¡Hola! ¿Están bien? Es una gran alegría encontrarnos nuevamente en nuestro quinto día. Ayer aprendimos por medio de la historia de Jesús y Nicodemo que Jesús nos atrae a través del Espíritu Santo y nos concede vida nueva.
Vamos a orar y leer Juan 4:28, 29. LEAMOS: “Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: ‘Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?’” (Juan 4:28, 29).
Introducción
Llegamos al capítulo 4 de Juan y a la increíble historia de la restauración de la mujer samaritana que estaba junto al pozo, el “pozo de Jacob”. Abramos la Biblia y oremos para que el Espíritu Santo nos conceda entendimiento, a fi n de comprender la Palabra de Dios. Leeremos Juan 4:28, 29. “Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: ‘Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?’”
Según Bakke (2002, 11) luego de la invasión asiria a Israel (el reino del Norte), el rey, para aplcar la posible rebelión, llevó a algunos representantes de su propia gente de nuevo a Israel. Estos inmigrantes se casaron y procrearon con los israelitas, y así surgieron los samaritanos, una cultura mestiza que los judíos llegaron a odiar con pasión. Odiaban a los samaritanos por varios motivos. Una razón era que eran personas mezcladas racialmente, pero también religiosamente... Los judíos odiaban tanto a los samaritanos que hasta construyeron una 'autopista interestatal' que rodeaba el territorio de Samaria"
El relato de la mujer samaritana es muy rico en detalles. Los judíos y los samaritanos no tenían buenas relaciones. Los judíos despreciaban a los samaritanos, pues se consideraban superiores a ellos. Imaginemos la escena: un judío en el pozo de Jacob, en Samaria, y una mujer samaritana que llega a buscar agua. Un posible encuentro amistoso y cortés entre ambos era algo absurdo para esa época y para el contexto nacionalista judío. En el extraordinario libro El Deseado de todas las gentes, página 155, Elena de White aclara la situación: “Los judíos y los samaritanos eran acérrimos enemigos, y en cuanto les era posible, evitaban todo trato unos con otros. Los rabinos tenían por lícito el negociar con los samaritanos en caso de necesidad; pero condenaban todo trato social con ellos. Un judío no debía pedir nada prestado a un samaritano, ni aun un bocado de pan o un vaso de agua. Los discípulos, al ir a comprar alimentos, obraban en armonía con la costumbre de su nación, pero no podían ir más allá. El pedir un favor a los samaritanos, o el tratar de beneficiarlos en alguna manera, no podía cruzar siquiera por la mente de los discípulos de Cristo”. Samaria era la antigua capital del reino del Norte, fundada por Omri, rey de Israel. Veamos 1 Reyes 16:24: “Y Omri compró a Semer el monte de Samaria por dos talentos de plata, y edificó en el monte; y llamó el nombre de la ciudad que edificó, Samaria, del nombre de Semer, que fue dueño de aquel monte”. Ahora veamos Jeremías 23:13 y Oseas 7:1. En el año 722 a.C. cuando Sargón II (esto está en Isaías 20), rey de Asiria, llevó al cautiverio a las diez tribus del reino del Norte (ver 2 Reyes 17:5 y 6:23, 24), envió a la ciudad de Samaria gente de otras tierras y naciones. Era una mezcla de babilonios y gente de Ava, Hamat y Sefarvaim (ver 2 Reyes 17:24). Esos pueblos vinieron a colonizar Samaria, lo que dio como resultado una raza mixta que provocó muchos conflictos con los judíos, pues ellos se volvieron idólatras. Solo para tener una idea de la confusión y la maldad de las naciones mencionadas, 2 Rey. 17:31 dice que además de ofrecer dádivas a los ídolos, temían a Jehová, “los de Sefarvaim quemaban sus hijos en el fuego para adorar a Adramelec y a Anamelec, dioses de Sefarvaim”. Pero Jesús no veía a la ciudad de Samaria y sus ciudadanos con odio o desprecio. El mismo Dios que creó y amaba a los judíos, griegos, romanos y egipcios, también amaba a los samaritanos y buscaba una oportunidad para acercarse a ellos. Mientras los discípulos fueron a comprar comida en la ciudad, Jesús vislumbró la oportunidad perfecta. Era el mediodía, y recurrió a ella como pidiendo sus favores. Cristo desciende a nuestra esfera, a nuestro nivel, para ayudarnos y, si fuera necesario, hasta nos pide un favor. ¡Es la estrategia del amor!
1. JESÚS PIDE AGUA
Las barreras religiosas y sociales fueron un impedimento para la mujer samaritana. Había tres barreras que le impedían acercarse a Jesús:
a) La barrera racial: Jesús era judío y ella samaritana
Cuánta gente, aun hoy, sufre por el racismo y la discriminación por su lugar de nacimiento, condición financiera y color de piel, solo para citar pocos ejemplos. Todos sufrimos alguna barrera. ¿Qué obstáculo le impide a usted buscar a Jesús?
b) La barrera material
Jesús no tenía los elementos. Para sacar agua del pozo era necesario tener una cuerda y un balde. Pero en este caso, la barrera se transformó en oportunidad. Jesús “dependía” de los elementos que tenía la persona que vino a salvar.
