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¿Vale la pena? - La resurrección de Moisés

¿Vale la pena? ¿Para qué? ¿De qué sirve? ¿De qué aprovecha?
Antes de llegar a la conclusión y desilusión de que es en vano, toda persona evalúa y filtra sus decisiones a través de esas preguntas.

“Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda” (Judas 9). 

Como hemos visto, Moisés es protagonista humano en el libro de Deuteronomio. Su vida, su carácter, sus mensajes, impregnan el libro. Aunque Deuteronomio trata sobre Dios y su amor por el ‘am yisra’el, “el pueblo de Israel”, Dios a menudo utilizó a Moisés para revelar ese amor y hablarle a su pueblo Israel. Ahora que llegamos al final de nuestro estudio de Deuteronomio, llegamos también al final de la vida de Moisés, al menos su vida aquí. Como lo expresó Elena de White: “Moisés sabía que debía morir solo; a ningún amigo terrenal se le permitiría asistirlo en sus últimas horas. La escena que le esperaba tenía un carácter misterioso y pavoroso que le oprimía el corazón. La prueba más severa consistió en separarse del pueblo que estaba bajo su cuidado y al cual amaba; el pueblo con el cual había identificado todo su interés durante tanto tiempo. Pero había aprendido a confiar en Dios, y con fe incondicional se encomendó a sí mismo y a su pueblo al amor y la misericordia divinos” (PP, 504).

Así como la vida y el ministerio de Moisés revelaron mucho sobre el carácter de Dios, así también su muerte y su resurrección.

I. EL PECADO DE MOISÉS - PRIMERA PARTE

Una vez tras otra, incluso en medio de su apostasía y sus peregrinaciones por el desierto, Dios proveyó milagrosamente para los hijos de Israel. Es decir, aun cuando no lo merecían (y muchas veces fue así), la gracia de Dios fluía hacia ellos. En la actualidad, nosotros también somos receptores de su gracia, aunque tampoco lo merezcamos. En definitiva, no sería gracia si la mereciéramos, ¿verdad? Además de la abundancia de alimento que el Señor les había proporcionado milagrosamente en el desierto, otra manifestación de su gracia fue el agua, sin la cual perecerían rápidamente, especialmente en un desierto seco, caluroso y desolado. Sobre esa experiencia, Pablo escribió: “Y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Corintios 10:4). Elena de White también agregó que “dondequiera que les hacía falta agua en su peregrinaje, fluía de las hendiduras de las rocas y corría al lado de su campamento” (PP, 436). 

Leamos Números 20:1-13. ¿Qué sucedió aquí, y cómo entendemos el castigo que el Señor le dio a Moisés por lo que había hecho? 

Por un lado, no es difícil ver y entender la frustración de Moisés. Después de todo lo que el Señor había hecho por ellos, las señales, los prodigios y la liberación milagrosa, aquí estaban finalmente, en los límites de la Tierra Prometida. Pero, de repente les falta agua, y comienzan a conspirar contra Moisés y Aarón. El Señor ¿no podría proveerles agua ahora como lo había hecho tantas veces antes? Por supuesto que sí; podía hacerlo y lo volvería a hacer. Sin embargo, considera las palabras de Moisés cuando golpeó la roca, incluso dos veces. “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” (Números 20:10).

La historia de la vida de Moisés, incluyendo su golpe en la roca en un ataque de ira, ¿sirve como ejemplo de lo que significa vivir por fe y ser salvo por fe, sin las obras de la Ley?

Prácticamente podemos escuchar la ira en su voz, porque comienza llamándolos “rebeldes”. El problema no era tanto su enojo en sí, que era bastante malo pero entendible, sino cuando dijo: “¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?” (NVI), como si él o cualquier ser humano pudiera sacar agua de un roca. En su ira, en ese momento aparentemente se olvidó de que era solo el poder de Dios que obraba en medio de ellos el que podía hacer ese milagro. Él, más que nadie, debería haberlo sabido. ¿Con qué frecuencia decimos o incluso hacemos cosas en un ataque de ira, y hasta creemos que la ira es justificada? ¿Cómo podemos aprender a detenernos, orar y buscar el poder de Dios para decir y hacer lo correcto antes de decir y hacer lo incorrecto?

