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Pueblo de Dios

Dice Apocalipsis 12:17: “Entonces el dragón se airó contra la mujer, y fue a combatir al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús”.

Imaginemos que fuera posible pausar el flujo de esta revelación de Jesús. ¿Qué tal si pudiéramos entrar en esta película y caminar en medio de sus personajes y elementos? ¿Qué tal si pudiéramos ver sus expresiones y el lugar que ocupan en el escenario general?

¡Vamos a zambullirnos en el texto para intentarlo!

DESARROLLO

1. El escenario

Lejos de ser una película, no hay nada más real que esto. Dios nos cuenta qué es lo que realmente está pasando en este mundo y en el universo para que no andemos a tientas en este tiempo. Nacimos directamente en “la final del campeonato mundial” y necesitamos “saber bien cómo es el campo de batalla” para jugar bien este “partido”.

2. Los personajes (elenco en orden de aparición).
- El dragón: Es el que persigue, el que acusa, el que causa daño, el padre de la mentira, el que propone escenarios alternativos (a veces parecidos, pero, al final, siempre di- sonantes con la realidad), el hijo de perdición, el que ya perdió... Todo lo que puede hacer es mostrar su frustración y buscar consuelo en el mal de muchos.

- La mujer: En Isaías 54:5 y 6, la Biblia señala que la mujer es la iglesia de Dios, el objeto de su amor.

- El resto de sus hijos: El remanente es el pueblo especial de Dios, que lo representa y cumple su misión. Por estas razones recibe el odio y la persecución del enemigo. Dios lo cuida de forma especial y, finalmente, lo salva.

- Los Mandamientos de Dios: El remanente guarda los mandamientos de Dios por- que se sabe amado por Dios y también porque es conveniente guardarlos. Dios, el Creador de la realidad es quien sustenta todas las cosas, las describe y, a su vez, legis- la e indica su funcionamiento. Él es la Palabra y su descripción de las cosas tiene total correspondencia con la realidad misma, no es un relato. Él nos indica el camino para funcionar: sus Diez Mandamientos no son un capricho, sino lo que funciona (y, por lo tanto, lo demás es disfuncional).

- Jesús: Ya llegaremos al significado de “el testimonio de Jesús”, pero veamos pri- mero al personaje del testimonio. Jesús es el centro de la Pascua, del Apocalipsis, y de toda la historia de la redención. Él creó, él le propuso al Padre rescatar a la especie caída, él sacrificó al primer cordero junto a Adán y Eva –atónitos–, él caminó con Enoc y fue amigo de Abraham, él tomó aliento, respiró profundo y se encarnó en un embri- ón, nació, obedeció, ayudó y nos mostró al Padre en cada uno de sus gestos, pausas y palabras. Luego bebió la copa, hasta lo sumo, para consumar así el sacrificio perfecto del Cordero perfecto. Y descansó. Y lo hizo en el séptimo día de esa semana pascual.

Pero su obra no terminó allí. Él resucitó y, a través de las Escrituras –que apuntan a ¡él!–, abrió los ojos de sus discípulos a la naturaleza de su misión, a la esencia del Camino, la Verdad y la Vida.

Él –¡alabado sea Dios!– ascendió al Cielo, a ocupar el lugar que le pertenece, y entró después al Lugar Santísimo para juzgar a favor de sus queridos hermanos (Juan 20:17; 5:22-27).

Él es, entonces, de quien testifican las Escrituras (Juan 5:39) y el Deseado de to- das las gentes. Sus hermanos, que lavaron sus vestiduras en la sangre del Cordero, lo siguen por dondequiera que va (Apocalipsis 14:4). Como él es el señalado entre 10.000, pronto auxilio en las tribulaciones y quien está y estará con nosotros, aunque andemos en valle de sombra y de muerte, nosotros respondemos con gratitud, con aceptación, para formar parte del resto de sus hijos.

-El testimonio de Jesús: El remanente (o sea, el resto de sus hijos) se caracteriza por su obediencia a los mandamientos de Dios y la posesión del testimonio de Jesucristo, o “espíritu de profecía” (Apocalipsis 19:10), que es un don profético como el de Juan.

