“También tengo otras ovejas que no son de ese redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (Juan 10:16).
Introducción
Cuando Cristo usa la metáfora de un pastor y sus ovejas al referirse a nosotros, es cariñoso y nos llena de enseñanzas. En Juan 10:16 vemos que hay otras ovejas, tal vez necesitan de cuidados mayores, pues todavía no son del aprisco del buen pastor. Estas necesitan más atención.
Hay algunas características de las ovejas que son interesantes:
➊ Es un animal muy vulnerable. Al contrario de la serpiente o del león, por ejemplo, la oveja no tiene una defensa natural, como veneno o habilidad de lucha. Estar en el aprisco del Señor es muy importante para ella.
➋ No sabe distinguir entre una hierba dañina y una hierba buena para el consumo. Por eso, es imprescindible ser de un aprisco cuyo pastor la guía por lugares seguros.
➌ La oveja siente mucho miedo y, si está asustada, huye y queda vulnerable a los predadores. En un mundo con tan- tos peligros, necesita encontrar y sentir seguridad.
➍ Las ovejas son capaces de reconocer la voz del pastor. Por eso, tratar de que estén protegidas y cuidadas en el redil es de extrema relevancia.
Interesante comparación. Recibir a las ovejas “que no son de este redil” hace de la vida religiosa un campo rico en pastos verdes y aguas tranquilas, pues el pastor es Jesús mismo.
Recibir a las personas en la iglesia no es algo nuevo, es bíblico. Una iglesia receptiva es relevante en la comunidad; y la bondad, la cortesía y la aceptación son características de los que ya fueron recibidos por Jesús. Cuando tratamos bien a las personas, compartimos el amor que recibimos de Dios.
DESARROLLO
La Biblia presenta diferentes tipos de visitas, de recepción y de aceptación. Aquí usted ve dos ejemplos que sucedieron con el pueblo de Israel y que nos llevan a la reflexión. Un ejemplo es extremamente positivo y el otro extremamente negativo.
Una recepción sin propósito
La primera experiencia se encuentra en 2 Reyes, en los capítulos 18 al 20, donde está registrada la historia del pueblo de Dios durante el reinado de Ezequías. Hay otras porciones de la Biblia que mencionan ese reinado en el Antiguo Testamento: 2 Crónicas 29-33 e Isaías 36-39. A Ezequías también se lo menciona en el Nuevo Testamento, en la genealogía de Jesús, en Mateo 1:9, 10.
Ezequías reinó en Judá durante 29 años e hizo lo que era bueno a los ojos del Señor. Al comienzo del reinado reparó el templo y organizó el servicio religioso, sacó todos los ídolos y restauró las funciones sacerdotales. En 2 Reyes 18:5, 6, se registra que Ezequías confiaba en el Dios de Israel y que ni antes ni después hubo otro rey como él. Era fiel, obedecía los mandamientos y el Señor estaba con él, y dondequiera que salía, prosperaba. Ezequías tenía muchas riquezas.
Otra demostración de que era bendecido fue lo que sucedió cuando Senaquerib, rey de Asiria, enfrentó a Ezequías y al pueblo. Ezequías clamó a Dios y el Señor envió un ángel que destruyó todo el ejército asirio formado por 185 mil guerreros. Esta historia increíble está registrada en 2 Reyes 19:35-37.
Por el año 714 a.C., Ezequías enfermó gravemente. No se sabe específicamente cuál fue su enfermedad, pero era incu- rable. El profeta Isaías llevó al rey el mensaje del Señor que le orientaba a prepararse porque pronto moriría. Con ese pronóstico, Ezequías quedó angustiado, desesperado y lloró amargamente.
Ezequías clamó al Señor, y Dios oyó su oración; como ya lo había escuchado muchas veces. Dios le agregó quince años de vida. Un milagro sin precedentes y, por supuesto, él se sin- tió agradecido y feliz. Finalmente estaba libre de los asirios y también estaba curado. Todo continuaba bien.