II. EL PECADO DE MOISÉS: SEGUNDA PARTE

Vuelve a leer Números 20:12 y 13. ¿Qué razón específica le dio el Señor a Moisés por la que no podría cruzar debido a lo que hizo? Ver además Deuteronomio 31:2 y 34:4. Según este pasaje, el pecado de Moisés implicaba algo más que solo su intento de ocupar el lugar de Dios, que ya era malo de por sí. También mostró falta de fe; algo difícil de esperar en alguien como Moisés. Después de todo, este era el hombre que, desde la zarza ardiente (Éxodo 3:2-16) en adelante, había tenido una experiencia con Dios diferente de la mayoría. Sin embargo, según el texto, Moisés no “creyó en mí”; es decir, mostró una falta de fe en lo que el Señor había dicho y, como resultado, fue incapaz de “santificarme” ante los hijos de Israel. En otras palabras, si Moisés hubiera mantenido la calma y hubiera hecho lo correcto al mostrar fe y confianza en Dios en medio de la apostasía, habría glorificado al Señor ante el pueblo y nuevamente habría sido un ejemplo para ellos de verdadera fe y obediencia.

Fíjate también que Moisés desobedeció lo que el Señor le dijo específicamente que hiciera.

Leamos Números 20:8. ¿Qué le había dicho el Señor a Moisés que hiciera? Sin embargo, ¿qué hizo Moisés (Números 20:9-11)?

“Cuando exclamaron airadamente: ‘¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?’, se pusieron en lugar de Dios, como si dispusieran de poder ellos mismos, hombres sujetos a las debilidades y las pasiones humanas. Abrumado por la continua murmuración y rebelión del pueblo, Moisés perdió de vista a su Ayudador omnipotente, y sin la fuerza divina se lo dejó manchar su foja de servicios con una manifestación de debilidad humana. El hombre que hubiera podido conservarse puro, firme y desinteresado hasta el final de su obra fue vencido al fin. Dios quedó deshonrado ante la congregación de Israel, cuando debió haber sido engrandecido y ensalzado” (PP, 442).

En el versículo 9, Moisés toma la vara “como él le mandó”. Hasta aquí, todo bien. Pero, según el versículo 10, en lugar de hablarle a la roca, de la cual el agua habría brotado como una expresión asombrosa del poder de Dios, Moisés la golpeó, no una sino dos veces. Sí, golpear una roca y que saliera agua de ella fue milagroso, pero sin duda no tan milagroso como si simplemente le hablaba y esperaba para ver que sucediera lo mismo. Por supuesto, a simple vista quizá parezca que el juicio de Dios sobre Moisés fue excesivo: después de todo lo que Moisés había pasado, finalmente no se le permitiría cruzar a la Tierra Prometida. Siempre que se ha contado esta historia, la gente se pregunta por qué, debido a un acto imprudente, se le negó lo que había estado esperando durante tanto tiempo.

A Dios no le había gustado que Moisés hiciera caso omiso de sus instrucciones. "Evidenció su falta de paciencia y de dominio propio... Cuando el agua dejó de fluir y oyeron las murmuraciones y la rebelión del pueblo, la fe de ambos (Moisés y Aarón) en el cumplimiento de las promesas de Dios vaciló" PP, 441.
1. Moisés no confió en que el Señor fuera capaz de cumplir su promesa solo con decir la Palabra y, en consecuencia, fue infiel al no obedecer el mandato de Dios.
2. Moisés no santificó la presencia de Dios delante de los israelitas.
Dios describió el fracaso de Moisés en términos transparentes: "Fuisteis rebeldes a mi mandamiento" (Números 20:24). Moisés se olvidó de dar la gloria a Dios por este milagro y perdió la entrada a la tierra prometida.

¿Qué lección crees que habrán aprendido los hijos de Israel con lo que le sucedió a Moisés?

Incluso, cuando nos enfrentamos a una profunda desobediencia debemos hablar con paciencia y tacto: "La acusación era veraz, pero ni aun la verdad debe decirse apasionada o impacientemente" PP, 441.
Esto nos proporciona una clara lección: Todos deben obedecer al Señor y su Palabra, tanto los dirigentes como los miembros de la comunidad de fe. No hay excepciones; los que dirigen también están bajo la ley.

