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Raquel Arrais
El texto bíblico de esta mañana está en Isaías 60:1
“¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti!” (RVR1995). Isaías nos anima a levantarnos y brillar porque ha llegado su “luz”.
Elena de White define ese llamado al usar la imagen de “levantarse y resplandecer” en un mensaje poderoso. “Si alguna vez hubo un tiempo en la historia de los adventistas cuando deberían levantarse y brillar, ese tiempo es ahora. A ninguna voz se le debiera impedir proclamar el mensaje del tercer ángel. Que nadie, por temor de perder prestigio en el mundo, oscurezca un solo rayo de luz que proviene de la Fuente de toda luz. Se requiere valor moral para hacer la obra de Dios en estos días, pero que nadie sea conducido por el espíritu de la sabiduría humana. La verdad debiera ser todo para nosotros. Que los que quieren hacerse de renombre en el mundo se vayan con el mundo”.1
Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz, dice el profeta Isaías.
La palabra levantarse significa “levantarse, ponerse en pie al estar acostado o sentado”, “destacarse”, “ser reconocido”, “ascender”. Eso significa que se espera que usted se levante, quede en pie, ascienda y se destaque (sea reconocida).
Levantarse también significa avanzar al siguiente nivel, un nivel más elevado. ¿Hemos avanzado al nivel inmediatamente superior?
Vivimos en un mundo reducido a la punta de nuestros dedos: laptops y tabletas, Wi-Fi y Bluetooth, Facebook y Twitter. Este desempeño en alta velocidad, de tecnología de punta, ¿indica que la humanidad está alcanzando un nivel más elevado de civilización? Algunos dicen que sí.
Sin embargo, en medio de tanto avance en el conocimiento y en la comunicación, hay una oscuridad que es repulsiva y atemorizante; una oscuridad que sobrepasa la nacionalidad, el grupo etario, la educación, la cultura y la profesión; una oscuridad que desafía a la humanidad de cada uno de nosotros y que disminuye la espiritualidad de todos nosotros, especialmente la de aquellos que llevan el nombre de cristianos o de adventistas del séptimo día. ¿De qué oscuridad estoy hablando?
Considere el mundo a su alrededor. Considere su iglesia. Examine su lugar de trabajo. Inspeccione su propia casa, su escuela y sus alrededores. ¿Hay oscuridad en alguno de esos lugares?
Como mujer involucrada en el ministerio de la mujer, sugiero que:
- Mientras que una cada de tres mujeres continúe sufriendo algún tipo de abuso en la vida, habrá oscuridad en el mundo.
- Mientras que las mujeres estén sujetas a la mutilación genital, al casamiento infantil, a la opresión de la dote, a la muerte por honra, al estupro y al abuso verbal, a la discriminación en el trabajo de forma espantosa, habrá oscuridad en el mundo.
- Mientras que 1.2 millones de niños sean traficados en el mundo entero cada año, habrá oscuridad en el mundo.
Sí, hay oscuridad, grandes tinieblas, tinieblas degradantes, oscuridad ultrajante. A nosotros, que vivimos en un mundo de tinieblas (oscuridad exterior, oscuridad interior) y a nosotros que deseamos ministrar a nuestras hijas y hermanas, a las madres y esposas, viene el llamado de Isaías:
“¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti!”
Isaías se está dirigiendo a una nación que irá hacia las tinieblas de Babilonia, aproximadamente 120 años después del ministerio del profeta. Él sabe que Israel sufrió mucho durante un periodo de tinieblas en el pasado, como la esclavitud en Egipto y el ataque de los asirios. A un pueblo acostumbrado a vivir temiendo a la oscuridad, a un pueblo que parecía haber perdido toda esperanza, el profeta predice libertad del miedo y esperanza en medio de la desesperación.
Parece que les está diciendo: La oscuridad vendrá, pero esta no necesita envolverlo para siempre; la noche sin esperanza debe dar lugar al brillante y glorioso amanecer.
La promesa y el desafío de Dios es un: “Levántate y resplandece”.
