En 2004 se llevó a cabo la que es considerada como la boda más costosa y suntuosa de la que se tenga registro. La heredera Vanisha Mittal se unió en nupcias con el empresario Amit Bhatia. El padre de Vanisha, Lakshmi Mittal, era en ese entonces el dueño de la empresa siderúrgica más grande del mundo y no reparó en costos para hacer que el casamiento de su hija fuera inolvidable.
La boda costó -aproximadamente- unos 60 millones de dólares y se realizó en Francia. Cerca de mil invitados, llevados en 12 jets privados desde diferentes lugares del mundo, disfrutaron de fiestas y celebraciones durante seis días. La fiesta de compromiso se realizó en el Palacio de Versalles mediante una representación de la época. A su vez, la boda se realizó en el icónico Palacio de Vaux-le-Vicomte y, posteriormente, los invitados disfrutaron de un concierto de música pop en la Torre Eiffel.
A pesar de los lujos y las excentricidades de esta fiesta matrimonial, no se compara en lo más mínimo con la que será la boda más importante en la historia de la humanidad: “‘¡Bienaventurados los llamados a la cena de bodas del Cordero!’[...] Estas son palabras verdaderas de Dios”, dice la Biblia (Apocalipsis 19:9).
Quizás te estés preguntando: ¿Qué son las bodas del Cordero? ¿Quiénes estarán invitados? ¿Por qué la Biblia dice “bodas” en plural, y no “boda” en singular? Exploremos este maravilloso tema y dejemos que la propia Palabra de Dios nos proporcione las respuestas.
DESARROLLO
1. Las bodas del Cordero
Dios es el mejor Maestro que ha existido y, como todo buen docente, utiliza recursos pedagógicos para hacer que el mensaje divino sea más fácil de comprender. A lo largo de la Biblia, Dios se describe a sí mismo como un “Novio” (Jeremías 51:5; 2 Corintios 11:2) o un “Esposo” (Mateo 9:15; Marcos 2:19; Lucas 5:34). Esta metáfora es utilizada para que podamos entender el amor y la consideración que tiene hacia su pueblo, al compararlo con el amor que un hombre siente hacia su esposa. De la misma manera, la iglesia es descrita como la “novia” o “esposa” de Dios (Isaías 62:4, 5).
El libro del Apocalipsis explica esto de manera más directa. Juan afirma: “Vino a mí uno de los siete ángeles... y me dijo: ‘Ven, y te mostraré a la novia, a la esposa del Cordero’. Me llevó en espíritu a un grande y alto monte, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios” (Apocalipsis 21:9, 10).
Por supuesto, Dios no está interesado en un centro urbano vacío o en edificios deshabitados. Quienes realmente conforman “la esposa del Cordero”, son los habitantes de la Jerusalén celestial. La Biblia nos dice que todos los creyentes somos “ciudadanos del cielo” (Filipenses 3:20, NTV), ya que Dios nos ha “preparado una ciudad” (Hebreos 11:16) para que vivamos allí.
Sin embargo, esto todavía no es una realidad. Nosotros aún estamos aquí, en este planeta de pecado, dolor y sufrimiento. Pero esto no durará para siempre. Jesús nos prometió, en Juan 14:2, 3: “Voy, pues, a preparar lugar para ustedes. Y después que me vaya y les prepare lugar, vendré otra vez, y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, ustedes también estén”.
Este evento, la Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo, se describe en la Biblia como “las bodas del Cordero”. Ya no habrá una separación entre Dios y su pueblo. El apóstol Pablo declaró que: “El mismo Señor descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes, a recibir al Señor en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16-17).
Presta atención a esta última frase. Las “bodas del Cordero” son el inicio de una nueva existencia en la que estaremos con Jesús para siempre. Así como un novio y una novia viven separados hasta el día de su casamiento, para luego comenzar una nueva vida juntos, así también con la Segunda Venida nos encontraremos con Cristo para no separarnos jamás. Pasaremos la eternidad junto a nuestro Salvador. Por eso la Segunda Venida es descrita en el libro del Apocalipsis como “las bodas del Cordero”.
2. Los invitados a la fiesta
Ahora, quizás te estés preguntando algo muy importante: Si la iglesia es la “esposa del Cordero”, ¿por qué Apocalipsis 9:9 dice también que los creyentes son los “invitados” a la boda? Ciertamente la novia no puede ser también una invitada a su propia boda, ¿no es verdad?
Lo cierto es que la Segunda Venida incluye algo más que el anhelado encuentro con nuestro Salvador. También será el momento en que Dios derrotará al diablo y reestablecerá su reino en este mundo. Será el acto que le otorgará a Cristo la victoria luego de miles de años de conflicto entre el bien y el mal.
