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Ellos quedaron solos - Juntos rumbo al cielo

INTRODUCCIÓN

Qué bueno es estar juntos nuevamente aquí en nuestra Semana de la Familia, pues queremos ir Juntos rumbo al cielo. Después de todo, no queremos dejar a nadie atrás. El tema de hoy es muy importante. Nuestro foco serán las personas viudas, las que por algún motivo no tienen más a su cónyuge a su lado debido a la muerte y sufren la ausencia. En ese grupo incluiremos también a los divorciados, los separados, los solteros, y los que por algunas circunstancias de la vida están solos. Hoy clamaremos a Dios para que esas personas no se desanimen y continúen fortaleciéndose en su fe, pues deseamos ir todos juntos al cielo. Antes, oremos a Dios para que nos ilumine y nos haga entender su deseo y el plan para nuestra vida.

ORACIÓN INICIAL

Maravilloso Padre celestial, muchas gracias por el privilegio y por la honra que nos concedes de orar juntos, de buscar tu presencia y de estudiar juntos tu Palabra. Te pedimos tu unción y tu dirección con nosotros, que te hagas presente iluminándonos. Es lo que te pedimos agradecidos, en el nombre de Jesús, amén.

Les recordamos que oramos aquí, pero también los invitamos a separar otros momentos a lo largo del día para que oren e intercedan por los grupos por los cuales hemos orado cada día esta semana.

Los invito a abrir las Escrituras en 1 Reyes 17:9 al 12: “Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente. Entonces él se levantó y se fue a Sarepta. Y cuando llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí recogiendo leña; y él la llamó, y le dijo: ‘Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba’. Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y le dijo: ‘Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano’. Y ella respondió: ‘Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir’”.

El profeta Elías le pidió agua y alimento a esa mujer viuda y escuchen la respuesta: ‘Con lo que tengo aquí voy a preparar pan para mí y para mi hijo. Es lo último que comeremos y después esperaremos la muerte, porque aquí hay una crisis terrible y no tenemos como sobrevivir’.

Tenemos grandes lecciones para aprender con la historia de la viuda de Sarepta. Especialmente para quien perdió un ser querido, o para quien está pasando por un proceso de divorcio, o de separación, hoy oraremos por ustedes.

Todas las relaciones, incluso el matrimonio, tarde o temprano llegarán al fin. No es por no creer en el matrimonio, sino porque tenemos la seguridad de que Jesús volverá en los próximos años, algunos de entre nosotros enfrentarán a nuestro mayor enemigo, la muerte. Y nosotros, casados, partiremos o veremos partir a nuestro cónyuge. Eso no depende de la cuán unidos seamos, del gran amor, del compañerismo profundo, ni del tiempo que pasamos juntos. Sabemos que la muerte vendrá. A menos que Jesús regrese antes, nuestra relación con la persona terminará. Ese ha sido nuestro destino desde el primer pecado, y así será hasta el regreso del Señor Jesucristo.

La Biblia no revela cuál de los dos, Adán o Eva, murió primero, pero debe haber sido muy doloroso para uno de ellos ver al otro partir y tener que sepultarlo. Ellos ya habían sepultado a un hijo, Abel. Los psicólogos dicen que sepultar a un hijo es el mayor dolor que un ser humano puede pasar, porque no es algo natural. Después del pecado, lo natural es que los hijos sepulten a los padres, y no los padres sepulten a los hijos. Sin embargo, es muy doloroso también sepultar al compañero, la compañera que amamos a lo largo de una vida y a nuestros queridos familiares o amigos.

Si la muerte de una sola hoja hizo que Adán y Eva lamentaran, ¿quién puede imaginar lo que sufrieron con la muerte del cónyuge? Especial- mente porque ellos vivieron un largo tiempo en compañía uno del otro. La Biblia dice que Adán vivió 930 años.

El problema es que estamos tan acostumbrados con la muerte que simplemente la tomamos como segura. Pero, ese no fue el plan original de Dios. No fuimos creados para morir o ver morir a nuestros queridos.

I. TODAVÍA HAY UNA MISIÓN QUE CUMPLIR

En 1 Reyes 17:9 vemos claramente que Dios designó un ministerio a la viuda de Sarepta, ¿y cuál era el ministerio de ella? En ese caso específico era cuidar del profeta. Recordemos la lectura: “Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente”.

Dios tiene un ministerio para cada persona. Esto sirve también para las personas que quedaron solas en este mundo. Después de pasar por el luto, pregúntele a Dios qué desea que usted haga. Además, hay una frase antes del luto que es importante mencionar aquí. Primero, viene la negación del luto: “Eso no puede haber sucedido...”

Hay algunos que son fuertes por fuera, alientan a todo el mundo, pero después, cuando se quedan solos, se derrumban.

