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Un comienzo difícil - El Éxodo

"Después Moisés y Aarón se presentaron ante Faraón, y le dijeron: “El Señor, el Dios de Israel, dice así: ‘Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto’”. Y Faraón respondió: “¿Quién es el Señor para que yo obedezca su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco al Señor, ni tampoco dejaré ir a Israel”" (Éxodo 5:1, 2).

Muchos creyentes piensan que al decidir seguir a Jesús solo experimentarán felicidad, prosperidad y éxito. Sin embargo, la Biblia deja claro que esto no siempre es así. A veces aparecen muchos obstáculos y nuevas dificultades. Esto puede resultar muy frustrante y suscita preguntas que no siempre tienen respuestas sencillas o, al parecer, ninguna.

Quienes confían en Dios se enfrentarán a numerosas pruebas. Sin embargo, cuando perseveramos, Dios nos provee soluciones en el momento correcto y en sus términos. Sus caminos pueden entrar en conflicto con nuestras expectativas de soluciones rápidas o instantáneas, pero debemos aprender a confiar en él a pesar de todo.

El tema de hoy es la orden dada a Moisés de sacar de Egipto al pueblo de Dios, un llamado que no podía ser más claro, ya que incluyó milagros y la comunicación verbal directa de Dios diciéndole exactamente qué quería que hiciera.

Debería haber resultado sencillo para Moisés, ¿verdad?

Piensa en alguna ocasión en la que aceptaste un llamado de Dios y las cosas no comenzaron bien o no resultaron de la mejor manera. ¿Qué lecciones aprendiste de esa experiencia?

I. ¿QUIÉN ES EL SEÑOR?

Tras las órdenes de Dios, Moisés se presenta ante el faraón para iniciar el proceso en virtud del cual él sacaría de Egipto al pueblo de Dios (Éxodo 3:10).

¿Cuál fue la respuesta del faraón a la exigencia divina: «Deja ir a mi pueblo» (ver Éxodo 5:1, 2) y qué es lo significativo de su respuesta?

«¿Quién es el Señor?», declara el faraón, no con el deseo de conocerlo, sino como un acto de desafío o incluso de negación de Dios, a quien admite que no conoce.

«Yo no conozco al Señor», dice, casi como un alarde.

¿Cuántas personas han dicho lo mismo a lo largo de la historia? Cuán trágico es eso porque, como dijo el mismo Jesús: «Y esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado» (Juan 17:3).

Egipto, con el faraón como rey, representa un poder que niega la presencia y la autoridad de Dios. Es una entidad que se opone a Dios, a su Palabra y a su pueblo.

La siguiente declaración del faraón («tampoco dejaré ir a Israel») pone aún más de manifiesto esta rebelión contra el Dios vivo, convirtiendo a Egipto en un símbolo no solo de la negación de Dios, sino de un sistema que lucha contra él.

No es de extrañar que muchos vieran esta misma actitud, milenios después, en la Revolución Francesa (ver también Isaías 30:1-3; Apocalipsis 11:8). El faraón creía ser una deidad o el hijo de un dios, claro ejemplo de pretensión de superioridad, inteligencia y poder absoluto.

«De todas las naciones mencionadas en la historia de la Biblia, fue Egipto la que con más osadía negó la existencia del Dios vivo y se opuso a sus mandamientos. Ningún monarca resistió con tanto descaro a la autoridad del cielo, como el rey de Egipto. Cuando Moisés se presentó ante él para comunicarle el mensaje del Señor, el faraón contestó con arrogancia: “¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel” (Éxodo 5:2). Esto es ateísmo; y la nación repre­sentada por Egipto iba a oponerse de un modo parecido a la volun­tad del Dios vivo, y a dar pruebas del mismo espíritu de increduli­dad y desconfianza» (CC, 272-273).

Si alguien te preguntara si conoces al Señor, ¿qué le responderías? Si tu respuesta fuera afirmativa, ¿cómo lo describirías y por qué?

