"Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra templó, y las rocas se partieron; [...] El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto [...] y dijeron: Verdaderamente este era Hijo de Dios” (Mateo 27:50, 51, 54).
MATERIALES NECESARIOS
Una mesa, tres recipientes transparentes de vidrio o plás- tico, cada uno con capacidad para medio litro o más; dos botellas de litro llenas de agua limpia, un frasco de yodo (o cuatro paquetes de colorante rojo); dos litros de agua sanitaria (lejía/cloro), una cuchara grande; una hoja de papel para cada participante, lápiz o lapiceras. Si desea, el coordinador puede hacer de “científico chi- flado”, con una peluca blanca de Einstein, un chaleco blanco, cejas y bigotes postizos, anteojos redondos o de laboratorio, guantes, etc.
PREPARACIÓN DEL AMBIENTE
En una presentación llamada “Química misteriosa” (https://bit.ly/3wEWTE0), el coordinador hará desaparecer la coloración del agua de dos recipientes, dejándola bien clarita:
Él llenará lentamente el primero y segundo recipientes con 250 ml de agua limpia. En seguida, llenará el tercer recipiente con 250 ml de agua sa- nitaria (lejía/cloro) sin acercarla a la nariz ni a los ojos. Mientras llena los recipientes, debe narrar lo que está haciendo.
Después, derramará algunas gotas de yodo (o un poco de colorante) en el primer recipiente y lo mez- clará con una cuchara grande. Mostrará a todos la diferencia entre el primer y el segundo recipiente.
Echará un poco del agua con yodo en el agua limpia del segundo recipiente. Entonces comparará los dos, mostrando que ambos recipientes quedan con agua colorida, aunque en tonos levemente diferentes. Después echará un poco del líquido del segundo recipiente en el que contiene agua sanitaria, lla- mando la atención al hecho de que el agua sanitaria no cambia de color.
4. Entonces, pondrá un poco del agua sanitaria en el primer recipiente hasta dejarlo bien clarito. Final- mente, echará agua sanitaria en el segundo recipiente. Los tres recipientes quedarán con líquidos transparentes. El color del yodo desaparecerá al entrar en contacto con el agua sanitaria. El coordinador explicará que eso ocurre por la acción del hipoclorito de sodio, que es parte de la composición química del agua sanitaria y que destruye las moléculas de color del yodo.
5. Para concluir, si tiene suficiente tiempo, cada participante recibirá una hoja con una lista de nombres de personajes bíblicos cuya vida fue transformada y restaurada por el perdón de Dios (por ejemplo: Adán, Jacob, David, María Magdalena, Zaqueo, Pedro, Pablo, Juan, el endemoniado de Gadara, etc.). Dos o tres voluntarios pasarán al frente y repetirán el experimento nuevamente, pero esta vez, en lugar de mencionar palabras como “recipiente”, “agua”, “yodo”, “agua sanitaria”, sustituirá esas palabras por el “nombre del personaje” (recipiente), “pecado” (yodo o colorante), “perdón de Dios” (agua sanitaria) y así, de manera resumida (en dos tres minutos), recontarán la historia del personaje, comparando su conversión y/o arrepentimiento con el proceso de purificación del agua colorida, que al final queda limpia. Cada participante terminará su presentación leyendo un pasaje bíblico apropiado (por ejemplo, 1 Juan 2:1, 2; Isaías 1:18; Salmo 51:1, 2, 7 u otro texto que tenga contenido similar).
ILUSTRACIÓN (OPCIONAL)
El criminal lavado con sangre
Un evangelista famoso, llamado Charles Finney, predicó cierta vez sobre 1 Juan 1:7, que dice: “[...] la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. Después del sermón, un hombre extraño y mal visto lo llamó aparte y le dijo: Finney, “¿usted podría ir a mi casa esta noche?” El evangelista estuvo de acuerdo. Pero, cuando sus amigos se enteraron, algunos le aconsejaron que no fuera, pues ese hombre era conocido como alguien peli- groso y malo. Sin embargo, el predicador ya había acep- tado la invitación y no quiso volver atrás.