III. LA MUERTE DE MOISÉS

En la mitad del último capítulo del libro de Deuteronomio, leemos: "Allí murió Moisés, siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová" Deuteronomio 34:5.
¡Pobre Moisés! Después de haber llegado tan lejos, de haber vivido tantas cosas, finalmente se quedó fuera del cumplimiento de la promesa hecha a Abram muchos siglos antes: “A tu descendencia daré esta tierra” (Génesis 12:7).

Leamos Deuteronomio 34:1 al 12. ¿Qué le sucedió a Moisés y qué dijo el Señor acerca de él que mostraba lo especial que era?

“En completa soledad, Moisés repasó las vicisitudes y las penurias de su vida desde que se apartó de los honores cortesanos y de su posible reinado en Egipto, para echar su suerte con el pueblo escogido de Dios. Evocó aquellos largos años que pasó en el desierto cuidando los rebaños de Jetro; la aparición del Ángel en la zarza ardiente, y la invitación que se le diera de librar a Israel. Volvió a contemplar los milagros portentosos que el poder de Dios realizó en favor del pueblo escogido, y la misericordia longánime que manifestó el Señor durante los años de peregrinaje y rebelión. A pesar de todo lo que Dios había hecho en favor del pueblo, a pesar de sus propias oraciones y labores, sólo dos de todos los adultos que componían el vasto ejército que salió de Egipto fueron hallados bastante fieles para entrar en la Tierra Prometida. Mientras Moisés examinaba el resultado de sus labores, casi le pareció haber vivido en vano su vida de pruebas y sacrificios” (PP, 505).

Moisés murió en un país extranjero mientras peregrinaba hacia un nuevo hogar. No lo alcanzó, pero le esperaba una tierra mejor que la tierra prometida.
Deuteronomio 34:4 dice algo muy interesante. “Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré”. El Señor estaba usando palabras casi literales de lo que había dicho vez tras vez a los patriarcas y a sus hijos, acerca de darles esta tierra. Ahora se lo estaba repitiendo a Moisés. El Señor también dijo: “Te la he hecho ver con tus ojos, mas no pasarás allá” (Deuteronomio 34:4, JBS, énfasis añadido). 

No hay forma de que Moisés, allí parado donde estaba, pudiera haber visto con una visión normal todo lo que el Señor le señaló, desde Moab hasta Dan, Neftalí y demás. Elena de White es clara: fue una revelación sobrenatural, no solo de la tierra, sino de cómo sería después de que hubieran tomado posesión de ella.

Dios mismo enterró a su amigo en un lugar desconocido para que no se convirtiera en n sitio de peregrinación ni diera paso a prácticas idólatras. Había visto la historia del pueblo de Dios hasta la primera y segunda venida de Cristo. Luego vio el final triunfal del gran conflicto y el establecimiento de la tierra nueva. Luego como un guerrero cansado, se acostó para descansar. Finalmente, Moisés resucitó y fue llevado al cielo poco después de su muerte. 

"Nunca más se levantó un profeta en Israel como Moisés..." Deuteronomio 34:10. Qué extraordinario resumen de vida. Moisés fue fiel a su llamado y ministerio. Cumplió la tarea de Dios con excelencia y distinción, convirtiéndose así en el modelo de lo que debía ser un profeta.

En cierto sentido, casi parecería como si el Señor se hubiera estado burlando de Moisés; como diciéndole: “Podrías haber estado aquí si simplemente me hubieras obedecido como debías”, o algo así. No obstante, el Señor le estaba mostrando a Moisés que, a pesar de todo, incluso a pesar del error trágico de Moisés, Dios iba a ser fiel a las promesas del pacto que había hecho con los padres y con el mismo Israel. Como veremos, el Señor tenía también algo mejor reservado para su siervo fiel aunque defectuoso