Entonces sucedió algo.
El rey de Babilonia, Merodac-baladán, envió embajadores a Jerusalén llevando una carta de felicitaciones. Ezequías se sintió feliz con esta atención y tuvo sus cinco minutos de lo- cura.
Esta parte de la historia está escrita en Isaías 39:1, 2:
“En aquel tiempo Merodac-baladán hijo de Baladán, rey de Babilonia, envió cartas y presentes a Ezequías; porque supo que había estado enfermo, y que había convalecido. Y se regocijó con ellos Ezequías, y les mostró la casa de su tesoro, plata y oro, especias, ungüentos preciosos, toda su casa de armas, y todo lo que se hallaba en sus tesoros; no hubo cosa en su casa y en todos sus dominios, que Ezequías no les mostrase”.
Realmente ese fue un momento de exaltación personal del rey Ezequías. El rey de Babilonia envió embajadores para conocer de cerca al Dios que lo había sanado y que había he- cho retroceder el sol diez grados, cerca de cinco horas, lo que estaba enloqueciendo a los científicos de la época. Ellos fue- ron a ver el milagro de cerca.
¿Y qué debería haber mostrado el rey Ezequías? Se esperaba que él mostrara al Dios verdadero y poderoso, que podía intervenir en la vida de las personas y manifestarse a través de la naturaleza. Se esperaba que Ezequías los llevara al templo, la casa de Dios.
Pero Ezequías mostró lo que los babilonios ya habían visto en otros lugares: mostró el reino, las riquezas, la buena arquitectura del palacio, el desvío del agua dentro de la ciudad, el pozo de Siloé, el buen sistema de almacenamiento, y su buen gusto, la abundancia, las reservas de armas, etc.
El comportamiento del rey dio una idea a los extranjeros. En vez de mantener la alegría de la celebración por la curación del monarca vecino, planeaban una invasión; y ahora sabían exactamente cómo hacerla.
Cuando los babilonios se fueron, el profeta Isaías le preguntó: “Qué dicen estos hombres, y de dónde han venido a ti? ¿Qué han visto en tu casa?” (2 Rey. 20:14,15). Y Ezequías con orgullo respondió: “Vieron todo lo que había en mi casa; nada quedó en mis tesoros que no les mostrase”.
El profeta no solo le respondió al rey sino que también le dio una profecía: todo lo que él había mostrado sería llevado a Babilonia, junto con sus descendientes, por Nabucodonosor.
La recepción no fue la ideal y ahora usted entiende por qué.
Aquellos hombres fueron bien recibidos, pero sin un pro- pósito de salvación. Las visitas no conocieron el amor y el poder de Dios a través del rey. Una buena recepción es la que señala a Jesús, el buen Pastor.
Una recepción con propósito
Otra historia muestra una recepción amable. El relato de 2 Crónicas 9:1-12 muestra que la reina de Etiopia, de la tierra de Sabá, fue a visitar al rey Salomón, considerado el más sabio que el mundo conoció.
La reina llegó a Jerusalén acompañada de una caravana enorme, con muchos regalos para ofrecer al rey. La reina tenía muchas preguntas que necesitaban respuestas inteligentes; sus preguntas requerían una sabiduría distinta.
Salomón le mostró a la reina todas sus cosas, así como el rey Ezequías lo hizo. Le mostró el reino, el lindo palacio, su poder, sus varias sesiones de juicio, sus realizaciones, mostró cómo vivía el pueblo y era conducido en el sistema teocrático, con Dios como su líder supremo. Con cada cosa que la reina veía se quedaba más encantada, maravillada e impresionada.
Pero hubo una diferencia: la reina acompañó a Salomón en todos los cultos, sacrificios y adoración que se hacía en el templo. Salomón le dio el crédito a Dios por su sabiduría, porque fue el regalo que el Señor le había dado. ¡No era él, era Dios! No era su sabiduría, era la sabiduría de Dios. No era su gloria, era la gloria del Dios de Israel.
