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Venciendo en Cristo - Rumbo al hogar

“Así también la fe, si no tiene obras, está completamente muerta” (Santiago 2:17).

INTRODUCCIÓN

Algunos han planteado que la Biblia es un libro lleno de contradicciones. Los que expresan esto intentan demostrar que no existe armonía doctrinal y temática entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Esta incoherencia estaría también presente entre algunos escritores bíblicos que enseñan algún tipo de creencia que, en teoría, es refuta- da por otro autor que dice algo completamente distinto.

Uno de los ejemplos más conocidos es conceptuar que existe una discordancia doctrinal entre Pablo y Santiago. Mientras el primero promulga que el ser humano es justificado por la fe sin las obras de la ley (Romanos 1:17; 3:28; Gálatas 2:16; Efesios 2:8, 9), el segundo afirma que “el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2:24). Sin embargo, esta no es una contradicción, ni refleja algún tipo de desarmonía bíblica. Para demostrar esto, hoy estudiaremos cómo la carta de Santiago articula el significado de la fe (Santiago 2:14-26), y la relación que esta tiene con el concepto propuesto por Pablo.

UNA FE MUERTA, ES UNA FE INSENSIBLE (Santiago 2:14-17)

Santiago, quien se presenta como siervo de Dios y Jesús (Santiago 1:1), estructura su argumentación a partir de una serie de preguntas retóricas que buscan que los lectores que leerán la carta reflexionen sobre el significado de la fe. La audiencia que escuchó hace dos mil años la lectura de la epístola no difiere en mucho, en términos eclesiásticos, con nuestra vida. En otras palabras, las cuestiones prácticas que Santiago trae a colación en su argumento reflejan problemáticas que son semejantes a las que experimentamos hoy en nuestra iglesias, casas y relacionamientos diarios.

Santiago inicia su razonamiento cuestionando la fe de sus oyentes. De que sirve, pregunta Santiago, que alguien diga que tiene fe, y no tiene obras; ¿acaso podrá salvarlo esa clase de fe? (Santiago 2:14). La preocupación de Santiago es por el comportamiento de un creyente, el cual aparentemente afirma que para él el valor de la fe descansa en la matriz intelectual que le ha permitido creer y aceptar la salvación divina. Para Santiago, no obstante, la fe no solo posee un carácter teórico. La fe, en términos bíblicos, comprende proclamar a quien uno sirve.

Para ilustrar lo que significa tener fe, Santiago narra la historia de una persona que no tiene con qué vestirse, y tiene falta del alimento diario (Santiago 2:15). Es difícil determinar si el relato es real o ficticio, aunque tenemos evidencia para afirmar que este era un problema común en el primer siglo, así como también continúa siéndolo hoy. Un escrito del Nuevo Testamento que atestigua sobre este problema es la primera epístola de Juan, que fue compuesta varios años después de la carta de Santiago. Aquí Juan se pregunta cómo puede el amor de Dios habitar en una persona que posee bienes materiales, mientras ve que su hermano está pasando algún tipo de necesidad y no siente el deseo de ayudarlo (1 Juan 3:17).

Para el desconcierto, y vergüenza de sus oyentes, Santiago relata la reacción del creyente que tiene una fe sin obras, al ver a una persona que está desnuda y carece de alimento. La Nueva Versión Internacional traduce de una manera clara y moderna esta expresión, contextualizando lo que un creyente del siglo veintiuno, alguien como usted y como yo, podríamos haber dicho hace dos mil años: “Que les vaya bien; abríguense y coman hasta saciarse” (Santiago 2:16). La locución, que es irrisoria y triste, ejemplifica lo innecesaria que son las palabras en momentos en los cuales se espera acción.

Lo que el supuesto creyente dice, no hay duda alguna, no es para nada hipotético, pues parece describir lo que muchos de nosotros podríamos en algún momento haberle dicho a aquel que sufre. De esta manera, mientras Juan se cuestiona en qué medida puede el amor de Dios morar en una persona que cierra su corazón contra su prójimo (1 Juan 3:17), Santiago responde que es debido a que su fe está muerta (Santiago 2:17). Es una fue muerta, porque es una fe insensible. Es decir, es una fe egoísta, cuyo único sentimiento está direccionado a sí mismo, olvidándose de que una fe viva consiste en una fe que considera y actúa cuando el otro sufre.