c) La barrera espacial
El pozo era hondo, pero para Jesús las barreras se acortaron. Jesús las derribó y le dijo a la mujer que le daría agua viva, que es la gracia salvadora de Dios. Para obtener esa agua, no necesitamos ni baldes ni cuerdas, necesitamos conocer el don de Dios, que es la gracia que salva. Por eso, me gustaría que notaran algunos detalles importantes en la historia, especialmente la vida del punto de vista de la mujer:
2. LA VISIÓN DE VIDA DE LA SAMARITANA
a) La visión materialista de la mujer
Las palabras de Jesús despertaron el interés material de la mujer samaritana. Leamos Juan 4:15: “La mujer le dijo: ‘Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla’”. El propósito de la mujer era no tener que ir más al pozo de Jacob a sacar agua. El pozo de Sicar es una figura del mundo. Quien beba de ese pozo volverá a tener sed. Existen muchos creyentes que volvieron a beber en Sicar. Por eso, no tienen una vida consagrada a Dios. La mujer samaritana nunca más volvió a beber agua del viejo pozo de Jacob. Desde ese día en adelante encontró una fuente mejor, Cristo, la fuente de agua viva. Apocalipsis 22:1 dice: “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero”.
b) Se despertó la visión espiritual de la mujer
Ella deseaba saber dónde y cómo adorar a Dios. Los samaritanos consideraban el monte Gerizim sagrado. En él estaba el templo samaritano. Por eso, la mujer argumentó con Jesús. Entonces Jesús le enseñó que Dios no puede estar en un lugar determinado por hombres y le mostró que al Padre se le debe adorar en Espíritu y en verdad. El único canal de comunicación con Dios es la fe. Leamos Hebreos 11:1 “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.
Existen tres tipos de adoradores:
1) Los que adoran lo que no saben
2) Los que adoran lo que saben
3) Los que adoran en espíritu y en verdad. ¿Cuál fue la reacción de la mujer marginada cuando fue salvada por Jesús?
“Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: ‘Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?’” (Juan 4:28, 29).
Vean estos textos:
“La única clase de gente a quien él nunca quiso favorecer era la de los que se engreían por amor propio, y menospreciaban a los demás. […] Hay que inducir a los caídos a que sientan que no es demasiado tarde para ser hombres. […] Cualesquiera que fueran los hábitos viciosos, los fuertes prejuicios o las pasiones despóticas de los seres humanos, siempre les hacía frente con ternura compasiva. […] Entonces los trataremos de tal manera que no los desalentemos ni los rechacemos, sino que despertemos esperanza en sus corazones” (MC, 122).
“Jesús no quiso dar a entender que un solo sorbo del agua de vida bastaba para el que la recibiera. El que prueba el amor de Cristo, lo deseará en mayor medida de continuo; pero no buscará otra cosa. Las riquezas, los honores y los placeres del mundo, no le atraen más. El constante clamor de su corazón es: ‘Más de ti’. Y el que revela al alma su necesidad, aguarda para satisfacer su hambre y sed. Todo recurso en que confíen los seres humanos fracasará. Las cisternas se vaciarán, los estanques se secarán; pero nuestro Redentor es el manantial inagotable. Podemos beber y volver a beber, y siempre hallar una provisión de agua fresca. Aquel en quien Cristo mora, tiene en sí la fuente de bendición, ‘una fuente de agua que salte para vida eterna’. De este manantial puede sacar fuerza y gracia suficientes para todas sus necesidades” (DTG, 157).
“Esta mujer representa la obra de una fe práctica en Cristo. Cada verdadero discípulo nace en el reino de Dios como misionero. El que bebe del agua viva, llega a ser una fuente de vida. El que recibe llega a ser un dador. La gracia de Cristo en el alma es como un manantial en el desierto, cuyas aguas surgen para refrescar a todos, y da a quienes están por perecer avidez de beber el agua de la vida” (Ibíd., p. 166).
Y cuando estamos ansiosos, hambrientos y sedientos de Dios, de su Hijo y su Espíritu, no solo seremos transformados, sino también atraeremos a multitudes a Cristo.
Juan 4:30 relata lo que sucedió después que la mujer aceptó a Jesús y dio su testimonio: “Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él”. Dos cosas vienen a nuestro corazón después de oír el mensaje de hoy: gratitud por la libertad que tenemos de adorar a Dios y el deseo de contar a otros lo que Jesús hizo por nosotros, para atraer a las personas y para que sean restauradas como lo fuimos nosotros.
Hoy aprendimos que necesitamos ser restaurados para ser una bendición y conductos de esperanza para otros, así como la mujer samaritana. ¿Desea vivir esa restauración misionera, para que su vida sea “una fuente que lleve vida eterna”, que inunde los hogares y los corazones de esperanza?
El comienzo de Juan 4 dice que para Jesús era necesario pasar por Samaria. Él tenía caminos para elegir. Su necesidad no fue por comodidad propia, sino para aliviar y salvar. La mujer fue al pozo al medio día, un horario en el que nadie iba a buscar agua. La samaritana prefirió el calor del sol, antes que el calor de la vergüenza y de la exposición pública. Para Jesús fue necesario ir a esa hora para salvar a una mujer y un pueblo. Si usted quiere ser restaurado acepte pasar por las aguas. Acepte a Jesús, acepte estudiar su Palabra; prepárese para ser bautizado y sea parte de la familia de Dios.
Póngase en pie, voy a orar por usted. (Pida que traigan la tarjeta de llamado).
Bakke, Raymond. Misión integral en la ciudad. Buenos Aires: Ediciones Kairós, 2002.
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