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Restaurados y Rescatados - Reencuentro

Texto: Lucas 15:1-3

Sabemos por qué Jesús comió con “cobradores de impuestos y pecadores” (v. 1). Se preocupaba por sus almas. Estaban perdidos y esperaba recuperarlos. Jesús se autodenominaba “el buen pastor” (Juan 10:14), y buscaba ovejas perdidas. Y ¿qué mejor manera de hacerlo que compartir una comida?

Sin embargo, a los cobradores de impuestos se los consideraba un grupo de peca- dores escandaloso. Por siglos antes y después de Cristo, los cobradores de impuestos eran odiados universalmente. En la cultura judía, se los excluía porque eran judíos traidores que habían vendido sus almas para comprar franquicias romanas de recaudación de impuestos para poder lucrar a costa de sus compañeros judíos. Se los odiaba en todos los sentidos. Las sinagogas no aceptaban sus limosnas. Su testimonio no era aceptado ni recibido en tribunales judíos. Eran considerados peores que los paganos. Como tales, junto con los “pecadores” necesitaban desesperadamente de redención.

Las únicas personas más escandalosas en este relato eran “los fariseos y los escribas” (v. 2), a quienes no les importaban ni un poco los pecadores a quienes Jesús intentaba rescatar. Los fariseos se sintieron chasqueados porque a Jesús les importaba, por eso estaban continuamente murmurando: “Este a los pecadores recibe, y con ellos come” (v. 2).

En el tiempo de Cristo, un noble podría alimentar a cualquier cantidad de personas necesitadas y de un nivel social inferior, como un gesto de generosidad, pero nunca comía con ellas. Jesús, sin embargo, no ofrece una cena y se aparta de las personas, él se sienta con ellas a la mesa y las recibe con amor.

El escándalo era que, como líderes de Israel, esos maestros de la Ley eran considerados co pastores del Pastor, Dios. Pero ellos estaban fallando en su tarea, así como sus padres de la antigüedad fallaron cuando Ezequiel profetizó contra ellos. Alguien puede preguntarse si algunos de ellos recordaban la profecía de Ezequiel, por lo menos después de oír lo que Jesús estaba por decirles. Escuchen a Ezequiel:

“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ‘Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; y di a los pastores: «Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños? ... No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia»’” (Ezequiel 34:1, 2, 4).

Entonces, Ezequiel presenta la solución con las siguientes palabras: “Porque así ha dicho Jehová el Señor: ‘He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fue- ron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad’” (Ezequiel 34:11 y 12).

El cumplimiento de la profecía de Ezequiel es claro: una vez que los co pastores de Israel fallaron, Dios mismo pastorearía y rescataría a su pueblo. ¿Cómo lo haría Dios? La respuesta profética es tan sorprendente y dulce:

“Y levantaré sobre ellas a un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor. Yo Jehová les seré por Dios, y mi siervo David príncipe en medio de ellos. Yo Jehová he hablado” (Ezequiel 34:23, 24). ¿Quién es ese David? No es el rey David, porque en la época de la profecía de Ezequiel, el rey David ya había muerto hacía más de quinientos años. Ese David no es otro sino el último hijo de David, el león de la tribu de Judá, Jesús, el Hijo de David e Hijo de Dios. Era a través de Jesús, el Buen Pastor, que Dios Padre pastorearía a su pueblo.

A lo largo de los años, muchas personas se apartaron de la iglesia porque los que deberían pastorear y cuidar, fallaron en su trabajo. Fue lo que sucedió con Mateo que a los veinte años decidió apartarse de la iglesia. Había nacido en un hogar cristiano, pero en su adolescencia comenzó a ver la incoherencia entre lo que su padre predicaba en la iglesia y lo que ocurría en su casa. La manera en la que lo trataba a él, a su madre y a sus hermanos no se parecía en nada a las lindas palabras que su padre pronunciaba desde el púlpito. Su padre siempre decía que deberían respetarlo porque era el sacerdote del hogar; y a medida que crecía, Mateo comenzó a sentir repulsión por el papel de sacerdote; el que debería cuidar estaba hiriendo y lastimando a su familia.

