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Señor yo voy - Perdóname



Juan 8:11




Hace un tiempo atrás, leí la




historia de un padre espa-

ñol que decidió reconciliar-

se con su hijo, que se había




marchado a Madrid. Lleno de




remordimiento, el padre co-

locó este anuncio en el pe-

riódico: “Paco, encuéntrame




en el Hotel Montana el mar-

tes mediodía. Todo perdona-

do. Papá”. Como Paco es un




nombre frecuente en España,




cuando el padre llegó al ho-

tel encontró a ochocientos




jóvenes llamados Paco, todos

ellos en espera de su padre.

Así es, amigos, las personas




necesitan desesperadamen-

te el perdón. Un gran predi-

cador y escritor escribió unas




palabras que expresan muy

bien el anhelo de perdón de

parte de Dios para cada uno

de sus hijos:

Si nuestra mayor necesidad

hubiera sido información, Dios




nos hubiera enviado un edu-

cador. Si nuestra mayor nece-

sidad hubiera sido tecnología,




Dios nos hubiera enviado un

científico. Si nuestra mayor




necesidad hubiera sido dine-

ro, Dios nos hubiera enviado




un economista. Si nuestra

mayor necesidad hubiera sido

diversión, Dios nos hubiera

enviado un comediante. Pero

nuestra mayor necesidad fue

el perdón, “¡así que Dios nos

envió un Salvador!”7




DESARROLLO




San Juan, capítulo 8, narra un




incidente dramático que ocu-

rrió cierto día cuando Jesús




estaba enseñando en las gra-

das del templo de Jerusalén.




Repentinamente, una mujer

que había sido sorprendida en

el acto mismo del adulterio

fue arrojada violentamente a

los pies de Jesús.

Los dirigentes religiosos del

templo de Jerusalén fueron




los que arrojaron a la pros-

tituta a los pies de Jesús.




Estos religiosos demandaron

que Jesús pronunciara juicio

sobre la suerte de la mujer,




de acuerdo con lo que dic-

taba la ley de Moisés. “En la




ley –dijeron los escribas y

fariseos– nos mandó Moisés

apedrear a tales mujeres. Tú,

pues, ¿qué dices?” (Juan 8:5).

Elena de White, comentando

esta historia, escribió que:




“La reverencia que ellos ma-

nifestaban [los escribas y fa-

riseos] ocultaba una profun-

da maquinación para arruinar




a Jesús. Querían valerse de




esta oportunidad para ase-

gurar su condena, pensando




que cualquiera que fuese la




decisión hecha por él, halla-

rían ocasión para acusarle.




Si indultaba a la mujer, se le

acusaría de despreciar la ley

de Moisés. Si la declaraba

digna de muerte, se le podría

acusar ante los romanos de

asumir una autoridad que les

pertenecía solo a ellos”8.




Todos los presentes espera-

ban con ansias lo que Jesús




diría. Pero, para consternación

de todos, Jesús simplemente




se agachó y comenzó a escri-

bir en la arena con su dedo.




Nadie sabe con seguridad qué




estaba escribiendo. Los escri-

bas y fariseos se sintieron irri-

tados porque Jesús no ofre-

cía ninguna respuesta a su




pregunta. Cuando volvieron a

presionarlo, Jesús se puso en

pie y dijo: “El que de vosotros




esté sin pecado, sea el prime-

ro en arrojar la piedra contra




ella” (Juan 8:7). El Maestro

volvió a escribir en la arena; el

mensaje que escribió tuvo un




impacto fuerte en los acusa-

dores de la mujer condenada;




uno por uno se alejó.




Cuando Jesús finalmente se




puso en pie y miro a su alrede-

dor, los acusadores se habían




ido. Luego, se dirigió a la mujer,

y le dijo: “¿Dónde están los que




te acusan? ¿Ninguno te conde-

nó?”. En frente de la multitud,




la mujer contestó, llena de ver-

güenza: “Ninguno, Señor”. Je-

sús la miró entonces, y le dijo:




“Ni yo te condeno; vete, y no

peques más” (Juan 8:10, 11).




Esta maravillosa historia tie-

ne un mensaje de esperanza




para cada uno de nosotros.

De manera clara, notamos




cómo Jesús perdonó y res-

tauró la vida de aquella mu-

jer que había sido sorprendi-

da en el “acto del adulterio”.




A través de las palabras “Ni




yo te condeno; vete, y no pe-

ques más”, Jesús le entrega a




la mujer una segunda opor-

tunidad, una oportunidad de




perdón, para iniciar una nue-

va vida en pureza y santidad.




Por otro lado, el acto de Je-

sús, de escribir “en tierra con




el dedo” (Juan 8:6), encierra




también una lección de gra-

cia y misericordia para cada




uno de nosotros. Es muy in-

teresante notar, que en dos




ocasiones anteriores Dios es

presentado escribiendo con

“su propio dedo” en tablas de




piedra (Éxodo 31:18) y en la su-

perficie de una pared (Daniel




5:5). En tablas de piedra Dios




escribió su ley, la cual es eter-

na; y en la superficie de una




pared Dios escribió la senten-

cia de muerte contra un rey




impío llamado Belsasar.

Podemos concluir entonces

que Dios escribe en piedra




aquello que él desea que per-

manezca para siempre. Lo que




es eterno e irrevocable. Enton-

ces nos preguntamos: ¿Qué




escribe Dios en tierra? Pode-

mos decir que en tierra Dios




escribe aquello que él desea

que se borre; ya que lo que se

escribe en la tierra, el viento, la

lluvia y el tiempo se encargan

de borrarlo para siempre.