IV. LAS TRES VECES QUE SATANÁS TEMBLÓ

A. Cuando ocurrió el diluvio
"A medida que la violencia de la tempestad aumentaba, árboles, edificios, rocas y tierra eran lanzados en todas direcciones. El terror de los hombres y los animales era indescriptible. Por encima del rugido de la tempestad podían escucharse los lamentos de un pueblo que había despreciado la autoridad de Dios. El mismo Satanás, obligado a permanecer en medio de los revueltos elementos, temió por su propia existencia. Se había deleitado en dominar tan poderosa raza, y deseaba que los hombres viviesen para que siguieran practicando sus abominaciones y rebelándose contra el Rey del cielo. Ahora lanzaba maldiciones contra Dios, culpándolo de injusticia y de crueldad. Muchos, como Satanás, blasfemaban contra Dios, y si hubieran podido, le habrían arrojado del trono de su poder. Otros, locos de terror, extendían las manos hacia el arca, implorando que les permitieran entrar. Pero sus súplicas fueron vanas. Su conciencia despertó, por fin, y se convencieron de que hay un Dios en los cielos que lo gobierna todo. Lo invocaron con fervor, pero los oídos del Creador no escuchaban sus súplicas." PP, 77.

B. Cuando Moisés resucitó. 
Históricamente la resurrección de Moisés fue la primera que Jesús realizó. Por eso no es de extrañarse que Satanás se escandalizara al darse cuenta de que su causa estaba completamente perdida.
"Por primera vez Cristo iba a dar vida a uno de los muertos. Cuando el Príncipe de la vida y los ángeles resplandecientes se aproximaron a la tumba, Satanás temió perder su hegemonía. Con sus ángeles malos, se aprestó a disputar la invasión del territorio que reclamaba como suyo. Se jactó de que el siervo de Dios había llegado a ser su prisionero. Declaró que ni siquiera Moisés había podido guardar la ley de Dios; que se había atribuido la gloria que pertenecía a Jehová -es decir que había cometido el mismo pecado que hiciera desterrar a Satanás del cielo-, y por su transgresión había caído bajo el dominio de Satanás. El gran traidor reiteró los cargos originales que había lanzado contra el gobierno divino, y repitió sus quejas de que Dios había sido injusto con él. Cristo no se rebajó a entrar en controversia con Satanás. Pudo haber presentado contra él la obra cruel que sus engaños habían realizado en el cielo, al ocasionar la ruina de un gran número de sus habitantes. Pudo haber señalado las mentiras que había dicho en el Edén y que habían hecho pecar a Adán e introducido la muerte entre el género humano. Pudo haberle recordado a Satanás que él era quien había inducido a Israel a murmurar y a rebelarse hasta agotar la paciencia longánime de su jefe, y sorprendiéndolo en un momento de descuido, le había arrastrado a cometer el pecado que lo había puesto en las garras de la muerte. Pero Cristo lo confió todo a su Padre, diciendo: “¡El Señor te reprenda!” Judas 9. El Salvador no entró en disputa con su adversario, sino que en ese mismo momento y lugar comenzó a quebrantar el poder del enemigo caído y a dar la vida a los muertos. Satanás tuvo allí una evidencia incontrovertible de la supremacía del Hijo de Dios. La resurrección quedó asegurada para siempre. Satanás fue despojado de su presa; los justos muertos volverían a vivir. Como consecuencia del pecado, Moisés había caído bajo el dominio de Satanás. Por sus propios méritos era legalmente cautivo de la muerte; pero resucitó para la vida inmortal, por el derecho que tenía a ella en nombre del Redentor. Moisés salió de la tumba glorificado, y ascendió con su Libertador a la ciudad de Dios." PP, 455.

C. Cuando Jesús venció la muerte
"“Y he aquí que fué hecho un gran terremoto; porque un ángel del Señor descendió del cielo.”1 Revestido con la panoplia de Dios, este ángel dejó los atrios celestiales. Los resplandecientes rayos de la gloria de Dios le precedieron e iluminaron su senda. “Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas se asombraron, y fueron vueltos como muertos.”DTG, 725.
¿Dónde está, sacerdotes y príncipes, el poder de vuestra guardia?—Valientes soldados que nunca habían tenido miedo al poder humano son ahora como cautivos tomados sin espada ni lanza. El rostro que miran no es el rostro de un guerrero mortal; es la faz del más poderoso ángel de la hueste del Señor. Este mensajero es el que ocupa la posición de la cual cayó Satanás. Es aquel que en las colinas de Belén proclamó el nacimiento de Cristo. La tierra tiembla al acercarse, huyen las huestes de las tinieblas y, mientras hace rodar la piedra, el cielo parece haber bajado a la tierra. Los soldados le ven quitar la piedra como si fuese un canto rodado, y le oyen clamar: Hijo de Dios, sal fuera; tu Padre te llama. Ven a Jesús salir de la tumba, y le oyen proclamar sobre el sepulcro abierto: “Yo soy la resurrección y la vida.” Mientras sale con majestad y gloria, la hueste angélica se postra en adoración delante del Redentor y le da la bienvenida con cantos de alabanza. DTG, 725.
"Un terremoto señaló la hora en que Cristo depuso su vida, y otro terremoto indicó el momento en que triunfante la volvió a tomar. El que había vencido la muerte y el sepulcro salió de la tumba con el paso de un vencedor, entre el bamboleo de la tierra, el fulgor del relámpago y el rugido del trueno. Cuando vuelva de nuevo a la tierra, sacudirá “no solamente la tierra, mas aun el cielo.” “Temblará la tierra vacilando como un borracho, y será removida como una choza.” “Plegarse han los cielos como un libro;” “los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella están serán quemadas.” “Mas Jehová será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel.” DTG, 726