El extraño vivía en una calle bien apartada del centro de la ciudad, en una casa sombría, miserable por dentro y por fuera. Cuando entraron, el hombre sacó un arma de una gaveta y acercándose al predicador, le dijo: “Sr. Finney, con esta arma le quité la vida a dos hombres. ¿Puede haber perdón para mí?” El evangelista lo miró fijamente y dijo con voz pausada y solemne: “La sangre de Jesucristo, su Hijo nos limpia de todo pecado”. El hombre todavía ansioso y tenso, en seguida le mostró un juego de barajas y le dijo: “Con estas cartas he engañado y robado a muchas personas. ¿Puede haber perdón para mí?” Finney nuevamente le repitió el texto: “La sangre de Jesucristo, su Hijo nos limpia de todo pecado”. En- tonces, el extraño anfitrión le confesó: “He sido muy malo. Ya perjudiqué a muchas mujeres, causé la miseria de varias familias, he sido arrogante, blasfemo y perverso. No creo que exista en la Tierra otro pecador mayor que yo. ¿Puede haber perdón para un hombre como yo?” El evangelista volvió a decir las mismas palabras: “La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos purifica de todo pecado”.
En ese momento, Finney lo invitó a arrodillarse y orar. Ahí mismo ese hombre aceptó a Jesús como su Salvador, y por la acción del Espíritu Santo nació de nuevo. En- tonces, él destruyó el maso de cartas, rompió las botellas de bebidas, se deshizo del arma y buscó el perdón de sus pecados, clamando al Señor. Él creyó que la sangre de Jesús es suficiente para perdonar los peores pecados y transformar la vida del pecador arrepentido. Y usted, ¿en qué cree?
APLICACIÓN Y TRANSICIÓN
Un pequeño paso de fe, un simple gesto de humildad puede marcar una vida para siempre. Aceptar a Jesús con Salvador y seguir sus pasos abren las puertas del Cielo para cualquier ser humano, no importa cuán lejos haya ido.
Victoria en la cruz (Leer Mateo 27:45-54)
La prisión, el juicio y la crucifixión de Jesús ocurrieron en la semana de la Pascua. De acuerdo con la Biblia, Pascua no tiene que ver con chocolate, sino con sangre; no tiene que ver con conejo, sino con cordero; no tiene que ver con las cosas que podemos conquistar, sino con las que Dios nos da sin que las merezcamos. Y hoy, si es que todavía no la han escuchado, ustedes escucharán la verdadera histo- ria de la Pascua. Y yo los desafío a establecer una conexión entre estos tres acontecimientos: el cordero sacrificado en el Edén, la salida del pueblo de Israel de Egipto y la muerte de Jesús en la cruz. Si consiguen hacer eso, también entenderán el significado de las principales actividades y símbolos presentes en el ritual del antiguo Santuario. Entonces, para eso, los invito a volver conmigo al principio: a la historia del gran conflicto entre el bien y el mal.
Cuando Adán y Eva pecaron, el Señor comunicó a los ángeles cuáles serían las consecuencias de la desobedien- cia, y cómo sería la vida de allí en adelante.
El ser humano sufriría las tentaciones de Satanás.
La vida del hombre seria de constante ansiedad y trabajo.
Enfrentaría dificultades, enfermedad, dolor, y, finalmente, la muerte.
Tendría que dejar el Edén y perdería el acceso al árbol de la vida.
El Cielo se llenó de tristeza al comprender el destino del hombre. Pero entonces, Jesús se acercó al Padre y conversó con él. Cuando salió de la presencia de Dios, al ejército de ángeles que existe una solución: para que los seres humanos no sufrieran eternamente las consecuencias del pecado, Jesús daría su propia vida como rescate y tomaría sobre sí la sentencia de muerte. Así, el hombre podría encontrar perdón en Jesús y por los méritos de su sangre podría alcanzar el favor de Dios, volver al jardín, comer del fruto del árbol de la vida y pasar la eternidad con Dios.
Al principio, esa noticia dejó a los ángeles perplejos. ¿Cómo su Comandante podría dar la vida por los seres humanos? Y entonces, vino la explicación:
Jesús vendía a la Tierra como ser humano, pero no sería bien recibido.
Pocos lo reconocerían como Hijo de Dios y Li- bertador.
Sufriría la muerte más injusta y cruel, y con eso llevaría sobre sí el peso de los pecados del mundo entero.
Moriría, pero resucitaría al tercer día, y volvería a su Padre para interceder por el ser humano perdido.
Hoy recordaremos esa historia en el día que se festeja la Pascua, porque fue en la Pascua que el plan de salvación se concretó. En la semana de la Pascua, del año 31 de nuestra era, fue pagado el precio del rescate y el símbolo de la antigua celebración se hizo realidad.
Allá en el Edén, para que Adán y Eva comprendieran el significado y la importancia del sacrifico de Jesús, Dios eligió una acción simbólica. De tiempo en tiempo, Adán debía sacrificar un cordero como ofrenda por el pecado. ¿Por qué un cordero? Porque ese animalito representa la inocencia y la pureza, y simboliza la muerte de Jesús, que ocurriría en el futuro. Imaginen la escena: por primera vez en la vida, Adán toma un corderito dócil, manso, sin culpa alguna y levanta la mano para quitarle la vida, vida que solo Dios puede dar. Al mirar ese sacrificio, Adán podía sentir que la esperanza brillaba. Había una oportunidad de reconcilia- ción con Dios, por intermedio de Jesús. El pecado había causado una enorme separación entre Dios y el hombre, pero Cristo sería el puente que los uniría otra vez.
