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Compasión - Compasión por los imperdonables


Lucas 7

INTRODUCCIÓN
Desde el punto de vista humano, llegamos a considerar que hay personas que definitivamente no merecen compasión. 
Hay asesinos, ladrones, secuestradores, violadores, terroristas, pedófilos, etc. Hombres o mujeres que pasaron la barrera de lo perdonable y por sus actos, merecerían el desprecio de la sociedad, las penas judiciales más altas y el encierro definitivo.
Sin embargo, hay personas comunes, como tú y como yo, que si se conociera la historia que esconden, podrían entrar en la categoría de aquellos que no merecen compasión.
El relato bíblico se desarrolla alrededor de uno de estos casos. Los cuatro evangelios relatan la historia y cada uno nos muestra detalles que nos ayudan a entender la trama y el amor de Jesucristo. Un fariseo corrupto y una pecadora son objeto de la compasión de Jesucristo.

I. SIMÓN, EL LEPROSO 
(Leamos Lucas 7:36)
Marcos se refiere a Simón como el leproso (Mar. 14:3). Lucas lo presenta como un fariseo (Lucas 7:37). El versículo 36 dice que este fariseo, ahora sanado, le rogó a Jesús que comiese con él. “Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa”.
a. Fariseo y leproso, nada más triste que eso. Eran los fariseos quienes certificaban las enfermedades transmisibles de los ciudadanos y determinaban su expulsión; también ellos podían ordenar su reincorporación en la sociedad. Su decisión prevalecía a cualquier clamor o circunstancia.
b. Al reconocerse leproso, Simón sabía lo que tenía que hacer. La lepra era una enfermedad incurable, contagiosa y mortal. Él era un hombre muerto, por tanto tenía que auto expulsarse de la comunidad.
c. Hoy contamos con enfermedades que han tomado el lugar de la lepra. Una de ellas es el SIDA.
d. Cristo se apiadó de él y lo sanó. 
No se describe el momento de la curación de Simón; sin embargo, la Biblia registra la curación de varios leprosos. Los tocaba, pasaba cerca de ellos, desafiaba su fe. Cristo tenía una manera de ayudar a cada caso.

e. Así como ayer, Cristo sigue pasando por la vida de desahuciados y sigue haciendo milagros de compasión.

Simón organizó un banquete para celebrar su retorno a la sociedad. El gran invitado era Jesús, su sanador. Además de Cristo, Simón invitó a otros personajes importantes, entre ellos, a Lázaro, quien había sido resucitado.

Cristo aceptó la invitación porque todavía tenía algo que hacer. “Simón estaba agradecido pero no le había aceptado como Salvador. Su carácter no había sido transformado; sus principios no habían cambiado” (DTG 511:1). 
Pronto, la realidad de su triste condición interna sería revelada y tendría una oportunidad de recibir un milagro que jamás había imaginado.
f. Tal es el caso del leproso que volvió agradecido. Los otros nueve se perdieron lo mejor. A este que volvió, Jesús no solo lo limpió y sanó (terapeúo), (Lucas 17:17); sino que fue más allá. A él le dijo: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado (Soso)” (Lucas 17:19). Exactamente eso es lo que quiere hacer Cristo con todos los que reciben sanidad. El trabajo de Cristo debe ser el modelo para nuestro trabajo por los necesitados.
Compasión es preocupación por las necesidades físicas, y también interés por la salud espiritual. Dios no solo quiere sanidad, también quiere salvación.

II. LA MUJER PECADORA 


a. Una mujer de la calle.