Al morir Jesús, los soldados habían visto la tierra envuelta en tinieblas al mediodía; pero en ocasión de la resurrección vieron el resplandor de los ángeles iluminar la noche, y oyeron a los habitantes del cielo cantar con grande gozo y triunfo: ¡Has vencido a Satanás y las potestades de las tinieblas; has absorbido la muerte por la victoria!

"Cuando Jesús estuvo en el sepulcro, Satanás triunfó. Se atrevió a esperar que el Salvador no resucitase. Exigió el cuerpo del Señor, y puso su guardia en derredor de la tumba procurando retener a Cristo preso. Se airó acerbamente cuando sus ángeles huyeron al acercarse el mensajero celestial. Cuando vió a Cristo salir triunfante, supo que su reino acabaría y que él habría de morir finalmente. DTG, 728.

"Al dar muerte a Cristo, los sacerdotes se habían hecho instrumentos de Satanás. Ahora estaban enteramente en su poder. Estaban enredados en una trampa de la cual no veían otra salida que la continuación de su guerra contra Cristo. Cuando oyeron la nueva de su resurrección, temieron la ira del pueblo. Sintieron que su propia vida estaba en peligro. Su única esperanza consistía en probar que Cristo había sido un impostor y negar que hubiese resucitado. Sobornaron a los soldados y obtuvieron el silencio de Pilato. Difundieron sus informes mentirosos lejos y cerca. Pero había testigos a quienes no podían acallar. Muchos habían oído el testimonio de los soldados en cuanto a la resurrección de Cristo. Y ciertos muertos que salieron con Cristo aparecieron a muchos y declararon que había resucitado. Fueron comunicados a los sacerdotes informes de personas que habían visto a esos resucitados y oído su testimonio. Los sacerdotes y príncipes estaban en continuo temor, no fuese que mientras andaban por las calles, o en la intimidad de sus hogares, se encontrasen frente a frente con Cristo. Sentían que no había seguridad para ellos. Los cerrojos y las trancas ofrecerían muy poca protección contra el Hijo de Dios. De día y de noche, esta terrible escena del tribunal en que habían clamado: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos,”5 estaba delante de ellos. Nunca más se habría de desvanecer de su espíritu el recuerdo de esa escena. Nunca más volvería a sus almohadas el sueño apacible." DTG. 728.

"Cuando la voz del poderoso ángel fué oída junto a la tumba de Cristo, diciendo: “Tu Padre te llama,” el Salvador salió de la tumba por la vida que había en él. Quedó probada la verdad de sus palabras: “Yo pongo mi vida, para volverla a tomar.... Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar.” Entonces se cumplió la profecía que había hecho a los sacerdotes y príncipes: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Sobre la tumba abierta de José, Cristo había proclamado triunfante: “Yo soy la resurrección y la vida.” Únicamente la Divinidad podía pronunciar estas palabras. Todos los seres creados viven por la voluntad y el poder de Dios. Son receptores dependientes de la vida de Dios. Desde el más sublime serafín hasta el ser animado más humilde, todos son renovados por la Fuente de la vida. Únicamente el que es uno con Dios podía decir: Tengo poder para poner mi vida, y tengo poder para tomarla de nuevo. En su divinidad, Cristo poseía el poder de quebrar las ligaduras de la muerte." DTG, 729.

