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Venciendo el sufrimiento - Rumbo al hogar

“Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7)

INTRODUCCIÓN

Al sentirnos nerviosos o preocupados por diversas cuestiones que vivimos cotidianamente, estamos, de alguna forma u otra, expresando algún grado de ansiedad en nuestra vida. Este tipo de sensación es parte de la experiencia humana, la que nos recuerda que estamos vivos. Por otro lado, existen también los llamados trastornos de ansiedad. Esta ansiedad patológica, a diferencia de la primera, es constante, extensa y exagerada, y necesita ayuda médica.

Nuestro estudio de hoy no se centrará en la ansiedad patológica, la que requiere la opinión de un especialista, sino en aquella que los seres humanos experimentamos en momentos determinados de estrés, y que se despierta ocasionalmente. Esta, sin duda, es una forma de sufrimiento, y como creyentes no estamos exentos a sus ataques. En el estudio de hoy examinaremos lo que el apóstol Pedro, en su primera carta, nos enseña acerca de lo que podemos hacer con este tipo de ansiedad (1 Pedro 5:1-11).

DIOS RESISTE A LOS SOBERBIOS (1 Pedro 5:1-5)

No podemos negar que el cristiano sufre. En ninguna parte de la Biblia se dice lo contrario (Salmos 34:19; 2 Timoteo 3:12; Santiago 1:2-4). Es importante tener en cuenta que, desde la perspectiva bíblica, el que es afligido no necesariamente lo hace porque haya pecado. Los malos, nos recuerdan los profetas y poetas del Antiguo Testamento, a veces prosperan, mientras los justos padecen aflicción (Salmos 73:3; Eclesiastés 7:15; Job 21:7-17; Jeremías 5:28; 12:1). El libro de Job ilustra perfectamente aquello; una historia que nos enseña una verdad clave: los justos también sufren (Job 1:1-2:13).

Pedro afirma que no nos podemos sorprender “del fuego de prueba que nos ha sobrevenido” como si eso fuese algo extraño (1 Pedro 4:12). Al contrario, debemos alegrarnos, pues estamos siendo copartícipes de los sufrimientos de Jesús (1 Pedro 4:13). Es un privilegio, Pedro dirá, sufrir por Cristo. Al mismo tiempo, es una vergüenza, y una blasfemia padecer persecución por ser homicidas y ladrones (1 Pedro 4:14-15). Por esa razón, si hemos de padecer, debemos hacerlo por ser cristianos, aceptando la voluntad de Dios (1 Pedro 4:16, 19).

Luego de decir esto, Pedro se dirige a los ancianos de iglesia (1 Pedro 5:1-4), quienes eran los líderes que se preocupaban pastoralmente de las regiones del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia (1 Pedro 1:1). La orden que les da Pedro es la apacentar la grey que Dios les había dejado a cargo, “cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente” (1 Pedro 5:2). Ellos no eran los dueños, ni los señores, de los miembros de la iglesia que ministraban. Por lo cual, el liderazgo que debían ejercer era el del ejemplo (1 Pedro 5:3), mostrando entusiasmo a la hora de servir al rebaño (1 Pedro 5:2). En virtud de esto, Pedro los anima a trabajar, no por una ganancia deshonesta (1 Pedro 5:2), y si porque un día recibirían “la corona incorruptible de gloria” de las manos del Pastor supremo (1 Pedro 5:4).

Seguidamente, Pedro se dirige a los jóvenes, amonestándolos a someterse a los ancianos que los lideraban. Esta orden descansa en el mismo principio que Pedro empleó previamente. Pues, así como los líderes de iglesia deben someterse al liderazgo de Pedro, los jóvenes deben actuar de la misma forma y someterse a los ancianos (1 Pedro 5:5). El acto de someterse a otro no es una tarea sencilla, es por esto que Pedro les aconseja a revestirse de humildad (1 Pedro 5:5). Y esta amonestación no sólo se dirige a los jóvenes, sino también a los ancianos, por lo cual nadie está exento.

El vocablo "humillad", tal y como es usado aquí en este pasaje, expresa una actitud de servicio amoroso (Hechos 20:19) que moldea nuestro trato con el prójimo (Efesios 4:2). En esencia, el término describe a una persona que coloca las necesidades y deseos de los otros en primer lugar. Un autor que ilustra de un modo claro lo antes dicho es Pablo, quien ordena: “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos” (Filipenses 2:3, NVI). Esto fue lo que hizo el propio Jesús, quien, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres” (Filipenses 2:6-7). En otras palabras, el acto de humillación que Pedro exige tiene como modelo a Jesús, quien “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8).