UNA FE SIN OBRAS ES UNA FE SATÁNICA (Santiago 2:18-19)

Santiago, anticipándose ante algún tipo de objeción, imagina a alguien que contradice su argumento y que procura refutar lo que él ha previamente afirmado sobre la inutilidad de una fe que está muerta. El oponente impugna la tesis de Santiago diciendo: “Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18). Pero esta clase de premisa es inexacta, pues busca separar la fe de las obras.

Es claro que el principal problema de este contraargumento con- siste en agrupar individualmente la fe y la obras, y crear una desconexión entre ambas. La fe no puede vivir sin obras, aunque esta sea una fe sincera que adora a Dios de todo corazón. Al mismo tiempo, las obras, por sí mismas, no pueden actuar sin fe, pues lo importante no es solo servir a otros, sino que debemos realizar ese servicio en nombre del Dios verdadero que amamos y creemos. Dicho de otra manera, para Santiago, fe y obras deben convivir juntas en la vida del cristiano, pues su separación en la vida práctica conlleva exterminar a una u otra.

Para Santiago, comprender la importancia de esta unión es esencial, y es por esta razón que él nuevamente anticipa la objeción de algún interlocutor imaginario quien contestaría que Dios es uno, y por lo tanto la fe es una cuestión intelectual (Santiago 2:19). Muy bien, dirá Santiago, lo que se afirma es teológica y doctrinalmente correcto, aunque debo agregar también que los demonios creen lo mismo que nosotros creemos, y tiemblan de miedo, y no es por esa razón que serán salvos (Santiago 2:19). El razonamiento es simple y lógico. Los demonios serán destruidos, porque sus actos no están en sintonía con la creencia que profesan.

El diablo, nos recuerda Juan en su evangelio, “ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44). Es significativo enfatizar que los demonios que le acompañaron en su caída (Apocalipsis 12:7-9), lo imitan, y enseñan doctrinas equivocadas (1 Timoteo 4:1), impidiendo que otros acepten la verdad de su Palabra. Visto así, aunque el diablo, y sus secuaces, conocen a Dios, y saben lo que él desea para sus hijos, ellos trabajan de una manera que contradice la voluntad divina. En otras palabras, no importa cuánto sepamos de la Biblia. Si no ponemos en práctica aquello que hemos aprendido, nuestra fe es ciertamente inútil.

Esto significa que una fe muerta es una suerte de fe satánica. Es decir, es una fe que imita el accionar de los demonios, los cuales inte- lectualmente están convencidos de la existencia de Dios, y conocen de primera mano el poder divino, pero actúan de un modo egoísta y destructivo. Si bien vivimos en un mundo intrínsicamente corrupto, y centrado en el yo, el evangelio de Cristo nos invita a vivir para el otro, y a proclamar la fe que hemos creído en actos concretos y vivos (Mateo 5:16; 25:35-40).

La religión pura y sin contaminación, nos dice Santiago, consiste en refrenar nuestra lengua (Santiago 1:26; 3:1-12) y en “visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1:27). Todas estas acciones configuran una vida religiosa que expone una vida práctica, y que Dios espera que sus hijos e hijas realicen a fin de glorificar su nombre (Efesios 2:10).

UNA FE VIVA ES UNA FE CON OBRAS (Santiago 2:20-26)

Para ejemplificar nuevamente cuán valioso es reconocer que la fe sin obras de un creyente está muerta (Santiago 2:20), Santiago citará dos historias tomadas del Antiguo Testamento. En la primera, Santiago le recuerda a su audiencia el caso de Abraham, quien demostró que él creía y confiaba en Dios al ofrecer a su hijo Isaac sobre el altar (Santiago 2:21). La fe de Abraham, Santiago afirma, actuaba juntamente con sus obras, demostrándola con hechos (Santiago 2:22). Es, por cierto, debido a estas obras que la fe de Abraham fue perfeccionada (Santiago 2:22).

En opinión de Santiago, como consecuencia de este acto de fe se cumplió la Escritura, la cual dice: “Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia” (Santiago 2:23). El accionar de Abraham es una manifestación de su obediencia a Dios; un acto intelectual que lo llevó a someter su vida al Señor, y a ofrecer su hijo en sacrificio (Santiago 2:21, 22). En este sentido, Abraham no creyó como los demonios, quienes creen en Dios, pero no acatan su voluntad (Santiago 2:19). Esa es la razón por la cual cuando Abraham creyó, Dios lo aceptó como justo (Santiago 2:23), pues él posicionó su vida en una total sumisión a Dios.