V. LA RESURRECCIÓN DE MOISÉS

“Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy” (Deuteronomio 34:5, 6). Josué 1:2, 7.

"El apóstol Pablo dijo que Moisés "fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo" (Hebreos 3:5). La palabra griega que aparece en Hebreos es therápon. De esa palabra vienen los vocablos terapéutica, terapia. El término indica un ministerio fiel y compasivo, como del médico que vela por un enfermo. La tierna, amante e inagotable solicitud de Moisés por su pueblo se registra para su encomio y para gloria de Dios. Es interesante notar que el griego moderno usa la palabra therápon para designar al médico" 1CBA, 1090.

La muerte de Moisés no fue una tragedia porque murió en la bendita esperanza y con una fe firme en Dios. Por lo tanto, con estos pocos versículos, Moisés, tan crucial en la vida de Israel, un hombre cuyos escritos perduran, no solo en Israel, sino también en la iglesia y en las sinagogas en la actualidad, murió. Moisés murió, fue sepultado, el pueblo hizo luto, y eso fue todo. Por cierto, el principio de las palabras de Apocalipsis se aplica aquí: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apocalipsis 14:13). Sin embargo, la muerte de Moisés no fue el capítulo final de la historia de su vida. Al diablo le hubiera agradado muchísimo retener a Moisés en los lazos de la muerte (Judas 9), y con ese propósito resistió a Cristo. Pero Moisés fue resucitado y llevado al cielo (Marcos 9:2-4).

"Con justicia se considera a Moisés como el mayor emancipador y legislador del mundo. La historia ha sentido su influencia a través de los siglos. Por naturaleza, Moisés tenía una personalidad fuerte; pero la comunión mantenida con Dios desarrolló y fortaleció su carácter" 1CBA, 1090.

La historia de la muerte de Moisés y su posterior resurrección, ¿en qué medida nos muestra que el Nuevo Testamento, aunque a menudo se basa en el Antiguo Testamento, nos lleva más lejos que este y, de hecho, puede arrojar mucha luz nueva sobre él?

Leamos Judas 9. ¿Qué sucede aquí y cómo ayuda este versículo a explicar la presencia de Moisés más adelante en el Nuevo Testamento? 

Miguel, Cristo mismo, disputó con el diablo sobre el cuerpo de Moisés. ¿Cómo es esto? 
Satanás argumentó que Moisés le pertenecía a causa de su pecado, esperando mantenerlo en la tumba como su trofeo. No cabe duda de que Moisés era pecador; de hecho, el último pecado que se le conoce, asumir como propia la gloria que era de Dios, era el mismo tipo de pecado (“Sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” [Isaías 14:14]) que hizo que el mismo Lucifer fuera arrojado del cielo en primer término. La disputa sobre su cuerpo debió de haberse motivado porque Cristo ahora estaba reclamando para Moisés la resurrección prometida. Pero ¿cómo pudo Cristo hacer eso por un pecador como Moisés, que había violado su Ley? 

La respuesta, por supuesto, solo podría ser la Cruz. Así como todos los sacrificios de animales apuntaban a la futura muerte de Cristo, obviamente el Señor ahora, anticipando la Cruz, ordenó que el cuerpo de Moisés resucitara.

“Como consecuencia del pecado, Moisés había caído bajo el dominio de Satanás. Por sus propios méritos, era legalmente cautivo de la muerte; pero fue resucitado a la vida inmortal por el derecho que tenía a ella en el nombre del Redentor. Moisés salió de la tumba glorificado, y ascendió con su Libertador a la Ciudad de Dios” (PP, 512).

¿Cómo nos ayuda este relato a comprender la profundidad del plan de salvación: que incluso antes de la Cruz fuese Moisés a la vida eterna?

Dios perdonó la impaciencia y la falta de confianza de Moisés, al igual que él perdona nuestros pecados y ofensas cuando nos arrepentimos y las confesamos con sinceridad (1 Juan 1:7). No hay fuerzas malignas que puedan detener a nuestro Dios. Cuando Dios está a nuestro favor ¿Quién puede estar en contra? La resurrección de Moisés demuestra que los pecadores pueden experimentar la resurrección cuando piden perdón y renuevan su confianza en Dios.

