"Y os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. [...] Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. [...] porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Mateo 24:9; 5:11, 12; Juan 15:20).
Materiales NECESARIOS
Un cronómetro, una caja de palitos de fósforo (de palitos de helado, de diente o de otro tipo), unos seis o siete limones pelados y cortados (u otra fruta ácida, como tamarindo, maracuyá, etc.) y una cámara fotográfica o celular para tomar fotos y hacer videos cortos.
PREPARACIÓN DEL AMBIENTE
Organizados en parejas o grupos, voluntariamente o mediante sorteo, los participantes:
Tendrán de 30 a 60 segundos, más o menos, para masticar o chupar la fruta ante la cámara y a la vista de todos sin hacer careta o expresar disgusto. Cada voluntario o participante sorteado hará eso indivi- dualmente mientras los demás lo incentivarán en voz alta para que continúe firme hasta el fin. El ganador será el que consuma la mayor cantidad de fruta y/o tenga la mejor reacción, o sea, no haga cara fea, no se queje ni lagrimee. En el caso que el sorteo se haga usando el palito, el coordinador romperá los palitos en diferentes tamaños y, sosteniendo entre los dedos, permitirá que, por pareja o por grupo, cada partici- pante saque uno. El que saque el palito más corto será el elegido para representar al grupo. El coordinador decidirá cuántas rondas tendrá el juego.
Al final, cada participante contará al grupo lo que sintió y pensó:
a) Antes de comenzar la prueba
b) Durante la prueba
c) Mientras oía los comentarios de los demás
d) Después de terminada la prueba.
ILUSTRACIÓN (OPCIONAL)
Entrevista de empleo
Se cuenta que algunas décadas atrás en Brasil, un joven llamado Julio Souza fue al almacén de un señor portu- gués con la intención de conseguir un trabajo. El Sr. Prado estaba leyendo un libro cuando fue interrumpido por el joven recién llegado:
– ¿Qué deseas, joven? – preguntó secamente.
– Estoy buscando trabajo – fue la pronta respuesta de Julio.
- ¿Trabajo? ¿Y quién te dijo que yo tengo trabajo para ofrecer?
– Leí su anuncio en el diario.
– ¡Hummm! Entonces, ¿tú lo leíste en el diario? Pues bien. ¿Tú llenas los requisitos mencionados en el anuncio?
– No sé, Sr. Prado. Pero pensé que tal vez usted pudiera hacer una prueba conmigo.
– Todo bien. Entonces veamos, ¿qué eres capaz hacer?
Julio dudó por algunos instantes. Él sabía hacer muchas cosas, pero ¿cómo explicarlo en una respuesta breve? Después de pensar un poco, respondió:
– Hago todo lo que usted me ordene.
– ¿Harás todo? Hummm. Si fuera verdad lo que dices, puedes serme bastante útil.
– Bien, yo quise decir que... – dijo Julio lleno de vergüenza – puedo “intentar” hacer todo, pero me imagino que usted no me pedirá que haga cosas que no debo hacer.
– Déjame ver si entendí. Imaginemos que yo te contrate y al día siguiente te mande a ir a mi almacén. Supongamos que allá tengas que subir veinticinco veces la ladera que queda en frente de la puerta de atrás. Entonces, ¿tú harías eso?
– Bueno – dijo Julio sonriendo – estoy seguro de que puedo hacerlo y que lo haría lo más rápido posible.
– Bien, supongamos además que yo te mando al almacén del vecino y, sin que nadie te vea, tomas el mejor bacalao de la exposición que hay y corres para entregármelo. ¿Y entonces?
– Ah, no podría hacer eso, Sr. Prado – dijo Julio con pesar.
– ¿Por qué no? ¿No dijiste que, harías todo lo que te ordenara?
– Sí, pero tengo algunas órdenes que están por encima de todo eso. Por ejemplo: “No hurtarás” es una de ellas. Y tengo que cumplirla.