Conocer a ese Dios hizo que la reina dijera lo que quedó registrado en 2 Crónicas 9:5-8:
“[...] Verdad es lo que había oído en mi tierra acerca de tus cosas y de tu sabiduría; pero yo no creía las palabras de ellos, hasta que he venido, y mis ojos han visto; y he aquí que ni aun la mitad de la grandeza de tu sabiduría me había sido dicha; porque tú superas la fama que yo había oído. Bienaventurados tus hombres, y dichosos estos siervos tuyos que están siempre delante de ti, y oyen tu sabiduría. Bendito sea Jehová tu Dios, el cual se ha agradado de ti para ponerte so- bre su trono como rey para Jehová tu Dios; por cuanto tu Dios amó a Israel para afirmarlo perpetuamente, por eso te ha puesto por rey sobre ellos, para que ha- gas juicio y justicia”.
La reina de Sabá oyó y vio la razón por la cual Salomón era tan bendecido: ¡Todo provenía de Dios! La recepción de Salomón señalaba a Dios.
CONCLUSIÓN
En cada culto de nuestras iglesias recibimos visitas e interesados. ¿Qué buscan? ¿Qué necesitan? ¿Tratan de entender los milagros que Dios ha hecho en la vida de su pueblo? ¿Tienen preguntas profundas que necesitan respuesta?
Las personas buscan la iglesia porque quieren encontrar a Dios de la forma en la que todavía no lo conocen, un Dios que suple sus anhelos, un Dios que ama, que perdona, que las hace sentir bendecidas y aceptadas.
La búsqueda de una iglesia que las acepta, amigable, bondadosa, generosa, que haga que cada uno se sienta parte de la comunidad y parte en la adoración. Ellos quieren ver a Dios a través de nosotros.
Es importante ser parte de una iglesia cuya estructura esté bien cuidada, pero es esencial que cada miembro represente a Dios y extienda los brazos de la amistad y de la inclusión, con miradas que no juzguen la apariencia o el tipo de vestimenta, con actitudes corteses y alegría genuina, con una educación digna de ciudadanos del cielo.
Son actitudes sencillas como saludar a quien está al lado, ofrecer informaciones sobre el desarrollo del culto, ayudar a encontrar un pasaje bíblico, mirar y sonreír, conversar al final del culto, invitar para un almuerzo u otro programa.
Si usted quiere representar a Dios, no permita que la persona que estuvo con usted durante el culto salga sintiéndose vacío porque no sintió la presencia de Dios a través de la amistad y de la aceptación. Somos responsables de todos los que vienen a la casa del Señor.
Cada uno debe reproducir la pregunta del profeta Isaías: ¿qué vieron ellos en mi iglesia? ¿Qué vieron ellos en mí? Es nuestro deber causar el mismo efecto que sintió la reina: que amamos y rendimos culto al Dios verdadero, que es él quien ofrece amor y salvación, es él quien capacita y quien hace milagros.
La receptividad se demuestra en el modo de tratar a cada persona y el valor de ese comportamiento involucra nuestra relación con Cristo. Una vida en Cristo cambia el foco de nuestra vida, porque dejamos de vivir para nuestra gloria y pa- samos a vivir para la gloria de Dios.
Elena de White dice:
“Que los visitantes vean que tratamos de hacer felices a los que nos rodean con nuestra alegría, simpatía y amor” (Reflejemos a Jesús, p. 175).
Una iglesia revela cuán llena está del amor de Dios a través de la manera como trata a las personas.
Forme parte de una comunidad amistosa y saludable. Impresione con la gracia de Cristo, encante con la bondad de Dios, maraville con el poder de la esperanza y rescate a los que no saben el camino de vuelta, pues el amor de Dios es todo para nosotros.
Y no se olvide: hay otras ovejas que no son de este redil. Es importante también conducirlas y atraerlas.
Que Dios nos bendiga poderosamente.
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