Muchas personas quedan postradas como si la misión y la vida hubieran terminado. El que muere es sepultado; el que está vivo necesita continuar viviendo. Todavía hay mucha gente que necesitamos ayudar a salvarse. Su experiencia es muy importante. Especialmente el cristiano tiene una misión importante, la de testificar de la esperanza que tenemos en el pronto regreso de Jesús. Usted que ya pasó por la experiencia de perder a alguien, si pasó por el luto, por la separación, con seguridad puede ayudar a muchas personas. Si el cónyuge viudo todavía tiene salud, dedique más tiempo a la obra de Dios. Póngase a disposición de Dios para ser usado por él. Usted puede ser útil para otras personas. Desarrolle un ministerio que ayude a salvar a otros.

II. EXPERIMENTE LA PROMESA DE DIOS

En 1 Reyes 17:14, 15, leemos: “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: ‘La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra’. Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su casa, muchos días”.

La promesa de Dios a través del profeta Elías fue de que la harina de la vasija no terminaría y el aceite no faltaría. El texto es claro en decir que Dios hizo una promesa y suplió las necesidades de la mujer viuda, de su hijo y del profeta. Necesitamos confiar y creer en las promesas que Dios ha hecho en su Palabra sobre el cuidado de Dios y su providencia. Infelizmente, para algunas personas, las promesas quedan solo en el pasado. Muchas personas quedan sin esperanza y comienzan a reclamar, lamentar y solo piensan en cosas negativas. Sabemos que la falta del esposo, especialmente si él era el proveedor, puede producir miedo, pero la historia de la viuda de Sarepta nos presenta a un Dios que cuida de las viudas y de los huérfanos. Puede ser que surjan pensamientos como: Y ahora, ¿qué sucederá? ¿Cómo serán las cosas de ahora en adelante? ¿Cómo voy a sobrevivir?

A través de esta historia vemos qué se les promete a las viudas y a los huérfanos: “No te faltará nada”. Créalo, la misma promesa que Dios le hizo a la viuda de Sarepta, la hace hoy a usted y a mí. Necesitamos confiar en las providencias del Señor. Confíe que él cuidará de usted, pues “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8).

Yo quiero desafiarlo a continuar creyendo en las promesas de Dios. En el versículo 15, la Biblia dice que “comió él, y ella, y su casa, muchos días”. La falta de un ser querido puede ocasionar miedo a cómo serán las cosas de ahí en adelante, pero Dios promete que nada nos faltará.

III. NO FALTARÁ EL CUIDADO DIVINO (PASTORAL Y FRATERNAL)

En el versículo 17 del capítulo 17, tenemos otra lección importante, leemos: “Después de estas cosas aconteció que cayó enfermo el hijo del ama de la casa; y la enfermedad fue tan grave que no quedó en él aliento”.

Como si ya no bastara su viudez, ahora ella presenciaba con impotencia a su hijo, su único hijo, enfermar y morir también. Vemos ahora una tragedia más, una pérdida más en la vida de la mujer.

En el versículo 18, leemos: “Y ella dijo a Elías: ‘¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo?’”. Vemos la angustia de esa madre que ahora pierde también a su hijo. En su desesperación va hasta Elías. A su vez Elías ora y resucita al niño. Vean como relata el texto bíblico ese momento, 1 Reyes 17:19-22 “Él le dijo: ‘Dame acá tu hijo’. Entonces él lo tomó de su regazo, y lo llevó al aposento donde él estaba, y lo puso sobre su cama. Y clamando a Jehová, dijo: ‘Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa estoy hospedado has afligido, haciéndole morir su hijo?’. Y se tendió so- bre el niño tres veces, y clamó a Jehová y dijo: ‘Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a él’. Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió”. Después del milagro: “Tomando luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, y lo dio a su madre, y le dijo Elías: ‘Mira, tu hijo vive’. Entonces la mujer dijo a Elías: ‘Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca’” (1 Reyes 17:23, 24).

Dios envía cuidado y providencias a los que confían en él. 
Vemos que en el argumento del profeta para la curación él destacó que la viuda lo estaba cuidando. ¡Qué importante es involucrarnos en un ministerio de cuidar de alguien! Dios envía sus cuidados para los que comparten sus bendiciones con otros. Ella estaba integrada en la misión, cuidaba del profeta. No estaba con los brazos cruzados. Claro que no siempre la providencia de Dios será una resurrección, solo Dios en su providencia sabe qué hacer. Recordemos siempre que el milagro es una prerrogativa divina. Él lo hace cuando, a quien, como, en el tiempo que él considera que es lo mejor para nosotros. Lo que debemos entender es que no faltará el cuidado de Dios para quien lo busca, para quien confía en su poder y cuidado.

Si usted piensa que está solo porque perdió a su cónyuge, o por alguna circunstancia se encuentra solo/a, sepa que Dios está con usted. Debe saber y confiar que no está solo/a.