VI. LA RESURRECCIÓN DE TODOS NOSOTROS

¿Por qué la promesa dela resurrección es tan básica para todas nuestras esperanzas? Además, si podemos confiar en Dios para esto, es decir, en que nos resucitará de la muerte, ¿no deberíamos poder confiar en él para todo lo demás? Después de todo, si él puede hacer eso por nosotros, ¿qué no podría hacer?

El evangelio de Mateo atestigua que Moisés y Elías estuvieron con Jesús en el momento de su transfiguración, animándole en el camino hacia su muerte.
“En el monte de la transfiguración, Moisés estuvo presente con Elías, quien había sido trasladado. Fueron enviados como portadores de la luz y la gloria del Padre para su Hijo. Y así se cumplió por fin la oración que elevara Moisés tantos siglos antes. Estaba en el ‘buen monte’, dentro de la heredad de su pueblo, testificando en favor de aquel en quien se concentraban todas las promesas de Israel. Tal es la última escena revelada al ojo mortal con referencia a la historia de aquel hombre tan altamente honrado por el Cielo” (PP, 512).
Con la luz superadora del Nuevo Testamento, la exclusión de Moisés de la Tierra Prometida no parece un gran castigo, al fin y al cabo. En lugar de una Canaán terrenal y más adelante una Jerusalén terrenal (que durante toda su historia conocida ha sido un lugar de guerra, conquista y sufrimiento), “Jerusalén la celestial” (Hebreos 12:22) es, incluso ahora, su hogar. ¡Una morada mucho mejor, de seguro! 
Moisés es el primer ejemplo bíblico de la resurrección de los muertos que se conozca. Enoc fue llevado al cielo sin haber visto la muerte (Génesis 5:24), y Elías también (2 Reyes 2:11), pero hasta donde llega el registro escrito, Moisés fue el primero en haber resucitado a la vida eterna. No sabemos cuánto tiempo Moisés durmió en la tierra, pero en lo que a él respecta, tampoco importa. Él cerró los ojos al morir, y si fueron tres horas o trescientos años, para él fue lo mismo. Por eso, cuando hablamos de la muerte de Moisés, debemos centrarnos en su legado y en la buena noticia de su resurrección. Esto nos da esperanza al esperar el día de la resurrección en la segunda venida de Cristo.

También es lo mismo para todos los muertos a lo largo de la historia; la experiencia de ellos, al menos en lo que respecta a estar muertos, no será diferente de la de Moisés. Miremos las palabras de Job (Job 19:25-27), de David (Salmos 16:9, 10; 49:9-15; 71:20), de Asaf (Salmos 73:23, 24), de Isaías (Isaías 26:19) y de Daniel (Daniel 12:2)
La muerte es como un descanso del trabajo fiel. Pero luego vendrá la dulce herencia: la vida eterna con el Señor. Cerramos los ojos al morir, y lo siguiente que sabremos es la segunda venida de Jesús o, desgraciadamente, el Juicio Final (ver Apocalipsis 20:7-15).

Jonás 2:2 hace alusión a la resurrección de Jesús. Muchos autores del Nuevo Testamento afirman su creencia en la resurrección con convicción. (Mateo 22:32, 33; 1 Tesalonicenses 4:13-17; Apocalipsis 20:4-6, 11-15)

Leamos 1 Corintios 15:13 al 22. ¿Qué gran promesa tenemos aquí, y por qué las palabras de Pablo tienen sentido solo si entendemos que los muertos duermen en Cristo hasta la resurrección? 

Sin la esperanza de la resurrección, no tenemos ninguna esperanza. La resurrección de Cristo es la garantía de la nuestra; habiendo “efectuado la purificación de nuestros pecados” (Hebreos 1:3) en la Cruz como nuestro Cordero sacrificial, Cristo murió y resucitó de entre los muertos y, a causa de su resurrección, tenemos la garantía de nuestra resurrección, siendo Moisés el primer ejemplo de un ser humano caído y resucitado de entre los muertos. Como consecuencia de lo que Cristo haría, Moisés resucitó; y por causa de lo que Cristo ha hecho, nosotros también resucitaremos. A pesar de que al final flaqueó, podemos encontrar en Moisés un ejemplo de salvación por fe, fidelidad y confianza en Dios. Y, en todo el libro de Deuteronomio, podemos ver a Moisés procurando llamar al pueblo de Dios a una fidelidad similar. También nosotros, que estamos en la frontera de la Tierra Prometida, recibimos el mismo llamado.

