confort, a dejar a un lado el egoísmo, a cambiar las prioridades que se centran en nosotros mismos y a favorecer a los demás, poniéndonos a su servicio.

Jesús, modelo de servicio.

En Mateo 20: 28 leemos: «Así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (NVI). Si Jesús es nuestro ejemplo y, como cristianos, deseamos seguirle y parecernos cada día más a él, ¿no deberíamos vivir cómo él lo hizo? Ser un seguidor de Jesús no solo es aceptar sus enseñanzas, también es actuar como él. Pasemos de lo conceptual a lo práctico, de las ideas a las acciones.

Excusas que bloquean el servicio.

• «Solo pueden servir los que tienen cargos de iglesia. Esperaré hasta que algún día me den una responsabilidad». A veces nuestra propia estructura de funcionamiento nos puede llevar a la mayor de las contradicciones frenando nuestro servicio a causa de una mala interpretación de algunos conceptos, como los cargos en la iglesia. Debido al reducido número de responsabilidades establecidas de manera oficial, los miembros se pueden convertir en meros espectadores de programas y actividades. Hasta podría darse el caso de que no quieran asistir a la iglesia porque no les gusta el programa que van presenciar o la actividad que se ha propuesto. Si no encaja con sus intereses o no les satisface, dejan de participar. Tampoco se involucran para proponer alternativas ni toman la iniciativa de poner en marcha algún proyecto de servicio a la comunidad.

• «Muchas ONG trabajan al servicio de los demás y yo ya colaboro económicamente con alguna». Como seguidores de Jesús, nada nos exime de nuestra responsabilidad hacia los menos favorecidos; más allá de la contribución económica, lo que se pide de nosotros es una colaboración personal.

El servicio que nos pide Jesís no puede ser delegado a otra persona. Todos hemos recibido dones para ponerlos en marcha y somos responsables del uso que les demos.

• «No estoy preparado para hacerlo». Son muchas las ocasiones en las que tenemos la sensación de que hace falta tener un título universitario y mucha experiencia para empezar a hacer algo por los demás. Este tipo de argumentos conducen a una actitud de limitación de las propias capacidades, por considerar que no es el momento oportuno.

• «Yo no tengo este don». ¿Cuántas veces habremos escuchado a alguien poner esta excusa? Cualquier don tiene un propósito de servicio, por lo que es un valor transversal que afecta a todos los demás. Como iglesia, necesitamos poner nuestros talentos en favor de los demás, porque todos son relevantes. El secreto se encuentra en el cambio de actitud. Nos ayudarás a usar cualquier don que Dios nos haya otorgado.

Cultura del esfuerzo.

En Romanos 12:11, Pablo afirma: «Si se trata de esforzaros, no seáis perezosos; manteneos espiritualmente fervientes y prontos para el servicio del Señor». Dios nos recuerda que la actitud servicial no surge de forma natural ni espontánea, pues el ser humano tiende a actuar según la ley del mínimo esfuerzo. La pereza puede afectar tanto a la dimensión espiritual como a la física. En el versículo encontramos una relación entre la vida espiritual —lo más profundo del ser humano— y la vida práctica —el exterior más tangible— que nos lleva a la acción. Se establece un orden y una secuencia, lo primero nos llevará a lo segundo.

Motor del servicio.

En 1 Corintios 13:4 leemos que «el amor es comprensivo y servicial». El deseo de servir puede provenir únicamente de Dios, quien «es amor» (1 Juan 4:8). Es el motor del servicio. El apóstol Pablo lo describe con claridad en la excelente definición que da del amor en 1 Corintios 13. En el versículo 4, el servicio se une a otro concepto importante: la comprensión, relacionada también con la empatía. Cuando comprendemos la necesidad del prójimo y empatizamos con su situación, el amor de Dios nos mueve a realizar actos de servicio.

En el fondo, la religión se centra en el servicio al prójimo. Santiago 1: 27 lo expresa de forma más clara: «Esta es la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre: asistir a los débiles y desvalidos en sus dificultades y mantenerse incontaminado del mundo». Con demasiada frecuencia olvidamos el propósito de nuestro cristianismo, dejando en un segundo plano lo esencial para darle el protagonismo a otras ámbitos de la vida religiosa que no son prioritarios.

El examen final.

