Ted Williams fue una leyenda del béisbol. Es considerado el mayor bateador de la historia de ese deporte, y se lo coloca al lado de los mayores atletas de todos los tiempos, en la galería de la fama. Williams falleció en el año 2002, a los 83 años. Dos de los tres hijos del jugador gastaron en esa época 100 mil dólares para enviar el cuerpo a un laboratorio en el estado de Arizona, a fin de que pasara por un proceso de criogenia, o sea, de enfriamiento a temperaturas extremas. La hija mayor fue a la justicia en contra de la decisión de los dos mediohermanos menores, insistiendo que el último deseo del padre era ser cremado y que sus cenizas fueran esparcidas en el mar.
Bajo duras críticas, Claudia Williams, la hija menor, alegó en su libro Ted Williams, My Father que “nuestro padre sabía que que- ríamos algo a qué aferrarnos y tener esperanza y consuelo, porque sentíamos mucho su ausencia, y si la criogenia era la respuesta, la solución era sencilla”. La criogenia es un enfriamiento a 120, 180 grados bajo cero, a fin de evitar el proceso de descomposi- ción. Como dicen, sería “una ambulancia para el futuro”, cuando supuestamente la medicina tendría condiciones de devolverles la vida a las personas. Para Claudia, la hija menor que junto a su her- mano luchó por el enfriamiento del cuerpo del padre, la criogenia era “como una religión, algo en que podríamos tener fe”.
Buscamos soluciones para nuestros dramas humanos. Jesús venció, pero nosotros todavía morimos. Jesús venció, pero todavía sufrimos enfermedades incurables. Jesús venció, pero todavía tenemos que despedirnos de las personas que más amamos. La obra de Cristo en nuestro favor tiene que avanzar. Necesitamos que él termine lo que comenzó. La buena noticia es que ese tiempo está más cerca que nunca.
También necesitamos consuelo ahora, mientras Jesús no viene. Ese doble consuelo, de Jesús con nosotros ahora y de Jesús cuando ponga fin a todo el mal en un futuro cercano, es fundamental para nuestra paz en el presente. Ese es nuestro tema de hoy.
I. Cristo realiza una obra en el Cielo por nuestra salvación
Jesús tiene un trabajo muy definido en el Cielo. Su obra es por nuestra salvación. Él realiza un trabajo de mediación entre Dios y los seres humanos. Es como si Cristo fuera un puente entre el Cielo y la Tierra. “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).
Él prometió un Ayudador [del griego Parakletos] para estar con nosotros, el Espíritu Santo (Juan 14:16). Pero también es nuestro Ayudador [Parakletos], junto al Padre “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1).
En este mundo de tristezas, de injusticias, de infelicidad y hasta de violencia en muchos hogares, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos ayudan con compasión y amor. Las lágrimas silenciosas que solo la almohada conoce, Dios también las ve y nos ayuda a supe- rarlas. Cuando nos vemos prisioneros por las cadenas del pecado, el Espíritu Santo nos recuerda que Jesús vino para destruir todas las prisiones del mal. Juan estaba llorando cuando le dijeron: “No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David ha vencido” (Apocalipsis 5:5). Jesucristo es el único y verdadero Héroe.
La Biblia también dice que Jesús intercede por nosotros como nuestro Sumo Sacerdote. En los primeros libros de la Biblia, Dios dio instrucciones bien detalladas sobre la realización de los sacrifi- cios de animales. Como ya vimos esta semana, todos los sacrificios señalaban el sacrificio definitivo de Cristo, que es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Pero, esos sacri- ficios eran ofrecidos por los sacerdotes y por el sumo sacerdote. Los sacerdotes también recibían la ayuda de sus hermanos, los levitas.
Se realizaban diversos sacrificios. Siempre había un sacrificio en el altar del holocausto (Éxodo 29:35-41), para simbolizar que los pecados del pueblo debían estar ininterrumpidamente cubiertos por la intercesión. Era un servicio sagrado, que debía tratarse con todo cuidado, porque era una forma de proteger al pueblo delante de Dios. Los sacerdotes Nadab y Abiú, hijos del primer sumo sacer- dote, estaban embriagados cuando presentaron fuego extraño en el Santuario, y Dios envió fuego y murieron ante la presencia de Dios (Levítico 10:1-3). Dios es santo y fuego consumidor para el pecado (Deuteronomio 9:3).