– ¡Ah! Entonces, ¿quieres decir que mis órdenes quedarían por debajo de esas?
– Sí, Sr. Prado. ¡Siempre! – dijo el joven con la voz más firme que nunca.
Julio entonces comenzó a pensar que estaba ante un hombre deshonesto y que hasta sería bueno no ser con- tratado para ese trabajo. Pero, justamente en ese momento, el Sr. Prado le extendió la mano para darle la bienvenida:
– Déjame apretar tu mano, joven. Quiero que trabajes conmigo por algún tiempo para ver si es verdad lo que dices. Yo necesito alguien que ponga las leyes de Dios en primer plano y las mías en segundo.
APLICACIÓN Y TRANSICIÓN
A veces es más fácil tener lo que queremos alcanzar si dejamos a un lado nuestros principios y creencias, pero Dios bendice y recompensa a los que permanecen firmes en la verdad y aprenden a depender de él para sobrevivir en este mundo.
Mártires del cristianismo
Leer Mateo 5:1-12. Hoy conoceremos la historia de al- gunas personas que sufrieron persecución por obedecer la Palabra de Dios y la voz de su consciencia. Además de Esteban (Hech. 7:54-60; 11:19), Santiago, hermano de Juan (Hech. 12:1) y los apóstoles en general, men- cionados en la Biblia, muchos otros cristianos fueron perseguidos y muertos después de la crucifixión de Jesús. La persecución comenzó con Nerón (37-68 d.C.) y con- tinuó por siglos. Cuando ocurrían crisis, períodos de hambre, epidemias y terremotos, los cristianos eran acusados de ser la causa de ellos. Muchos cristianos fueron quemados vivos en los anfiteatros. Algunos fueron cru- cificados; otros fueron cubiertos con pieles de animales salvajes y lanzados a la arena para ser despedazados por perros. En fiestas públicas, multitudes se reunían para divertirse presenciando la agonía y la muerte de los cris- tianos, con muchas risas y aplauso.
Como podemos leer en el libro Los rescatados (El gran conflicto en lenguaje de hoy, p. 22-25), ellos pasaron por situaciones muy difíciles. Tuvieron que esconderse en refugios subterráneos, que antes eran usados como cementerios. ¿Ya imaginaron eso? Lo que los mantenía firmes era realmente la Palabra de Dios. Ellos recordaban textos como Mateo 5:11, 12. Creían que ese sufrimiento no sería en vano y Dios finalmente les daría la recompensa.
Hubo cerca de diez grandes persecuciones a los cris- tianos hasta que Constantino, uno de los emperadores romanos, se unió a la iglesia e hizo del cristianismo la religión oficial del imperio. Eso parecía un gran alivio. Él firmó junto con el emperador de Oriente, un edicto de tolerancia en favor de los cristianos, en el año 313 d.C. Pero tiempo después, el papa llegó a ser el representante supremo del cristianismo y poco a poco, la iglesia abandonó las enseñanzas de la Biblia.
Entonces la persecución se volvió contra los que, siendo cristianos, cuestionaban a los líderes de la iglesia. A esa altura, era posible notar que no siempre esos líderes es- taban preocupados por el bienestar de todos. Estos son algunos ejemplos:
• El papa Gregorio VII (1020-1085) prohibió que se usara el idioma del pueblo en los cultos.
• Por cientos de años la Iglesia Católica prohibió la cir- culación de la Biblia.
• Los líderes de la iglesia eran los que interpretaban las Escrituras y enseñaban religión al pueblo, alegando que Pedro y los apóstoles les habían pasado a ellos esa autoridad divina. Las voces discordantes eran silenciadas.
La iglesia se corrompió de tal manera que muchos de entre el pueblo, incluso entre los nobles deseaban que hubiera un profundo cambio. Vean que interesante esta declaración hecha por uno de estos antes de morir: “Se levantará uno de entre la gente común, sin espada ni au- toridad, y contra él no podrán prevalecer” (Los rescata- dos, p. 48). Esas palabras se cumplieron años después en la vida de hombres como Juan Hus (1369-1415). ¿Qué tal conocer un poco de su historia?
