Es una alegría estar juntos nuevamente, en nuestro séptimo encuentro para estudiar la Biblia y aprender más de nuestro maravilloso Señor Jesucristo, el gran y verdadero Restaurador. Ayer conocimos la impresionante historia de Carol, por su fe en Jesús, no fue necesario que le amputaran las piernas, y, además, condujo a muchas personas a Cristo.
Vamos a leer dos textos: Juan 6:15-21 y 6:26-29.
“Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo. Al anochecer, descendieron sus discípulos al mar, y entrando en una barca, iban cruzando el mar hacia Capernaum. Estaba ya oscuro, y Jesús no había venido a ellos. Y se levantaba el mar con un gran viento que soplaba. Cuando habían remado como veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se acercaba a la barca; y tuvieron miedo. Mas él les dijo: Yo soy; no temáis. Ellos entonces con gusto le recibieron en la barca, la cual llegó en seguida a la tierra adonde iban” (Juan 6:15-21).
“Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a este señaló Dios el Padre. Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:26-29).
Introducción
Dios nos hizo con un propósito: “Dios creó al hombre para la gloria divina, para que después de pasar por la prueba y la aflicción la familia humana pudiera llegar a ser una con la familia celestial. El propósito de Dios era repoblar el cielo con la familia humana, si hubiera demostrado obediencia a cada palabra divina. Adán había de ser probado para ver si iba a ser obediente, como los ángeles leales, o desobediente” (Elena de White, La verdad sobre los ángeles, p. 291). En qué consistía la prueba: “Nunca deberíamos olvidar que Dios nos ha puesto a prueba en este mundo, para determinar nuestra aptitud para la vida futura. Nadie cuyo carácter esté contaminado con la fea mancha del egoísmo podrá entrar en el cielo” (Elena de White, Mensajes selectos, t. 2, p. 153). “Si se pusieran a un lado el orgullo y el egoísmo, cinco minutos bastarían para eliminar la mayoría de las dificultades” (Elena de White, Primeros escritos, p. 119). El capítulo 6 de Juan comienza con Jesús atrayendo a una multitud para alimentarla con su Palabra. Pero ellos se vieron más atraídos por los panes, peces y milagros y deslumbrados por un posible rey, que los mantendría por su poder sin que ellos tuvieran que trabajar y sufrir con enfermedades. Los propios discípulos estaban entusiasmados con la popularidad de Jesús nunca vista antes. “Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo” (Juan 6:15). Jesús sale sin que lo noten y se va a orar, y sus discípulos atravesaron el lago. Sin embargo, Jesús no quitó sus ojos de ellos en ningún momento de la travesía.
Vamos a leer nuevamente, y con oración, Juan 6:15-21: “Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo. Al anochecer, descendieron sus discípulos al mar, y entrando en una barca, iban cruzando el mar hacia Capernaum. Estaba ya oscuro, y Jesús no había venido a ellos. Y se levantaba el mar con un gran viento que soplaba. Cuando habían remado como veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se acercaba a la barca; y tuvieron miedo. Mas él les dijo: ‘Yo soy; no temáis’. Ellos entonces con gusto le recibieron en la barca, la cual llegó en seguida a la tierra adonde iban”. El mismo relato está también en los evangelios de Mateo y Marcos, con algunos detalles que complementan y nos hacen entender mejor la historia. Sobre ese conocido episodio, Elena de White, en el libro El Deseado de todas las gentes, página 345, describió: “Jesús leía el carácter de sus discípulos. Sabía cuán intensamente había de ser probada su fe. En este incidente sobre el mar, deseaba revelar a Pedro su propia debilidad, para mostrarle que su seguridad estaba en depender constantemente del poder divino. En medio de las tormentas de la tentación, podía andar seguramente tan sólo si, desconfiando totalmente de sí mismo, fiaba en el Salvador. En el punto en que Pedro se creía fuerte, era donde era débil; y hasta que pudo discernir su debilidad no pudo darse cuenta de cuánto necesitaba depender de Cristo. Si él hubiese aprendido la lección que Jesús trataba de enseñarle en aquel incidente sobre el mar, no habría fracasado cuando le vino la gran prueba. […] Es el resultado de la prueba diaria lo que determina su victoria o su derrota en la gran crisis de la vida”. Tratemos de extraer algunas lecciones de esta historia:
1. JESÚS HUYE DE LA GLORIA HUMANA
¿Quién nunca soñó con ser un rey o una reina? Jesús, siendo Rey de reyes y Señor de señores, huyó de la posibilidad de que lo proclamaran rey. Después de alimentar a una multitud (de acuerdo con Juan 6:10, solo contando los hombres, había “casi cinco mil hombres”) con solo “cinco panes de cebada y dos pececillos” (v. 9), Jesús sería alguien imprescindible para gobernar a los judíos, porque así no les faltaría nada, Jesús supliría todo por medio de su poder milagroso. Ese era el pensamiento humano de la multitud y de muchos discípulos, pero no el de Jesús. Como era la costumbre de Jesús, se retiró “nuevamente”. Aquí el autor dio énfasis en la vida de oración y comunión con el Padre, “volvió a retirarse para el monte, él solo”. Jesús dejó aquí una gran lección, y es que cuando el mundo nos quiere exaltar y hacernos rey por intereses materiales, debemos “huir al monte”, a la quietud de la comunión y de la oración, de la conversación con Dios que nos pone en el eje correcto, y nos hace ser lo que Dios quiere para nosotros, no lo que el mundo quiere. Jesús huyó de la gloria y de las alabanzas humanas con otras intenciones. Sigamos el ejemplo de Jesús. Vayamos al padre en oración, solos, y experimentaremos la restauración.
2. JESÚS SE PRESENTA
a) Jesús sale fortalecido para enfrentar la tormenta
Después de un tiempo de refrigerio espiritual, Jesús fue al encuentro de sus discípulos. Había un viento contrario que hacía que el barco de los discípulos se llenara de agua. Era un momento difícil para ellos. Jesús lo sabía. Por eso, restaurado por la comunión con el Padre y por el descanso, Jesús fue a socorrer a sus amigos. Jesús sabe cuando pasamos por tempestades, por tormentas de viento. Él ve todo y siempre viene a socorrernos. Pero necesitamos tener fe y conocer verdaderamente a Cristo, de lo contrario encontraremos que él es exactamente lo opuesto a lo que realmente es.
b) Para los discípulos Jesús era un “fantasma”
Parece gracioso, pero los discípulos confundieron a Jesús con un fantasma. El relato de Mateo y de Marcos presenta ese detalle que Juan no da, este solo dice que los discípulos “tuvieron miedo”. Mateo 14:26 dice: “Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ‘¡Un fantasma!’ Y dieron voces de miedo”. ¡Qué situación! No reconocieron a Jesús. Y lo que es peor, lo confundieron con algo irreal.
Hay momentos en nuestra vida en los que la situación es tan complicada que no logramos ver a Jesús en nuestra vida, en nuestro hogar, en nuestras relaciones, en nuestro trabajo. Y hasta confundimos su llegada o ayuda con algo extraño y “fantasioso”. Nuestra semana está casi llegando a su fin, así como este sermón, pero puede ser que muchos aquí hoy todavía no logran observar, ver, discernir la silueta de Cristo en su vida. Usted puede haber escuchado y hasta le puede haber gustado alguna o muchas cosas que se dijeron aquí, pero todavía se siente solo en medio de una tempestad de viento en un barco solitario en alta mar. Y por eso, no logra ver que Cristo viene en su dirección, y lo confunde con alguien que le produce miedo. Si esto le está ocurriendo, es porque le está faltando fe. Es preciso pedirle a Dios que nos aumente la fe, pues vemos milagros y maravillas, pero nada nos toca o hace que tengamos fe. Vemos a Dios alimentar multitudes, curar, restaurar, crear, recrear, pero todavía no es suficiente.