¿Qué dirías a alguien que declara: «No conozco al Señor»? En caso de que esa persona no expresara eso como un desafío sino como una realidad en su vida, ¿qué podrías hacer para ayudarla a «conocer al Señor» y explicarle por qué es eso importante?

II. UN COMIENZO DIFÍCIL

Aunque Moisés vislumbraba sin duda cuán difícil era lo que el Señor le había encomendado (de allí su renuencia), probablemente no tenía siquiera idea de lo que le esperaba.

Lee Éxodo 5:3 al 23. ¿Cuáles fueron los resultados inmediatos del primer encuentro de Moisés y Aarón con el faraón?

Incluso antes de presentarse ante el faraón, Moisés y Aarón reunieron a los ancianos y al pueblo de Israel, les refirieron las palabras de Dios e hicieron ante ellos las señales sobrenaturales de origen divino, lo que hizo que Israel creyera que el Señor los liberaría de su esclavitud. Como resultado, adoraron al Señor (Éxodo 4:29-31). Las expectativas eran grandes: el Señor iba a liberar por fin al pueblo hebreo de su esclavitud.

Moisés presentó entonces al rey de Egipto las exigencias de Dios, y las cosas empeoraron para los israelitas. Su sufrimiento aumentó, y su trabajo diario se hizo más pesado y exigente. Se los acusó de ser perezosos, se los trató con más dureza y su servicio se hizo más difícil de lo que ya había sido.

En consecuencia, los líderes del pueblo no estaban contentos, y el enfrentamiento entre ellos y Moisés y Aarón fue desagradable, algo que, como veremos más adelante, presagiaba el tipo de conflictos que Moisés tendría con su propio pueblo en los años venideros.

Lee Éxodo 5:21 y ponte luego en el lugar de estos hombres cuando confrontaron a Moisés y a Aarón. ¿Por qué dijeron eso?

No es tan difícil entender por qué se habían airado contra Moisés («Que el Señor los examine y juzgue», dijeron). Pensaban que Moisés venía a liberarlos de los egipcios, no a hacer el yugo de su servidumbre aún más difícil.

Así, además de lidiar con los egipcios, Moisés y Aarón tuvieron que hacerlo también con su propio pueblo.

¿Cuáles son algunas de las mejores maneras de tratar con los líderes de la iglesia local cuando surgen desacuerdos, como inevitablemente sucede?

III. EL DIVINO YO

Pobre Moisés. Primero es reprendido por el faraón, y ahora su propio pueblo no hace más que maldecirlo.

Así, pues, Moisés presenta su queja a Dios. En su amargura y decepción por el empeoramiento de las condiciones de Israel, le dice: «¿Por qué tratas tan mal a este pueblo? ¿Para esto me enviaste? Desde que me presenté ante el faraón y le hablé en tu nombre, no ha hecho más que maltratar a este pueblo, que es tu pueblo. ¡Y tú no has hecho nada para librarlo!» (Éxodo 5:22, 23, NVI). El descontento de Moisés con el Señor es obvio y comprensible en vista de la situación.

La respuesta de Dios, sin embargo, es contundente. Él actuará, y de manera muy decidida. «Ahora verás lo que voy a hacer con el faraón» (Éxodo 6:1, NVI).

Lee Éxodo 5:22 a 6:8. ¿Cuál es la respuesta de Dios a Moisés y qué importantes verdades teológicas se destacan aquí?

Dios ya no solo hablará; ahora intervendrá poderosamente en favor de su pueblo. El Señor le recuerda a Moisés algunos hechos pertinentes: 
(1) Yo soy el Señor; 
(2) Me aparecí a los patriarcas; 
(3) Establecí mi pacto con ellos; 
(4) He prometido darles la tierra de Canaán; 
(5) He oído el gemido de los hijos de Israel; y 
(6) Me he acordado de mi compromiso de darles la Tierra Prometida.

Nótese la repetición del pronombre «yo» aplicado por Dios a sí mismo (vers. 2, 6): yo, el Señor tu Dios, he hecho tal y tal cosa, y por eso puedes confiar en que yo haré por ti lo que te he prometido.