IV. OTRA SITUACIÓN DELICADA

Además de la muerte, una de las cosas más difíciles que una familia puede enfrentar es el divorcio. Por eso, la Biblia da orientaciones para que no haya divorcio, que las familias estén unidas. Pero, cuando no hay otra solución y ocurre el divorcio, las personas que pasan por esa terrible experiencia viven una serie de emociones. Probablemente, la primera y más común es el luto, el que, dependiendo del individuo puede durar varios meses o años, con intensidades diferentes. Algunos pueden sentir miedo a lo desconocido, ansiedad por la cuestión financiera y miedo de ser incapaces de enfrentar las dificultades de la vida solas. Otros pasan por un período de depresión, ira y soledad.

Son heridas emocionales que generan mucho dolor y sufrimiento, que hacen que las personas sufran. Y por supuesto, también interfiere en la vida de los hijos, los que muchas veces son pequeños y sufren por no ver más a sus padres juntos. Aun en medio de todo ese dolor y sufrimiento, las familias que pasan por esa situación necesitan permanecer conectadas a la fuente de vida y consuelo, Dios.

CONCLUSIÓN

La iglesia, como una agencia redentora de Cristo, debe ministrar a sus miembros. En cualquier circunstancia, los miembros necesitan sentirse abrazados y pastoreados. La iglesia debe proveer medios para cuidar de las necesidades de su rebaño para que todos puedan desarrollar una experiencia cristiana madura. Especialmente, los que pasan o viven una situación de pérdidas, que se encuentran solos, necesitan sentirse apoyados. Ese es un desafío de la comunidad cristiana. Un desafío para la iglesia, apoyar a los que pasaron por esas experiencias dolorosas. No podemos creer que todo está bien en los demás porque los vemos dentro de la iglesia, y a veces, los vemos solo algunos momentos al terminar el culto de adoración, cada uno vuelve a su realidad. Como Elías, necesitamos sentir las necesidades de nuestros hermanos/as que enfrentan la viudez por la muerte o separación por el divorcio.

Si cada uno ofrece un poquito de cuidado, un poquito de atención, podremos ayudar en la reconstrucción de la vida de esa persona que quedó viuda o divorciada. Esa responsabilidad de la iglesia está destacada en la Biblia en Santiago 1:27 “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”.

La verdadera religión incluye cuidar de los huérfanos y de las viudas, y podemos agregar aquí a los divorciados, separados y solos. Entonces, queda ahí la indicación de que, cada uno de nosotros debe tratar, a través de su sensibilidad cristiana, de notar entre los que están cerca, quién está pasando por este tipo de situación, la pérdida de un ser querido, la pérdida de un cónyuge, o la triste experiencia de un divorcio.

La comunidad adventista del séptimo día tiene un departamento conocido como “Hogar y Familia”. Son personas que voluntariamente trabajan para ayudar a las familias de la iglesia, preparando actividades, orientaciones que sean útiles para esos grupos de viudos, divorciados y solos, por ejemplo, esta Semana especial de la familia, Juntos rumbo al cielo. Y, como vimos en la historia de la viuda de Sarepta, al cuidar de otros, también recibiremos bendiciones. Actuando así estamos siendo las manos, los brazos y la voz de Dios, llevando ánimo, consuelo y ayuda a esas personas.

ORACIÓN

Queremos invitarlo para que en este momento formemos nuestra cadena de oración. Porque muchas veces no imaginamos qué sucede con el otro, qué le produjo dolor. Necesitamos aprender a notar el dolor del otro. Por eso, queremos pedirle hoy a Dios que nos dé esa empatía para poder ayudar a los que están a nuestro alrededor y que hoy necesitan también nuestra intercesión. En este momento queremos invitar a los que son parte de ese grupo de viudos, divorciados y los que se encuentran solos, para orar juntos. Queremos ponerlos en los brazos de Dios. Él de- sea usarlo a usted. No se olvide, confíe en la Palabra de Dios. Él está con usted supliendo sus necesidades. Este es un resumen básico de todo lo que vimos hoy aquí. Cierre sus ojos y vamos a orar:

“Nuestro Padre celestial, muchas gracias por el privilegio de poder orar juntos y de colocar en tus manos a esos amigos que pasan por la experiencia dolorosa de perder a su cónyuge, y a otros que enfrentaron una separación en vida, un divorcio. Padre querido, queremos pedirte que los bendigas. Que los fortalezcas, que renueves la esperanza en ellos, que renueves el ánimo y el valor. Que puedan ver, si todavía no lo tienen, un ministerio en su nueva fase de la vida. Y así como la viuda de Sarepta cuidó de Elías, al darle alimentos al profeta, que nosotros también estemos empeñados en el cuidado y en la salvación de otras personas. Que nuestros amigos que ahora están solos también multipliquen su ánimo para que continúen trabajando en favor de otras personas. Toma nuestra vida en tus manos y bendice a tus hijos, por los cuales intercedemos en este momento. Oramos agradecidos en el nombre de Jesús, amén.”

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