Los sacerdotes debían presentar la sangre de los animales sacri- ficados delante de Dios para hacer expiación por los pecados del pueblo (Números 15:28). Ellos ministraban en el patio, donde quemaban las ofrendas, y en el interior del Santuario, donde rociaban la sangre. Dentro de Santuario había dos compartimentos: los luga- res Santo y Santísimo, que estaban separados por un velo. Solo el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo una vez por año, para purificar el Santuario (Levítico 16).
Cuando Cristo exclamó en la cruz “Consumado es” y murió (Juan 19:30), el velo del templo se rasgó de arriba hacia abajo, indicando que ese sistema de sacrificios había encontrado su cumplimiento en Jesús. La sangre de animales ya no sería necesaria, porque Cristo derramó su sangre en la cruz. Allí él nos sustituyó una vez por todas.
Pero, lo más interesante es que no solo el sacrificio de animales fue sustituido por Cristo como ofrenda por el pecado (Juan 1:29). También el trabajo de los sacerdotes fue sustituido por el sacerdocio de Cristo. Y el Santuario terrenal fue sustituido por el Santuario celestial. Jesucristo es tanto la ofrenda como el Sacerdote. Él intercede por nosotros en el Cielo, como nuestro Ayudador y es nuestro Abogado, presentando su sangre.
Esa es una de las verdades más descuidadas y al mismo tiempo más importantes de la Biblia. Y por desconocerla, las personas, incluyendo millones de cristianos, se sienten tan desamparadas. En nuestra sociedad individualista, no conocen la increíble obra que Jesús está realizando por ellas. Aisladas, intentan curar las maldiciones del pecado con las huecas promesas humanas.
Jesús es nuestro Sumo Sacerdote en el Santuario celestial: “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no hombre” (Hebreos 8:1, 2). Todo lo que vino antes, sacerdotes, corderos y Santuario terrenal, eran solo “figura y sombra de las cosas celestiales” (v. 5). “El Santuario que está en el cielo es el mismo centro de la obra de Cristo en favor del hombre” (Cristo en su santuario, 46). “Nuestro Redentor es el centro de toda nuestra fe y esperanza” (El evangelismo, 130)
Por la fe, tenemos la seguridad de que Cristo intercede por nosotros, que él nos representa delante del Padre y que todos nuestros pecados están cubiertos por su obra vicaria. Por la fe entendemos que él volverá muy pronto. Y ese conjunto de esperanzas nos consuela y anima a vivir.
“Por medio de una vida que no viví y una muerte que no sufrí, es que soy salvo”
Sin embargo, las profecías indican que ese tiempo de intercesión de Jesús está terminando. La profecía de las 2.300 tardes y mañanas, o 2.300 años, de Daniel 8:14 (pídale a que alguien le explique ese tema) señala que no falta mucho tiempo para que Jesús regrese. Las profecías de Daniel 2, 7 y 11 dan más detalles. Y el libro de Apocalipsis, con sus períodos proféticos, los evangelios y las cartas de Pablo con sus instrucciones, nos ayudan a entender que estamos viviendo en el fin del tiempo del fin. Estamos más cerca que nunca del reino de Cristo.
II. Las señales indican el fin y lo que sucederá
Pocos días antes de la cruz, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mat. 24:3). Entonces Jesús dio una lista de señales: surgirán falsos cristos, y falsos profetas; habrá guerras y rumores de guerras, persecuciones religiosas, traiciones y el amor se enfriará, y finalmente, la predicación del evangelio llegará a todo el mundo, a todas las naciones (v. 3-14). Habla de una gran tribulación, ya anunciada por el profeta Daniel (v. 15), que estaba en el futuro en su tiempo, pero que de nuestro punto de vista histórico ya sucedió. Restan solo los eventos finales.
Cristo vendrá en las nubes. Pero ¿para qué vendrá? Para buscar a los hijos de Dios por toda la Tierra. “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará a sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mateo 24:30, 31).
Poco antes de dar su vida en la cruz, él había prometido que vol- verá a buscarnos: “Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3).
Vendrá a buscar no solo a los vivos, sino a los que murieron cre- yendo en él para salvación. Cuando Jesús venga en las nubes del cielo y las trompetas de los ángeles suenen, “Los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que haya- mos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:16, 17).