El Señor proclama ahora solemnemente que hará cuatro grandes cosas por Israel porque él es su Señor viviente: 
(1) «Voy a quitarles de encima la opresión de los egipcios»; 
(2) «Voy a librarlos de su esclavitud»; 
(3) «Voy a liberarlos con gran despliegue de poder y con grandes actos de justicia» y 
(4) «Haré de ustedes mi pueblo; y yo seré su Dios» (Éxodo 6:6, 7, NVI).

Estas cuatro acciones divinas aseguran y restablecen su relación con su pueblo. Dios es el sujeto de todas estas actividades, y los israelitas son los destinatarios de todos estos beneficios y de su gracia. Dios ofrece estos dones gratuitamente y por amor. Lo hizo entonces en favor de ellos y lo hace ahora en nuestro favor.

¿Qué otros personajes de la Biblia se quejaron ante Dios con buenas razones? ¿Por qué es correcto que a veces derrames tu alma ante Dios e incluso te quejes de tu situación? ¿Por qué, sin embargo, debes hacerlo siempre con fe y confianza?

IV. LABIOS INCIRCUNCISOS

En efecto, el Señor había hecho a Moisés algunas poderosas promesas acerca de lo que haría. Aunque aquel encuentro animó, sin duda, a Moisés, probablemente su ánimo duró poco dada la respuesta que recibió del pueblo.

Lee Éxodo 6:9 al 13. ¿Qué sucedió después y qué lecciones podemos extraer de esta historia acerca de los momentos de decepción y lucha en nuestra vida?

Los hebreos estaban tan descorazonados por su dolor, sufrimiento y duro trabajo que no escuchaban las palabras de Moisés, quien les aseguró que Dios intervendría para cumplir lo que prometió. Habían esperado tanto tiempo sin ver cumplidas sus expectativas. ¿Por qué habría de ser diferente ahora? Estaban perdiendo el ánimo y la esperanza, algo tanto más triste por cuanto aquella era tal vez la primera ocasión en la que habían tenido una esperanza fundada de liberación.

¿Quién no ha estado en una situación similar? ¿Quién no se ha sentido en algún momento deprimido, decepcionado, insatisfecho e incluso abandonado por Dios?

¿Cómo intervino Dios en tu vida cuando le pediste ayuda o cuando no esperabas su intervención. ¿Cómo podemos creer en la bondad de Dios cuando suceden cosas malas, incluso a quienes confían en él?

¿Recuerdas la historia de Job? ¿Y la de Asaf, un salmista que luchaba con sus preguntas acerca de la prosperidad de los malvados y el sufrimiento de los justos? Sin embargo, a pesar de sus luchas, Asaf dio expresión a una de las más bellas confesiones de fe: «Pero yo siempre estoy contigo, pues tú me sostienes de la mano derecha. Me guías con tu consejo, y más tarde me acogerás en gloria. ¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra. Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna» (Salmos 73:23–26, NVI).

A través de la historia sagrada, Dios ha asegurado a su pueblo que él está con ellos (Isaías 41:13; Mateo 28:20). Él les da su paz, su consuelo, y los fortalece para superar los desafíos de la vida (Juan 14:27; 16:33; Filipenses 4:6, 7).

La declaración pactual: «Los haré mi pueblo y seré su Dios» (Éxodo 6:7) expresa la relación íntima que el Señor desea tener con ellos.

Piensa en la declaración «los haré mi pueblo y seré su Dios» (Éxodo 6:7). Aunque el contexto de ella es corporativo, ¿cómo se aplica a cada uno de nosotros individualmente y cómo debería esa relación ponerse de manifiesto diariamente en nuestra vida? (Ver también 2 Corintios 6:16).

V. COMO DIOS PARA FARAÓN

Lee Éxodo 6:28 a 7:7. ¿Cómo responde el Señor a la objeción de Moisés?

Dios se presenta a Moisés como Yahvé, lo que significa que es el Dios personal y cercano, el Dios de su pueblo, el Dios que entabló una relación de pacto con ellos.