Levántate. Sal del temor. Que la oscuridad del abuso desaparezca. Resplandece en la gloria de la luz que viene de Dios y solamente de él.
Para nosotros es fácil ignorar lo que dice Isaías. No obstante, si deseamos vencer las tempestades que nos esperan, enfrentar las amenazas morales, sociales y culturales que nos oprimen, debemos aprender a permitir que la Palabra de Dios nos hable. Entonces, ¿qué dice Isaías?
UN MENSAJE CLARO
Primero, un mensaje claro: el propio Dios es luz. El salmista ya nos da esta certeza: “Jehová es mi luz y mi salvación, ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?” (Salmos 27:1, RVR1995).
Pero Israel, como siempre ocurre con todos nosotros, fue confundido en su propia fuerza y se vio a sí mismo como una luz que parecía ser suficiente para lo que le esperaba.
Y ese abordaje auto centrado solamente los llevó a la esclavitud. Es a ese pueblo cautivo, pueblo que se puso en cadenas, a quien vino la Palabra de Dios: “Levántate de tu propio engaño y mira más allá: allí está el Señor, tu Luz. Con esa luz en tus manos y en tu corazón, levántate y resplandece” (Isaías 60:1-2, paráfrasis de la autora).
Cuando Israel hace que su luz, la luz de Dios, brille, las naciones a su alrededor “Andarán […] a tu luz” (v. 3), y el brillo del amanecer, el resplandor de un nuevo día vendrá sobre ti. Pero ese nuevo día no es para la gloria personal; es un poderoso evento de testimonio global. Dios no solo libera a Israel de las tinieblas de la esclavitud; él hace de Israel un conducto de luz. Este es el medio de dejar que las naciones sepan que Dios, que es luz en sí mismo, desterrará toda forma de oscuridad y dejará su luz brillar majestuosamente.
Su luz combatirá todas las tinieblas humanas.
Pasemos ahora de esta promesa profética a una realidad presente. El significado es tan relevante hoy como lo era en los días de Isaías. Jesús dice: “Vosotros sois la luz del mundo […] Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, […] y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14-16, RVR 1995). “Jesús no induce al cristiano a que se esfuerce con el fin de resplandecer, sino que simplemente deje que su luz resplandezca sobre el mundo mediante rayos claros y distintos”.
Esta es la cuestión fundamental. Sabiendo que fuimos llamadas para ser luz, nuestra elección será permitir que esa luz brille.
Pero, ¿qué significa para nosotros ser la luz del mundo? ¿Cómo brilla la luz de Jesús a través de nosotros? La luz de Jesús brilla por medio de nuestro reconocimiento de que todos los seres humanos fueron creados a la imagen de Dios y de que todos nosotros somos hijos de Dios. Como miembros de su familia, debemos reconocer la unicidad del espectro humano completo: norte y sur, este y oeste, blanco y negro, hombre y mujer, joven y anciano. Cuando esta unidad es reconocida, la luz que brilla en nosotros y a través de nosotros disipará cada rincón oscuro de las tinieblas del odio.
La luz de Jesús brilla por medio de nuestras acciones de amor y de gracia. Como los llamados del Señor, somos el cumplimiento de la visión de Isaías. En este contexto, Jesús nos designa como su luz, reflejando el resplandor que emana de él. Él nos llama a una vida de mansedumbre.
Él nos ordena ir a los que tienen hambre y sed de justicia. Espera que lo reflejemos por medio de nuestra misericordia, pureza de corazón, nuestra prontitud para reconciliarnos con los adversarios, nuestra fidelidad sexual, nuestra honestidad, nuestro rechazo de vengarnos, nuestra oración y ayuno. Estas son obras de obediencia que reflejan la luz de Jesús que brilla a través de nosotros en medio de
las tinieblas que nos cercan. La luz de Jesús brilla a través de nosotros cuando producimos el fruto del Espíritu. Este fruto es: amor en un mundo de odio; alegría en los momentos de tristeza; paz en medio del conflicto; paciencia ante la irritación; amabilidad cuando la vida es muy áspera, bondad que vence al mal; fidelidad que aparta la deshonestidad; mansedumbre ante la aspereza; y dominio propio en un mundo egoísta.
