“Así que no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones. Entonces, cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5).
INTRODUCCIÓN
En el juicio pre advenimiento, el creyente es juzgado delante de los seres celestiales en base al contenido de los libros que son abiertos antes de la segunda venida de Jesús (Daniel 7:9-14). Estos libros contienen el nombre y memoria de vida de los creyentes, quienes, si bien no están presentes físicamente delante del trono, son juzgados a partir de estos registros (Salmos 69:28; Daniel 12:1; Malaquías 3:16; Apocalipsis 3:5). Es obvio que este juicio pre advenimiento no tiene la intención de informar a Dios de algo que él ya sabe de antemano (Salmos 44:21; 139:4). Lo que el juicio busca es establecer una base legal que demuestre públicamente que el veredicto que Dios dará es justo y verdadero (Apocalipsis 20:4, 12, 15).
Considerando que hoy no tenemos acceso a esos libros, siempre es oportuno tener presente que el juicio le pertenece a Dios, y no a nosotros. Sin embargo, es común que nos entrometamos en la obra divina, dando nuestra opinión sobre el caminar cristiano de los miembros de iglesia, olvidando que el único que conoce todo, y a todos, es Dios. En el día de hoy examinaremos cómo Pablo aconseja a la iglesia de Corinto que es mejor callar y no juzgar antes de tiempo (1 Corintios 3:1-4:5).
EL FUNDAMENTO DE LA IGLESIA ES CRISTO (1 Corinitos 3:1-17)
La iglesia de Corinto estaba dividida entre facciones que se alineaban alrededor del liderazgo de hombres (1 Corintios 1:11-12). Algunos decían ser de Pablo, mientras otros se declaraban seguidores de Apolos (1 Corintios 3:1-4). Este tipo de actitud demostraba una lectura humana que leía de manera equivocada la función y propósito de los líderes de iglesia (1 Corintios 3:3-4). A través del uso de una imagen agrícola, Pablo afirma que, si bien él y Apolos plantaron y regaron, el crecimiento de la iglesia de Corinto depende exclusivamente de Dios (1 Corintios 3:5-8). Dicho de otra manera, Pablo y Apolos son colaboradores de Dios, pero no son los dueños de la iglesia (1 Corintios 3:9-17).
Pablo, como bien los sabían los miembros de Corinto, fue el fundador de esta iglesia (Hechos 18:1-21; 1 Corintios 3:10). Él, como un hábil arquitecto, colocó el fundamento, el cual, como el mismo lo describe, es Jesucristo (1 Corintios 3:10-11). Todo lo que se edifique encima, por lo tanto, debe estar en armonía con este cimiento. Esto es sin duda una advertencia contra los líderes de Corinto, quienes estaban levantando un liderazgo que creaba disensión entre los hermanos.
Es por esta razón que Pablo afirma que “si alguien edifica sobre este fundamento con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será revelada” (1 Corintios 3:12-13). Pablo, de esta manera, ha dejado el juicio de los líderes de la comunidad de Corinto en manos de Dios. Si lo que ellos edificaron permanece, y no es destruido, recibirán recompensa (1 Corintios 3:14). Pero si se llegare a quemar, sufrirá pérdidas; aunque el constructor se salvará (1 Corintios 3:15). La salvación de este último demuestra que, si bien él actuaba de manera equivocada, este no tenía la intención de arruinar la iglesia.
No obstante, aquellos que se atrevan a destruir el templo de Dios, que es la iglesia, Dios los destruirá (1 Corintios 3:16-18). En esta parte de la argumentación el tono y el lenguaje de Pablo mudan, pues aquí el problema, y la amenaza, son distintas. En este caso no hubo equivocaciones o incompetencia, sino desidia, y el deseo de deshacer lo que Dios enseña. Este tipo de liderazgo, sin duda, será aniquilado. Sin embargo, no olvide que quien conoce cuáles eran y son las intenciones de estos hombres es únicamente Dios, y es a él a quien debemos dejar el juicio.
La iglesia no está libre de la entrada de lobos rapaces que quieren destruir la obra de Dios. Pablo los combatió (1 Corintios 16:22; Gálatas 1:8, 9), y nos previno acerca de su presencia (Hechos 20:29; ver también Mateo 7:15). Como iglesia, y de forma individual, debemos preocuparnos por desenmascarar a todos aquellos que intentan desfigurar las enseñanzas de la Biblia, y procuran dejar nuestra iglesia doctrinalmente a la deriva. Pablo, sin embargo, nos recuerda que será Dios quien los destruirá.