JUAN HUS
Juan Hus nació en un hogar humilde. Su padre murió cuando él todavía era pequeño. La madre lo educó en los caminos del Señor. Estudió en la escuela de la provincia y cuando fue joven fue a la universidad de Praga, donde fue aceptado como alumno becario. En la universidad, Hus pronto llamó la atención por su rápido desarrollo. Su comportamiento bondadoso y cautivador hacía que todos los admiraran. Era un seguidor sincero de la Iglesia Católica y buscaba con fervor las bendiciones espirituales que ofrecía. Por eso, después de concluir el curso universitario, entró al sacerdocio. Después fue nombrado profesor y más tarde, rector de la universidad. El humilde alumno becario llegó a ser el orgullo de sus padres, y su nombre fue honrado por toda Europa. Pero algo estaba pronto para suceder, algo que cambiaría la historia de Juan Hus.
En aquel tiempo, comenzaron a circular por Europa textos escritos por individuos que defendían que la Iglesia debería practicar la simplicidad del evangelio de Cristo. Esas ideas comenzaron a esparcirse por todos los lugares. En la misma época, dos extraños provenientes de Inglate- rra, hombres cultos y de gran talento artístico, hicieron en la ciudad de Hus algo que llamó la atención de todos los que pasaban. Eran dos pinturas: una retrataba la entrada de Jesús en Jerusalén. ¿Recuerdan cómo fue? Mateo 21:5 describe a Jesús humilde y montado en un asno, seguido por sus discípulos. Ellos usaban ropas gastadas por el viaje y con sus pies descalzos. La otra pintura era un contraste total. Mostraba una procesión elegante con los líderes de la iglesia. El papa usaba ropa muy cara y una corona exagerada. Estaba montado en un caballo todo engalanado. Al frente iban trompetistas, seguidos por cardenales y oficiales en un desfile con toda pompa. Esas imágenes causa- ron profunda impresión en Hus. Finalmente, él terminó reconociendo los errores del sistema papal y comenzó a oponerse al orgullo, la ambición y la jerarquía corrupta de la iglesia de su tiempo.
Y no quedó solo en la indignación, no. Con osadía cada vez mayor, Hus pasó a denunciar las cosas terribles que se practicaban en nombre de la religión. Claro que no le aliviarían el peso a Hus. Pronto comenzaron a llegar las represalias.
Para resolver pronto la situación, fue convocado un concilio general en la ciudad de Constanza (en el sudoeste de Alemania). En la época, si una persona fuera acusada de cuestionar la autoridad de la iglesia podría perder sus derechos de ciudadana y todavía ser condenada a muerte. Pero, Hus recibió plena libertad para comparecer al concilio sin ser llevado preso. En esa ocasión, él también recibió un salvoconducto del emperador, y el propio papa dio a Hus una garantía personal de protección. Nada de eso, sin embargo, fue suficiente para protegerlo.
Poco después de eso, Hus fue preso por orden del papa y de los cardenales y lanzado en un calabozo terrible. Des- pués fue llevado a un castillo fuerte del otro lado del río Rin, donde quedó como prisionero. El fin de Juan puede parecer trágico, pues él fue condenado a la hoguera, y después de quemado, sus cenizas fueron lanzadas a las aguas del Rin. Pero su ejemplo y la defensa que hizo de las verdades bíblicas mostrarían sus resultados tiempo después. Muchos otros fueron incentivados a permanecer firmes ante la tortura y la muerte. Su ejecución mostró al mundo la crueldad traicionera de Roma. Sin notarlo “¡Los enemigos de la verdad estaban promoviendo la causa que trababan de destruir!” (Los rescatados, p. 54).
