¿Te has quedado alguna vez sin palabras delante de Dios? ¿Solos, tú y él, en silencio? Permanecer en silencia no siempre es fácil, especialmente cuando te encuentras con una persona con la que no tienes demasiada confianza. Las palabras siempre ayudan a romper el hielo. Prefieres mantener una conversación que no te interesa demasiado, con tal de evitar el incómodo silencio.
Cuando te enamoras, el silencio compartido se disfruta. Puedes perderte en los ojos del ser amado sin necesidad de palabras. Mirar un atardecer con las manos entrelazadas y sentir que tu corazón se funde con el otro, mientras el silencio es cómplice de tantas cosas que se dicen desde el interior.
La intimidad hace la diferencia. La intimidad es esa zona en nuestro espíritu a la que pocas personas tienen acceso. Se logra con horas de vuelo junto al otro, después de muchas conversaciones a corazón abierto.
Para los seres humanos, entrar en la presencia de Dios conlleva un esfuerzo. En la Biblia, adorar significa justamente entrar en la presencia del Señor. Mientras estemos de este lado de la eternidad, veremos a Dios a través de un velo (1 Corintios 13:12), con dificultad y limitaciones, pero aun así, nuestra escasa percepción acerca de la realidad celestial es suficiente para satisfacer nuestra necesidad espiritual.
Adoración personal.
Cuando entramos en la presencia de Dios, le permitimos acceder a esa zona reservada en nuestro espíritu: la intimidad. Si le abrimos la puerta y le invitamos a entrar, él puede ser parte de todos los ámbitos de nuestra existencia.
A veces, entramos en la presencia de Dios contentos y llenos de gratitud porque nos ha ido bien, hemos sacado una buena nota en el examen o el chico de nuestros sueños al fin nos ha invitado a salir. Entonces, las palabras de alabanza fluyen de nuestra boca: «Bendeciré al Señor en todo tiempo, mis labios siempre lo alabarán» (Salmo 34:1). Pero otras veces entramos en la presencia de Dios heridos y magullados. Las lágrimas son lo único que tenemos para ofrecerle. Y Dios también entiende ese lenguaje: «Día y noche solo me alimento de lágrimas […]. ¿Por qué estoy desanimado? ¿Por qué está tan triste mi corazón?» (Salmo 42:3, 5 NTV).
Cada vez que entramos en la presencia de Dios estamos adorando a través de palabras, cantos, lágrimas o silencios compartidos.
Adoración congregacional.
Aunque es cierto que estamos delante del mismo Dios, cuando adoramos en comunidad no lo hacemos igual que cuando estamos solos. En tales momentos, nos expresamos frente a Dios como una familia grande y diversa, formada por hermanos de diversas edades y contextos culturales. Cada uno viene a adorar con un bagaje distinto: gustos, experiencias, formación académica, perspectivas e historias personales. Por eso, en la adoración congregacional necesitamos ejercitar los frutos del Espíritu Santo: el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la tolerancia, la bondad, la mansedumbre y el dominio propio.
Elena White afirma que los tres pilares de la adoración son el estudio de la Palabra de Dios, la oración y los cantos sagrados.
El estudio de la Palabra de Dios. El estudio de las Escrituras es la columna vertebral de la adoración, lo cual marca el rumbo de la vida espiritual. Asimismo, cada creyente adora con la versión de la Biblia que le resulta mejor. No hay una versión exclusiva de la Biblia para adorar al Señor.
La oración.
«Orar es el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo»(CC, 93). La oración pública también expresa las diferentes edades, nacionalidades y experiencias del que habla con Dios. Intentamos que las palabras sean sinceras, genuinas y entendidas por todos. Respetamos los diferentes acentos, los diversos usos del vocabulario y las expresiones personales de cada individuo en la oración congregacional.
Los cantos sagrados. Así como la oración y el estudio de la Palabra de Dios pueden unirnos al adorar de manera congregacional, la elección de cantos, estilos o instrumentos musicales pueden producir división o desunión. ¿Cómo podemos llegar a adorar unidos a través de la música? ¿Qué dice la Biblia al respecto?