Cuando pudo tomar sus propias decisiones decidió apartarse de la iglesia y de todo lo que ella representaba. Pero su vida lejos de Dios lo llevó por caminos vacíos y desastrosos; no era feliz y no tenía paz. Y, para intentar esconder ese vacío, comenzó a involucrarse en vicios que lo hacían olvidar por algunos momentos el vacío en el que vivía.

Un día, afligido y sin esperanza, oyó un sermón sobre Cristo y comprendió que podía esperar el cuidado y el amor de Jesús, quien nunca le había fallado o decepcionado. A partir de entonces comenzó a volver a la iglesia. Eso es exactamente lo que Jesús presenta a lo largo del capítulo 15 del evangelio de Lucas. A través de tres historias emocionantes, Jesús afirma que vino a buscar y salvar a la humanidad perdida.

I. La moneda y la oveja

Ambas parábolas comienzan con el tema de la pérdida. Un pastor pierde una de sus ovejas: “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas [...]?” (v.4), “y una mujer pierde una moneda”“¿O qué mujer que tiene diez dracmas si pierde una dracma [...]?” (v. 8). El pastor tenía un rebaño considerable de ovejas. Estaba moderadamente bien en la vida. En sus papeles, la pérdida de una sola oveja no afectaría mucho su propiedad. Por otro lado, la pérdida de la moneda fue muy grave para la mujer, porque ella aparentemente era pobre. La moneda, una dracma, costaba cerca de un día de sueldo para un trabajador, no es una gran cantidad; pero, aun así, una gran pérdida para la mujer. Tanto el pastor como la mujer inmediatamente comenzaron su búsqueda. Él buscaba porque cuidaba de sus ovejas, ella porque la moneda tenía un gran valor para ella. El buen pastor sabe qué animal indefenso está buscando. Sus instintos son virtualmente inútiles y patéticamente indefensos. Él pone su energía en la tarea.

Malcolm Muggeridge fue una figura famosa en la segunda mitad del siglo XX, crí- tico literario, personalidad de la televisión y portavoz cristiano. En una parte de su autobiografía describió cómo el cielo lo buscó cuando estaba lejos de los caminos de Dios. Él escribió:

“Tuve la impresión de que de alguna forma estaba siendo buscado”.

Sí, él estaba allá, lo sé... Por más que estuviera lejos y por más rápido que huyera, todavía por encima del hombro, yo lo vislumbraba en el horizonte, y entonces corría más rápido y más lejos que nunca, pensando triunfantemente: ‘Ahora escapé’. Pero no, allá estaba él viniendo detrás de mí”.

David describió lo mismo con las siguientes palabras:

“¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra” (Salmo 139:7-10).

II. Cómo nos busca Dios

Dios nos está buscando y, así como en la parábola de Lucas 15, no desistirá hasta encontrarnos y traernos con seguridad de vuelta a su casa. Estoy convencido de que en algún momento de nuestras vidas escuchamos el llamado de Jesucristo a la puerta de nuestro corazón, aunque puede ser que no hayamos reconocido quién era. Porque hay muchas maneras diferentes por las cuales él nos busca y nos advierte cuando estamos en el camino equivocado y yendo en otra dirección.

A veces es por un sentimiento de vergüenza y culpa, cuando recordamos algo que pensamos, dijimos o hicimos y nos horrorizamos con las profundidades de la depravación en la que podemos hundirnos. O puede ser el pozo profundo y os- curo de la depresión, o el vacío de desesperación existencial, en donde nada tiene sentido y todo es absurdo; o puede ser el miedo a la muerte o el pensamiento sobre el juicio final.

Podemos experimentar el éxtasis del amor inmerecido o el dolor agudo del amor no correspondido, porque sabemos instintivamente que el amor es lo más grande del mundo. En momentos cuando Jesucristo se nos acerca y usa la mano para golpear la puerta e invitarnos una vez más.