LUTERO
Otra figura superimportante dentro de ese contexto fue Martín Lutero (1483-1546). ¿Ya oyeron hablar de él? La historia de Lutero es increíble. Presten atención:
Lutero pasó la infancia en un hogar humilde, en Alemania, como un campesino. Las dificultades, la pobreza y la disciplina severa fueron la escuela en la cual Dios lo preparó para la misión de su vida. El padre de Lutero, aunque era un hombre de fe, comenzó a desconfiar del sistema monástico. Por eso, discordó cuando Lutero, sin su permiso, decidió entrar a un monasterio a fin de llegar a ser monje. Pasaron dos años hasta que el padre se reconciliara con su hijo, y aun después, su opinión seguía siendo igual. En la escuela donde estudió, Lutero fue tratado de manera dura y hasta con violencia. La religión de la época estaba llena de misterio y supersticiones que lo dejaban lleno de temor. Él se acostaba de noche con el corazón dolorido, aterrorizado por el pensamiento de que Dios fuera un tirano cruel, y no un Padre celestial bondadoso.
Cuando comenzó a estudiar en la Universidad de Erfurt, siendo un joven muy disciplinado y estudioso, pronto se destacó entre sus colegas. Cierto día, mien- tras estaba en la biblioteca de la universidad, descubrió un libro que nunca había visto: una Biblia en latín. En ese tiempo era raro encontrar una Biblia. Él ya había oído partes de los evangelios y de las cartas, pero creía que eso era la Biblia completa. ¡Quedó impresionado! Con respeto y admiración, abrió sus páginas sagradas, leyó y exclamó: “Ah, ¡si Dios me diera un libro como éste para mí!” Lutero amaba estudiar la Palabra de Dios. Tiempo después, encontró una Biblia atada con cadenas a una pared del monasterio y, con frecuencia, iba hasta allá, quitando tiempo al sueño y hasta de sus pobres comidas para estar con la Palabra.
Lutero llevaba una vida muy rígida. Él buscaba poner en práctica lo que había aprendido con la iglesia; así, se es- forzaba para vencer las tentaciones haciendo ayunos, vi- gilias, penitencias y azotando su cuerpo. Pero esas cosas no traían alivio a su corazón. Ya no sabía que más hacer. Pero cuando parecía que toda la esperanza había termi- nado, Dios hizo algo increíble por Lutero. Él le dio un amigo llamado Staupitz, que abrió la Palabra de Dios a la mente de Lutero, y le dijo: “Lutero, en vez de torturar- se por sus pecados, láncelos en los brazos del Redentor. Confíe en él, en la justicia de la vida de Cristo, en lo que su muerte significa para nosotros. El Hijo de Dios se hizo hombre para darle la seguridad del favor de Dios. Ame a quien lo amó primero”. Esas palabras causaron una profunda impresión en la mente de Lutero. Solo después sintió paz en su corazón afligido.
Después de ser ordenado sacerdote, Lutero fue llamado a ser profesor en la Universidad de Wittenberg. Comenzó a dar clases sobre los Salmos, los Evangelios y las Cartas a las multitudes de interesados. Staupitz, su supervisor, lo estimuló a asumir el púlpito y predicar. Fue solo después de una larga batalla que cedió al pedido de sus amigos. Lutero era poderoso en Palabra, y la gracia de Dios reposaba sobre él. Presentaba la verdad con tanta claridad y poder que las personas se convencían con facilidad. Sus exhortaciones tocaban el corazón de las personas. Sin embargo, Lutero jamás pensó que dejaría la iglesia de su infancia y juventud.
Como un católico fiel y decidido a convertirse en monje, fue a visitar Roma, como era la costumbre en la época. Hizo la travesía a pie y se quedó de noche en monasterios a lo largo del camino. Se sorprendió con el lujo que vio. Los monjes vivían en habitaciones elegantes, usaban ropa cara y sus comidas eran como banquetes con ricos alimentos. La mente de Lutero comenzó a quedar confundida. En todo lugar, lo que vio lo dejó pasmado. Los integrantes del clero y los oficiales de la iglesia hacían bromas indecentes y se comportaban mal. Lutero quedó horrorizado con el vocabulario bajo usado hasta durante la misa. Él se sintió muy triste y decepcionado con lo que vio.