Pedro señala que una disposición diferente, una que se centre en el yo, y que olvide al prójimo, no es el camino por el cual el creyente debe transitar (1 Pedro 5:5). Esto porque Dios resiste a los soberbios (1 Pedro 5:5; Proverbios 3:34). Una persona soberbia es aquella que actúa de manera egoísta y vana, sin importarle las consecuencias que acarrea tal conducta. Dicho de otra manera, un soberbio quiere tomar el control de su vida, sin respetar ni siquiera la voluntad divina. ¿Cómo podría entonces alguien que actúa soberbiamente sufrir en nombre de Cristo? Esto genera un problema, porque los que padecen lo hacen de acuerdo con la voluntad de Dios (1 Pedro 4:19). Esto explica porqué Dios da gracia a los humildes, quienes se han sometido a la voluntad divina al punto de exponer sus vidas por Cristo (1 Pedro 4:12-13).

Es importante destacar que nuestra tendencia como seres humanos es tomar el timón de nuestra vida, e independizarnos de Dios. La sociedad occidental en la cual vivimos nos enseña y nos motiva a actuar de esa manera. Por otro lado, Pedro nos invita a transitar el camino contrario. Esto es, a ser sumisos unos con los otros, para que de este modo aprendamos sobre todo a ser obedientes con Dios.

LA SOBERBIA Y LA ANSIEDAD (1 Pedro 5:6-7)

Teniendo en mente todo lo dicho anteriormente, Pedro nos invita para que nos humillemos “bajo la poderosa mano de Dios” (1 Pedro 5:6). Esto significa reconocer nuestra insuficiencia y limitaciones humanas. No sabemos la razón ni por qué sufrimos, ni tampoco conocemos lo que sucederá con nuestra vida terrenal en el futuro. Visto así, el acto de humillarse comprende permitir que Dios sea quien dirija nuestra vida, y aceptar que el sufrimiento que vivimos opere de acuerdo con su voluntad. Debido a esto, resulta esencial destacar que esta disposición sumisa que Pedro nos amonesta seguir no ocurre en un vacío existencial o se realiza en un contexto sin rumbo. El sometimiento ocurre al depositar nuestra vida “bajo la poderosa mano de Dios” (1 Pedro 5:6). Esto implica creer que la mano de aquel que nos creó tiene también cuidado de nosotros (1 Pedro 5:7).

Jesús instruyó acerca del cuidado que tiene Dios con aquellos que lo aman en ocasión del sermón del monte. Nosotros, dice Jesús, somos más valiosos que las aves del cielo y los lirios del campo, y aun así Dios las alimenta y los viste (Mateo 6:25-30). Por consiguiente, no nos afanemos por aquello que aún no ocurre, o con el alimento que estaría faltando hoy sobre nuestra mesa (Mateo 6:31-34). Busquemos primero, dice Jesús, “el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:34).

Es bajo este contexto que Pedro nos convida a echar toda nuestra ansiedad sobre la mano poderosa de Dios (1 Pedro 5:7). El adjetivo “toda” resalta que la ansiedad que cada uno experimenta puede ser distinta para cada individuo, es decir, asumir diferentes formas. Para unos puede ser el trabajo, y para otros los hijos. Da igual. Pues sin importar lo que nos aflija, el Señor está dispuesto a escuchar, pues está preocupado de lo que nos sucede (1 Pedro 5:7). Por esta razón, vale la pena notar que el acto de echar nuestras ansiedades sobre él subraya la importancia que tiene la oración para el creyente. El apóstol Pablo resume perfectamente esto, al decir: “Por nada estéis angustiados, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6). En consecuencia, oremos y contémosle a Dios el afán que no nos deja dormir, y después cerremos nuestros ojos creyendo y confiando en el poder de su mano poderosa. (1 Pedro 5:6-7).

EL DIABLO TAMBIÉN ESTÁ ANSIOSO (1 Pedro 5:8-11)

Pedro nos amonesta a practicar el dominio propio y a velar (1 Pedro 5:8). En ambos casos, lo que se requiere es llevar a cabo decisiones y ocuparnos en nuestra “salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12). El creyente, de esta manera, está llamado a progresar espiritualmente, y reconocer que somos parte de un gran conflicto cósmico, por lo cual es nuestro deber estar atentos a las asechanzas del enemigo (1 Pedro 5:9).

El diablo, nuestro adversario, “como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Es probable que Pedro tenga en mente las asechanzas del diablo como causa de la ansiedad que sus oyentes estaban experimentando. Como notamos previamente, Pedro instruye a los miembros de iglesia a padecer en nombre de Cristo, aceptando el sufrimiento como parte de la voluntad de Dios (1 Pedro 4:12-19). Esta asociación, entre Satanás y la persecución, comprende entender que a veces Dios consiente en que el diablo actúe en momentos específicos de nuestra vida (Job 1:1-2:13; Apocalipsis 2:10).