La salvación es posible por la fe y la gracia de Cristo (2 Timoteo 3:15; Gálatas 2:16). Además, Santiago añade que la fe sin obras está muerta (Santiago 2:17, 18). Por lo tanto, al final, se nos medirá por nuestros frutos, es decir, por el servicio que hayamos prestado al prójimo como resultado de nuestra relación con él.

Cuando Jesús vuelva por nosotros tendremos que hacer un examen final. Aunque la idea de un control pueda causar nervios y miedo, la buena noticia es que ya nos ha revelado las preguntas. Veamos qué es lo que entrará en el examen, según lo que leemos en Mateo 25:31-46: «Cuando el Hijo del hombre venga con todo su esplendor y acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todos los habitantes del mundo serán reunidos en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos, poniendo las ovejas a un lado y los machos cabríos al otro. Luego el rey dirá a los unos: “Venid, benditos de mi Padre; recibid en propiedad el reino que se os ha preparado desde el principio del mundo”».

Y es aquí donde empieza a desvelar las incógnitas del examen:

«“Porque estuve hambriento, y vosotros me disteis de comer; estuve sediento, y me disteis de beber; llegué como un extraño, y me recibisteis en vuestra casa; no tenía ropa y me la disteis; estuve enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme”.

Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento y te dimos de comer y beber? ¿Cuándo llegaste como un extraño y te recibimos en nuestras casas? ¿Cuándo te vimos sin ropa y te la dimos? ¿Cuándo estuviste enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “Os aseguro que todo lo que hayáis hecho en favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho”. A los otros, en cambio, dirá: “¡Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles!

Porque estuve hambriento, y no me disteis de comer; estuve sediento, y no me disteis de beber; llegué como un extraño, y no me recibisteis en vuestra casa; me visteis sin ropa y no me la disteis; estuve enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”. Entonces ellos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o como un extraño, o sin ropa, o enfermo, o en la cárcel y no te ofrecimos ayuda?”. Y él les dirá: “Os aseguro que cuanto no hicisteis en favor de estos más pequeños, tampoco conmigo lo hicisteis”. De manera que estos irán al castigo eterno; en cambio, los justos irán a la vida eterna».

Son estas las cosas que importan. Vivimos tiempos en los que los jóvenes quieren formar parte de una iglesia que actúe de manera coherente entre lo que predica y lo que hace. Desean que la iglesia sea relevante en su comunidad, que se ponga en marcha y salga a la calle para ayudar a la gente. Una iglesia que cuenta con todos sin importar la edad, para sumar esfuerzos y poder alcanzar a más personas. ¡No dejemos que pase más tiempo! ¡Pongámonos en marcha! Jesús quiere encontrarnos haciendo su voluntad, porque amar al prójimo es servirle.

Poniendo ladrillos o construyendo catedrales (W. Rice, Historias Inolvidables, 83)

Christopher Wren, diseñador de la catedral de San Pablo en Londres, escribió sobre las reacciones de los trabajadores de la construcción ante la pregunta: «¿Qué estás haciendo?». Los trabajadores, que estaban cansados y aburridos, contestaron: «Estoy poniendo ladrillos» o «estoy cargando piedras». Sin embargo, uno de ellos parecía más contento y entusiasmado con su trabajo que los demás. Al dirigirle la pregunta, respondió: «¡Estoy construyendo una magnífica catedral!».

Dios no nos creó para hacer nuestro trabajo con un espíritu de insatisfacción. Debemos vivir para servirle en todas nuestras responsabilidades, sean grandes o pequeñas. En Colosenses 3: 23, Pablo nos exhorta: «Poned el corazón en lo que hagáis, como si lo hicierais para el Señor y no para gente mortal».

Tomemos el ejemplo anterior para pensar en nuestro trabajo como miembros de iglesia. ¿Con quién nos identificamos más? Quizá tengamos que alzar la cabeza para darnos cuenta de que estamos construyendo para el reino de Dios. Edifiquemos juntos una iglesia relevante para el mundo en que vivimos, que tenga el espíritu de servicio para ayudar a los que más lo necesitan y alabemos al Señor en el proceso.

Yo quiero construir para el reino de Dios, ¿y tú?



W. Rice, Ilustraciones inolvidables. Historias, cuentos y anécdotas para aquellos que hablan en público, Miami, Florida, Editorial Vida: 2010, pág. 83.

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