En esa oportunidad, el papa había prometido dar certifica- dos de perdón a todos los que escalaran de rodillas la “escalera de Pilato”, en Roma. Decían que esa escalera sagrada, por milagro divino, había sido trasportada de Jerusalén hasta allá. Cierto día, mientras Lutero subía los escalones, tuvo la impresión de oír una voz semejante a un trueno que decía: “El justo vivirá por la fe” (Romanos 1:17). Él se levantó avergonzado y lleno de horror. En ese momento, notó con mayor claridad que nunca cuán equivocado era confiar en las obras humanas para alcanzar la salvación.
Cuando volvió de Roma, Lutero recibió el título de Doctor en Divinidad. Entonces, con los estudios ter- minados, estaba libre para dedicarse a las Escrituras que tanto amaba. Él había hecho un voto solemne de ser fiel a la predicación de la Palabra de Dios, no a las doctrinas de los papas. Ya no era un simple monje aprendiz, sino una voz autorizada para enseñar la Biblia, alguien llamado para ayudar a todas las personas que estaban hambrientas y sedientas de la verdad. Declaró con firmeza que los cristianos no deberían creer en ninguna doctrina que no se basara en la autoridad de las Sagradas Escrituras.
Las multitudes los escuchaban atentas. Las buenas nuevas del amor del Salvador, la seguridad de perdón y paz por medio de su sangre expiatoria hacían que el corazón de las personas saltara de alegría. Una luz comenzó a brillar en Wittenberg. Sin embargo, siempre hay un conflicto entre la verdad y el error. La Iglesia Católica puso a la venta la gracia de Dios. A fin de conseguir recursos para construir la basílica de San Pedro, en Roma, la iglesia comenzó a vender indulgencias (certificados de perdón) en nombre del papa. Los líderes de la iglesia eligieron a Tetzel como su represen- tante oficial para vender indulgencias en Alemania. Tetzel había sido condenado por ofensas vergonzosas contra la ley de Dios y contra la sociedad, pero, aun así, fue contratado. Él decía mentiras absurdas y contaba historias fantasiosas a fin de engañar al pueblo ignorante y supersticioso. Si en esa época la gente hubiera tenido acceso a la Palabra de Dios, no habrían sido engañadas tan fácilmente. Pero la iglesia les impedía tener contacto con las Escrituras.
Vean hasta el punto en que llegaron las cosas: Cuando Tetzel llegaba a una ciudad, un mensajero iba al frente anunciando: “La gracia de Dios y del santo padre está a las puertas”. La gente recibía al engañador como si fuera Dios mismo. Del púlpito de la iglesia, Tetzel exaltaba las indulgencias como si fueran el don más precioso del Señor. Afirmaba que por medio de sus certificados de perdón todos los pecados que el comprador quisiera co- meter serían perdonados y “no sería necesario arrepentirse”. Él garantizaba a sus oyentes que las indulgencias tenían poder para salvar hasta a los muertos. Decía que en el momento en que el dinero tintineara en el fondo de su maleta, el alma por la cual el individuo había pagado saldría del purgatorio y seguiría directo al Cielo.
¡Lutero quedó horrorizado! Pero muchos miembros de su congregación creyeron en Tetzel y compraron los certifi- cados de perdón. Pronto comenzaron a buscar a Lutero, confesando pecados y pidiendo perdón, no por lamentar lo que habían hecho y querer cambiar, sino por la indulgencia. Lutero advirtió a las personas diciéndoles que, a menos que se arrepintieran y cambiaran de vida, morirían en sus pecados. Entonces volvían a Tetzel reclamando que su con- fesor había rehusado los certificados, y algunos exigieron el dinero de vuelta con audacia. Airado, el fraile profirió mal- diciones terribles, ordenó que fueran encendidas hogueras en las plazas públicas y declaró que él “había recibido del papa la orden de quemar a todos los herejes que se atrevie- ran a oponerse a sus santísimas indulgencias”.