UN MENSAJE INTEGRAL
Segundo, Isaías apunta a nuestra naturaleza integral de la luz que brilla sobre nosotros. Cuando la luz de Dios disipa las tinieblas de nuestro corazón, él suscita una transformación total de la vida.
Nuestro espíritu es transformado por el Espíritu de Dios, por lo tanto, ya no pertenecemos a nosotros mismos, sino a él: para hacer su voluntad, para caminar por sus caminos, para testificar de su gloria, para abrazar a nuestros hermanos y hermanas, y para lanzar luz a fin de disipar toda oscuridad que nos cerca.
Nuestra mente es liberada de los grilletes del pecado y de la muerte. El centro de nuestros pensamientos
es liberado para acatar la visión de Dios para la vida, para enfrentar la oscuridad del mundo y para cultivar la renovación de nuestra mente a fin de que podamos revelar “la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2)
Nuestro cuerpo es renovado por el poder del Espíritu Santo. Reconocemos la santidad del cuerpo como
el templo de Dios. La responsabilidad por proteger esta santidad se extiende no solo a nuestro cuerpo, sino también al cuerpo de cada ser humano con quien entramos en contacto.
Nuestras pasiones ascienden de los abismos de las tinieblas para atacar la vida pura y santificada que Dios estableció para nosotros. La luz cambia de tal forma nuestras emociones que rechazamos la zona prohibida en las relaciones interpersonales y permanecemos en los confines del amor y del cuidado de Dios.
Nuestras relaciones ya no son más definidas por los beneficios que podamos obtener de ellas, sino por
la transformación afectuosa de la luz de Dios. Nuestras relaciones no se rigen por la sangre en nuestras venas, sino por la sangre de Jesús que nos hizo sus hijos.
Sí, como portadores de luz, debemos exponer a las tinieblas. Somos luz cuando defendemos la justicia y la verdad en la plaza pública, en el trabajo, en casa, en las iglesias.
Disminuimos esa luz cuando cedemos al orgullo, a la envidia, a la discordia, al abuso y a la inmoralidad. Si odiamos a nuestros hermanos y hermanas, si cedemos al abuso, no somos y no podemos caminar en la luz.
UN MENSAJE PARA SERVIR
Tercero, Isaías insta a una vida de servicio. La idea de luz es muchas veces comprendida como algo distintivamente glorioso, apareciendo en una gran y poderosa demostración.
Pero el profeta nos enseña que la verdadera luz está en el servicio.
El servicio es un tema profundo y recurrente en las Escrituras. Isaías ya anticipa en los capítulos 42 y 53 que el Mesías vendría como siervo, sin esplendor exterior. Su apariencia sería como la del menor entre todos, aunque oculto en esa normalidad estuviese el verdadero poder de Cristo: el poder del amor, el poder de la humildad, el poder del servicio abnegado.
Jesús vivió entre los pobres, trabajó entre los oprimidos y rechazados, levantó al afligido y al sufriente y, al final murió en una cruz. La manifestación más gloriosa del poder divino fue demostrada en la forma no ostensiva de gloria. La mayor manifestación del poder y de la gloria fue revelada en las tinieblas de la fealdad. Es por eso que el evangelio era una locura para los griegos, escándalo para los judíos y burla para los romanos. Ninguno de ellos podía comprender la gracia redentora que fluye de la cruz.
La verdadera luz de Jesús aparece en el servicio. El llamado para levantarse y resplandecer está asociado a la luz que irradia de la venida del Espíritu Santo. Es la luz que disipa las tinieblas. Es la luz que implica la invitación para servir, para alcanzar lo que fuimos creados para ser.
Desde la primera promesa a Abraham de que la comunidad debe ser un canal de bendiciones a las naciones, el pueblo de Dios debe ser un ejemplo. Si aceptamos el llamado para ser siervos, seremos bendecidos. Y, en nuestra obediencia, el mundo será bendecido. La disipación de las tinieblas será significativa.