Así, la historia del Edén fue contada de generación en generación. Dios les prometió a los patriarcas que el Descendiente de la mujer vendría para aplastar la cabeza de la serpiente, venciendo de una vez por todas al ene- migo de Dios. Como parte de ese plan, el Señor formó al pueblo de Israel a partir del linaje de Abraham y de los doce hijos de Jacob. Sin embargo, después que los hijos de Jacob se mudaron de Canaán, de la Tierra Prometi- da a Egipto, sucedió algo muy malo. Por miedo a que los israelitas llegaran a ser una nación poderosa y potencialmente rival, los egipcios los esclavizaron, y la escla- vitud duró aproximadamente 400 años. Entonces Dios les envió un libertador: Moisés, un líder que simboliza a Jesús en la historia del antiguo Israel. Él enfrentó al Faraón y le pidió la liberación de los israelitas, para que pudieran volver a adorar a Dios en libertad. Faraón, obstinado, no quiso dejarlos ir. Fue ahí que el Señor envió varias plagas sobre Egipto. ¿Saben cuáles fueron?
1. El agua se transformó en sangre
2. Ranas
3. Piojos
4. Moscas
5. Muerte de los animales
6. Tumores (úlceras)
7. Granizo
8. Langostas
9. Oscuridad
Después de esas nueve plagas, Faraón todavía continua- ba inflexible. Dios entonces ordenó que Moisés fuera a la presencia de Faraón, el rey de Egipto, y le diera un men- saje. Leamos aquí en Éxodo 4:22, 23: “Y dirás a Faraón: Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito”. Moisés hizo exactamente lo que Dios ordenó. Pero vean la respuesta de Faraón en Éxodo 5:2 “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel”. Fue muy arrogante, ¿no es así? Para que todo Egipto supiera quién era Dios, y también que tuviera oportunidad de elegir, el Señor envió terribles plagas sobre los egipcios.
¿Ustedes recuerdan cuál fue la última plaga? “La última de ellas consistía en la muerte del primogénito de cada familia, desde la del rey hasta la del más humilde habi- tante del país” (La única esperanza, 16).
Moisés les dio a los israelitas todas las orientaciones ne- cesarias para que ellos no fueran alcanzados por el castigo. Posiblemente fuera el séptimo mes del año civil cuando Moisés pidió que los israelitas se prepararan para dejar Egipto. Según la orden de Dios, ese mes debía ser contado el primer mes del año religioso. Ese mes se conoce como Abib (mes de las espigas), y su inicio corresponde al fin de marzo y comienzo de abril en nuestros días. El décimo día de ese mes cada familia israelita debería elegir un cordero o cabrito sin defecto, de un año, y conservar- lo hasta el día catorce del mes. A la tarde de ese día, el animalito debía ser sacrificado y su sangre esparcida, con una planta llamada hisopo, en los postes y el dintel de las puertas de sus casas. En cada hogar, el hijo mayor solo quedaría vivo si ellos cumplían esas órdenes.
La carne del cordero debían asarla y comerla con panes sin levadura y hierbas amargas. Ningún hueso del cordero debía romperse. Y no debía sobrar nada de la carne del animal; lo que no fuera consumido deberían quemarlo. Cuando el ángel de la muerte pasara a medianoche, nadie debía estar del lado de afuera. La desobediencia tendría un costo elevado. Debían comer apresuradamente. La ropa debía ser confortable, nada que molestara al caminar; y los pies calzados. La liberación podría ocurrir en cualquier momento.
¿Saben qué nombre se dio a esa ceremonia? Pascua. Muchos piensan que se trata solo de la celebración de la resurrección de Jesús, pero la Pascua fue insti- tuida mucho tiempo antes del nacimiento de Jesús en la tierra. En el original, la palabra significa “pasar por alto” (passover, en inglés), porque la muerte “pa- saría por alto” la casa de los israelitas la noche de la liberación, salvando a sus primogénitos. La fiesta de la Pascua tenía dos objetivos:
Servir como memorial de la liberación de Israel.
Simbolizar el futuro sacrificio de Jesús en la cruz.