3. El recorrido del remanente

Después de mirar esta foto, intentemos acompañar el recorrido del remanente. Si acercamos la lupa, podemos advertir que hay un grupo de hijos de la mujer que guarda los mandamientos de Dios y tiene el testimonio de Jesús. Entonces, evidentemente, no todos los hijos de la mujer presentan estas dos características. La historia de Daniel y sus amigos puede ayudarnos a entender las vivencias del remanente. Consideremos las coincidencias:

-Varios fueron los hijos de Israel llevados cautivos a Babilonia en tiempos de Nabucodonosor, pero cuatro fueron fieles a Dios, sus mandamientos y revelaciones proféticas, y estos fueron perseguidos (Daniel 1-6):

-Daniel y sus amigos eligieron comer saludablemente (Daniel 1:12; no matarás –a sí mismo–), dieron la gloria debida a Dios (Daniel 2:28 –no tendrás dioses ajenos–), no adoraron imágenes, ni se postraron ante ellas (Daniel 3), amaron a su prójimo al amo- nestar a Nabucodonosor (Daniel 4), adoraron solo a Dios (Daniel 6).

-Finalmente, Daniel y sus amigos son liberados de cada ataque del enemigo. Del mismo modo, los fieles hijos de Dios recibirán corona de vida eterna cuando Jesús venga a buscarlos.

El remanente –que nace en el corazón de Dios y encuentra simpatía en el corazón de cada miembro del cuerpo– es objeto del tierno cariño del Padre. Él toma su viña, la cuida, quita sus piedras, le edifica una torre (Isaías 54:1, 2, 4), le envía a su Hijo (Lucas 20:13), luego al Espíritu Santo (Juan 14:16, 17, 26; 15:26), y la acompaña en todo momento (Apocalipsis 2:1). Dispone, finalmente, una medida especial de gracia (Joel 2:23) así como en el momento de la prórroga, para la definición de un campeonato, y le escribe su Ley de amor en el corazón (Jeremías 31:33; Hebreos 10:16) de cada uno de los que lavaron sus vestiduras en la sangre del Cordero (Apocalipsis 7:14). El corazón de Dios queda sincronizado con el corazón de cada uno de sus hijos.

Este pueblo, revitalizado por Dios, sigue al Cordero y se transforma en su representante en un mundo que está como “ovejas sin pastor” (Mateo 9:36). En este mundo hay confusión, porque “un enemigo hizo esto” (Mateo 13:24-30). Entonces, con claridad y cariño, Dios nos pide compartir su amor y su mensaje (¡de amor!).

Escuchemos sus palabras en estos textos bíblicos:

“El Señor te ha declarado qué es lo bueno y qué pide de ti: solo practicar la justicia, amar la bondad y andar humildemente con tu Dios” (Miqueas 6:8) “desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas opresivas, dejar libres a los quebrantados, que rompas todo yugo. Que partas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al desnudo lo cubras, y no te escondas de tu hermano” (Isaías 58:6, 7).

“Por tanto, vayan a todas las naciones, hagan discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado. Y yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19, 20).

La misión ocurre, entonces, de formas muy variadas y en lugares muy distintos: desde la intimidad del hogar –enseñando a los hijos (Génesis 18:19) – hasta el esparcimiento del evangelio en medio de la persecución y la huida, pasando por el púlpito, la cama del enfermo, la casa del enlutado, la estación de trabajo del colega, la celda del preso... compartiendo palabras de consuelo, el pan, el abrigo y la acción decidida y útil en favor de la viuda, del desamparado, del necesitado y del angustiado, del que parece ya no tener esperanza.

Al ir sembrando misericordia, se van abriendo los corazones. Pueden leer la ley de Dios, la ley de amor, en las vidas de los componentes del remanente. Se despiertan los corazones y, de diferentes maneras, preguntan: ¿Qué tienes diferente? ¿Qué conoces? ¿Qué va a pasar? El mundo conocerá que somos discípulos de Cristo porque nos amamos unos a otros (Juan 13:35), y a todo el prójimo, hasta que, como ocurre con la luz de la aurora, el día sea perfecto (Proverbios 4:18) y la Tierra sea alumbrada por su gloria (Apocalipsis 18:1).

CONCLUSIÓN

¡Gracias, Señor! Gracias, Señor, por la Palabra profética más segura (2 Pedro 1:19), en la cual podemos andar, y también podemos compartir con todo el que quiera oír. La segura revelación de Dios, de todos los tiempos nos alumbra el camino (Salmos 119:105) para recorrerlo con seguridad y confianza (Salmos 23:4), y para ayudar a todo buscador sincero (2 Corintios 5:18, 19).

“Las profecías terminarán; cesarán las lenguas; y la ciencia tendrá su fin. Pero el amor nunca dejará de existir. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; pero cuando venga lo que es perfecto, desaparecerá lo imperfecto.
Ahora permanecen estos tres dones: la fe, la esperanza y el amor. Pero el mayor es el amor” (1 Corintios 13:8-13).

En esta Semana Santa, Dios nos invita a seguirlo y obedecerlo. Nos invita a ser parte del remanente fiel. Podemos ser parte de esta película, que no es otra cosa que la realidad. Que nuestra decisión sea real y firme. Y que sea hoy.

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