UN MENSAJE DESAFIANTE
Cuarto, el mensaje de Isaías nos desafía a ser luz que brilla a través de las tinieblas, que disipa las tinieblas. Jesús nos ordena: “Vosotros sois la luz del mundo […]. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14-16).
Pablo nos recuerda: “porque en otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor” (Efesios 5:8-10). Este es nuestro llamado y debemos descubrir formas de vivir ese llamado como su comunidad de discípulos.
LA COMISIÓN
Somos comisionados por Jesús para iluminar las tinieblas [dejar la luz brillar] y para exponer al mal. “Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Efesios 5:11).
Claramente, nuestra tarea es llevar nuestras lámparas a los rincones oscuros del mundo e iluminarlos.
Elena de White nos incentiva a marcar la diferencia en nuestras comunidades, aun cuando enfrentamos
grandes dificultades personales para iluminar las tinieblas.
¿Cómo funciona la providencia?
Según Bakke (2002, 36): "En el cielo todos veremos la gran imagen, o como dice el comentarista Paul Harvey, 'el resto de ese relato'. Y de eso se trata la reflexión teológica. Una de las preciosas cosas que Dios les permite a los cristianos es la posiblidad de decir lo que dijo Mardoqueo: 'Tal vez, sé por qué estás aquí'. Cuanto más conocemos de la voluntad de Dios y de la planificación de Dios, mayor es la licencia que tenemos para observar esas huellas y decir: 'tal vez'".
“Dios ha dispersado a sus hijos por diversas comunidades para que la luz de la verdad brille en medio de la oscuridad moral que envuelve la tierra. Mientras más densa la oscuridad que nos rodea, mayor la necesidad de que nuestra luz alumbre para Dios. Puede ser que seamos colocados en circunstancias de grandes dificultades y pruebas, pero esto no es evidencia de que no estamos en el lugar que la Providencia nos ha asignado”.4
El desafío para nosotras, como mujeres, es tener tiempo para “hacer la diferencia”. ¿Qué pequeña diferencia podemos hacer? ¿Qué chispa podemos encender para esparcir la luz de Dios para que brille a través de la oscuridad moral en la que nuestras hijas, hermanas y esposas están sujetas a vivir? ¿Cuál es la tarea hoy para las que están involucradas en el Ministerio de la Mujer?
LOS TEMAS DE LOS SEIS DESAFÍOS DE LA MUJER ADVENTISTA EN EL MINISTERIO
Según Bakke (2002, 39): "Ester está en la Biblia para recordarnos que algunos pecados son más que personales y que, aunque uno se arrepienta de ellos, nada cambia amenos que, en algún momento, cambien las leyes"
“Cambiar un corazón, alcanzar mi mundo” es el lema del Ministerio de la Mujer adventista. Nuestra visión es ayudar a los necesitados. Buscamos realizarla al atender los seis principales desafíos que afligen a las mujeres en todo el mundo: abuso, analfabetismo, carga de trabajo, pobreza, salud y educación.
Abuso y violencia: Las estadísticas globales muestran que una de cada tres mujeres sufre de violencia física y sexual a lo largo de la vida. De los 1.2 millones de niños traficados cada año, el 80% son niñas. Ante el clamor global sobre esta cuestión, la Agencia Adventista de Desarrollo y recursos Asistenciales y el Departamento del Ministerio de la Mujer lanzaron la campaña de defensa bastadesilencio® en octubre de 2009 con el objetivo de poner fin a la violencia contra las mujeres y niñas.
Desde entonces, siete departamentos de la iglesia mundial se unieron para asegurar que bastadesilencio® continúe como una iniciativa activa y vital de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Estos departamentos incluyen el Ministerio del Niño, Educación, Ministerio de la Familia, Ministerio de Salud, Asociación Ministerial, Ministerio de la Mujer y Ministerio Joven. Hoy nuestro desafío es el bastadesilencio®.