Dios usó símbolos para que las personas comprendieran que para rescatar a la humanidad del pecado se requería un precio bien elevado. En muchos de esos símbolos estaba involucrado el derramamiento de sangre. Como ya lo explicamos, después que Adán y Eva pecaron tuvieron que sacrificar un cordero para obtener el perdón divino. Ese animalito representaba a Jesús, que un día vendría a pagar con su sangre el precio de nuestro rescate.
Todos los símbolos más significativos de la Pascua del Antiguo Israel señalaban a Jesús y se cumplen en él, además eran también una parte del ritual del Santuario. Vean esto:
• El cordero o cabrito sin defecto que usaban en el sacrificio representa a Jesús, el Cordero de Dios que moriría para liberar a su pueblo de la escla- vitud del pecado. En el antiguo Santuario ese animal debía ser muerto en el altar de bronce, conocido como altar del holocausto, y su sangre era derramada en la base del altar (Éxodo 27:1, 2; 38:1, 2). Dentro de esa simbología, no es la vida del cordero, sino la muerte del cordero lo que salva al pecador arrepentido. Como está escrito en la Biblia: “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22; Levítico 17:11). Algunas personas dicen que admiran la vida y las enseñanzas de Jesús, pero no aceptan su muerte en la cruz. Sin embargo, fue su sacrificio en la cruz lo que pagó el precio de nuestra salvación.
• En la última semana de esclavitud del pueblo de Israel en Egipto, la sangre debía ponerse en el dintel de la puerta, para que cuando el ángel de la muerte pasara y viera la sangre, siguiera de largo por esa casa. No basta saber que Cristo fue sacrificado por los pecados del mundo, debemos permitir que sea válido en nuestra vida.
• Los israelitas mojaban ramas de una planta de hojas flexibles, llamada hisopo, en la sangre del cordero y la pasaron en los dinteles de la puerta. A veces nuestra fe puede ser frágil como esa planta. Sin embargo, no es creer en el poder de nuestra fe lo que nos salva, sino es la sangre del inmaculado Salvador.
• Para mantenerlo entero, el cordero fue asado en el fuego, y no cocinado en agua, porque los huesos no deberían romperse. Era importante que el cordero fuera mantenido entero. De la misma forma, ningún hueso del Salvador sería quebrado en la cruz. Eso también simbolizaba que su rescate sería entero y completo.
• Deberían comer la carne del cordero, lo que indica que no basta creer mentalmente en Jesús para tener el perdón de los pecados. Necesitamos experimentarlo profunda y diariamente, o sea, tener una experiencia de vida y comunión con él. Debemos hacer de Cristo nuestro alimento espi- ritual, a fin de tener fuerzas para seguir adelante.
• Junto con el cordero, los israelitas comieron hierbas amargas y panes sin levadura. Las hierbas amargas representaban el período de esclavitud en Egipto y la amargura que el pecado produce en la vida. A su vez, el pan no era leudado por dos motivos: primero, no había tiempo para dejar crecer el pan, ellos debían abandonar Egipto sin demora. Segun- do, para los judíos la levadura era un símbolo de pecado.
Queda escondida, actúa silenciosa y secreta- mente; al expandirse hace que la masa crezca.
La carne que sobrara deberían quemarla, porque el cordero era tan especial que no podía ser trata- do como una comida común.
Otro punto importante es que Dios les dijo que deberían comer juntos, reunidos en familia. Dios se preocupa por la familia como un todo y no solo por los padres. Si los niños no fueran prote- gidos por la sangre y fortalecidos por el alimento, no podrían ser liberados de Egipto, lo que repre- sentaría el fin de Israel como nación.
La Pascua debería ser un memorial para celebrarlo cada año a fin de mantener viva en Israel la historia de la liberación que solo Dios había sido capaz de realizar. Por medio de la Pascua, Dios reveló su poder y salvó a los que estaban protegidos por la sangre del cordero. Él cumplió sus promesas y liberó a su pueblo. La Pascua marcó un recomienzo para los israelitas y los unió como nación. Cuando Dios nos libera de la esclavitud del pecado, es el comienzo de una vida nueva. Para ellos tal vez haya parecido una simplicidad matar corderos y colocar la sangre en las puertas, pero fue el gesto de fe y de aceptación lo que hizo la diferencia entre los que vivieron y los que murieron esa noche. Temer fe signi- fica confiar en Dios y obedecer su Palabra, independiente- mente de los sentimientos, circunstancias o consecuencias. Tener fe es aceptar lo que Jesús hizo para salvarnos.
El símbolo de la Pascua se hizo realidad con la muerte de Jesús en la cruz del Calvario. Llegamos a esa misma conclusión cuando estudiamos y entendemos los sím- bolos del antiguo Santuario, que señalaban claramente a la persona y la obra de Jesús en nuestro favor. El ta- bernáculo en sí y cada objeto que había allí tenían un significado especial.