Frente a esto, Lutero decidió protestar de manera que pro- dujera más resultados. Eso sucedió en 1517. Observen lo que él hizo, porque fue necesario tener mucho valor.
En el castillo de la iglesia de Wittenberg había reliquias que eran exhibidas en determinados días santos. Todos los que visitaban la iglesia en esos días y confesaban sus pecados recibían de la iglesia completo perdón. Un día antes de la celebración más importante, la fiesta de todos los Santos, Lutero fijó en la puerta de la catedral las 95 tesis contra a doctrina de las indulgencias. Esa acción atrajo la atención de todos. Los argumentos de Lutero mostraban que Dios nunca había confiado al papa, ni a hombre alguno, el poder de perdonar peca- dos y remover su penalidad. Mostraban con claridad que Dios concede libremente su gracia a todos los que la buscan con arrepentimiento y fe.
Como fuego y pólvora, las tesis de Lutero se esparcieron por todo el país, y en pocas semanas habían hecho eco por toda Europa. Muchos católicos devotos leyeron las tesis con alegría, reconociendo en ellas la voz de Dios. Sentían que el Señor había comenzado a actuar para detener la creciente marea de corrupción proveniente de Roma. Los príncipes y magistrados se alegraban en secreto, porque se estaba colocando un límite sobre el poder arrogante que negaba el derecho de que las personas apelaran a las decisiones de la iglesia romana. Roma se airaba cada vez más con los ataques de Lutero. Un grupo fuerte se levantó contra Lutero, y personas importantes de las universidades declaraban que quien matara a Lutero quedaría libre de cualquier culpa o pecado. Sus doctrinas se esparcían por todas partes, en cabañas y conventos, en los castillos de los nobles, en las universidades y en palacios reales.
Los enemigos de Lutero comenzaron a presionar al papa para que actuara de manera decisiva contra él. Fue pro- mulgado un decreto de condenación inmediata. En el caso de que el reformador y sus seguidores no se retrac- taran, todos serían excomulgados. Eso quería decir que no tendrían más acceso a la convivencia con la iglesia y serían considerados imperdonables.
Esa noticia fue terrible para el movimiento de la Refor- ma. Lutero sabía que una tormenta estaba por desatarse, pero dijo: “No sé, ni quiero saber qué está por suceder. Ninguna hoja cae sin la voluntad de nuestro Padre. ¡Cuánto más él cuida de nosotros! Es poca cosa morir por la Palabra, siendo que el Verbo se hizo carne y murió por nosotros. En todas las edades el pueblo de Dios tuvo que reprender a los poderosos, reyes, príncipes, sacerdotes y sabios, arriesgando su propia vida. No digo que soy profeta, sino afirmo que mis perseguidores deberían temer justamente el hecho de que estoy solo y ellos son muchos. Tengo la seguridad de que la Palabra de Dios está conmigo, no con ellos”.
Lutero fue muy valiente. Cualquier persona que Dios usa para presentar verdades que se aplican de manera especial a su tiempo enfrenta oposición. Había una verdad presente en días de Lutero. Hay una verdad presente para la iglesia hoy. Sin embargo, así como los oponentes de Lutero, la mayoría de las personas de la actualidad no desea oírla ni aceptarla. “Los que presentan la verdad para este tiempo no deben esperar ser recibidos con mayor favor que el que tuvieron los primeros reformadores. El gran conflicto entre la verdad y el error, entre Cristo y Satanás, se intensificará hasta el fin de la historia de este mundo (ver Juan 15:19, 20; Luc. 6:26)” (Los Rescatados, p. 59-70). ¡Qué tremenda es la historia de Martín Lutero y de Juan Hus!