c) “No temáis”
Dios nos dice hoy, que a pesar de todas las circunstancias, vientos, temor, discernimiento atrofiado, lo mismo que les dijo a sus discípulos: “No temáis” (Juan 6:20). Pasaron cerca de dos mil años, cambiaron muchas cosas en el mundo, surgieron avances científicos y tecnológicos, el conocimiento aumentó, las distancias fueron acortadas por los eficientes transportes públicos. Estamos a un clic, a una conexión con cualquier lugar del mundo. Sin embargo, las necesidades y ansiedades humanas son las mismas de la época de Jesús. Y por eso el mensaje de hoy es tan importante, porque ya no es más para los discípulos del tiempo de Jesús. Es para usted y para mí. A nosotros Jesús nos dice: “No temáis”. ¿A qué no debemos temer? Hay mucho que nos preocupa: el desempleo, el coronavirus, los efectos de la guerra, la falta de dinero, el fin del matrimonio, la perdición eterna, la vejez, la violencia, la muerte, la soledad, la culpa. La lista es grande y usted y yo lo sabemos. Pero nuestro Dios es mucho más grande y usted y yo debemos saberlo también. Dios es quien anda sobre las aguas, que calma tempestades, que restaura nuestra salud, nuestro gusto por la vida, que rehace nuestro matrimonio, nuestras finanzas, rehace todas nuestras esperanzas. No podemos temer a Cristo. Necesitamos amarlo. Jesús no nos advierte a no temer la tempestad, sino a no temerlo, a no temerlo a él, pues él es el único, y grábense esto, el único que puede restaurar nuestra vida hoy y conservarla para la eternidad.
3. JESÚS, EL DESTINO Y LA VIDA ETERNA
El versículo 21 de Juan 6 dice que recibieron con gusto a Jesús “Ellos entonces con gusto le recibieron en la barca, la cual llegó en seguida a la tierra adonde iban”. Jesús es el propio destino. Cuando llegamos a Jesús, llegamos a nuestro destino. Él mismo dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Ahora leamos Juan 6:26-29: “Respondió Jesús y les dijo: ‘De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a este señaló Dios el Padre’. Entonces le dijeron: ‘¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?’ Respondió Jesús y les dijo: ‘Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado’”.
4. JESÚS, EL ALIMENTO
Preste bastante atención a estos consejos: “No busquéis solamente el beneficio material. No tenga por objeto vuestro principal esfuerzo proveer para la vida actual, pero buscad el alimento espiritual, a saber, esa sabiduría que durará para vida eterna. Solo el Hijo de Dios puede darla; “porque a este señaló el Padre, que es Dios” (DTG, 348).
“Lo que es el alimento para el cuerpo, debe serlo Cristo para el alma. El alimento no puede beneficiarnos a menos que lo comamos; a menos que llegue a ser parte de nuestro ser. Así también Cristo no tiene valor para nosotros si no le conocemos como Salvador personal. Un conocimiento teórico no nos beneficiará. Debemos alimentarnos de él, recibirle en el corazón, de tal manera que su vida llegue a ser nuestra vida. Debemos asimilarnos su amor y su gracia” (DTG, 353).
El punto principal de lo que leímos del capítulo 6 de Juan es la fe en Cristo como el alimento, como el destino y como la vida eterna. A lo largo del capítulo, Jesús repite siete veces las palabras “vida eterna”. Este es el mensaje claro del capítulo: debemos quitar nuestros ojos y corazones de esta Tierra y ponerlos en la eternidad.
1. “Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna” (v. 40).
2. “El que cree en mí, tiene vida eterna” (v. 47).
3. “[…] si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre” (51).
4. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” (v. 54).
5. “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (v. 53, 54).
6. “Este es el pan que descendió del cielo; […] el que come de este pan, vivirá eternamente” (v. 58).
7. “Le respondió Simón Pedro: ‘Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna’” (v. 68)
Hoy aprendimos que Jesús quiere restaurar nuestra fe, nuestro foco, quiere que confiemos en él y quiere concedernos la vida eterna, la cual ya tenemos en Cristo Jesús. Claro, si lo aceptamos. Jesús no quiere solo multiplicar panes que perecen. Por medio de su preciosa sangre, Jesús nos ofrece gratuitamente vida eterna. Restaurarnos por toda la eternidad. ¿Acepta la vida eterna hoy por los méritos de Jesús? La salvación en la Biblia tiene tres tiempos. En la cruz, nuestro Señor nos salvó de la condenación del pecado, pues estábamos condenados a morir. Él ocupó nuestro lugar para que nosotros pudiéramos vivir, y hoy, al arrepentirnos, él nos salva de la culpa del pecado y nos concede paz, perdón, fe y esperanza. Y pronto, cuando el Señor regrese, nos salvará definitivamente de la presencia del pecado, cuando todo sea hecho nuevo para siempre. Si usted quiere ser restaurado, acepte pasar por las aguas bautismales. Acepte a Jesús, acepte estudiar su Palabra, prepárese para ser bautizado e incorporado a la familia de Dios. Póngase de pie, voy a orar por usted. (Pida que entreguen la tarjeta de llamado).
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