Pablo es el autor de la Biblia que más hace referencia a la adoración congregacional. Escribe a una iglesia incipiente, está aprendiendo a desmarcarse del judaísmo y busca una nueva liturgia. En 1 Corintios 14: 26 el apóstol aconseja: «¿Qué concluimos, hermanos? Que cuando os reunáis, cada uno puede tener un himno, una enseñanza, una revelación, un mensaje en lenguas, o una interpretación. Todo esto debe hacerse para la edificación de la iglesia». Los primeros cristianos se reunían en casas. No hay registro bíblico de que la liturgia fuera estricta. Adoraban compartiendo el estudio de la Palabra, los cantos y la oración con sencillez e intensidad. Adorar en congregación significa edificarse: escucharse mutuamente, compartir, aceptar al otro en el espíritu del amor de Dios.
En Efesios 5:18, 19 Pablo aconseja: «Sed llenos del Espíritu. Animaos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Cantad y alabad al Señor con el corazón». ¿Cómo eran esos primeros cantos cristianos? Sabemos muy poco de sus melodías, acordes, instrumentos acompañantes o escalas. El énfasis de Pablo al mencionar los cantos sagrados no está en los tecnicismos musicales, sino en la necesidad de amor y aceptación cuando se canta, manteniendo a Dios como el centro de la adoración y una actitud sumisa los unos hacia los otros.
Adoración íntima y congregacional.
El acto de adoración que más me llama la atención en las Escrituras es el de María Magdalena derramando su alma y su perfume a los pies de Jesús. Es un acto íntimo de adoración congregacional. Los elementos utilizados por María para adorar son inusuales y poco convencionales: un frasco de perfume muy caro, su cabello, sus lágrimas y su silencio. Jesús la entiende. Simón y Judas la juzgan. Al respecto, Elena White dice que «María no conocía el significado pleno de su acto de amor. No podía contestar a sus acusadores. No podía explicar por qué había escogido esa ocasión para ungir a Jesús. El Espíritu Santo había pensado en su lugar y ella había obedecido sus impulsos» (DTG, 515).
Este relato nos ofrece algunas fórmulas para que nuestras congregaciones vuelvan a adorar como la iglesia cristiana primitiva:
• Poner el énfasis en la presencia del Espíritu Santo.
• Concentrarse en la sencillez y la sinceridad del encuentro con Dios.
• Buscar la edificación de la comunidad sobre la base del respeto y el amor cristiano.
Entonces, María Magdalena y su acto de adoración vienen a mi mente e imagino una iglesia llena de personas como ella. Cristianos que no tengan miedo de estar en silencio ante Jesús porque han aprendido a compartir su intimidad con el Maestro. Seres humanos quebrantados y desesperados, que solo encuentran consuelo y aceptación mirando y escuchando al Salvador. Individuos que buscan refugio de la crítica y el rechazo a los pies de Jesús. Hombres y mujeres que se mueven bajo los impulsos del Espíritu Santo, que cantan, oran y estudian la Palabra de Dios aceptándose mutuamente, aprendiendo a amar en la diversidad.
Para compartir
La música cristiana expresa la teología bíblica. ¿Qué aspectos de la teología adventista se exponen con convicción y entusiasmo en la adoración de tu iglesia local? ¿Qué elementos de la adoración congregacional consideras que se podrían mejorar y cómo?
El uso de diversas versiones de la Biblia no produce división en muchas congregaciones. Sin embargo, aceptar un himnario nuevo o cantar canciones que no están en el Himnario Adventista representa un desafío en algunas congregaciones. ¿Cuáles crees que son las razones? ¿En qué sentido la Biblia tiene más autoridad que el Himnario Adventista?
¿Crees que es posible una adoración congregacional genuina si no existe previamente una adoración individual fidedigna? ¿Qué diferencias y similitudes encuentras entre la adoración individual y la congregacional?
¿De qué formas se puede utilizar la música como elemento de integración de diferentes culturas y generaciones en tu iglesia local?
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