EL QUE JUZGA ES EL SEÑOR (1 Corintios 3:19 - 4:1)
El problema que existía entre algunos de los miembros de la iglesia de Corinto, y todavía existe hoy, es el de creer que ellos eran lo suficientemente sabios para determinar humanamente a qué facción ellos pertenecían. Es más, aparentemente estos se sentían especialmente preparados para defender o apoyar la existencia de liderazgos personales. No se engañen, dirá Pablo, “si alguno entre vosotros cree ser sabio en este mundo, hágase ignorante y así llegará a ser verdaderamente sabio” (1 Corintios 3:19).
La sabiduría humana, asevera Pablo, es una locura; pues, como está escrito en el libro de Job, “Él prende a los sabios en la astucia de ellos” (Job 5:13; 1 Corintios 3:19). Al citar este pasaje del Antiguo Testamento, Pablo demanda que los miembros de Corinto reconozcan que aun las personas consideradas en este mundo sabias no pueden competir contra Dios, quien es ínfimamente superior en sabiduría y entendimiento. Con el fin de fortalecer lo antes dicho, Pablo alude al Salmo 94, destacando el hecho de que Dios conoce los pensamientos de los hombres, y de que estos son vanidad (Salmos 94:11; 1 Corintios 3:20). Por lo tanto, ningún ser humano debe gloriarse en su propia sabiduría (1 Corintios 3:21). Esto lo incluye a él, Pablo, y a Apolos; y por cierto a los líderes y miembros de la iglesia de Corinto.
Para Pablo, nadie debe vanagloriarse a favor o en relación de ningún tipo de liderazgo humano (1 Corintios 3:21). Estos hombres, como nosotros, son simples criaturas. Ellos, como fue dicho anteriormente, no son el cimiento. Por lo cual, en vez de enorgullecernos de que seguimos a tal o cual líder, gloriémonos en Cristo, el creador y fundamento de la iglesia (1 Corintios 3:10-11).
El punto al cual Pablo quiere llegar es subrayar que nosotros no pertenecemos a esos líderes, sino que ellos le pertenecen a la iglesia y, por lo tanto, a nosotros. “Todo es vuestro” (1 Corintios 3:21), Pablo afirma, recordándonos con esto que él, Apolos y Cefas son servidores y administradores de los misterios de Dios. Por lo tanto, ambos trabajan para Cristo y son instrumentos de la iglesia (1 Corintios 3:22-4:1). Los miembros de Iglesia, consiguientemente, no deben dividirse en torno a disputas que buscan ensalzar líderes humanos. Los líderes son de la iglesia, y nosotros le pertenecemos a Jesús (1 Corintios 3:23).
Esta enseñanza es claramente pertinente. En el mundo actual, si bien hay una crisis de liderazgo político, los que existen han llevado a que muchos se alineen con una figura en particular. Los que siguen a estos hombres tienen apodos a partir del nombre de este personaje, creando las facciones que hoy dominan la sociedad actual. Si bien Dios siempre levanta hombres y mujeres para guiar a su pueblo, puede ocurrir que algunas personas mal entiendan el concepto del discípulo, ensalzando a esas personas al punto de olvidar que el fundamento de la iglesia es Jesús. Dios nos invita a que no nos abanderemos en favor de esos hombres y mujeres, y sí que les recordemos que ellos y ellas se deben someterse y trabajar para el Señor de la iglesia.
NO JUZGUÉIS ANTES DE TIEMPO (1 Corintios 4:2-5)
Los líderes de iglesia, sean quienes sean, deben ser personas fieles (1 Corintios 4:2). Esto es lo que se requiere y exige de cualquier hombre o mujer que asume una posición de liderazgo. Pero no es la iglesia quien necesariamente los juzga. Las intenciones del corazón únicamente las conoce Dios, y es a él a quien debemos dejar el juicio (1 Corintios 3:3-5). Pablo pide eso (1 Corintios 3:3-4), y creo que debemos concedérselo, en particular cuando estudiamos el resultado y fin de su carrera como apóstol (2 Timoteo 4:6-8). El problema, sin embargo, era que los creyentes de la iglesia en Corinto carecían del relato completo de la vida del apóstol; y, considerando que estos estaban divididos en facciones que homenajeaban a ciertos líderes sobre otros, es claro que ellos habían comenzado a juzgar el trabajo de Pablo.
Pablo declara su inocencia, y se siente en paz porque quien lo juzga es el Señor, y no los que oyen la carta a los Corintos (1 Corintios 4:4). Su preocupación no estaba en lo que otros dijeran sobre él, ni su autoestima tenía como base la aceptación social de la iglesia. El confiaba en Dios, y sometía su trabajo al juicio divino, no al humano. Esto, no hay duda, es importante que lo tengamos en mente, pues vivimos en un mundo que muchas veces enjuicia de una manera incorrecta. El mundo, ni nadie en esta Tierra, puede leer el corazón del cristiano y dictaminar judicialmente aquello que solo Dios sabe.