Lucas 7:37 dice: “Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume”.
Todo estaba preparado para ser una noche memorable, para un retorno triunfal de Simón a la vida en sociedad; sin embargo, algo alteró definitivamente el ambiente y el programa. Fue el ingreso de una mujer que se lanzó a los pies de Jesús. 
Cuando vio esto el fariseo, dijo para sí: ‘Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora’. 
Simón conocía demasiado a esa mujer. Ella había sido muy perjudicada por él, porque él mismo la había iniciado en la vida de pecado; sin embargo, ahora la despreciaba. ¿Por qué no la rechazó con indignación como a una persona cuyos pecados eran imperdonables? 
Ahora se sentía tentado a dudar que era profeta (DTG 519:2).
b. Simón, una cosa tengo que decirte... (Lucas 7:40)
“Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: di, Maestro”.
Cuando el jefe nos dice que tiene que hablar con nosotros, nos ponemos alertas y hasta nerviosos. Cristo sorprendió los pensamientos de incredulidad de Simón. Él había estado leyendo su mente. La mirada de Cristo le mostró que él sabía todo. Entonces entró en pánico. Cristo lo podía delatar delante de la sociedad. Fue en ese punto cuando el Señor relató una historia: “Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado” (Lucas 7:41-43).
c. Cristo no lo delató. Le habló en un lenguaje que sólo él iba a entender. Sobrecogido de vergüenza, comprendió que estaba frente a alguien superior a él. ¿Ves a esta mujer?, le dijo, es una pecadora. “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho. Mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama”.
d. Simón reconoció cuán poco había apreciado la misericordia que había recibido. Mientras pensaba estar leyendo a su Huésped, su Huésped estaba leyéndolo a él.
e. La hora del reconocimiento
Ahora comenzó a verse a sí mismo desde un nuevo punto de vista. Vio que su religión era solo un manto farisaico. Había despreciado la compasión de Jesús. María era una pecadora perdonada, él era un pecador, sanado pero sin perdón.
f. Una denuncia severa hubiera endurecido el corazón de Simón, pero una paciente admonición por parte de Jesucristo lo convenció de su error. 
En esas circunstancias, Jesús se volvió a la mujer y luego de perdonarla, le dijo: “Tu fe te ha salvado, ve en paz” (ver. 50).

Ilustración.
La agencia de noticias ISNA identifica al hombre que iba a ser colgado como Balal. 
En el 2007, a la edad de 19 años, él asesinó a Abdollah Hosseinzadeh de 17 años de edad. Los dos tuvieron una pelea callejera y Balal sacó un cuchillo de cocina, y apuñaló a Abdollah. El caso sucedió en Irán, donde la horca todavía es aceptada como una forma pública de ejecución. Abdollah ya estaba con la cabeza cubierta, y la soga alrededor del cuello. El joven gritaba y oraba en voz alta; estaba a solo minutos de quedarse totalmente en silencio. En ese instante, aparece la familia de la víctima, y la madre, Maryam Hosseinzadeh, se dirige a la multitud, expresando que ella había estado viviendo una pesadilla desde que perdió a su hijo y que no podía pedirse a sí misma perdonar al asesino. Luego,camina hacia Balal y pide una silla para pararse junto a él. Parada en la silla, abofetea a Balal y le dice: “perdonado”. Luego, para admiración de todos, ella y el padre de Abdollah le quitaron la soga del cuello que un minuto después le habría quitado la vida. La escena concluye con Balal de rodillas y con la familia del condenado corriendo para abrazar a estos padres, para agradecerles con lágrimas el perdón inmerecido que le otorgaron a su hijo.

CONCLUSIÓN
Cuando a la vista humana un caso puede ser desesperado y una persona es considerada imperdonable, Cristo ve en ellos aptitudes para lo bueno. Aquella que había caído tantas veces, y cuya mente había sido habitación de demonios, fue restaurada y puesta en estrecho compañerismo en el ministerio del Salvador.
El fariseo hipócrita, y corruptor de muchachas, descubre avergonzado que Dios conoce su corazón, y aun así está dispuesto a ir más allá de solo sanar su lepra, sino de limpiar la lepra de su alma.
En esa ocasión tan especial, Cristo no solo salvó a María, sino, por su compasión, salvó también a Simón.
A las almas que se vuelven a él en busca de refugio, Jesús las eleva por encima de las acusaciones. Ningún hombre ni ángel malo puede acusar a estas almas, pues están de pie junto al gran abogado, delante del trono de Dios.
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:33,34).
Si pensaste que Dios no te puede perdonar, esta noche has sido testigo del gran amor de Dios y su compasión, y de que puedes salir de este lugar escuchando las palabras de Cristo: “Tu fe te ha salvado, ve en paz” 

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