JESUCRISTO
Para terminar, me gustaría pedirles que mediten un poco conmigo en la persecución que sufrió Jesús. Vamos a imaginar que estamos con él y sus discípulos en Getsemaní. Ellos terminaban de celebrar la última Pascua. Pero, antes de llegar al jardín, Jesús ya había dicho a los discípulos: “Todos ustedes me abandonarán”. Pero los discípulos prometieron firmemente que lo acompañarían si fuera necesario hasta la prisión y la muerte. Pedro, orgulloso agregó: “Aunque todos se escandalicen, yo no” (Marcos 14:27, 29).
El problema es que los discípulos confiaban demasiado en sí mismos. No habían aprendido a depender de la ayuda divina, como Cristo les había aconsejado que hicieran. Así, en el momento cuando el Salvador necesitaba más apoyo y de sus oraciones, ellos dormían. Hasta Pedro vaciló. Pero Jesús estaba firme en su pro- pósito. No perdió el foco de su misión. Cuando Jesús oyó los pasos de la multitud que venía en su búsqueda, dijo: “Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega” (Mateo 26:46).
Aunque había sufrido profundamente y hasta sudado gotas de sangre poco antes, ahora no se veía en el rostro de Jesús huellas de su reciente agonía. Jesús se adelantó para enfrentar al traidor. Cuando preguntó a quién buscaban, y ellos respondieron que era a Jesús, él mismo se presentó. Y vean qué interesante, al pronunciar las pala- bras: “Yo soy”, el ángel que había venido para confortar a Jesús se puso entre él y la turba. Una luz divina iluminó el rostro del Salvador y una sombra como una paloma reposó sobre él. ¿Ustedes recuerdan otro momento en que sucedió eso? En el bautismo de Jesús. La gloria divina brilló con tanta intensidad que la multitud no pudo avanzar. Las personas, los sacerdotes, los soldados y el propio Judas cayeron al piso como muertos.
El ángel se retiró, y la luz se desvaneció. Jesús podría haber escapado, si quisiera, pero él permaneció allí, tranquilo y dueño de sí. Las personas todavía estaban caídas a los pies de Jesús. Los discípulos miraban todo en silencio. No sabían qué hacer. De repente, la escena cambió. La multitud se levantó, Judas, los soldados romanos y los sacerdotes se aglomeraron alrededor de Cristo. Parecían avergonzados por su propia debilidad y temían que Jesús escapara.
Nuevamente, Jesús preguntó a quién estaban bus- cando. Las personas acababan de recibir una prueba más de que, el que se encontraba delante de ellos, era el Hijo de Dios. Aun así, no quisieron convencerse. Cuando respondieron que estaban buscando a Jesús, el Salvador dijo que estaba allí y que podrían dejar ir a los discípulos (Juan 18:7, 8). Jesús sabía que ellos no estaban en condiciones de pasar por esa prueba. Su fe debía fortalecerse. Jesús estaba dispuesto a sacrificarse por ellos y por todos nosotros.
Judas, el traidor, no olvidó el acuerdo hecho con los judíos, les había dicho que les daría una señal y así lo hizo. Fingiendo no tener nada que ver con la multitud, se acercó a Jesús, lo tomó de la mano como un amigo allegado y lo saludó, no con uno, sino con varios besos. Jesús no rechazó el beso del traidor. Sin embargo, al ver que Judas tocaba al que un momento antes había sido glorificado ante sus ojos, las personas perdieron el miedo. Se acercaron a Jesús y comenzaron a atar esas manos inocentes y bondadosas que siempre se habían ofrecido para hacer el bien.
Los discípulos habían pensado que el Maestro nunca se dejaría prender. Creían que el mismo poder que había hecho caer a la multitud iba a inmovilizar a todo el grupo de los perseguidores para que Jesús y sus discípulos pudieran escapar. Quedaron decepcionados e indignados cuando vieron la escena delante de ellos. En su indignación, Pedro tomó precipitadamente su espada y trató de defender al Maestro. Realmente parecía que él no tenía noción de lo que estaba sucediendo allí. Solo consiguió cortar la oreja de Malco, siervo del sumo sacerdote.
