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Buenas noticias

Uno de los registros más impactantes de la cruel realidad que vivían los prisioneros en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial es el relato del Dr. Viktor Frankl, tal como lo describe en su libro El hombre en busca de sentido. Al recordar su do- lorosa experiencia, Frankl narra cómo los reclusos tenían que tomar decisiones rápidas que podían significar la vida o la muerte. Cuando se presentaba la oportunidad de fugarse, solo tenían es- casos minutos para analizar si valía la pena correr el riesgo.

En el marco de una guerra, hasta las decisiones más pequeñas se vuelven críticas. Bien lo sabía el general Napoleón, que afirmó: “En cada batalla hay un momento, de diez a quince minutos solamente, cuando se decide la victoria o la derrota. Saber aprovechar el instante crítico será la gloria y no la vergüenza”.

La Biblia nos presenta la historia de la humanidad en términos bélicos. Vivimos inmersos en un gran conflicto cósmico entre el bien y el mal, y estamos llegando al punto más álgido de la batalla. Ahora, más que nunca, es el momento de tomar decisiones rápidas, porque el tiempo apremia.

En este contexto, el capítulo 14 de Apocalipsis cobra una relevancia especial. Se encuentra en el núcleo del libro y es el corazón del mensaje para el tiempo del fin. Presenta un llamado a la acción para todos los habitantes de la Tierra. ¿Y cuál es el contenido de esta invitación tan urgente e importante? Según Apocalipsis 14:6, se trata del evangelio eterno. La palabra “evangelio” proviene del término griego euangelion, que significa “buenas noticias”.

En medio de la angustia, el dolor y el sufrimiento que padecemos en este Gran Conflicto, la mejor noticia que podemos recibir es que Dios preparó un plan de rescate para salvarnos a través de su Hijo Jesús.

Pero la pregunta es: ¿Por qué el evangelio se encuentra en el corazón del mensaje final de Dios para la humanidad? ¿Qué impacto pueden tener estas buenas noticias en nuestra vida hoy?

DESARROLLO

1. Buenas noticias de paz

Volvamos al primer capítulo de Apocalipsis. Allí encontramos una breve exposición del tema principal que atraviesa el libro: las acciones de Dios en la historia para salvarnos, con un énfasis especial en el papel de Cristo como centro del plan de salvación y en su Segunda Venida. Esa es la nota tónica de la revelación que el apóstol Juan recibe de Jesús.

El mensaje se dirige “a las siete iglesias que están en Asia” (Apocalipsis 1:4). Es importan- te aclarar que estas no eran las únicas congregaciones cristianas que se encontraban en esa provincia romana. A lo largo del libro de Apocalipsis, encontramos varias series de “sietes” (siete sellos, siete estrellas, siete trompetas, siete lámparas, etc.). Cada una de ellas utiliza el siete de manera simbólica, por lo que podemos concluir que sucede lo mismo en el caso de las siete iglesias. En las culturas sumeria, babilónica, cananea e israelita, el número siete era un símbolo de totalidad y perfección. Ese mismo sentido se le da a lo largo de toda la Biblia, cuando se lo utiliza de manera figurativa.

Las iglesias elegidas (Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea) tenían características particulares que las convertían en ilustraciones proféticas de la condición de la iglesia en diferentes períodos de la era cristiana. Así que, si bien el libro de Apocalipsis sirvió para alentar a los creyentes de esas iglesias mientras enfren- taban diversas pruebas y persecución, su mensaje es para “todo el que tiene oído”. En otras palabras, nosotros también somos interpelados hoy por estos mensajes.

En las primeras líneas del Apocalipsis encontramos un saludo para todos los oyentes: “gracia y paz a ustedes” (Apocalipsis 1:4). Esta forma característica de saludar de la iglesia cristiana (ver, por ejemplo, Romanos 1:7; 1 Pedro 1:2; 2 Juan 1:3) presenta dos componentes claves del evangelio. La gracia de Dios es su misericordia y bondad en acción al perdonar nuestros errores y pecados. La paz es lo que recibimos cuando aceptamos ese perdón y aprendemos, con la ayuda de Dios, a perdonar a otros. Tanto la gracia como la paz son dones de Dios.

Esa paz que Dios nos ofrece “supera todo lo que podemos entender” (Filipenses 4:7, NTV). El impacto que este don divino puede tener en nuestro mundo queda ilustrado en el resultado de un llamativo “concurso” que tuvo lugar al finalizar la Primera Guerra Mundial. Un periodista ofreció un premio de 100.000 dólares a la persona que presentara el mejor plan para asegurar la paz mundial. Entre las numerosas propuestas que analizó el jurado, la que triunfó tenía tan solo dos palabras: Try Jesus (“prueba con Jesús”). Parece una fórmula demasiado simple, pero ¡cuán bien le haría a la humanidad si todos la pusiéramos en práctica! Cualquier otro plan para establecer la paz en nuestro planeta está destinado al fracaso. Cristo es el único que puede ofrecernos una paz verdadera y duradera. Él mismo dijo: “La paz les dejo. Mi paz les doy. No se la doy como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27).