Al mismo tiempo, podemos caer también en el error de comenzar a juzgar a nuestros líderes y hermanos de iglesia, olvidando que es el Señor quien aclarará lo que está oculto en la oscuridad, “y manifestará las intenciones de los corazones” (1 Corintios 4:5). Por lo tanto, no cometamos el error de Samuel, quien, aun siendo un hombre de Dios, erró al pensar que Eliab era a quien Dios elegiría para ser rey en Israel (1 Samuel 16:6). “No mires a su parecer,” dijo Dios, “ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
Nuestro conocimiento actual es limitado. Esto no solo incluye nuestra percepción del tiempo, haciéndonos ignorantes de lo que ocurrirá con nuestra vida aquí en esta Tierra (Santiago 4:13-15), sino también tiene que ver con lo que pasa internamente en el corazón de otras personas. Pero llegará un día, Pablo dice, cuando Dios manifestará lo que nadie sabe, y dará a conocer públicamente las intenciones del corazón (1 Corintios 4:5). Esto ocurrirá en ocasión de la segunda venida de Jesús (1 Corintios 4:5). Será en ese momento cuando “cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5).
La base de este juicio es la ley de Dios (Romanos 2:12-16) así como también se asienta en el acto de examinar las obras de aquellos hombres y mujeres cuyo veredicto fue contrario, y fueron condenados (Apocalipsis 20:13; Mateo 24:45-51; 25:41-46; Juan 5:28-29). De este modo, mientras los justos reciben la recompensa de la vida eterna (1 Corintios 15:51-57), es decir, obtienen lo que Pablo llama la alabanza de Dios (1 Corintios 4:5), los impíos son condenados (Mateo 25:31-46).
Será en ese momento, en la segunda venida, cuando los justos tendrán acceso a los registros por el cual los impíos fueron juzgados y hallados culpables. El libro de Apocalipsis describe aquel evento de manera vívida, informándonos que este juicio acontecerá durante el milenio (Apocalipsis 20:4-6). Es decir, después que Jesús regrese desde las nubes del cielo (Apocalipsis 19:11-20:3; 1 Tesalonicenses 4:13-5:11). Es en este contexto que Juan ve tronos, y sobre ellos a “los que recibieron facultad de juzgar,” los cuales “serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años” (Apocalipsis 20:4, 6). Es durante estos mil años que los redimidos confirmarán que el juicio de Dios es justo, y alabarán el nombre del Señor, reconociendo que los caminos del Señor son justos y verdaderos (Apocalipsis 15:3). Y será solo ahí, en ese instante, cuando Dios revelará “lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones” (1 Corintios 4:5).
Los seres humanos somos personas impacientes y deseamos que las cosas se solucionen u ocurran instantáneamente. Los tiempos de Dios son distintos a los nuestros (Eclesiastés 3:1-8), y debemos adecuarnos a lo que la revelación divina nos enseña acerca del juicio divino. Existen muchas cosas que hoy no entendemos, y entre ellas están las intenciones personales de aquellos que viven entre nosotros y que también aman al Señor. No tenemos la capacidad de leer el corazón de las personas, ni menos podemos conocer lo que pasa por sus cabezas. Lo consecuente, y lo que debemos hacer en palabras del apóstol Santiago, es no murmurar contra los hermanos, pues “el que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la Ley y juzga a la Ley; pero si tú juzgas a la Ley, no eres hacedor de la Ley, sino juez” (Santiago 4:11).
Dejemos que el juez, el rey de gloria, nuestro Señor Jesucristo sea aquel que juzgue nuestra vida y la de los demás (Juan 5:22-30; Hechos 17:30-31; 2 Timoteo 4:8). Él, quien es también nuestro abogado (1 Juan 2:1, 2), juzgará rectamente, y al hacer esto dejaremos que Dios sea Dios.
CONCLUSIÓN
La iglesia de Corinto era una iglesia dividida en facciones, las cuales se agrupaban en torno a líderes. Los miembros de Corinto pensaban que ellos les pertenecían a esos líderes, cuando en realidad ellos le pertenecían a la iglesia. El juicio de esos líderes, así como el juicio humano entre los creyentes, debe ser dejado en manos de Dios. En el momento oportuno, cuando en el milenio los salvos tengan acceso a los libros que fueron la base del juicio, podremos entender lo que no comprendemos hoy.
INVITACIÓN
Dios nos invita a dejar a Dios ser Dios. Él es el único que sabe lo que el ser humano piensa (Salmos 44:21; 139:4). Sigamos mejor el consejo de Jesús, quien nos ordena a no juzgar para no ser juzgados (Mateo 7:1-4). Pidámosle a Dios, en oración, que primero saquemos la viga de nuestro propio ojo, para luego ir y sacar la paja del ojo de nuestro hermano (Mateo 7:5).
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