2 Corintios 5:14
Una de las historias más impactantes que he escuchado es la Desmond Doss.
Nacido en el estado de Virginia en 1919, en una familia trabajadora, Doss se enroló en el ejército de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Debido a sus profundas convicciones religiosas de que Dios le había exhortado a nunca llevar un arma consigo, se entrenó como médico.
¡¿Pueden imaginarse lo que es ir a la guerra sin llevar un arma?! Las convicciones de Doss le ocasionaron burlas, abuso de parte de sus compañeros y hasta desprecio de sus superiores, pero nunca dio su brazo a torcer.
Sin embargo, todo cambio en abril de 1945, cuando la compañía de Doss luchó en la batalla de Okinawa, la batalla más sangrienta de la guerra del Pacífico. En medio de la lucha, los japoneses mantuvieron su posición; y finalmente, el batallón norteamericano se retiró.
En la retirada, Doss podía ver los cuerpos de estadounidenses esparcidos por el campo de batalla y sabía que había heridos entre ellos. Se quedó atrás y, sin importarle el peligro, corrió rápidamente a la zona de muerte, llevando a los soldados heridos al margen de la colina y bajándolos él solo a un lugar seguro, con una cuerda que había hecho.
Durante doce horas repitió esta ardua tarea, hasta que supo con seguridad que no quedaban más estadounidenses heridos en el campo. Cuando finalmente salió de la zona, ¡Desmond Doss había salvado las vidas de setenta y cinco hombres!
Por su increíble hazaña le otorgaron a Doss la Medalla de Honor del Congreso. Años más tarde, le preguntaron cómo encontró la fortaleza para seguir adelante esa noche. Su respuesta fue simple: cada vez que terminaba de bajar a otro hombre a un lugar seguro, él oraba: “Señor, ayúdame a encontrar uno más”.
Apreciados jóvenes, al igual que Desmond Doss, estamos en un campo de batalla donde cientos y cientos de personas están suf riendo y prestas a perecer. ¿Cuál es nuestra responsabilidad entonces? Trabajar de manera incansable y orar diciendo: “Señor, ayúdame a encontrar uno más”. El amor a Dios y a nuestros semejantes debe llevarnos a compartir el mensaje de la salvación.
DESARROLLO
¿A dónde debe llevarnos el amor a Dios y a nuestros semejantes?
En esta ocasión, me gustaría compartir contigo algunos ejemplos de personas que no pudieron permanecer en silencio y que, por amor, decidieron compartir con otros las buenas nuevas de Jesús; personas como tú y como yo.
El primer ejemplo lo podemos encontrar en el evangelio de Marcos. La Biblia nos dice que:
“Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: ‘Si quieres, puedes limpiarme’. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: ‘Quiero, sé limpio’. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquel, y quedó limpio”.55
Como podemos ver en esta primera historia, un hombre lleno de lepra se acercó a Jesús. Recordemos, chicos, que la lepra se conocía como el “azote” o “el dedo de Dios en la época de Cristo”. ¿Y saben por qué?
El maestro y escritor Alfonzo Ropero nos cuenta que la lepra era una enfermedad dolorosa y repugnante, para la cual no existía cura.
Sí, queridos jóvenes, el hombre que se acercó a Jesús estaba condenado a muerte; sin embargo, la Biblia dice que Jesús habló y su piel quedó completamente limpia. El leproso que estaba condenado por esta terrible enfermedad encontró la sanidad en Jesús. ¿Qué pasó entonces? Veamos cómo concluye la historia:
““Entonces le encargó rigurosamente, y le despidió luego, y le dijo: ‘Mira, no digas a nadie nada, si no ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos’. Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho”. 56
Cuando el leproso experimentó la sanidad, lo siguiente que hizo fue testificar de su Sanador. ¡No pudo guardar silencio! ¡Habló de aquel que le había sanado!
El segundo ejemplo que deseo mostrarles lo podemos encontrar en el mismo evangelio de Marcos. Allí se relata la historia de un personaje conocido como el endemoniado gadareno. El relato dice que en la región de Gadara vivía un hombre poseído nada más y nada menos que por una legión de demonios.
Es bueno aclarar que el término “legión” es de origen romano y este hace referencia a unos seis mil soldados de infantería y setecientos soldados de caballería. Como ves, ¡el hombre de nuestra historia estaba siendo atado por muchos demonios!
Pero un día, Jesús llegó a las playas de Gadara con el propósito de darle liberación a esta pobre criatura. De manera sorprendente, Jesús sometió el poder de Satanás y libertó al hombre del poder de las tinieblas. ¿Qué ocurrió entonces?
Veamos nosotros mismos la respuesta en Marcos:
“ “Mas Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: ‘Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti’. Y se fue, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban”. 58
¿Lo vieron? Cuando el “ endemoniado de Gadara experimentó el poder libertador de Jesús, no se pudo quedar callado.
¡Él, al igual que el leproso, salió y comenzó a divulgar cuán grandes cosas había hecho Jesús en su vida!
El tercer ejemplo que deseo mostrarles aparece en san Juan, en el capítulo 4. En este pasaje aparece la historia de una mujer atribulada y avergonzada por su pasado. En un caluroso día, se dirigió al pozo a buscar agua y allí encontró a un forastero judío que le dijo: “Dame de beber”. Ella, como buena samaritana que era, sabiendo que quien le estaba pidiendo agua era judío, le dijo: “¿Cómo tú siendo judío me pides a mí de beber?”. Es entonces cuando aquel personaje, que no era nada menos que quien había creado todas las fuentes de agua, le dice: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’; tú le pedirías, y él te daría agua viva”. 59
¡Aquella atribulada mujer le pidió a Jesús del agua de la vida! Justo allí, en aquel pozo, ella experimentó el poder del perdón y de la salvación. ¿Qué ocurrió después? La Biblia nos dice que:
“Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: ‘Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?’ Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él”.
La mujer samaritana, al igual que el leproso y el endemoniado de Gadara, no pudo guardar silencio. ¡Cuando experimentó el poder del perdón salió y testificó acerca de su salvador!
CONCLUSIÓN
¿Por qué no podemos guardar silencio cuando el amor del Señor nos domina?
Estimados jóvenes, la Biblia dice que “el amor de Cristo nos constriñe”61 o, como dice la Traducción en Lenguaje Actual, el “amor de Cristo domina nuestras vidas”.62 Cuando el amor del Señor nos domina no podemos guardar silencio, porque amar es compartir.
Se dice que después de que Cristo resucitó, ascendió a los cielos y fue recibido con entusiasmo por los ángeles. Mientras los ángeles le alababan por la victoria alcanzada, uno de ellos se acercó al Señor con la siguiente pregunta
¿Qué plan tienes para continuar la obra que empezaste en la Tierra?
Sin vacilación, Jesús contestó:
—Lo dejé en las manos de los apóstoles. Ellos se encargarán de decirlo a otros. Y esos otros a otros, hasta que todo el mundo lo sepa.
El ángel volvió a preguntarle:
— ¿Y qué pasa si fallan? ¿No tienes algún otro plan?
El Señor respondió: —No tengo otro plan.
¡Oh, queridos jóvenes! No hay otro plan. El único plan es que cada uno de nosotros testifique acerca de lo que Jesús ha hecho en nosotros y por nosotros. El amor a Dios y a nuestros semejantes deben llevarnos a compartir el mensaje de la salvación.
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