Esta es la fe que Santiago tiene en mente al declarar que la fe, sin obras, está muerta (Sant. 2:17). Lo cual explica el verso siguiente, el cual señala que es en razón de esto “que el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe” (Santiago 2:24). Esta frase parece estar en oposición con lo que Pablo afirma en Romanos, por ejemplo, en donde él explícitamente declara que “el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley” (Romanos 3:28; ver también Romanos 1:17; Gálatas 2:16; Efesios 2:8.9).

Lo que parece ser una contradicción doctrinal y teológica no lo es. Pues mientras Pablo se enfoca en el acto mental de creer, y en nuestra unión espiritual con Cristo, Santiago está preocupado en subrayar cómo demostramos de manera práctica que tenemos esa fe que anunciamos. La palabra “justificar”, además, tiene en Santiago una connotación distinta, a la que Pablo le concede en sus cartas. En Santiago, el foco del término justificar está en el veredicto de salvación que Dios dará en favor de sus hijos en el tiempo final. Esto implica que el juicio divino tomará en consideración las obras realizadas por causa de la fe verdadera que los creyentes dicen tener y que han demostrado a través de sus actos (Mateo 7:16-21; Lucas 3:8-9; 6:43-44; Apocalipsis 14:13; 20:12-13). Por lo tanto, Santiago no tiene la intención de predicar un evangelio distinto, promoviendo así un tipo de salvación por las obras. Todo lo contrario. Lo que Santiago quiere poner en evidencia es que una vida en Cristo es una vida transformada; y esta vida necesita estar en armonía con la voluntad divina, actuando de una manera práctica al manifestar su obediencia a Dios.

A fin de reafirmar aún más su argumentación, Santiago cita como ejemplo final la historia de Rahab, la ramera (Santiago 2:25). Rahab, nos recuerda Santiago, fue justificada por las obras cuando recibió a los espías en su casa. Ella, en virtud de lo que dice la Escritura, primero los protegió, y luego los ayudó a escapar por otro camino (Santiago 2:25; Josué 2:1-21). Al hacer esto, Rahab evidenció una fe en acción, que hace patente lo que se cree. Para Santiago, esta fe debe reflejarse en la vida de todo aquel que sigue a Cristo.

En caso de que esto no ocurra, Santiago ilustra metafóricamente el resultado de una fe sin obras. Para él, “así como el cuerpo sin espíritu está muerto, también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:26). Este versículo no debe entenderse como una alusión a la inmortalidad del alma, y que Santiago cree que el ser humano está compuesto de un alma y un cuerpo. Esto supondría que, hipotéticamente para Santiago, la muerte de una persona es el resultado de la separación de estos dos elementos. Santiago de modo alguno tiene en mente aquello. Clave para interpretar el pasaje es notar que, en este contexto, el significado de la palabra espíritu es aliento. Lo anterior incluye que, de la misma forma que un cuerpo sin el hálito de vida está muerto, así también una fe que no tiene hechos es como un cadáver que se pudre en el cementerio.

La esperanza, nos dirá Santiago, comprende no solo ser oidores del mensaje divino, sino igualmente obedecerlo y ponerlo en práctica (Santiago 1:22). El que oye el evangelio sin hacer lo que dice es como el que se mira en un espejo, y que luego se va y olvida lo mal que se veía (Santiago 1:23-24). Por esa razón, Santiago nos aconseja a meditar infatigablemente en la ley perfecta, la de la libertad, y perseverar en ella, “no siendo oidor olvidadizo sino hacedor de la obra” (Santiago 1:25).

CONCLUSIÓN

No existen contradicciones en el texto bíblico, menos existe desunión doctrinal entre el pensamiento de Pablo y Santiago. Pablo tiene en mente la fe que opera en beneficio de la salvación del ser humano, mientras Santiago se refiere a la demostración de la fe. La fe, nos dice Santiago, puede ser una fe muerta, y hasta satánica. Y esto ocurre cuando nos volvemos insensibles con nuestro prójimo o des- obedecemos la voluntad de Dios. Por esta razón, la fe debe dejar en evidencia que somos seguidores del Maestro, y para que esto sea una realidad nuestro comportamiento debe estar en concordancia con la revelación divina.

INVITACIÓN

Entre tanto la fe es un sentimiento para algunos, o simplemente una aceptación mental, para el creyente comprende experimentar una vida de obediencia. Es por esta fe viva que nuestras acciones predican con una fuerza mayor y más convincente a un mundo que no solo espera escuchar teorías teológicas, sino asimismo ver cómo la fe del evangelio nos ha transformado de una manera práctica. El Señor nos invita cada día a crecer en fe, y amar, como dice Juan, no “de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18)

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