Si estamos conscientes de la búsqueda implacable de Cristo, y dejamos de intentar huir de él y nos rendimos a su abrazo de amor, no habrá espacio para jactarnos de lo que hicimos, sino solo para un profundo agradecimiento por su gracia y misericordia, y por la firme resolución de pasar el tiempo y la eternidad en su servicio amoroso.

Esta es la experiencia de cada hombre y cada mujer que vino a Cristo. Él sabe dónde estamos. Conoce sus ovejas por su nombre. Muchas veces nos encuentra por medio de sueños deshechos. Nuestros sueños se deshacen de dos maneras: una es no lográndolos, el matrimonio que deseábamos, el éxito que buscamos, el hogar perfecto. La otra es hacer realidad nuestros sueños, pero aun así encontrar un vacío persistente. El efecto es el mismo.

Una emisora de televisión americana entrevistó al mundialmente conocido artista pop Justin Bieber en el momento en el que estaba en la cima de la fama y aun así cada semana se involucraba en polémicas relacionadas a drogas y mujeres. El periodista quería saber por qué vivía de manera tan destructiva si había concretado el sueño de la fama y la fortuna. Su respuesta fue: “Llegué a la cima, y en la cima hay mucho vacío”.

Muchas veces Dios nos encuentra en una condición en la que nos sentirnos in- completos. Una sensación latente de pérdida y limitación. Y entonces viene el de- seo de encontrarnos con Dios y ser encontrados. Usted ¿lo está buscando? Entonces sepa que él lo está buscando a usted.

III. La alegría del reencuentro

El final de las parábolas es idéntico al referirse a la alegría del reencuentro. Acerca del pastor, leemos: “Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: ‘Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido’” (v. 5, 6). Y leemos sobre la mujer: “Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: ‘Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido’” (v. 9).

El pastor es nuestro Salvador Jesucristo. Él toma a los pecadores perdidos en sus hombros poderosos y los lleva a su casa. Ya comenzó a cargarnos mientras estaba en la cruz, donde todos nuestros pecados fueron puestos sobre sus hombros omnipotentes. Jesús mismo hace la aplicación divina: “Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (v. 7). “Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (v. 10).


Dios se alegra en la presencia de sus ángeles cuando encuentra a los perdidos. A veces, los desinformados piensan en Dios como un mar inmenso e impasible. Pero esta no es la descripción del Dios de Jesús. El reencuentro tiene risas, alegría, abra- zo y regocijo. Observe también que él se alegra más por un pecador que acaba de encontrar que por la multitud que está en su rebaño. Hay una alegría inicial viva que momentáneamente ofusca las alegrías establecidas, una alegría mayor por la seguridad de quien estaba en peligro, que por el que está seguro, así como la persona se alegra más por la recuperación de un niño enfermo, que por la salud de su familia.

Conclusión

Todos éramos pecadores y estábamos perdidos. “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6). “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios” (Romanos 3:10, 11). Pero Dios nos busca, y nos sube a sus hombros soberanos, que se extendieron en la cruz. Cuando creemos y nos arrepentimos, él carga nuestros pecados y nos lleva a casa mientras las constelaciones resuenan por la alegría divina.

Eso está poderosamente retratado en el canto “Sublime gracia” de John Newton.

“Sublime gracia del Señor,
de muerte me libró.
Perdido fui, me rescató;
fui ciego, me hizo ver”.
[Versión en español Carlos A. Steger, HA, 303].

Llamado

¿Cuánto tiempo más se resistirá usted al llamado maravilloso de su divino Pastor? ¿Cuánto tiempo más negará la esperanza y la paz que brillan en medio de las dificultades de la vida? Hoy es el día del reencuentro con aquel que lo conoce desde su nacimiento y nunca renunció a usted, ni siquiera cuando usted mismo se rindió. Él está a su lado una vez más, llama a la puerta de su corazón una vez más.

Me gustaría invitar a que se pongan de pie los que quieren aceptar esta invitación divina. Los que quieren decir: “Señor, acepto tu llamado, ya no tienes que buscar- me. Quiero bautizarme y unirme a ti en busca de los que, como yo, están alejados y sin esperanza”.

Si ese es su deseo, póngase en pie, y me gustaría orar por usted.

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