Este conflicto tiene su inicio en la creación del mundo. Cuando Dios creó a Adán y Eva les encomendó los siguiente: “Fructifiquen y multiplíquense. Llenen la tierra y gobiérnenla” (Génesis 1:28). Presta atención a la última parte de este versículo. Dios les había otorgado el gobierno de este mundo a nuestros primeros padres. Adán y Eva eran los monarcas del planeta. Sin embargo, luego de ser engañados y caer en el pe- cado, el diablo exigió el dominio de la Tierra. Jesús afirmó que actualmente Satanás es “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31). No obstante, la Segunda Venida cambia- rá todo esto.
El apóstol Juan describe a Cristo durante la Segunda Venida de la siguiente manera: “De su boca salía una espada aguda, para herir con ella a las naciones. Él las regirá con vara de hierro, y pisará el lagar del vino del furor de la ira del Dios Todopoderoso. En su vestido y en su muslo tiene escrito este nombre: ‘Rey de reyes y Señor de señores’” (Apocalipsis 19:15, 16).
A lo largo de los capítulos del Apocalipsis se puede ver cómo el diablo busca ata- car y perseguir al pueblo de Dios. En el tiempo del fin, realizará un ataque final para acabar con la vida de quienes son fieles. Sin embargo, Cristo intervendrá antes de que esto suceda. No solo derrotará al diablo y destruirá a sus malvados seguidores, sino que finalmente podrá reclamar como suyo este planeta caído. Por eso en sus vestidos y en su muslo tendrá escrita la frase: “Rey de reyes y Señor de señores”.
Elena de White lo explica de la siguiente manera:
“La boda representa el acto de ser investido Cristo de la dignidad de Rey” [...] Des- pués de recibir el reino, vendrá en su gloria, como Rey de reyes y Señor de señores, para redimir a los suyos, que ‘se sentarán con Abraham, de Isaac, y Jacob’, en su reino (Mateo 8:11; Lucas 22:30), para participar de la cena de las bodas del Cordero” (CS, 422).
A este festejo cósmico, las “bodas del Cordero”, solo asistirán un grupo selecto de personas. Jesús utilizó dos parábolas para describir a los invitados a la boda. Estas se encuentran en los capítulos 22 y 25 del evangelio de Mateo, respectivamente.
En Mateo 22, Jesús compara el reino de los cielos como a “un rey que preparó el banquete de boda para su hijo” (Mateo 22:1). Este rey, que simboliza a Dios, “envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero ellos no quisieron venir” (vers. 2).
Ante esta situación, envió mensajeros para que “vayan a las salidas de los caminos y llamen al banquete a cuantos hallen” (vers. 9). Así se hizo, y pronto “la sala se llenó de convidados” (vers. 10). Con la fiesta lista, el rey entró a inspeccionar a los invitados y, sorpresivamente, “vio allí a un hombre sin vestido de boda” (vers. 11). Enojado, les ordenó a sus siervos: “átenlo de pies y de manos, y échenlo en las tinieblas de afuera (vers. 13).
Esta parábola transmite una enseñanza muy importante. Dios busca activamente que las personas “entren al banquete”, es decir, que sean salvas. Sin embargo, hay una condición para ello: tener la vestimenta adecuada. En la Biblia el vestido representa nuestra vida y nuestros actos, ya sean buenos o malos. Isaías compara nuestra conducta con un “trapo inmundo” (Isaías 64:6), aunque también describe la salvación como el acto de recibir “un manto de justicia” (Isaías 61:10).
Tener puesto el vestido de bodas, en la parábola de Mateo 22, significa haber recibido “el manto de justicia” de Cristo. Haberlo aceptado como nuestro Salvador y el Señor de nuestra vida. No confiar en nuestras propias obras, sino solo en la vida perfecta de Cristo. Por lo tanto, para ser un invitado a las “bodas del Cordero”, necesitamos haber reconocido que somos pecadores y necesitamos de Jesús –su vida justa y su muerte en la cruz–, como el único medio para ser salvos.
La parábola de Mateo 25 también enseña una lección importante que complementa la del capítulo 22. Esta es conocida como la “parábola de las diez vírgenes” y relata la historia de unas jovencitas que habían sido invitadas a una boda. Sin embargo, el novio se demoró y pronto se hizo de noche. Cinco vírgenes habían preparado aceite extra para sus lámparas y, cuando el novio llegó, salieron a recibirlo. Las cinco restan- tes, en cambio, no contaban con aceite para colocar en sus lámparas y no pudieron entrar a la boda.
En la Biblia el aceite simboliza el Espíritu Santo. Las vírgenes que carecían de aceite estaban invitadas a la boda, esperaban entrar al banquete. Sin embargo, no se habían preparado adecuadamente. Ellas simbolizan a aquellos cristianos que aceptan a Cristo como su Salvador y Señor. Creen sinceramente en Jesús, pero no mantienen su fidelidad de manera constante. No suplican cada día por el don del Espíritu Santo y cuando se enfrentan a dificultades o imprevistos su fe flaquea y se desvanece.