¿Quieren ver una prueba más de quien era Jesús? Al contemplar al hombre herido, Jesús soltó sus manos que habían sido firmemente sujetadas por los soldados romanos, tocó la oreja de Malco y la sanó instantáneamente. Dirigiéndose a Pedro, vean lo que Jesús dijo: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y él no me daría más de doce legiones de ángeles?” (Mateo 26:52, 53).
Era como si Jesús estuviera diciendo: “Pedro, cálmate. Todo está bajo control. Llegó la hora de cumplir mi misión. Yo sé lo que estoy haciendo”.
Los líderes judíos se aprovecharon de la situación y se juntaron al grupo que capturó a Jesús. Hacía bastan- te tiempo que ellos habían decidido destruir a Jesús, y ahora había surgido la oportunidad. No soportaban más la influencia de Jesús sobre el pueblo. Al darse cuenta de que estaban sin salida, el “valiente” Pedro sugirió a los demás discípulos que escaparan para salvar su vida. Siguiendo esa sugerencia, todos los discípulos huyeron y dejaron a Jesús solo. El Salvador había dicho que suce- dería eso. Pero él sabía que en realidad no estaba solo. El Padre estaba con él (Juan 16:32). (Extraído del libro El Deseado de todas las gentes, p. 644, 646, 649-652).
LLAMADO
Ese día en Getsemaní, todos los que estaban allí tomaron decisiones que definieron su destino. Hoy, aquí, ante la historia de Jesús y de los que entregaron la vida por amor a él, ustedes también están invitados a tomar una decisión. ¿Qué harán con Jesús? ¿Lo van a absolver o condenar? ¿Le darán atención o lo ignorarán? ¿Qué serían capaces de hacer por Jesús? En nuestros días, en nuestro país, todavía existe libertad religiosa, pero en otras partes del mundo cada vez hay menos libertad de expresión cuando el asunto es Jesús y las enseñanzas de la Biblia. Si hoy no estamos dispuestos a enfrentar con sabiduría, tacto y respeto la opinión de la mayoría por amor a Jesús, ¿qué será de nosotros cuando usen la fuerza de la ley para perseguirnos o cuando lo hagan violando las leyes o ignorando los derechos humanos universales? Por eso, les pregunto: ¿Aceptan el desafío de ponerse del lado de la verdad y permanecer leales al Señor cuando vengan las pruebas? ¿Cuántos desean consagrarse a Dios hoy y obedecerlo en su vida diaria, dando un testimonio honesto y fiel a los que conviven con ustedes? Oremos.
ANUNCIO
En el próximo tema aprenderemos sobre el verdadero significado de la Pascua en el Antiguo y Nuevo Testamento y entenderemos por qué el juicio y la crucifixión de Jesús dan al Universo una respuesta definitiva para la cuestión del gran conflicto entre el bien y el mal.
HORA DE LLAMAR LA ATENCIÓN
(hashtags #Sereilealateofim #AdolescentesDSA)
Para que otras personas aprendan un poco sobre el tema de hoy, elijan una de las opciones de abajo y posten en alguna red social lo que hagan:
Un video de 30 segundos un poco más, con su voz y/o imagen, explicando a las personas que “si somos perseguidos por hacer lo que es correcto, vale la pena quedar firme hasta el fin”.
Videos cortos o fotos bien interesantes y divertidos de las personas alegres participando de la actividad de la preparación del ambiente para el Tema 6.
Una lista de buenos argumentos (en forma de dibujo, infográfico, audio, video, grabación, etc.) para aceptar a Jesús como único intercesor y mediador en el Cielo, para el perdón de nuestros pecados.
Una videollamada o visita a una persona, para orar con ella, ayudarla en una tarea, leerle algo y/u ofrecerle aliento espiritual.
El registro escrito o audiovisual del testimonio de alguien que haya tenido una experiencia fuerte de sentirse perdonado, aceptado, amado o protegido por Jesús.
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