El mensaje final de Dios para un mundo que asocia el término “Apocalipsis” con caos, catástrofes y destrucción comienza con una invitación a encontrar la verdadera paz. El evangelio restaura nuestra relación con el Creador a través de la gracia y el perdón. En consecuencia, nos ayuda a recomponer los vínculos rotos con nuestros semejantes. El mensaje que recibieron las siete iglesias de Asia hace casi dos mil años también es para nosotros hoy: Cristo es el único camino fiable para encontrar la paz interior.

2. Buenas noticias de Dios

Las buenas noticias de gracia y paz no solo son relevantes por su significado esperanzador, sino por la importancia de su remitente. En Apocalipsis 1:4 y 5 encontramos el sello de autenticidad del libro. Se trata de una breve lista de “firmantes” que garantizan el carácter divino de la revelación.

El primero que se menciona es el “que es, [...] que era y [...] que ha de venir” (Apocalipsis 1:4). Este título parece un eco de Éxodo 3:14, donde Jehová se presenta a Moisés como “Yo soy el que soy”. Así de simple. El Creador del universo no necesita más presentación que esa. En todos los diccionarios del mundo no hay una sola definición que pueda abarcar la grandeza de su ser.

A lo largo de los siglos, los seres humanos hemos experimentado y comprobado su presencia a través de sus intervenciones en la historia. Pero el apóstol Juan nos asegura que, en un futuro no muy lejano, podremos conocerlo de manera personal. El Padre celestial ha prometido venir a nuestro encuentro. ¡Y eso sucederá dentro de muy poco tiempo!

El saludo que presenta Apocalipsis 1:4 también viene “de parte de los siete Espí- ritus” que están ante el Trono de Dios. Como ya mencionamos, el número siete en Apocalipsis se utiliza generalmente de manera simbólica para representar la idea de que algo está completo. Es interesante ver que el profeta Isaías, inspirado por Dios, utilizó siete denominaciones distintas para designar al Espíritu Santo: de Jehová (o del Señor), de sabiduría, de inteligencia, de consejo, de poder, de conocimiento y de temor o reverencia (Isa. 11:2). Por lo tanto, podemos concluir que, a través de un len- guaje figurado, Juan nos presenta aquí a un segundo integrante de la Deidad: el Espíritu Santo. El número siete simplemente es un símbolo de su plenitud y perfección. El último de los firmantes –pero no por eso menos importante– es identificado claramente como “Jesucristo, el Testigo Fiel, primogénito (principal) de los muertos y soberano de los reyes de la tierra” (Apocalipsis 1:5). Hay algo especial en este último integrante de la Deidad: es quien se ha vinculado con la raza humana de la manera más profunda.

En la ciudad de Roma hay un palacio que tiene una hermosa pintura en el cielorraso de su salón principal. Sin embargo, la elevada altura del techo hace que sea difícil apreciar la obra de arte. Para que los visitantes puedan observar los detalles de esta pieza maestra, el dueño del palacio colocó un espejo gigante en el suelo. ¡Eso es exactamente lo que hizo Dios! Si estudiamos detalladamente la vida de Jesús en la Tierra, comprenderemos la amplitud del amor del Padre. Como representante del carácter y la voluntad de Dios ante la humanidad, Cristo fue un testigo fiel y perfecto.

También se lo llama “primogénito de los muertos”, pero esto no tiene que ver con un orden cronológico. Jesús no fue el primero en resucitar. De hecho, la Biblia registra varios casos de resurrecciones anteriores a la suya. Pero es gracias a su victoria sobre la tumba que aquellos que mueren confiando en él tienen la esperanza de resucitar cuando venga por segunda vez (1 Cor. 15:20-23). Aquel que es el origen de la vida (Juan 1:4) reinará por siempre, y no habrá poder humano que se pueda oponer al “so- berano de los reyes de la tierra” (Apocalipsis 1:5).

De esta manera, en la introducción del Apocalipsis todos los miembros de la Trinidad nos saludan y nos bendicen. Las buenas noticias –el evangelio– son auténticas y verdaderas porque Dios mismo ha puesto su firma como garantía.

3. Buenas noticias de amor

Imagina que estás en un aeropuerto. Acaba de llegar un vuelo proveniente de otro país. Entre aquellos que esperan la salida de los pasajeros pueden identificarse dos escenas completamente distintas. Por un lado, un hombre vestido de traje espera al consultor internacional que ha contratado su empresa. Como no lo conoce personal- mente, sostiene en sus manos un cartel con el nombre del invitado. El hombre del cartel tiene una mirada seria y casi inexpresiva. Al fin y al cabo, él simplemente está haciendo su trabajo.