La Biblia enseña, entonces, que para asistir a las “bodas del Cordero” es necesario cumplir con dos requisitos fundamentales. En primer lugar, tener el vestido adecuado. Es decir, haber aceptado que somos pecadores y que nuestras obras no son buenas. Aferrarnos a la vida perfecta de Cristo y a su muerte en la cruz como único medio para alcanzar la salvación. El segundo requisito es contar con aceite extra. Es decir, pedirle a Dios que derrame el Espíritu Santo cada día de nuestras vidas. Mantener una relaci- ón viva y constante con nuestro Salvador.
Quienes cumplan estos dos requisitos recibirán la bendición inmerecida de encontrarse con Jesús cuando regrese en las nubes de los cielos. Sin embargo, no todas las personas entrarán al cielo. Allí habrá muchas sorpresas, pero Dios tiene un plan para ayudarnos a entender.
3. Los que no entraron
Imagínate por un momento cuando Esteban, el diácono de la iglesia apostólica que fue martirizado, ingrese al cielo. Entre las personas que verá allí estará Pablo, quien contribuyó a su apedreamiento (Hechos 7:54-60; 8:1). ¡Ciertamente será una sorpresa ver en el cielo a uno de los responsables de su muerte!
Imagínate ahora el escenario opuesto. Quizás esperes ver allí a algún familiar, amigo cercano o líder de la iglesia, pero no lo encontrarás por ningún lado. La primera pregunta que surgirá en tu mente será: ¿Por qué no está aquí en el cielo conmigo? Dios sabe que habrá muchas sorpresas, personas que estarán y no entenderemos cómo es que llegaron allí, y también personas que esperábamos ver y que no estarán allí. Jesús tiene una solución para ayudarnos a entender: “Ustedes los que han permanecido conmigo... les asigno un reino, así como mi Padre me lo asignó a mí, para que en mi reino coman y beban a mi mesa, y se sienten en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Lucas 19:28-30).
Presta atención a las palabras que usa Jesús, habla de recibir el reino, de comer y beber en su mesa. En otras palabras, hace referencia a las “bodas del Cordero”, a la Segunda Venida. ¿Y qué pasará luego de este evento? Quienes hayan “permanecido” fieles a Dios se sentarán a “juzgar a las doce tribus de Israel”.
Luego de la Segunda Venida se iniciará un período de mil años. Durante este tiempo la Tierra estará vacía de vida humana (los santos habrán sido llevados al cielo y los impíos destruidos). Solo el diablo y sus demonios estarán “atados” allí (Apocalipsis 20:1-3). Durante este tiempo, los salvos tendrán la oportunidad de “juzgar” o, dicho de otra manera, “chequear” la vida de quienes pretendían ser cristianos, pero mantenían pecados ocultos o no se habían convertido realmente. Personas que esperaríamos en- contrar en el cielo, pero que no estarán allí.
Dios nos dará un período de mil años para que nos saquemos todas las dudas que puedan surgir en nuestra mente. Para que podamos ver la vida y las acciones de cada persona. Para que estemos seguros de que, si una persona no ha entrado al Cielo es porque no aceptó el regalo de la salvación y rechazó las constantes invitaciones de Dios.
CONCLUSIÓN
No sabemos exactamente cuándo, pero tenemos la certeza que se producirá pronto. Jesús volverá de nuevo y se producirá la mayor fiesta de todos los tiempos: la fiesta de la salvación, las “bodas del Cordero”.
La Biblia nos enseña que hay solo dos requisitos para entrar a la fiesta. El primero es reconocer que somos pecadores y aceptar a Jesús como nuestro único Salvador. Solo amparándonos en su sacrificio en la Cruz podemos ser aceptos ante Dios. El segundo requisito es permanecer en él, pedir cada día a Dios por el Espíritu Santo y ser transformados a semejanza de Cristo.
Cuando Jesús regrese, puede que recibamos algunas sorpresas acerca de las per- sonas que estarán en el cielo, así como las que no estarán. Pero él nos dará tiempo más que suficiente para aclarar nuestras dudas y recuperarnos de las pérdidas que suframos.
Pero lo más importante es que podamos entregar nuestras vidas a Jesús, que podamos comenzar a vivir cada día de nuestra vida a su lado. Para que, llegado el momento, podamos recibirlo cuando regrese a buscarnos. Para que podamos ser par- ticipantes de la mayor fiesta de todas, una fiesta que será eterna y en la cual ya nunca más existirá “muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21:4).
¡No dejes pasar esta oportunidad para entregarte a Jesús! sé parte de la nueva tierra donde no habrá “muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21:4).
No pierda esta oportunidade de entregarse a Jesus!
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