Dios, empero, no permite el sufrimiento de sus hijos porque él se complazca en ello. Dios no se complace siquiera en la muerte de un pecador, esperando en cambio que este se convierta y viva (Ezequiel 18:31). Esto implica que Dios no es un masoquista que siente placer al ver una persona sufriendo. El causante del sufrimiento, y del mal que vivimos, no es Dios (Santiago 1:13-15), sino el diablo, la serpiente del Edén (Génesis 3:1-7; 4:1-8). Y es el enemigo, no Dios, quien anda como un león rugiente en busca de presas con el fin de destruirlas (1 Pedro 5:8). A diferencia del diablo, Dios nos ama, al punto de enviar a su Hijo unigénito al mundo, “en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). Nunca olvidemos aquello.

El propósito del sufrimiento, cuando lo entendemos desde la perspectiva bíblica, consiste en reconocer que Dios posibilita que lo vivamos porque él desea enseñarnos algo (Santiago 1:2-4). Nuestra fe, dirá Pedro, es semejante al oro (1 Pedro 1:7). Y, así como el oro debe ser pasado por el fuego para reconocer si es auténtico o no, la fe, luego de pasar por la prueba de la aflicción, será “hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6-7). De este modo, evitemos caer en la trampa de pensar que por el solo hecho de ser hijos e hijas de Dios estamos protegidos contra cualquier tipo de padecimiento. Desgraciadamente, y a partir de nuestra experiencia cristiana, sabemos que el resultado es totalmente opuesto a lo que muchas veces se predica. Pues, como afirma Pablo, “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12).

El sufrimiento, sin embargo, no durará eternamente. Porque, en palabras de Pedro, Dios nos exaltará cuando fuere tiempo (1 Pedro 5:6). Ese tiempo puede ser ahora, o quizás en la segunda venida de Jesús. Independientemente de cuál sea el caso, Jesús en algún momento hará justicia y nos restaurará. Lo importante para Pedro, no obstante, es el efecto discipulador que tiene el sufrimiento, y que nos conlleva a reconocer que lo que el gran Maestro espera es que sus hijos e hijas depositen en él toda su ansiedad (1 Pedro 5:7).

Es verdad que la experiencia de la ansiedad nos es placentera, y el conflicto que vivimos a veces nos deja agotados. Sin embargo, es transcendental en este contexto reconocer la visión comprensiva que tiene la Escritura al respecto. Esto significa tener en mente que, aunque “es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza”, una vez que haya pasado, esa experiencia dará “fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11).

Los frutos prometidos conllevan crecer en gracia y carácter. En gracia, porque habremos soportado la prueba únicamente amparados bajo sus alas. En carácter, porque al salir del padecimiento que él permitió que viviéramos, nuestra lectura del mundo, y de nuestro relacionamiento con Dios, será distinto. Pues, como dice Santiago en su epístola, la fe que es probada produce paciencia (Santiago 1:2). De esta manera, luego de que la aflicción haya pasado, y de haber aprendido a depender de Dios, podremos descansar en esa promesa. Y no solo eso, pues también tendremos la capacidad espiritual de ver cómo el Señor nos anima constantemente, sabiendo que en el momento de ansiedad que podemos estar viviendo, podemos confiar que, al echar todas nuestras inquietudes en él, estamos bajo el cuidado de su mano poderosa.

CONCLUSIÓN

El consejo de Pedro contra la ansiedad humana consiste en echar nuestras cargas y problemas en Dios. Esto significa que debemos orar, y creer, que el Señor está preocupado y cuida de nosotros. El diablo es sin duda una fuente de ansiedad, quien procura destruirnos. Por esto, debemos resistir sus artimañas. Y para que aquello ocurra, tenemos que estar conscientes de sus ataques, y reconocer, en humildad, que nuestra única esperanza está en el Señor. Pues, no olvidemos: “Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5, NVI).

INVITACIÓN

Oremos para reconocer que sin el Señor somos nada. En un acto de humildad, y dejando de lado la soberbia, oremos para abandonar nuestras tendencias de superioridad e independencia. Al echar nuestra ansiedad sobre Dios, nos estamos sometiendo a su voluntad, proclamando públicamente que él es nuestro Dios, y en sólo él confiamos. Por lo tanto, creamos y aceptemos que el propósito de nuestro sufrimiento tiene el objetivo de transformar nuestro carácter.

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