Es un placer enorme estar con ustedes para abrir la Biblia, la Palabra de Dios, y aprender más del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Durante esta semana, estudiaremos cómo Cristo puede restaurar completamente nuestra vida. Restaurar el matrimonio, el amor por las cosas de arriba, la imagen de Dios en nosotros, restaurar nuestra esperanza y nuestra fe en que Dios puede hacer cosas imposibles. Y finalmente, en esta semana, entenderemos de manera maravillosa cómo restaura Dios nuestro cuerpo para la vida eterna, por medio del agua viva que es Cristo Jesús. Ustedes son nuestros invitados especiales. Comienza ahora la semana “Jesús, Restaurador de la vida”.
El texto que leeremos, reflexionaremos en él y estudiaremos hoy está en Juan 1:19-23. Abran sus Biblias y oremos pidiendo luz, guía y entendimiento del Espíritu Santo para comprender las Sagradas Escrituras.
LEAMOS: “Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ‘Tú, ¿quién eres?’ Confesó, y no negó, sino confesó: ‘Yo no soy el Cristo’. Y le preguntaron: ‘¿Qué pues? ¿Eres tú Elías?’ Dijo: ‘No soy’. ‘¿Eres tú el profeta?’ Y respondió: ‘No’. Le dijeron: ‘¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?’ Dijo: ‘Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías’” (Juan 1:19-23).
Introducción
Restauración. Los siete primeros capítulos del evangelio de Juan tratan de Jesús restaurando vidas. Algo interesante es que siempre existe agua en cada proceso de restauración. La primera historia que estudiaremos es la de alguien cuyo propio nombre estaba relacionado al agua. ¡Eso mismo! Juan el Bautista tenía ese nombre porque bautizaba. Bautizar deriva del verbo griego “baptizein” y significa literalmente “sumergir”, “introducir completamente en el agua”. Eso era lo que Juan hacía “en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando” (Juan 1:28).
Juan era hijo de Elisabet, prima de María, madre de Jesús, y Zacarías, un sacerdote “de la clase de Abías” (Luc. 1:5). Juan vivía en el desierto y “fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados” (Luc. 3:3). Él sabía exactamente quién era y cuál era su misión. ¿Sabe usted quién es, de dónde vino y cuál es el propósito de Dios para su vida? La Biblia tiene esas repuestas, y usted saldrá de aquí hoy conociendo cada una de ellas.
1. JUAN EL BAUTISTA SE CONOCÍA MUY BIEN
a) Juan sabía quién no era
Juan el Bautista se conocía muy bien. Conocía a Cristo. Solo nos conocemos bien cuando conocemos a Dios. Y como Juan lo conocía, tenía respuestas a los grandes interrogantes de la vida. Cuando le preguntaron, no solo sabía quién era, sino también quién no era. Leamos de nuevo el texto que está en Juan1:19-20: “Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: Tú, ¿quién eres? Confesó, y no negó, sino confesó: ‘Yo no soy el Cristo’”. Las expectativas de que Juan fuera el Mesías eran enormes, al punto de, presten atención, “cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ‘Tú, ¿quién eres?’”, en seguida contestó no lo que ellos preguntaron, sino lo que ellos realmente querían saber. Algunos judíos, entre ellos los fariseos, llamados hipócritas por Jesús, escondían sus intenciones y buscaban de todas formas obtener
respuestas a sus preguntas que iban por la tangente, para que sus objetivos no fueran obvios. Pero Juan lo sabía por inspiración y respondió
exactamente lo que ellos querían saber. Les dijo: “Yo no soy el Cristo”.
Parece un tanto ilógico preguntar a alguien qué no es, pero puede ser
que sea esta la pregunta que necesita hacerse hoy. Y si la Biblia pone esa
cuestión de “quién no somos” antes de quién somos, es porque sin duda
es algo relevante. Pero vale resaltar que Juan el Bautista solo sabía quién
no era porque sabía muy bien quién era. ¿Sabe usted quién es? Primero,
pensemos un poco en quién no somos.
Muchas veces, las circunstancias de la vida nos llevan a creer que no
tenemos importancia, por ser pobres, por no ser tan bonitos o por no
tener el cuerpo de moda, por no ser reconocidos socialmente, tal vez
ni en nuestra casa. Tal vez imaginemos que no tenemos valor porque
nuestro cónyuge nos trata con desprecio, o los colegas del trabajo o la
escuela, por desempeñar tareas o trabajos que no dan reconocimiento
o elogios, como educar hijos, cuidar del hogar o muchas veces negarse
para que el otro sobresalga.
Hay muchas actividades que no dan reconocimientos o elogios humanos.
Los “me gusta” son diminutos o casi nulos. Por eso es importante saber
quién somos, pero también quién no somos. Y, definitivamente, no somos “sin importancia”, “menores” o “sin valor” por no ser populares, ricos o
famosos. Saber quién usted no es, en algunos casos, puede hasta ser más
importante que saber quién es, porque muchos nos humillan y nos dicen
cosas negativas y llenas de odio y desprecio. Eso genera traumas casi insuperables. Puede ser que hoy haya alguien aquí que, como Juan, tenga
que decir: “Yo no soy el Cristo”, “Yo no soy alguien sin valor”, “Yo no soy un
oído que solo escucha cosas desagradables”, “Yo no soy un objeto para ser
usado y descartado”, “Yo no soy un esclavo de pasiones ajenas”, “Yo no soy
un pecador sin esperanza”, “Yo no soy un enfermo sin remedio”.
b) Juan sabía quién era
Volviendo a la historia de Juan, como vimos, él sabía quién no era, pero
también sabía quién era. Juan tenía bien claro el propósito de su existencia. La escritora Elena de White, pionera del movimiento adventista, dice que lo primero que un joven necesita hacer es conocerse, saber
quién realmente es.