Jesús dijo: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" Juan 11:25
"No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación." Juan 5:28, 29. en la presencia del príncipe de la vida, no hay lugar para la muerte (Juan 3:16; Apocalipsis 21:4)

¿VALE LA PENA?

"Tenía Moisés 120 años de edad cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor"
"Literalmente, "su lozanía no lo había dejado". Esto significa sencillamente que sus fuerzas eran lozanas y vigorosas en ese momento como siempre lo habían sido. Esta es la escena final de una vida verdaderamente grande. En lo que se refiere a una compañía física, Moisés  estuvo solo en la hora de su muerte. Pero murió en los brazos de Dios; eso fue suficiente (Salmos 23:4). La muerte no ofrece una perspectiva agradable, pero si llega cuando el espíritu  de la persona está en íntima comunión con el Espíritu de Dios, no hay temor. Aunque uno deba morir en la soledad, lejos de toda ayuda y compasión humanas, si puede morir en la presencia de Dios, ése es un fin agradable, lleno de esperanza" 1CBA, 1090.

¿Vale la pena luchar por los jóvenes?
¿Vale la pena ir a la  iglesia, casarse de blanco?
¿Vale la pena aceptar un cargo este año?
¿Vale la pena ponerle más empeño al trabajo que hago para Dios?
¿Vale la pena sufrir con y por el pueblo de Dios?
¿Se acordará alguien de todo el sacrificio y esfuerzo que he hecho?
¿Vale la pena esperar grandes cosas de Dios?
¿Vale la pena hacer grandes cosas para Dios?
¿Vale la pena luchar por mI matrimonio?
¿Vale la pena colocar a mis hijos en el Colegio/Universidad Adventista, incluso si me tratan mal?
¿Vale la pena ser fiel en los diezmos y ofrendas?
¿Vale la pena ser fiel en guardar el día sábado?
¿Vale la pena empeñarme y aplicarme por todo lo que Dios me ha dicho que cumpla en su Palabra?
¿Vale la pena hacer su voluntad?
¿Gastar mis fuerzas, energías, tiempo y recursos en esta causa vale la pena?
¿Vale la pena luchar por esta iglesia, muchas veces rebelde y contumaz; por este país, por veces malcriado e insolente?
¿Vale la pena?
¿Qué espera alguien cuando se hace esa pregunta?

5 cosas que harán que tu vida no sea en vano:

1. Servicio. Sirve a Dios de todo corazón. Teme a Dios y dadle gloria. Eclesiastés 12:13
2. Trascendencia. Ten objetivos trascendentes. Ha puesto la eternidad en el corazón del hombre. Eclesiastés 3:11
3. Trabajo. Trabaja con alegría. Sé diligente. Todo lo que te venga a la mano para hacer hazlo con todas tus fuerzas. Eclesiastés 9:10
4. Familia. Ama a la pareja de tu juventud. Eclesiastés 4:9-12; Eclesiastés 9:9; Proverbios 18:22; Proverbios 19:14
5. Reverencia o temor de Dios. Sé reverente y cuida tus palabras Proverbios 15:4, Eclesiastés 5:1.

Una madre que cocinaba muy bien decía cierta vez: YA NO VOY A COCINAR MÁS, porque me toma dos horas preparar con mucho cariño y esfuerzo preparar el almuerzo, para que en dos minutos se sienten a la mesa, devoren la comida y se levanten sin siquiera darme las gracias. ¡Es desolador!
Todo persona que se esfuerza, esmera, empeña y sacrifica espera reconocimiento, gratitud o quizás un sitial. No quiere pasar desapercibido, ni ser invisible. No quiere que todo su esfuerzo queda en nada. No quiere ser pasado por alto, que le pasen por encima o que lo atropellen como si no existiese.

Por ello es bueno saber que el recuerdo de los fieles nunca se perderá porque las obras de los que temen al Señor están escritas en el libro de las memorias.
Dios no te va a dejar abandonado, no se olvidará de tu amor y sacrificio por él. Seguir y servir al Señor nunca ha sido y nunca será en vano. No retrocedas en tu decisión de servir a Cristo hasta el final. Dios es fiel. Porque el vive, tu vivirás.

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