Este Dios cercano vuelve a ordenar a Moisés que vaya a hablar con el faraón. Sin confianza en sí mismo, Moisés vuelve a objetar: «¿Cómo me oirá Faraón?». Aquí podemos ver de nuevo no solo la humildad de Moisés, sino también su reiterado deseo de librarse de la tarea, que hasta ahora no había sido exitosa.

«Cuando Dios ordenó a Moisés que se presentara de nuevo ante el faraón, Moisés manifestó desconfianza en sí mismo. El término aral sefataim (lit. “incircunciso de labios” [RVA]), que se usa aquí para expresar la torpeza oratoria de Moisés (6:12, 30), es similar al que aparece en Éxodo 4:10, “tardo en el habla”» (Comentario bíblico Andrews [Buenos Aires: ACES, 2024], t. 1, p. 242).

En su misericordia, Dios hace que Aarón ayude a Moisés. Este hablará a Aarón, quien a su vez hablará públicamente al faraón. Así, Moisés desempeñará el papel de Dios ante el rey egipcio, y Aarón será su profeta.

Este relato proporciona una excelente definición del papel de un profeta como vocero de Dios. Es decir, como su representante para transmitir e interpretar la palabra dirigida por Dios al pueblo. Así como Moisés habló con Aarón y este con el faraón, Dios se comunica con un profeta, quien luego proclama la enseñanza de Dios al pueblo, ya sea verbalmente y en persona o, como era más frecuente, mediante el registro escrito del mensaje recibido.

Dios también explica a Moisés lo que puede esperar de los encuentros con el faraón. Le advierte que el enfrentamiento será intenso y prolongado, y le recalca por segunda vez que el faraón será muy terco y que endurecerá su corazón (Éxodo 4:21; 7:3). Sin embargo, el resultado será positivo, ya que «sabrán los egipcios que yo soy el Señor» (Éxodo 7:5, NVI). Es decir, Dios será glorificado incluso en medio del caos que sobrevendrá.

Moisés ya no tuvo excusas para negarse a hacer lo que Dios le encomendó. ¿Qué excusas podríamos presentar nosotros para intentar librarnos de lo que sabemos que Dios quiere que hagamos?

CONCLUSIÓN

Lee el capítulo titulado «Las plagas de Egipto» en el libro Patriarcas y profetas, de Elena G. de White, pp. 233–237.

Nota cómo empeoraron las cosas para Moisés y su pueblo después de que este se presentó por primera vez ante el faraón:

«El rey, lleno de ira, sospechaba que los israelitas tenían el propósito de rebelarse contra su servicio. El descontento era el resultado de la ociosidad; trataría de que no tuvieran tiempo para dedicarlo a proyectos peligrosos. Inmediatamente dictó medidas para hacer más severo su trabajo y aplastar el espíritu de independencia. El mismo día, ordenó hacer aún más cruel y opresiva su labor.

»En aquel país, el material de construcción más común eran los ladrillos secados al sol; las paredes de los mejores edificios se construían de este material, y luego se recubrían de piedra; y la fabricación de los ladrillos requería una gran cantidad de siervos. Como el barro se mezclaba con paja, para que se adhiriera bien, se requerían grandes cantidades de este último elemento; el rey ordenó ahora que no se suministrara más paja; que los obreros debían buscarla ellos mismos, y esto exigiéndoseles que fabricaran la misma cantidad de ladrillos.

»Esta orden causó gran consternación entre los israelitas por todos los ámbitos del país. Los comisarios egipcios habían nombrado a capataces hebreos para dirigir el trabajo del pueblo, y estos capataces eran responsables de la producción de quienes estaban a su cargo. Cuando la exigencia del rey se puso en vigor, el pueblo se diseminó por todo el país para recoger rastrojo en vez de paja; pero les fue imposible realizar la cantidad de trabajo acostumbrada. A causa del fracaso, los capataces hebreos fueron azotados cruelmente» (PP, 234, 235).

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