Sócrates, filósofo griego nacido en el siglo V antes
de Cristo, dijo: “Conócete a ti mismo”.
Leamos Juan 1:21-23 para saber quién era Juan. “Y le preguntaron:
‘¿Qué pues? ¿Eres tú Elías?’ Dijo: ‘No soy’. ‘¿Eres tú el profeta?’ Y respondió: ‘No’. Le dijeron: ‘¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los
que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?’ Dijo: ‘Yo soy la voz de uno
que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el
profeta Isaías’”.
Como ya vimos, es extremamente importante saber quién no somos,
pero también es crucial saber quién somos. Primero, Juan respondió
la pregunta más importante que los fariseos querían saber. Él aclaró la
idea de que él no era el Cristo. Así, también es vital tener claro en nuestra mente y en las de las personas que nos rodean lo que no somos.
Existen personas que cargan “dichos y formas de pensar, comer y actuar
de sus antepasados, aun cuando ya no son como sus padres y abuelos.
Y muchos luchan contra fantasmas y traumas que no son suyos, sino de
sus familiares. Por eso es fundamental saber quién no somos. Y si sabemos quién no somos, sabemos también quién somos.
Y si ya descubrimos que “no somos el Cristo”, encontramos alegría al
saber que tenemos nuestra propia identidad. ¡Eso es fantástico! Juan
Bautista dijo: “Yo soy la voz del que clama en el desierto: Enderezad el
camino del Señor, como lo dijo el profeta Isaías”. Aunque no era Cristo,
él conocía perfectamente su misión, que era preparar el camino al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Sus cerca de treinta años
de vida los dedicó a preparar el camino para Jesús. ¡Qué maravilla! Juan
sabía quién era a partir de su misión. Y usted, ¿quién es?
• Hijo e hija de Dios.
Juan 1:12 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Usted es hijo del Dios Altísimo. Su valor solo
puede ser medido y comparado a la preciosa sangre de Cristo,
por la cual adquiere filiación divina. Él lo ama tanto que consideró la muerte mejor que la vida sin usted. Ese es su precio, ese es
su valor, simplemente infinito.
• Nacidos de la voluntad de Dios.
Juan 1:13 “los cuales no son
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad
de varón, sino de Dios”. Usted y yo somos fruto de la voluntad de
Dios. Todos los que lo aceptan son nacidos de Dios para una existencia nueva. Si su vida ya es un milagro, nacer en Cristo por la
voluntad del Padre es algo extraordinario; y es para esto que usted está aquí, para ser restaurado por él. Y si el primer nacimiento
nadie lo elige, el nuevo ocurre por decisión consciente. Y cuando
elegimos a Cristo, nuestra vida comienza a ser completamente
diferente. Es mucho mejor, mucho más feliz llena de propósitos
y vigor. Mire la vida de Juan. A pesar de habitar en un desierto, de
alimentarse de manera sencilla, con miel y langostas, y de vestir
ropa “hecha de pelos de camello” (Marcos 1:6), Juan era un hombre
humilde y realizado. Su fe y amor por Jesús suplían todas sus necesidades. Lo mismo sucede con cada uno de nosotros cuando
amamos y confiamos en Cristo de todo corazón.
2. JUAN EL BAUTISTA CONOCÍA MUY BIEN A CRISTO
a) Juan predicaba lo que vivía
Además de saber quién no era y quién era, también conocía y sabía
quién era Jesús. Ese era el secreto de Juan el Bautista. Por eso, su predicación tenía tanto poder y atraía a “multitudes para ser bautizadas” (Lucas 3:7). Juan 1:15 dice “Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: ‘Este es
de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque
era primero que yo’”. Cuando conocemos a Dios, nuestra vida es una
constante propaganda de su amor y atrae multitudes a Cristo. Somos
humildes y estamos enfocados en la misión.
b) Juan vivía lo que predicaba
Juan 1:26 y 27 muestra como era la vida de Juan: “Juan les respondió
diciendo: ‘Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a
quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que
es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado’”. Quien conoce a Cristo es humilde y siente de quién es, su valor y
papel en el establecimiento del Reino de Dios.
CONCLUSIÓN
Es un privilegio conocer a Jesús, pues, a partir de su conocimiento sabemos
quién somos, quién no somos y quién podemos ser mediante su gracia.
Juan 1:16 afirma: “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre
gracia”, que significa más y más de Cristo. Y eso es todo lo que necesitamos.
En Cristo, soy “más que vencedor”, más que vencedora”, soy todo lo que él
desea que yo sea. Y solo sabré los ilimitados planes que Dios tiene para mí
cuando me entregue y permita ser restaurado por Cristo, así como Juan.
Jesús restauró a Juan. Él es mi Restaurador, nuestro Restaurador. ¿Quiere
usted ser restaurado también, aceptar a Jesús, estudiar su Palabra, prepararse para ser bautizado e incorporado a la familia de Dios?
(Marque su decisión en la tarjeta que recibió en la recepción.)
Póngase en pie, voy a orar por usted.
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