Al mismo tiempo, una familia entera rebosa de alegría por la llegada de la hija mayor, quien acaba de volver de un intercambio. La emoción se enciende cada vez que se abre la puerta automática y se asoma un nuevo pasajero. Finalmente, se oye un estallido de alegría cuando la adolescente aparece y se funde en un abrazo con sus seres queridos. Cuánto contraste, ¿verdad?

Al escribir el Apocalipsis, Juan rebosaba de alegría por la esperanza de ver a su Maestro regresando en las nubes de los cielos. Mientras imaginaba esa impresionante escena, escribió: “Al que nos ama y que con su sangre nos libró de nuestros pecados, y nos constituyó en un reino de sacerdotes para servir a Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio para siempre jamás” (Apocalipsis 1:5, 6).

Esperar la Segunda Venida es mucho más que aguardar un simple acontecimiento. No somos como el ejecutivo que espera a un desconocido con un cartel en el aeropuerto. ¡El que está regresando es nuestro gran Amigo, que nos ama y nos conoce! La espera se vuelve mucho más intensa cuando hemos desarrollado una relación per- sonal con él.

La mayor evidencia de que Jesús nos ama es que murió por nosotros en la Cruz. Pero ¿por qué lo hizo? ¿Era solo una manera emotiva de mostrarnos lo que sentía por nosotros? En realidad, el principal objetivo de ese sacrificio fue limpiarnos de nuestros pecados. Su muerte debe provocar un efecto transformador en nuestra vida.

Max Lucado, un escritor y predicador cristiano estadounidense, lo explica de la siguiente manera: “Dios te ama tal como eres, pero se niega a dejarte así. Quiere que seas como Jesús”. Luego de limpiarte de la suciedad de tus errores, fracasos, hábitos perjudiciales y malas decisiones, tu Amigo te dice: “Quiero que te parezcas a mí, y voy a hacer todo de mi parte para ayudarte a lograrlo”.

Todos los que aceptan la tierna invitación del Rey pasan a formar parte de su rei- no, que es la iglesia, compuesto por sacerdotes, que son cada uno de sus miembros. Cuando el pueblo de Israel se encontraba en el desierto, los sacerdotes eran los en- cargados de ofrecer sacrificios a Dios e interceder por todos los israelitas.

De manera similar, si hoy decidimos formar parte de este “reino de sacerdotes”, tenemos el privilegio de acercarnos a Dios de manera personal y sin mediadores humanos. Podemos presentarle “sacrificios espirituales” en oración, tales como nuestras súplicas y agradecimientos, entre otras cosas. Pero también podemos interceder por otros. Desde su Trono de gracia (Hebreos 4:15, 16), Cristo espera con ansias que le ha- blemos de nuestras luchas y desafíos, y de aquellos a quienes amamos y queremos que también formen parte de su reino. No cabe duda de que él responderá nuestras oraciones sinceras.

No podemos hablar del evangelio sin considerar el punto central de estas buenas noticias: “Dios es amor” (1 Juan 4:8). Dado que el amor es la esencia de su ser, no podía menos que entregar todo de sí para salvarnos. Nos libró de una existencia vacía y sin propósito para darnos un lugar como súbditos privilegiados de su reino. ¿Cómo responderemos a semejante invitación?

CONCLUSIÓN

En la literatura griega clásica, la palabra euangelion (de la que deriva el término español “evangelio”) se utilizaba para referirse a las noticias de la victoria, tanto cuando el enemigo era derrotado como cuando regresaba el emperador triunfante. Inspirados por Dios, los escritores bíblicos utilizaron esta expresión para hacer alusión a las me- jores noticias que el mundo haya recibido alguna vez: las del triunfo de Cristo, nuestro comandante, sobre los poderes del mal y la muerte, y de su regreso victorioso.

Este es el evangelio eterno del que habla Apocalipsis 14:6. No hay otro camino a la salvación fuera del que nos conduce a la Cruz de Jesús. Y nunca dejaremos de contar la historia del plan de rescate que Dios ideó aun antes de que pecáramos y nos apartáramos de él. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). ¡Estas son las buenas noticias del amor de Dios, que llenan nuestro ser de paz interior!

Este mensaje no está reservado para un grupo reducido de personas. La invitación del Cielo es amplia. Es “para todo el que crea”. Abarca a las personas de todas las nacionalidades, épocas, idiomas y clases sociales. Por supuesto, es para ti también. Y cuando “este evangelio del reino [sea] predicado en todo el mundo, por testimonio a todas las naciones, [...] entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14).

¿Sientes el deseo de que llegue ese día? ¿Anhelas que el mal y la desgracia sean reemplazados por la paz y el amor de Dios? Este es el momento para tomar una de- cisión. No hay tiempo que perder. El mismo Jesús que murió, resucitó y ascendió al Cielo es quien volverá por ti. Lo único que está esperando es tu decisión (2 Pedro 3:9).

¿Te gustaría responder afirmativamente a su invitación? Vamos a decírselo. Cierra tus ojos y acompáñame en una oración.

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