El acto de Jesús de “escribir




en tierra con el dedo” mos-

traba a los acusadores de




aquella avergonzada mujer

que para ellos también había

perdón, restauración y una

segunda oportunidad para

volver a comenzar.

Escuché una vez la historia

acerca de un pastor9 que de




joven había cometido lo que




él sentía que era un grave pe-

cado, aunque le había pedido




perdón a Dios, toda su vida

arrastró consigo la carga de

este. Simplemente no estaba

seguro de que Dios lo hubiera

perdonado verdaderamente.

Un día le contaron acerca de

una mujer anciana que tenía




visiones. Escuchó que duran-

te esas visiones ella tenía fre-

cuentes conversaciones con




el Señor. Luego de un tiempo,

el pastor finalmente juntó el

coraje suficiente para visitar

a esa mujer.




Ella lo invitó a pasar y le ofre-

ció una taza de té. Hacia el




final de la visita, él apoyó la

taza en la mesa y miró a la

anciana a los ojos.




—¿Es verdad que a veces tie-

nes visiones? –le preguntó.




—Sí –le replicó ella.




—¿Es cierto también que, du-

rante esas visiones, frecuen-

temente, habla con el Señor?




—Sí –volvió a decir ella.

—Bueno..., la próxima vez que

usted tenga visiones y hable

con el Señor, ¿le podría hacer

una pregunta por mí?




La mujer miró al pastor un




poco curiosa. Nunca le ha-

bían preguntado eso antes:




—Sí, me haría muy feliz –le

contestó – ¿Qué desea usted

que yo le pregunte?

—Bueno –comenzó el pastor,

– ¿le podría preguntar cuál

fue el pecado que su pastor

cometió cuando era joven?

La mujer, muy curiosa ahora,

estuvo de acuerdo.

Pasaron algunas semanas y el

pastor visitó nuevamente a la

mujer. Luego de otra taza de




té, cautelosamente y con ti-

midez, le preguntó:




—¿Tuvo visiones nuevamente?

—Sí, las tuve – contestó la

mujer.

—¿Habló con el Señor?

—Sí.

—¿Le preguntó qué pecado

había cometido yo cuando

era joven?

—Sí –contestó la mujer, –

lo hice.




El pastor, nervioso y con te-

mor, titubeó un instante y




luego preguntó:




—Bueno, ¿qué le dijo el Se-

ñor?




La mujer miró al rostro de su

pastor y le replicó suavemente:




—El Señor me dijo que no se

acordaba.

Dios perdona de manera

completa. El profeta Miqueas,




escribiendo acerca del per-

dón divino, se pregunta:




“¿Qué Dios como tú, que per-

dona la maldad, y olvida el pe-

cado del remanente de su he-

redad? No retuvo para siempre




su enojo, porque se deleita en

misericordia. Él volverá a tener




misericordia de nosotros; se-

pultará nuestras iniquidades, y




echará en lo profundo del mar




todos nuestros pecados” (Mi-

queas 7:18, 19).




Permíteme decirte que el mis-

mo Jesús, que extendió su




misericordia para aquel atri-

bulado pastor y hacia aque-

lla avergonzada mujer, hoy te




extiende su mano y te dice:

“Ni yo te condeno; vete, y no

peques más”. El perdón divino




está disponible para ti en es-

tos precisos momentos. Hoy el




Señor te invita con estas pala-

bras: “Venid luego, y estemos




a cuenta: si vuestros pecados

fueren como la grana, como la

nieve serán emblanquecidos;




si fueren rojos como el carme-

sí, vendrán a ser como blanca




lana” (Isaías 1:18).




CONCLUSIÓN

1. ¿Por qué la gente

quería apedrear a la




mujer que fue lleva-

da a Jesús?




2. ¿Cuál es el signi-

ficado de Jesús




escribir el pecado

de los presentes

con su dedo en la

tierra?

3. ¿Qué dice la Biblia




sobre juzgar el pró-

jimo?




4. ¿Con qué frecuencia

está Dios dispuesto

a perdonar?

¿Qué pasó con la mujer de

nuestra historia? ¿Volvió a su




vida de pecado? Pues, permí-

tanme compartir con ustedes




lo que Elena G. White nos

dice de ella:

“Esto fue para ella el principio

de una nueva vida, una vida

de pureza y paz, consagrada




al servicio de Dios. Al levan-

tar a esta alma caída, Jesús




hizo un milagro mayor que

al sanar la más grave enfer-




medad física. Curó la enfer-

medad espiritual que es para




muerte eterna. Esa mujer pe-

nitente llegó a ser uno de sus




discípulos más fervientes.




Con amor y devoción abnega-

dos, retribuyó su misericordia




perdonadora”10.

Podemos ver que después

de ser perdonada, esta mujer




experimentó un cambio com-

pleto en su vida. La gratitud




a Jesús fue tal, que ella es-




cogió ser su seguidora. Pero

una cosa que no debemos

pasar por alto es que Elena

en sus escritos nos dice que

ella siguió a Jesús a la cruz.




¡Cuando la mayoría de la gen-

te abandonó a Jesús, ella va-

lientemente dio testimonio




de su fe!11




¡Esta mujer que un día encon-

tró el perdón, terminó siendo




una fiel seguidora del Señor!

Ella no se quedó donde él la

encontró. ¡Escogió vivir una




vida dedicada a Dios! Ella eli-

gió dejarlo todo, dejarlo todo




atrás y andar en el camino de

la rectitud y la pureza.

Cuando experimentamos el




perdón, estaremos dispues-

tos a renunciar a todo por el




Señor, pero sobre todo, no




podremos quedarnos en si-

lencio. Al igual que esta mu-

jer, ¿tu también dejaras todo




para seguir a Jesús y decir:

“Señor, yo voy”?

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