Teniendo esa dulce esperanza en el corazón, el apóstol Pablo con- cluye: “Alentaos los unos a los otros con estas palabras” (v. 18).
El día y la hora nadie lo sabe. Entendemos “los tiempos y las épo- cas”, pero Jesús vendrá repentinamente, como un ladrón, porque el ladrón no avisa la hora (1 Tes. 5:1, 2). Todavía no vino porque es paciente para con nosotros (2 Ped.3:9). “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (v. 10).
Cristo viene para poner fin a la historia de pecado e inaugurar una nueva realidad en su reino eterno de justicia, salud, paz y armonía con Dios, entre los pueblos y en todo el universo. Con palabras tiernas, el libro de Apocalipsis dice que él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apoc. 21:4).
En medio de las dificultades del presente, él está con nosotros (Mat. 28:20). En las crisis mundiales, que se intensifican cada día, Él está con nosotros. En medio de las falsedades y traiciones de los seres humanos, él está con nosotros. Cuando nos reunimos dos o tres en su nombre, él está con nosotros. Cuando él venga a bus- carnos, estará para siempre con nosotros. Dios también estará con nosotros para consolarnos y enjugar para siempre nuestras lágri- mas. Toda amargura, tristeza y trauma habrán quedado en el pasado. Nos reencontraremos con nuestros queridos.
Viviremos en un lugar perfecto, con alimentos maravillosos, aire puro, clima agradable. Cristo nos recibirá con un banquete sin igual (Apoc. 19:9). Lo adoraremos junto a los ángeles. Tendremos cuerpos perfectos, sin limitaciones o deformidad. Trabajaremos con la más plena satisfacción en los proyectos más increíbles y rea- lizaremos los mayores sueños. Viajaremos por las nubes y por los océanos. Conoceremos a seres que nunca pecaron.
Nunca más tendremos enfermedades, no envejeceremos. Un día notaremos que vivimos 1.200 años. Más adelante veremos que pasaron 14 mil años. Un poco más notaremos que ya vivimos 900 mil años, y después, dos millones de años, 70 millones de años, un millón, dos, tres millones. A ese punto, las luchas de esta vida, las cosas que nos hicieron llorar se verán tan lejanas y pequeñas, serán tan insignificantes que diremos con lágrimas de gratitud: “Gra- cias, Señor, por haber hecho todo por mí. Gracias por haberme salvado, por haber perdonado mis pecados, porque Cristo pensó en mí cuando estaba en aquella cruz. Gracias porque venció la muerte y me dio el derecho a una vida nueva. Gracias, Señor, gra- cias”.
Entonces, sin que lo notemos, una mano tocará nuestro hombro. Esa mano tendrá una cicatriz suave, la única imperfección en el mundo redimido. Es la mano de Cristo, con la marca de la cruz. Y él dirá: “Fue por ti, hijo mío, por ti, mi hija querida”. Hice todo eso por ti. Para mí nada fue más importante que tenerte de vuelta. En medio de las calles de oro, caminando por el movimiento de la capital del Universo, nos preguntaremos “¿Esto es real?” Y nos daremos cuenta de que no es un sueño y que el mayor sueño se hizo realidad. Finalmente tendremos la felicidad que jamás tendrá fin.
Todavía sufriremos en este mundo, pero tenemos a Jesús. Jesús venció por nosotros y nos da fuerzas cada día para vencer. Nada nos puede separar de él, y por su fuerza, por su gracia y miseri- cordia, podremos vencer cada día. Si caemos, nos levantaremos con su mano poderosa. Y muy pronto abriremos nuestros brazos, con exclamaciones de victoria, al ver a nuestro amado Salvador regresando en gloria como Rey de reyes y Señor de señores (Apoc. 19:16). ¡Alabado sea el Señor!
Llamado
Frente a las promesas tan increíbles de una esperanza tan preciosa, ¿qué respuesta dará a quien dio su vida por usted? Él está intercediendo por usted en el Cielo ahora. ¿Continuará ignorando el llamado de Jesús? ¿Cambiará las promesas eternas de Dios por las cosas pasajeras de este mundo? Cristo lo está llamando, llama a su corazón. Estudie la Biblia, ore, camine con Dios, aprenda más sobre las profecías y deje que Dios transforme su vida. Él está aquí con usted. Él lo abraza con amor. Permita que Cristo sea el Señor y Salvador de su vida hasta que él vuelva y lo haga vencedor para siempre.
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