Pobreza: De las 1.2 mil millones de personas alrededor del mundo que viven en la pobreza, el 70% son mujeres. La pobreza parece haber asumido un rostro femenino. Remover esa cicatriz es nuestro desafío hoy.
Amenazas a la salud: Los daños a la salud de las mujeres incluyen amenazas emocionales, sociales y físicas, suscitadas por factores sociales, políticos y económicos. La calidad de salud de la mujer impacta directamente en su vida y en el bienestar de su familia. La falta de salud mina la capacidad de la mujer de ser una participante plenamente productiva en la obra de Dios. Aproximadamente una de cada cinco mujeres sufre de depresión en algún momento de su vida. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la depresión será el segundo principal contribuyente en la carga global de enfermedades, hasta el 2020. Remover esa carga inaceptable es nuestro desafío hoy.
Carga de trabajo: las mujeres alrededor del mundo, en todas las culturas, enfrentan el problema de la sobrecarga de trabajo. Las mujeres enfrentan el desafío de realizar dos tercios del trabajo del mundo, lo que resulta en largas jornadas de trabajo, bajos salarios, muchas horas de trabajo en casa y en el cuidado de los niños, dejando poco tiempo para la devoción personal, para el descanso, la recreación y el crecimiento social y espiritual. Equilibrar el trabajo y el ocio, hacer que el trabajo sea equitativo dentro
y fuera de casa, ofrecer tiempo para el crecimiento mental y el consuelo del Espíritu Santo es nuestro
desafío hoy.
Educación: La educación para todos es un derecho humano básico. Para que las mujeres tengan mejor salud, nutrición y calidad de vida para sí mismas y para sus familias, necesitan tener acceso igualitario a la educación. Proveer para que las niñas tengan acceso a la educación en todos los niveles es nuestro desafío hoy.
Analfabetismo: De los 163 millones de jóvenes analfabetos en el mundo, el 63% son mujeres. E incluso en los países influyentes, las niñas reciben menos educación y capacitación que los varones. El analfabetismo está poderosamente asociado al bajo estatus social, a la pobreza y a la salud precaria. La falta de alfabetización atrapa a las mujeres en el ciclo de la pobreza, con opciones limitadas para la mejoría económica, sentenciándolas a ellas y a sus hijos a la pobreza crónica. Lo más importante es que la alfabetización permite a las mujeres la dádiva de leer la Biblia. Dar a cada mujer la llave para el mundo de la alfabetización y del desarrollo personal es nuestro desafío hoy.
Confrontar estos desafíos, para levantarse y resplandecer en medio de la oscuridad que aflige a las mujeres, abrir ampliamente la vista a un nuevo mundo en Jesús, librar del abuso a nuestros hogares, iglesia, lugar de trabajo y comunidad es tarea y responsabilidad de todo adventista hoy.
CONCLUSIÓN
Somos la luz del mundo. Disminuimos esa luz, hasta incluso oscurecerla, cuando cedemos al orgullo, a la envidia, a la discordia, al abuso y a la inmoralidad. Somos llamados a ir más allá y más lejos aún para brillar en los lugares tenebrosos; pero debemos llevar nuestras propias lámparas, no debemos mezclarnos con las lámparas de los demás.
Cada uno de nosotros, individualmente, refleja la gloria de Dios. Somos desafiados a dejar nuestras zonas de confort e iluminar el mundo, al defender la justicia, la gracia y la verdad en las plazas públicas, en el trabajo, en nuestro hogar y en las iglesias. Llegó la hora: ¡Levántate y resplandece!
Que juntos podamos decir: “porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” (Salmos 36:9).
Vaya y recuerde: “¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz […] Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová y sobre ti será vista su gloria!” (Isaías 60:1-2)
SUGERENCIAS PARA LA LÍDER:
Usted puede crear una ilustración visual al encender una vela para cada una de los seis temas de desafío para el ministerio de la mujer adventista
Bakke, Raymond. Misión integral en la ciudad. Buenos Aires: Ediciones Kairós, 2002.
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