Me gustaría invitarlos a pensar un poco en lo que suce- dió con Jesús en la cruz del Calvario. ¿Pueden imaginar la escena?
Jesús herido por los azotes. Con las manos que tantas veces estuvieron extendidas para bendecir, ahora clavadas en la cruz. Los pies, que siempre fueron incansables en servir, lastimados y sangrando. La cabeza envuelta por una corona de espinas; el dolor intenso expresado en su sem- blante. Pero el mayor dolor provenía de la separación in- evitable del Padre en esa hora, cuando el peso del pecado del mundo estaba sobre Jesús. Hay un llamado para todos aquí. Es por causa de nosotros que Jesús está allí. Él se entregó para salvar al ser humano (DTG, p. 703, 704).
Pero todavía hay otro motivo. ¿Recuerdan cuál fue la acusación de Lucifer en el cielo? ¿Qué dijo él sobre el ca- rácter de Dios? Ahora la respuesta estaba clara delante de todo el universo. El verdadero carácter de Satanás estaba expuesto. Fue posible comprender quien era quien en realidad. Vean este texto:
“En la expiación se revela el carácter de Dios. El pode- roso argumento de la cruz demuestra que el pecado de ninguna manera podía atribuirse al gobierno de Dios. [...] El príncipe del mal ejerció todo su poder y su astucia para destruir a Jesús. Satanás empleó a hombres como agentes suyos para llenar la vida del Salvador de sufrimiento y dolor. Los fuegos acumulados de la envidia y la malicia, del odio y la venganza, explotaron en el Calvario contra el Hijo de Dios.
“Ahora la culpa de Satanás se destacó sin excusa. Había revelado sus verdaderos sentimientos. Las acusaciones mentirosas del diablo contra el carácter divino aparecie- ron con toda claridad. Él había acusado a Dios de buscar la exaltación de sí mismo al exigir obediencia de parte de sus criaturas, y había declarado que mientras el Creador exigía la abnegación de parte de los demás, él mismo no practicaba ninguna abnegación ni hacía ningún sa- crificio. Ahora se veía que el Gobernante del universo había hecho el mayor sacrificio que el amor puede realizar, pues “Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo” (2 Corintios 5:19). Con el fin de destruir el pecado, Cristo se había humillado a sí mismo y había llegado a ser obediente hasta la muerte.
“Todo el cielo vio la justicia de Dios revelada. Lucifer había aseverado que la raza pecadora estaba más allá de toda re- dención. Pero la penalidad de la ley cayó sobre aquel que era igual a Dios, y el hombre estaba libre para aceptar la justicia de Cristo y, por el arrepentimiento y la humillación, triunfar sobre el poder de Satanás” (Los rescatados, p. 251). ¿Habría otra forma de demostrar más amor por alguien?
LLAMADO
Hoy Jesús nos invita a mirar a la cruz y a la sangre allí derramada. Tenemos que hacer una elección. ¿Aceptaremos el sacrificio de Jesús? ¿Colocaremos su sangre reden- tora en las “puertas” de nuestra vida? ¿Reconoceremos a Jesús como nuestro único y suficiente Salvador? Que esta noche podamos presentar nuestra vida a Dios y decirle a Jesús que lo que él hizo por nosotros no fue en vano.
ANUNCIO
En el próximo tema aprenderemos sobre la promesa de la segunda venida de Jesús, el milenio en el cielo, la restaura- ción de la armonía del universo y la destrucción definitiva del pecado. El gran conflicto está llegando a su fin, y Dios quiere que estemos preparados para ese momento.
HORA DE LLAMAR LA ATENCIÓN
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Para que otras personas aprendan un poco sobre el tema de hoy, elijan una de las opciones de abajo y posten en alguna red social lo que hagan:
Un video de 60 segundos un poco más, con su voz y/o imagen, explicando a las personas como la Pascua del Antiguo y Nuevo Testamento revelan a Jesús como cordero cuya sangre nos purifica de nuestros pecados.
Videos cortos o fotos bien interesantes de personas alegres participando de la actividad de la preparación del ambiente para el Tema 7.
Una lista de buenos argumentos (en forma de dibujo, infográfico, audio, video, grabación, etc.) para aceptar a Jesús como Salvador personal.
Una videollamada o visita a una persona, para orar con ella, ayudarla en una tarea, leerle algo y/u ofrecerle aliento espiritual.
El registro escrito o audiovisual del testimonio de alguien que haya tenido una experiencia fuerte e inspiradora de conversión al cristianismo.
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